Por una Iglesia sinodal

Por una Iglesia sinodal

CastilloJosé María Castillo, cuando se cumplen exactamente dos años de la elección del papa Francisco, resalta lo más importante de su programa para la Iglesia. Recuperar su auténtica estructura democrática que, con el término de sinodalidad, fue defendida, como exigencia del Evangelio, por cristianos y obispos de los tres primeros siglos.

El profesor Alvaro Restrepo, jesuita colombiano, compañero mío en los años de estudio en la universidad Gregoriana de Roma, escribió esto, citándome, en el Anuario de los jesuitas del año 2014: “El Vaticano es una isla. Por eso, cuando tanta gente de buena voluntad dice que la Iglesia necesita un buen Papa, no se refiere a que el nuevo Pontífice sea conservador o progresista, de derechas o de izquierdas. Lo que importa es que sea un hombre libre y decidido. Necesita un hombre tan apasionado por el Evangelio, que desconcierte a todos cuantos en el papado buscan un hombre de poder y mando. El Papa debe resultar desconcertante. El día en que el Vaticano sea el ‘punto de encuentro’ de todos los que sufren, ese día la Iglesia habrá encontrado el buen Papa que necesita (José María Castillo antes de la elección del Papa Francisco)”.

Han transcurrido dos años desde el día en que el jesuita Jorge Mario Bergoglio fue elegido para suceder al dimitido Benedicto XVI. Y todo el mundo está viendo que el nuevo papa no se ajusta al modelo convencional y tradicional de ejercer el papado que se había impuesto en la Iglesia desde tiempo inmemorial. Como es lógico, cuando se produce un cambio tan importante, en una institución tan enorme como la Iglesia, hay gente que está de acuerdo con el cambio. De la misma manera que hay también muchísimas personas que no están de acuerdo con ese cambio. En cualquier caso, hay algo que resulta incuestionable. Me refiero a que, si el papa Francisco dura unos años más, y si logra configurar el número de cardenales electores de forma que el futuro papa prolongue las incipientes reformas, que Francisco está poniendo en marcha, lo más seguro es que la Iglesia que tenemos, dentro de una o dos décadas, será muy distinta de como es ahora mismo.

No se trata de que, ni este papa ni los que vengan después, vayan a cambiar lo que ningún papa puede cambiar. Un papa no puede modificar a su antojo los dogmas de fe, las verdades de “fe divina y católica”, sobre las que descansa la estabilidad y el ser mismo de la Iglesia. Eso no va a suceder. Pero lo que sí sucede es que en la Iglesia hay mucha gente que, por ignorancia o por fanatismo, piensa que son dogmas de fe muchas cosas que no lo son. Y si se trata de cosas que no son dogmas de fe, un papa las puede cambiar. Todo lo que son costumbres, tradiciones (no la “Tradición”), normas, cuestiones jurídicas y legales, etc, etc, un papa puede modificarlas. Y algunas (o bastantes) de ellas, no sólo “puede”, sino que “debe” hacer lo que esté a su alcance, en los asuntos que van a redundar en bien para la Iglesia y para muchas gentes en el mundo.

Por poner un ejemplo. Puede ocurrir que un papa sea menos “teológico-especulativo” que sus antecesores. Pero, si ese déficit se suple con el hecho de que el papa es más “pastoral-cercano” a la gente, sobre todo a la gente sencilla (enfermos, ancianos, niños, pobres…), ¿por qué vamos a hacer un problema de semejante cambio en la forma de ejercer el papado? Es más, ¿no se podría pensar que un papa cercano a los más sencillos y gente humilde es, por eso mismo, un hombre evangélico? ¿Y nos vamos a escandalizar de eso? Es más, ¿se puede asegurar tranquilamente que Jesús – el Jesús que presentan los evangelios – no hizo teología? Lo que pasa es que en el Nuevo Testamento nos encontramos con dos modos (o modelos) de hacer teología. Una cosa es la “teología especulativa” de Pablo. Y otra cosa es la “teología narrativa” de los evangelios.

Esto supuesto, lo que está ocurriendo ahora mismo en la Iglesia es que el papa Francisco está recuperando, con su sencilla espontaneidad y su forma de vivir, la fuerza enorme que tiene el relato (la teología narrativa). Sobre todo cuando ese relato responde a los anhelos, carencias, necesidades y búsquedas de la gente más sencilla, la que no sabe de teologías ni alcanza a seguir las especulaciones de los grandes maestros del pensamiento.

Pues bien, como es lógico, lo que acabo de apuntar tiene tantas y tantas aplicaciones a lo que viene ocurriendo en la Iglesia y en el mundo, que resulta imposible abarcar todas las consecuencias que de lo dicho se siguen. Por eso, yo me voy a limitar a una de esas posibles consecuencias. Porque me parece que así tocamos uno de los temas más importantes (y más urgentes) en el empeño por renovar la Iglesia. Me refiero al tema de la “sinodalidad de la Iglesia”.

Y es que, en los ambientes cercanos a la Curia Vaticana, se habla ahora con frecuencia de un proyecto capital que está resultando determinante en el gobierno de la Iglesia, tal como lo entiende el papa Francisco. Se trata de la “reforma del papado” o, para decirlo con más precisión, de la llamada “conversión del papado” (Marco Politi, Francesco tra i lupi. Il segreto di una rivoluzione, Bari, Laterza, 2014, 146). Esta reforma tendrá, como componente esencial, el proyecto de recuperar para el gobierno de la Iglesia, la “sinodalidád”. Así lo había ya indicado el mismo Francisco en la entrevista que concedió al director de “la Civiltà Cattolica” (19. 09. 2013).

¿Qué es una Iglesia sinodal? Como es bien sabido, esta expresión no se refiere al hecho de que, cada dos años, el papa convoque un sínodo en Roma para debatir un tema teológico más o menos importante. “Iglesia sinodal” fue la Iglesia de los siglos III al IX, que estuvo gobernada de tal manera que las Iglesias locales (o nacionales) se auto-gobernaban por sí mismas mediante los sínodos o concilios locales o nacionales. Sínodos que eran presididos por los obispos de cada región o de cada país. La teología de esta forma de gobierno de la Iglesia fue sabiamente formulada por san Isidoro de Sevilla en el Ordo de celebrando concilio, redactado por el mismo Isidoro, para el IV concilio de Toledo (a. 633), un texto que tuvo una amplia difusión en Occidente (Y. Congar, L’ecclésiologie du Haut Moyen-Age, Paris, Cerf, 1968, 131-138). Es más, sabemos que hubo obispos y teólogos, ampliamente reconocidos en la Iglesia de aquellos siglos, como es el caso de Hinkmaro, Benedictus Levita o el autor de las Seudo-Decretales, para quienes el papa incluso estaba obligado a observar los cánones de los sínodos y a ejercer su autoridad de acuerdo con las decisiones de dichos sínodos (K. F. Morrison, The two Kingdoms. Ecclesiology in Carolingian political thought, Princeton, 1964, 71-98).

Lo que acabo de indicar puede parecer extraño o incluso escandaloso a no pocos católicos, que sólo conocen de la Iglesia y del papado lo que se ve y se oye en los últimos tiempos. Pero las cosas no fueron siempre así. Voy a poner un solo ejemplo que es elocuente por sí mismo. En el otoño del año 254, el gran obispo de Cartago, que fue san Cipriano, tuvo que resolver, en un sínodo, reunido en el mismo Cartago, el problema que habían planteado los fieles de tres diócesis españolas. Se trataba de las diócesis de León, Astorga y Mérida. En estas diócesis, los obispos había flaqueado en la persecución de Diocleciano. Los tres prelados no habían confesado su fe y, ante tal cobardía, las comunidades los habían depuesto de sus cargos. Uno de estos obispos, un tan Basílides, acudió a Roma, al papa Esteban, seguramente con una información no del todo objetiva. El papa lo repuso en su cargo. Lo que indignó a los fieles, que acudieron a Cipriano. Éste reunió un concilio local para resolver el asunto. La resolución está perfectamente documentada y nos ha llegado en la carta 67 de Cipriano, que además está firmada por los 37 obispos que asistieron al concilio. Parece, por tanto, esta forma de gobierno de la Iglesia estaba ya bastante extendida y aceptada en el s. III.

Así las cosas, lo que aquí interesa es saber que la carta sinodal de aquel concilio de Cartago afirma tres cosas: 1) El pueblo tiene poder para elegir a sus ministros, concretamente al obispo (Cipriano, Epist. 67, IV, 1-2). 2) El pueblo tiene poder para quitar al obispo cuando éste se comporta de manera indigna (Cipriano, Epist. 67, III, 2). 3) El recurso a Roma no debe cambiar la situación, porque ese recurso se ha hecho sin atenerse a la verdad y sinceridad que requieren estas decisiones (Cipriano, Epist. 67, V, 3) (cf. José M. Castillo, La alternativa cristiana, Salamanca, Sígueme, 1978, 192-193).

Es evidente que todo esto indica una mentalidad según la cual la Iglesia tenía su centro, más en la comunidad del pueblo creyente, que en el clero y en la jerarquía. Es importante saber que, en el tiempo de los Padres y en toda la alta Edad Media, los sínodos repetían frecuentemente el criterio que formuló el papa Celestino I: “nullus invitis detur episcopus”: “ningún obispo se les imponga a quienes no lo aceptan”. Para nombrar a un obispo se requería la aceptación y el deseo del clero y del pueblo: “Cleri, plebis et ordinis, consensus ac desiderium requiratur” (Celestino I, Epist. IV, 5. PL 50, 434 B). Y conste que este criterio estuvo en vigor hasta el s. XI, como consta en el Decreto de Graciano (c. 13, D. LXI. Friedberg, 231. Cf. J. A. Estrada, La identidad de los laicos, Madrid, Cristiandad, 1990, 128).

Por supuesto, la Iglesia nunca perdió la idea y el sentimiento del primado papal. De forma que el obispo de Roma intervenía en la solución de los asuntos más graves o que no podían decidirse a nivel local. Además, siempre se tuvo el convencimiento según el cual “el papa tiene la autoridad de Pedro si tiene la fe, la justicia y las costumbres de Pedro”. Una convicción mantenida y difundida por los papas, obispos y teólogos del Alto Medievo (Y. Congar, o. c., 162-163.

A partir de estos criterios, y mediante eta forma de gobierno, la Iglesia de aquellos siglos se mantuvo fiel a la fe en Jesús el Señor, fiel al Evangelio y fiel a su misión en el mundo. Ymientras se mantuvo así, pudo influir decisivamente en la cultura, en las costumbres y en la vida de los pueblos y las gentes de aquellos tiempos. Fue una Iglesia que tuvo una presencia y una fuerza que hoy ya no tiene. Una presencia y una fuerza que el papa Francisco quiere, a toda costa, recuperar. No para ganar poder y prestigio, sino para ayudar a humanizar el “mundo desbocado” (A. Giddens) que tenemos en este momento

El PSOE y sus promesas electorales

El PSOE y sus promesas electorales

LarraiaKepa Larraia Legarra, suscriptor de Iglesia Viva, desde Granada, muestra la incongruencia de prometer ahora la denuncia de los acuerdos de 1979 con la Santa Sede, cuando el PSOE en el poder no ha hecho sino reforzarlos.  

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha anunciado que el partido incluirá en su programa para las próximas elecciones la revisión del Concordato y la aprobación de una ley de libertad religiosa.

Siempre dicen lo mismo cuando están en la oposición y se avecinan unas elecciones. Luego, cuando llegan al poder, hacen todo lo contrario. María Teresa Fernández de la Vega, Vicepresidenta Primera en el gobierno de Rodríguez Zapatero, llegó a un acuerdo con la Conferencia Episcopal mediante el cual todos los ciudadanos españoles –sean creyentes de la religión que fueren, o no lo sean-, deben destinar obligatoriamente 0,70 euros, por cada 100 que tributen, a la financiación de la Iglesia católica.

¿Cómo se puede avasallar de esta manera a la ciudadanía y cómo puede la jerarquía eclesiástica encontrar estos métodos evangélicos? ¿Dónde queda para los católicos el compromiso de sostener económicamente aquello en lo que creen?

Los cristianos católicos tenemos que renunciar, motu proprio y unilateralmente, al mantenimiento de cualquier situación de privilegio por parte del Estado y a financiar nuestras actividades e infraestructuras con nuestros medios. Sería un ejercicio de responsabilidad y de coherencia creyente, y una condición imprescindible para poder participar en la gestión de la cosa pública, la política, desde posiciones críticas con el sistema.

Esto tendría, además, un beneficio añadido: forzaría un cambio actitudinal en la vetusta y trasnochada estructura episcopal, ya que le obligaría a abrirse a la realidad, a pisar suelo, y a caminar en pie de igualdad con el resto de sus hermanos creyentes. Lo cual se traduciría en que la asignación de recursos, según prioridades, se llevara a cabo comunitariamente. No como ahora, que la Conferencia Episcopal dispone de los ingresos que recibe a su antojo –con demasiada frecuencia destinados a mantener organizaciones, discursos y planteamientos fundamentalistas (de derechas o de extrema derecha)-, sin rendir cuentas a nadie.

La asignatura de Religión católica

La asignatura de Religión católica

Carlos BarberáCarlos F. Barberá, desde su pertenencia y experiencia de Iglesia en estas cuestiones, considera tristemente desacertada la reciente publicación en el BOE de los programas.

Como ya es conocido, la publicación el 24 de febrero en el BOE del curriculum de la asignatura de religión –ahora evaluable igual que las otras– ha provocado un considerable  revuelo en los medios de comunicación y en los ámbitos interesados en el tema.

 

Querría hacer algunas reflexiones que, en el espacio de una columna, deben ser breves, a reserva de un posible estudio con mayor extensión y profundidad.

 

Qué asignaturas y con qué importancia constituyan la enseñanza obligatoria de un país es una cuestión convencional. Hace sesenta años el bachillerato incluía siete cursos de latín y eso no sólo en España sino también, por ejemplo, en Alemania. Había un acuerdo general sobre la importancia de los estudios humanistas. Pero se trata de valoraciones que cambian con el paso de los tiempos y en los últimos el cambio ha sido sin duda muy acelerado.

 

Un país con madurez política buscará en esta cuestión acuerdos amplios, asegurando así no sólo una estabilidad en el proceso educativo sino la paz en las aulas. Por desgracia, como en tantos otros, España es en este campo una excepción. Desde la llegada de la democracia cada cambio político  se ha acompañado de un vuelco en los estándares de la enseñanza. Hasta cinco planes distintos (LODE, LOGSE, LOCE, LOE y LOMGE) han ido jalonando estos años. Esta situación anómala y absurda, que muestra un país polarizado y aún a la greña en cuestiones fundamentales, tiene un reflejo especial en la enseñanza de la religión.

 

Quienes se oponen a ella alegan que España es, según su Constitución, un país aconfesional. No parece un argumento concluyente. Todos los países de nuestro contorno europeo son igualmente aconfesionales y en casi todos se da, con distintas variantes, una enseñanza de la religión. Para quienes no la acepten suele ofrecerse una opción alternativa (ética, derechos humanos…) o en ocasiones ninguna.

 

Cuestión distinta es la de si ha de tratarse en las aulas del hecho religioso o bien de una religión específica, que en el caso español ha sido siempre la católica. Parece que la primera opción podría concitar un mayor consenso pero se trata solamente de una hipótesis. De hecho la Iglesia oficial defiende la segunda solución y hasta ahora ha tenido la fuerza necesaria para imponerla. Es el reflejo de lo que parece una curiosa paradoja: una Iglesia que no goza de autoridad tiene sin embargo la fuerza de imponer sus opiniones, en gran medida porque nadie ha querido o ha podido renegociar los Acuerdos España-Santa Sede de 1979. A mi modo de ver es esto algo que irrita especialmente a los sectores laicistas.

 

El hecho es que se enseña religión –todo centro docente de primaria y secundaria ha de hacer la oferta– y, naturalmente, hay que diseñar sus contenidos. ¿Quién será el encargado de redactarlos? Parece obvio que la Conferencia Episcopal  pero en todo caso está escrito en los Acuerdos. Lo que no se entiende de entrada es por qué esos contenidos han de aparecer en el Boletín Oficial del Estado. Puede que mi razonamiento sea muy ingenuo pero opino que el BOE puede publicar un decreto sobre las subvenciones a la Vuelta a España de ciclismo pero no parece razonable que publique el reglamento de esa competición.

 

En un alarde de inteligencia, en este caso ha sido la propia jerarquía la que ha instado su publicación. Así lo dice el Real Decreto: “De acuerdo con los preceptos indicados, la Conferencia Episcopal Española ha determinado los currículos de la enseñanza de la religión católica para el Bachillerato. En su virtud, a propuesta de la Conferencia Episcopal Española. Primero. Dar publicidad al currículo de la asignatura de Religión Católica de Bachillerato que se incluye en el anexo. Segundo. Disponer su publicación en el «Boletín Oficial del Estado».  Así pues, el curriculum se ha publicado y ha salido al debate público.

 

En su parte de exposición de motivos, una afirmación destaca sobre otras:  “(El) rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz”. Si la Iglesia jerárquica está convencida de esa tesis, no es de extrañar que pretenda que todos acepten a Dios. Lo malo es que muchos negarán la mayor: dentro de lo que esta vida puede ofrecer, es posible ser feliz sin Dios y de hecho ésta es la experiencia de muchísimas personas.

 

A partir de ahí, todo el contenido se tiñe de una intención catequética. No basta que el documento afirme que “lejos de una finalidad catequética o de adoctrinamiento” lo que trata es de “ilustrar a los estudiantes sobre la identidad del cristianismo y la vida cristiana”. En realidad no se persigue ilustrar sobre la doctrina cristiana sino que los alumnos la acepten personalmente. Pero eso rebasa un ámbito académico para entrar en el de la catequesis. Una clase normal pretende transmitir conocimientos y aspira a que sean conocidos por los alumnos, una catequesis transmite creencias y su objetivo es que sean aceptadas y vividas. Pues bien, véanse algunos de los estándares de evaluación en la enseñanza primaria:

 

  • 1.1 Conoce, respeta y cuida la obra creada.
  • 1.2 Expresa con palabras propias el asombro por lo que Dios hace.
  • 2. 1 Identifica y enumera los cuidados que recibe en su vida como don de Dios.
  • 3.1 Conoce y aprecia a través de modelos bíblicos que el hombre es capaz de hablar con Dios.
  • 1 Asocia las características de la familia de la Iglesia con las de su familia.
  • 2.1 Expresa el respeto al templo como lugar sagrado.
  • 1.1 Toma conciencia y expresa los momentos y las cosas que le hacen feliz a él y a las personas de su entorno.
  • 3.1 Valora y agradece que Dios le ha creado para ser feliz.

 

“Respeta”, “expresa el asombro”, “expresa el respeto”, “valora, agradece”… se trata de valoración de actitudes, propias de una catequesis y no de conocimientos, que son los que pertenecen al ámbito académico.

 

En este sentido parece cierto que la catequesis ha entrado en la escuela, en contra de todas las declaraciones. Es algo a lo que cualquier persona sensata debe oponerse.

 

Faltaría analizar los contenidos de esta enseñanza de la religión, es decir, la teología que subyace a sus enunciados pero esto debe quedar para otro artículo. De momento baste con señalar la existencia de una situación insólita, sin duda reformable, contradicha por una gran mayoría pero que la Conferencia Episcopal, en un alarde  no se sabe si de prepotencia o de ingenuidad, se ha encargado de airear en el Boletín Oficial del Estado.

 

 

 

 

 

 

 

Las ‘objeciones contra el celibato sacerdotal’ que conocía Pablo VI

Las 'objeciones contra el celibato sacerdotal' que conocía Pablo VI

RUFORufo González Pérez es sacerdote de Madrid, profesor de teología jubilado y suscriptor de Iglesia Viva desde hace años. Ha enviado este artículo, publicado antes en su blog ¡Atrévete a orar!para que pueda ser leído y comentado aquí un tema sobre el que el papa Francisco acaba de decir que “está en su agenda”.

 

En la introducción de la Sacerdotalis Caelibatus, el Papa expone siete “objeciones contra el celibato sacerdotal” en los apartados numerados del 5 al 11:

  • 1.- “El Nuevo Testamento… no exige el celibato de los sagrados ministros… más bien o propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf. Mt 19, 11-12). Jesús no puso esta condición previa en la elección de los Doce, como tampoco los Apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim 3, 2-5;Tit 1,5-6) (n.5).
  • 2.– Padres de la Iglesia: “Muchas veces en los textos patrísticos se recomienda al clero, más que el celibato, la abstinencia con el uso del matrimonio”. Las razones parten del “excesivo pesimismo sobre la condición humana de la carne, o de una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas”. Argumentos no válidos en ambientes socioculturales de hoy (n. 6).
  • 3.- “¿Es justo alejar del sacerdocio a los que tendrían vocación ministerial, sin tener la de la vida célibe?” (n. 7).
  • 4.- La obligación del celibato influye en la escasez de clero, según algunos (n. 8).
  • 5.- Algunos “están convencidos de que un sacerdocio con el matrimonio quitaría la ocasión de infidelidades, desórdenes y dolorosas defecciones…, y permitiría a los ministros de Cristo dar un testimonio más completo de vida cristiana, incluso en el campo de la familia…” (n. 9)
  • 6.- “El sacerdote, por su celibato, se encuentra en una situación física y psicológica antinatural, dañosa al equilibrio y a la maduración de su personalidad humana... Se agosta y carece de calor humano, de plena comunión de vida y de destino con el resto de sus hermanos, se ve forzado a una soledad, fuente de amargura y de desaliento. Esto ¿indica una injusta violencia e injustificable desprecio de valores humanos que se derivan de la obra divina de la creación, y que se integran en la obra de la redención, realizada por Cristo?” (n. 10).
  • 7.- “Formación inadecuada: poco respetuosa de la libertad humana…, conocimiento y autodecisión del joven y su madurez psicofísica son bastante inferiores…, desproporcionadas a la entidad, a las dificultades objetivas y a la duración del compromiso que toma sobre sí” (n. 11).

Vuelta a la Ley y no al Evangelio

Mucha gente esperaba una “vuelta a las fuentes”, al Evangelio, a la libertad de las primeras iglesias. Pero una vez más el dubitativo Pablo VI no tuvo valor para elegir la libertad, para desatar el vínculo legal que unía ministerio y celibato. No le bastó el testimonio de Jesús y la primera Iglesia. Aceptó el “pesimismo sobre la condición humana de la carne, o la particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas”. No quiso escuchar a cientos de sacerdotes que le escribían su ardor misionero y su equivocación celibataria. No quiso ver en la escasez del clero y en las parroquias sin misa signo alguno del Espíritu. Los males del celibato (deserciones dolorosas, las dobles vidas, niños sin padres, mujeres clandestinas, desequilibrios psicológicos,…) no se deben a la ley “santa y conveniente”. La ley es perfecta, está por encima de la persona. Los males provienen de la debilidad humana: problemas educativos, vida piadosa en ruina (falta de oración, de amor a Dios, etc.), vivencia afectiva inmadura (capricho, inestabilidad emocional, amistades tóxicas, etc…). El fallo está en la persona, no en la ley. Como si la ley innecesaria no pudiera ser perjudicial. El apego a la ley explica la dureza clerical, tan ajena a Jesús, para quien lo primero es la persona, no la ley.

Pablo VI no es neutral y su diagnóstico equivocado

Reconoce la encíclica que pueden proponerse “otras objeciones contra el sagrado celibato<”. Por atañer a la “concepción habitual de la vida” e intentar iluminarla con la “divina revelación”. Más aún, “a los que “no entienden esta palabra” (Mt 19,11), no conocen u olvidan el “don de Dios” (cf. Jn 4,10) y no saben cuál es la lógica superior de esta nueva concepción de la vida, y cuál su admirable eficacia, su exuberante plenitud”, se les presentarán dificultades sin número (n. 12).

Quienes defendemos la separación entre ministerio sacerdotal y celibato no combatimos el celibato, sino su vinculación obligatoria con el ministerio. Las dificultades u objeciones, que proponemos, no arrancan de la falta de “entendimiento de esta palabra” (Mt 19,11), ni “del no saber u olvido del “don de Dios” (cf. Jn 4,10), ni del no saber cuál es la lógica superior de esta nueva concepción de la vida, y cuál su admirable eficacia, su exuberante plenitud” (n. 12). Nuestras objeciones parten de la libertad del Evangelio que permite la santidad en el ministerio a célibes y a casados. Ahí radica el empeño perfectamente evangélico de conseguir que el ministerio no esté reservado sólo a célibes. También los casados por el Reino pueden ser ministros muy meritorios y santos. Así ocurre en la Iglesia católica oriental (PO 16). En absoluto negamos viabilidad del celibato por el Reino de Dios. La idea de que sólo el celibato es “por el Reino” es mentalidad clerical.

El argumento de Pablo VI no es evangelio, sino ideología clerical

Frente a las objecciones, el Papa propone:

  • la voz secular y solemne de los pastores de la Iglesia, de los maestros de espíritu, del testimonio vivido por una legión sin número de santos y de fieles ministros de Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”.
  • “innumerables ministros sagrados… que viven de modo intachable el celibato voluntario y consagrado; y… los religiosos, religiosas y aun de jóvenes y de hombres seglares, fieles todos al compromiso de la perfecta castidad… por amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual..”(n. 13).

Desde la libertad evangélica no tiene valor este argumento en que se apoya Pablo VI para seguir manteniendo la ley. En el pasado y en la actualidad, admiramos “el soplo del Espíritu de Cristo” en el celibato cristiano. Pero también admiramos “el soplo del Espíritu de Cristo” en el matrimonio de los ministros casados en la Iglesia oriental. El Vaticano II lo reconoce: “existen presbíteros casados muy meritorios” (PO 16). La parcialidad papal es evidente al fijarse sólo en la Iglesia Occidental, donde los sacerdotes casados están prohibidos. ¿Cómo van a existir sacerdotes casados santos si está prohibida su existencia? Es lo mismo que si dijera que no hay ministras sagradas santas, y, por ello, se les niega el ministerio a las mujeres. Parece claro que el apego a la Ley “embruja”, como dice Pablo (Gál 3,1ss). El fanatismo clerical, como todo fanatismo, sólo argumenta para sostener su tesis. Todo lo que no vaya en la línea de la Ley está fuera de lugar, no puede existir.

El matrimonio cristiano es signo del amor esponsal de Dios y de Cristo

Por el hecho de existir una “una legión sin número de santos y de fieles ministros de Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”, no se sigue en absoluto la necesidad de vincularlo con ministerio alguno. En los presbíteros casados orientales hay “santos y fieles ministros de Dios, que han hecho del matrimonio objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”. El matrimonio “por el Reino” (que debe ser todo matrimonio en la fe cristiana) es más signo del amor esponsal de Dios y de Cristo por su Pueblo que el celibato. Un sacerdote casado en Cristo hace de su matrimonio el signo eficaz de “su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”. Empezando por su casa, y hasta el último rincón de su parroquia, a todos les explica el Evangelio, les convoca a la celebración y les vincula en el Amor divino. ¡Qué soberbia nos han inoculado a los clérigos católicos occidentales para creer que sólo los célibes pueden entregar su vida a Jesucristo y a sus comunidades! El amor a Dios “con todo el corazón, con todo el alma, con toda la mente” está abierto a todos los creyentes. Es un amor “indiviso”. Cuando focalizamos el amor en las personas, no por ello sufre el amor de Dios. Dios nunca es rival del ser humano. Esa rivalidad aparente es invento nuestro. En cristiano lo deberíamos tener clarísimo: todo lo que hacemos a las personas se lo hacemos a Dios que las habita.

 

Sólo el evangelio nos sacará del atasco

Sólo el evangelio nos sacará del atasco

Castillo José María Castillo acaba de publicar en su blog Teología sin censura este artículo que suena mucho a llamada precursora a la meta-noia (cambio de mente) para poder acoger el Proyecto de igualdad humana de Jesús. Esa será la verdadera Cuaresma que hoy empieza.

 

El papa Francisco les dijo a los cardenales el domingo 15 de febrero: “Nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: la lógica de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada; y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio”. Esto es lo que dijo el papa. Lo que pasa es que ni nos enteramos del todo de lo que Francisco quiso decir. Y menos aún entendemos las consecuencias que lleva consigo asumir de veras la “lógica de Dios”.

 

La “lógica de Dios” es el meollo del Evangelio. Esto supuesto, la pregunta que tendríamos que afrontar es ésta: ¿nos puede sacar el Evangelio del atasco en que estamos metidos? Me refiero a la crisis y al atasco económico, social, político, cultural, jurídico y sobre todo ético en que nos tiene estancados y hundidos esta maldita crisis.

 

Así las cosas, yo me pregunto si el Evangelio nos podrá sacar de este atasco. Porque está visto que la economía y sus magnates, la política y sus gestores –al menos hasta ahora– ni nos sacan del atasco, ni dan visos de querer, incluso de poder, sacarnos. ¿Podrían hacerlo? Hay quienes piensan que sí. Pero, ¿podrán hacerlo, tal como están las cosas? Sinceramente, lo veo muy difícil. Extremadamente difícil, al menos en varios años, que quizá van a ser demasiados años. ¿Por qué? Yo no soy economista. Pero no estoy ciego. Y lo que veo es que la economía mundial funciona de tal manera, que, cada año que pasa, la riqueza mundial se va concentrando más y más en menos y menos personas. Con lo cual la desigualdad entre unos pocos (muy pocos) ricos y el resto de los habitantes del planeta es increíblemente asombrosa. Instituciones de ámbito mundial muy autorizadas nos dicen que el uno por ciento de los habitantes del planeta acumula ya tanta riqueza como el noventa y nueve por ciento restante. Ahora bien, una sociedad tan asombrosamente desigual es inevitablemente una sociedad, no sólo estancada, sino sobre todo desquiciada y sin futuro.

 

Pero no es esto lo peor. Lo más grave del asunto es que, en las sociedades democráticas, en que vivimos, la gente sigue votando a quienes nos han llevado a este desastre total. Y esos votantes quieren que nos sigan gobernando los mismos que nos han llevado a esta ruina y al futuro tan dudoso y sombrío que nos espera. Los mecanismos del sistema (no los partidos) hacen posible este desquiciamiento aterrador. Y no sólo lo hacen posible, sino que hasta lo hacen inevitable. Porque han llegado a producir un modelo de sociedad, una gestión del poder y un estilo de vida al que nos hemos acomodado y que –aquí está el secreto y la clave del asunto– nos resulta irresistiblemente seductor. Ya no es el “poder opresor” el que nos domina. Es el “poder seductor” el que hace con nosotros lo que quiere y lo que le conviene. Teniéndonos y manteniéndonos convencidos de que somos libres, más libres que nunca. Y persuadidos, además, de que esto no puede ser de otra manera. Porque es “el mejor estado de cosas” que se ha inventado hasta ahora. Nos han metido en la cabeza que este modelo (de economía y de política), hoy por hoy, no tiene alternativa.

 

Por todo esto digo que veo muy difícil que, al menos por ahora, salgamos de este atasco en el que estamos metidos. Y en el que, además, nos sentimos a gusto. Precisando más, estamos a gusto los que hacemos falta para apuntalar, mantener, asegurar y hacer que dure este sistema canalla, que tanto sufrimiento, tanta violencia y tanta desvergüenza sigue produciendo, y acumulando de día en día. Por supuesto, hay millones de criaturas que ya no pueden más. Pero también, para esos desamparados del sistema, hay “bancos de alimentos” y otras “ayudas” por el estilo. Para que sigan aguantando y no alboroten demasiado. Por eso insisto en mi pregunta: ¿podremos salir de este atasco? Esta es la cuestión que no me deja en paz.

 

Llegados a este punto, a muchos les parecerá ridículo el solo hecho de preguntarse si el Evangelio nos podrá sacar de este atasco. Podrá, por supuesto y en el mejor de los casos, atraer a los “alejados” y a los “excluidos” para que se acerquen a la Iglesia. Y eso, sin duda, es bueno. Es necesario. Más aún, es urgente. Pero con eso nada más no cambiamos el sistema. Ni, por tanto, salimos de la crisis. Sinceramente y pensando en serio, ¿puede el Evangelio modificar el camino que lleva la economía, la cultura, la sociedad y la historia?

 

Hace más de medio siglo, el profesor de la Universidad de Oxford, E. R. Dodds, nos recordó cómo, en el imperio romano, en el largo período que medió entre Marco Aurelio y Constantino (del a. 161 al 306), se extendió por el mundo occidental la más grave crisis de su historia. Los ciudadanos de aquel enorme imperio se daban cuenta de que todo se desmoronaba: el mismo Imperio, las instituciones, la vida social, la economía y la religión, todo se venía abajo. Así cundió lo que el mismo Dodds denominó “una época de angustia”. Y fue en esta dura situación en la que ya, por primera vez, el Evangelio, no vivido como una religión de ritos, normas morales, promesas eternas, convento y sacristía, sino como “una conciencia nueva de sí mismo” que modificó aquella cultura, fue el factor determinante de una recuperación que ahora no estamos en condiciones de imaginar.

 

Fue entonces cuando el cristianismo se presentó “como una fe que merece la pena vivir porque es también una fe por la que merece la pena morir”. Así lo reconocieron, a pesar de sí mismos, hombres como Luciano (Peregr., 13), Marco Aurelio (11, 3), Galeno (R. Walzer, Galen and Jesus…, 15) y Celso (Orígenes, Contra Cels. 8, 65). Por otra parte, es notable que aquellos cristianos, por la fuerza del Evangelio, llamaron poderosamente la atención porque estaban abiertos a todos. No hacían distinciones sociales: aceptaban al obrero manual, al esclavo, al proscrito y al ex criminal. Todo el mundo encontraba acogida en cada grupo o comunidad de cristianos. Nadie era censurado, ni enjuiciado. De forma que, como bien notó Cipriano, en la comunidad cada cual se encontraba igual o mejor que en su propia casa (Ad Donat. 4 y 14). Es verdad que, durante el s. II e incluso el III, el cristianismo era aún en gran medida un “ejército de desheredados” (A. D. Nock). Pero también es cierto que los beneficios que acarreaba el Evangelio, vivido en serio, no se reducían a ofrecer esperanzas para el otro mundo. Cada grupo, cada “iglesia local”, poseía un sentido comunitario más fuerte que cualquier otro grupo laico o religioso (sobre todo las religiones de Mitra e Isis de aquel tiempo).

 

Así, los creyentes en Jesús se sentían unidos no sólo por unos ritos comunes, sino sobre todo por una forma común de vida, cosa que ya percibió Celso (Orígenes, o. c., 1, 1). Y también unidos por el mismo peligro que juntos corrían (E. R. Dodds). Su pronta disposición para prestar ayuda a quien la necesitase es cosa que quedó atestiguada no sólo por los autores cristianos, sino incluso por el mismo Luciano (Peregr., 12 s). Ya a comienzos del s. III, Tertuliano hace, en una apología pública y dirigida a los gobernantes, la audaz afirmación según la cual los cristianos “lo tenían todo en común, excepto la esposa de cada cual” (“Omnia indiscreta sunt apud nos praeter uxores”. Apol.39, 11).

 

Pero, como bien nota Dodds, más importante que los beneficios materiales era el sentimiento de grupo que la fe en Jesús estaba en condiciones de fomentar. Los modernos estudios sociológicos nos han familiarizado con la universalidad de ese “sentimiento de grupo” como algo absolutamente necesario para el individuo, así como con las formas inesperadas en que esa necesidad puede influir sobre la conducta humana, particularmente sobre los individuos desarraigados en las grandes ciudades. Epicteto (3.13.1-3) nos ha descrito el horrible desamparo que puede experimentar un hombre en medio de sus semejantes. Y el mismo Dodds nos describe con admirable sencillez y profundidad cómo debió de vivirse aquel desamparo. “Debieron ser muchos los que experimentaron ese desamparo: los bárbaros urbanizados, los campesinos llegados a las ciudades en busca de trabajo, los soldados licenciados, los rentistas arruinados por la inflación y los esclavos manumitidos. Para todas estas gentes, el entrar a formar parte de la comunidad cristiana debía de ser el único medio de conservar el respeto hacia sí mismo y dar a la propia vida algún sentido. Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se sentía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro”. Y termina el insigne estudioso de la antigüedad: “Los cristianos eran “miembros unos de otros” en un sentido mucho más que puramente formal”. Con esta conclusión final:”Pienso que ésta fue una causa importante, quizá la más importante de todas, de la difusión del cristianismo” (Paganos y cristianos en una época de angustia, Madrid, 1975, 179).

 

Reflexión conclusiva

 

¿Seria esto posible en este momento? Mi modesto punto de vista es que, no sólo es posible, sino que es tan necesario que, a mi manera de ser, es la salida que nos queda. No digo que todos nos hagamos cristianos. Lo que digo es que el Evangelio, en el que tanto insiste el papa Francisco, es la salida que nos queda. Hoy ya no manda en el mundo lo que es más noble en la condición humana, la bondad, la honradez, la justicia, el amor y la ternura. No. Lo que manda sobre nosotros es la tecnología y sus mil artilugios, utilizados en interés de los potentados que lo manejan todo para su propio provecho.

 

¿Qué hacer? Vamos a fiarnos del gran líder mundial que ha surgido, que no es otro que el papa Francisco. Este papa repite constantemente que el Evangelio de Jesús es lo que nos puede sacar de este atasco que nos tiene paralizados en la falsa idea de que estamos saliendo y vamos adelante. Si la Curia Vaticana, si el Episcopado mundial, si el clero y los religiosos/as, si las parroquias…, las comunidades y grupos cristianos, todos y todas, dejamos de lado nuestros intereses y conveniencias, y nos centramos en organizarnos como grupos humanos en los que todo el mundo encuentra acogida, protección, ayuda, respeto, y sobre todo verdadero cariño, por ahí iremos viendo la luz de un Evangelio con menos carga de religión y costumbres de tiempos pasados, y más fuerza para hacer presentes y tangibles las tres preocupaciones que centraron la vida y las enseñanzas de Jesús; la salud para todos/as, la alimentación para todos/as, y las mejores relaciones humanas de que somos capaces. Lo demás vendrá por sí solo.

¿Entiende el papa cómo funciona ‘el mercado’ estadounidense?

¿Entiende el papa cómo funciona 'el mercado' estadounidense?

vatican insider

En este artículo se resume otro extenso del obispo McElroy, publicado por la revista América, con el título La Iglesia de los pobres, en el que afirma que el papa entiende el funcionamiento del mercado “demasiado bien”.

El mercado no es sacro; Francisco pone en crisis el modelo estadounidense

 El obispo auxiliar de San Francisco, McElroy, explica que el magisterio de Bergoglio ha encendido un debate en el país sobre la desigualdad, la libertad de empresa, la política y la dignidad humana

FRANCESCO PELOSO, Vatican Insider, 6-Febrero-2015
ROMA

 

La doctrina social propuesta por Papa Francisco no es bien vista por todos en los Estados Unidos. Desde hace un año, las críticas que ha dedicado Bergoglio al modelo del capitalismo financiero en su versión globalizada han suscitado algunos malos humores en ciertos ámbitos liberales o ultraliberales de los Estados Unidos. Pero hay también algunos que, con menos prejuicios, consideran que tal vez Papa Francisco no ha comprendido cómo funciona el “mercado”, por lo menos en su versión estadounidense. El obispo auxiliar de San Francisco, monseñor Robert W. McElroy, reflexiona al respecto en un largo artículo publicado por la revista mensual de los jesuitas “Actualizaciones sociales” que se titula “La ideología del mercado”. También fue publicado por la revista de la Compañía de Jesús en Estados Unidos, “America”.

 

Por una parte, el obispo indica que el estilo y las novedades que ha introducido Papa Francisco han sido muy bien recibidos entre la opinión pública de los Estados Unidos; la reforma de la Curia vaticana, la decisión pastoral de dirigirse «a las necesidades de los hombres», la invitación a la conversión y a la renovación personal mediante la fe, la promoción de una visión eclesial que no solo emita condenas, han sido factores que han contribuido a llamar la atención hacia Papa Francisco.

 

Exclusión en Nueva York

Exclusión en Nueva York

Sin embargo, los problemas comenzaron cuando (en particular con la publicación de la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”) el magisterio del Papa afrontó argumentos económicos y fue tomando forma la crítica a un sistema financiero que «mata» a quienes están excluidos, a los que no son «consumidores». «Las críticas contra Papa Francisco –explicó mons. McElroy– se basan en tres elementos principales: el Papa no comprende la importancia del mercado; el capitalismo criticado por Papa Francisco es muy diferente del sistema económico de los Estados Unidos; el punto de vista del Papa está distorsionado por sus orígenes latinoamericanos y no estarían en sintonía con las enseñanzas de sus predecesores». Sin embargo, según el obispo, el problema no es tanto la falta de comprensión del Papa sobre el sistema capitalista o sobre la «centralidad de los mercados», sino más bien «que lo comprende demasiado bien, por lo que plantea cuestiones de fondo sobre la justicia y sobre el sistema económico estadounidense». Francisco, explicó el obispo auxiliar de San Francisco, pone en discusión algunos de los principios sobre los que se funda el modelo económico de los Estados Unidos: es decir el significado real que tiene la desigualdad económica, «la moralidad del libre mercado y la relación entre las actividades económicas y el lugar que cada quien tiene en la sociedad».

 

Los puntos afrontados por el magisterio del Papa, reveló McElroy, se relacionan con la presunta sacralidad del mercado de la que surge la inevitabilidad de la pobreza (es decir que el pobre lo es por responsabilidad propia) y la capacidad del sistema de producir bienestar y mejorar las condiciones de vida sin intervenciones exteriores; en este contexto, la libre empresa conjugada con el talento individual son los elementos clave de la ideología capitalista. De esta manera, «la desigualdad nace del derecho de hombres y mujeres a utilizar el proprio talento de la mejor manera que consideren y de la justa exigencia de recompensar a los individuos por su aportación a iniciativas específicas».

 

Y, si es justo que una sociedad establezca un mínimo de subsistencia para los propios ciudadanos, no se combate la desigualdad, porque en cierto sentido forma parte del sistema. «Pero, para la doctrina católica –escribió McElroy–, este presupuesto, tan profundamente arraigado en la cultura estadounidense, es radicalmente inaceptable. El punto de partida del pensamiento de la Iglesia no es la necesidad de maximizar el crecimiento económico o el derecho de los individuos a ser recompensados, sino la par dignidad de todos los hombres y mujeres, creados a imagen de Dios». En este caso, por lo demás, hay una alusión al punto 29 del documento conciliar “Gaudium et spes”, en el que se afirma: «las desigualdades económicas y sociales excesivas entre miembros y pueblos de una única familia humana, suscitan escándalo y van en contra de la justicia social, de la equidad, de la dignidad de la persona humana, cuando no contra la paz social e internacional». En esta perspectiva, indicó el religioso estadounidense, «graves desigualdades entre las naciones y en su interior son automáticamente sospechosas según la doctrina católica: no constituyen la materialización del orden natural, sino que representan una profunda violación del mismo».

 

McElroy observó que la sacralidad del mercado ha sido «traicionada» en diferentes ocasiones, incluso en los Estados Unidos y, en particular, con la reforma agraria del siglo XIX y a principios del siglo XX durante la Gran Depresión. En estas ocasiones las decisiones políticas sobre la economía fueron concebidas para favorecer cambios y reformas o afrontar periodos de crisis. El mercado, pues, debe ser siempre un instrumento, «un medio al servicio de las personas y de las comunidades», y no transformarse en un «imperativo categórico».

 

Para concluir, McElroy, con una referencia a la última campaña electoral presidencial de 2012, subrayó otra tendencia cultural de los Estados Unidos, según la cual la sociedad se divide entre «productores» («makers») y «asistidos» («takers»). «Los primeros son los que pagan impeustos mayores que los beneficios que reciben de la administración pública, mientras que los segundos son los que reciben mayores beneficios que los impuestos que pagan». La idea principal, se lee en el texto, «es que una porción consistente de la sociedad estadounidense drena constantemente recursos del sistema económico».

 

Se trata de una idea, observó el obispo, que se ha reforzado «debido al aumento de la desigualdad y de la reducción de la movilidad económica de los que nacen en familias que constituyen el 20% más pobre de la población». «El resultado –afirmó McElroy– es que justamente la exclusión contra la que Papa Francisco nos pone en guardia ha hecho mella en la retórica pública y en la unidad de la sociedad estadounidense. Los pobres, que era nel centro de la acción política y de la atención pública en los años 60 y 70 del siglo pasado, ahora se encuentran relegados a un rincón del debate público». «Los programas para beneficiarlos –explicó– deben ser justificados con base en las ventajas colaterales para la clase media. La idea, que a menudo no es explícita, pero que está profundamente arraigada en este cambio cultural, es que los que son pobres son, en gran parte, responsables de su pobreza».

 

Y entonces, «pensar que es posible dividir una sociedad entre “productores” y “asistidos” encarna exactamente ese individualismo condenado por Papa Francisco». Y esta división se basa en el principio de que la «producción de la riqueza es esencialmente una empresa individual, sin reconocer la enorme importancia del aporte de la sociedad en cualquier iniciativa empresarial. Niega la afirmación central de la doctrina católica de que la Creación es obra de Dios donada a la humanidad en conjunto, y que los bienes materiales tienen una distribución universal que no debe ser contradicha». Es, en definitiva, una forma ideológica que, además de los datos económicos, asignan al mercado el papel de «árbitro ético del mérito, del esfuerzo y del talento», y «ejerce una influencia subversiva en la sociedad estadounidense, sembrando discordia y división». «Sin reformas estructurales del sistema económico, que pretendan remover los obstáculos al crecimiento del empleo –concluyó McElroy–, el círculo vicioso de la exclusión económica y social, que es el centro del desafío lanzado por el Papa, solamente empeorará».

La teología del papa Francisco

La teología del papa Francisco

CastilloArtículo enviado a iviva.org por José Mª Castillo, que fue catedrático en la Facultad de Teología de Granada y sigue escribiendo libros y artículos de teología a pesar de la degradación que sufrió en dicha facultad como teólogo católico. Sus escritos en Iglesia Viva.

 

Como es bien sabido, no todos los católicos están de acuerdo con el papa Francisco. Y también se sabe que, entre quienes se oponen a este papa, abundan los que, de una forma o de otra, se lamentan de que el actual Sumo Pontífice de la Iglesia católica no es un papa “teólogo”, sino más bien un papa “pastor”. Es decir, a juicio de quienes le ponen serios reparos al papa Francisco, la Iglesia se ve gobernada, en este momento, no por la teología, sino por la pastoral. Pero, ¿a dónde va una Iglesia sin teología? En esto consiste una de las acusaciones más fuertes que no pocos opositores de este papa se plantean y nos plantean. ¿Qué decir sobre este asunto capital?

 

El profesor Gerhard Ludwig Müller, que escribió su enorme tratado de Dogmática en la universidad de Múnich y actualmente es el cardenal prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, afirma que “la teología es siempre la iluminación científica de la confesión y la praxis de fe de que Dios está presente en la creación y se autocumunica en su palabra en la historia y en la persona de Jesucristo” (2ª ed., Barcelona, Herder, 2009, p. 20). Es evidente que ni la persona ni la palabra del papa Francisco se ajustan a esta definición de teología que presenta la Dogmática del cardenal Müller. Si un buen día la gente escuchase a Francisco hablar de esta manera, lo más seguro es que seríamos muchos los que nos preguntaríamos: “¿Qué le pasa?”. Es evidente que, desde el punto de vista de la “dogmática” de Müller (y de lo que esa “dogmática” representa), Francisco no es un papa-teólogo. Pero, ¿quiere esto decir que Francisco es un papa sin teología?

 

La pregunta, que acabo de plantear, se podría formular de otra manera preguntando: ¿fue Jesús –por lo que de él relatan los evangelios– un profeta sin teología? Parece que lo más razonable es responder que la sabia y amplia definición del cardenal Müller, se realiza en el Jesús terreno que encontramos en la teología narrativa de los evangelios. Lo que nos lleva derechamente a una conclusión: existe una teología especulativa, que nos propone ideas, teorías, conceptos. Como existe una teología narrativa, que presenta una forma de vivir. Ambas teologías se encuentran ya en el Nuevo Testamento. La especulativa, en el apóstol Pablo; la narrativa, en los evangelios. Por supuesto, es importante saber, aceptar y tener muy claras las verdades teológicas que fundamentan la religión de redención que nos presenta Pablo. Pero tan cierto como eso es que de poco nos servirán las profundas “enseñanzas teológicas” de Pablo, si no hacemos nuestra “la forma de vida” que nos presenta el Evangelio, la forma de vivir de Jesús, que encontramos en cada relato de los evangelios.

 

Es evidente que el papa Francisco, tanto en sus enseñanzas como en su estilo de ejercer el papado, parece –a primera vista– más un papa-pastor que un papa-teólogo. Pero no es menos cierto que el estilo marcadamente pastoral del papa Francisco, sin cuestionar para nada la dogmática de la Iglesia, está destacando, con su vida y su palabra, la necesidad y la urgencia, que a todos nos incumbe, de asumir y poner en el primer plano de la vida de la Iglesia lo que fue la forma de vida que nos presenta cada página del Evangelio. Lo que, en definitiva, no es ni más ni menos que hacer visible y tangible la forma de vida de Jesús. ¿No es ésta la “teología implícita” que nunca puede faltar en nuestras vidas? En esto, creo yo, consiste la genial aportación que el papa Francisco está haciendo a la Iglesia y al mundo.

Hacia el capitalismo feudal

Hacia el capitalismo feudal

Bernardo

Por Bernardo Pérez Andreo, teólogo, profesor y secretario general del Instituto Teológico de Murcia, del Consejo de Dirección de Iglesia Viva. Artículo publicado el 20 de Enero en su blog personal Rara Temporum.

Ya es oficial, en 2016 los súper mega ricos se lo quedan todo y el resto con las migajas. Según el informe de Intermon Oxfam, elaborado con ocasión del Foro Económico de Davos (Suiza), el próximo año, y por primera vez en la historia de la humanidad, el 1% de la población poseerá más de la mitad de toda la riqueza mundial. El informe lleva el explicativo título de ‘Tenerlo todo y querer más’. bernardo gráficoLos ricos son voraces e insaciables y su límite está en el 100% de la riqueza, aunque eso suponga destruir a la humanidad entera y a ellos consigo. Son irracionales e inestables. Como los tiburones cuando hay carnaza, muerden y muerden sin mirar qué ni a quién, a veces a ellos mismos. Está claro que no van a parar hasta quedarse con todo, porque ellos lo quieren todo y lo quieren ahora, ya. Dicen que la ocasión la pintan calva y la crisis-estafa actual es la ocasión perfecta para robar cuanto se pueda con absoluta y total impunidad.30 años de neoliberalismo han puesto las bases para que los Estados y la población no sepan reaccionar y se queden pasmados mientras les roban hasta los calzoncillos.

Se trata de un proyecto globlal que empezó a finales de los 60 con la Sociedad del Mont Pelerin, en Suiza, siempre Suiza. Allí estaban los gurús del pensamiento que luego sería llamado neoliberal: Hayek, Freadman o Mises. Su propuesta era acabar con el keysianismo y volver a un capitalismo sin reglas que permita el enriquecimiento sin medida y sin control. Su punto de apoyo era la pérdida constante de la tasa de ganancia de los años 40 y su lema era privatizar a toda costa. Aquél proyecto se llevó a cabo en varias etapas, pero los verdaderos impulsores fueron Reagan y Thatcher, al grito de There Is No Alternatives (TINA). Tras ellos todo iba sobre ruedas: las políticas mundiales de desregulación impulsadas por el FMI y el BM se aplicaban a rajatabla por todo el mundo, teniendo como consecuencia la serie de burbujas que, empezando por 1986, el Big bang day y concluyendo con la eliminación de las leyes bancarias Glass-Steagall, llevaron a la etapa especulativa más larga de toda la historia. Esta etapa especulativa llevó a la crisis del 2008, pero esto no fue más que un jalón más en el camino hacia el enriquecimiento de los más poderosos. Mientras todo el mundo se hacía más pobre, ellos se enriquecían y ponían las bases para un mundo nuevo, el mundo del capitalismo feudal.

Sí, ya estamos en él. De la misma manera que en el feudalismo una pequeña porción de la humanidad, no más del 5%, amasaban prácticamente el 90% de la riqueza, mientras el resto debía trabajar para ellos, hoy estamos cerca de una posición en la que un grupo cada vez más reducido se hace con una parte cada vez más considerable de la riqueza global. Según el informe de Intermón, que coincide con los datos aportados por Piketty en su idispensable ‘El capital en el siglo XXI’, el ritmo de crecimiento de la riqueza de los ricos es exponencial. Cada año, los ricos, ese 1% de la población, acumula el 90% de la riqueza nueva generada, lo que lleva a que en pocos años, no más allá de 2030, el 90% de toda la riqueza mundial esté en sus manos. Ese momento será plenamente el del capitalismo feudal. Los pasos para ello ya se han dado: los Estados han sido reducidos a meros aplicadores de las políticas impuestas por las instancias internacionales controladas por la súper clase dominante. Las leyes se modifican para impedir que su fortuna sea ilegal o perseguida. Los últimos reductos de libertad, tales como la educación o sanidad no privadas, están siendo eliminados poco a poco. Las conciencias son secuestradas y el pensamiento de la élite se filtra en la cultura.

El capitalismo feudal es la etapa senil del capitalismo; incapaz de generar un espíritu que lo legitime, sólo le queda el instrumento del control físico y psicológico de los cuerpos y las mentes y la guerra como arma de imposición. Las guerras impuestas como las de Irak, Libia, Siria, Nigeria, no son sino el instrumento eficaz para controlar las masas que en un momento dado pueden llegar a no soportar el sufrimiento que se les inflige, sufrimiento que mora junto al lujo y el despilfarro de estos pocos. Los muchos, las ingentes masas de pobres, llegará un momento que nada tengan que perder salvo las cadenas que los amarran al sufrimiento; ese día será el principio del fin del capitalismo feudal. Sin embargo, nada asegura que el fin de ese modo de capitalismo nos lleve a una sociedad justa, si no hacemos nada por construir antes que llegue la destrucción. Antes de que llegue el día de la destrucción, deberíamos empezar a construir una realidad alternativa y viable. No importa lo que se tarde, siempre será mejor que esperar a que la rabia contenida de millones acabe con la injusticia y con la misma humanidad. O acabamos con la riqueza de los súper ricos, o no habrá futuro para la humanidad.

 

 

Amor e indignación. El alcance de un puñetazo

Amor e indignación. El alcance de un puñetazo

XIMO2
Por Joaquín García Roca, sociólogo y teólogo, del Consejo de Iglesia Viva,

Las manifestaciones del papa Francisco, en conversación informal con periodistas, en las que solicita que no se insulte ni provoque la fe de los demás “porque será natural e inevitable que alguien dé un puñetazo a quien ofende a su madre” han planteado cuestiones que cada una de ellas merece una atención diferenciada.

1.- Algunos andan preocupados por el alcance del “puñetazo”. ¿Cómo un papa que enfatiza la misericordia y el perdón ha podido justificar una reacción violenta? ¿Dónde queda aquello de la otra mejilla, se preguntan con evidente asombro? Ciertamente que un puñetazo ni es mortal ni incita a la guerra santa ni inicia una revuelta ni justifica medidas violentas; simplemente indica que el amor sin indignación no es amor en absoluto. Quien es incapaz de airarse, sólo conoce la apatía de la indiferencia. Un amor decidido y eficaz es un amor airado. Por eso el cristiano se indigna airadamente de los productores de pobreza, de los políticos corruptos, de los provocadores gratuitos, de los saboteadores de la convivencia. Quizá el mundo cristiano necesita más personas indignadas que den puñetazos ante los despropósitos e injusticia. No se está justificando asesinatos, violencias ni terrorismos sino indicando simple y decididamente que no todo es tolerable. Con la imagen del puñetazo se indica que la suavidad y amabilidad en cualquier circunstancia no equivale al amor cristiano sino que muchas veces esconde cobardía y flojera.

2.- El gesto físico de repulsa, que escenifica el Papa en la conversación, ante la provocación de lo que se considera sagrado en una determinada sociedad, en ningún caso pretende alimentar la violencia ni justificar la acción asesina, sino al contrario pretende desactivarlas. Para ello, no concede ninguna razón a los que mataron –con el asesinato la perdieron toda– pero intenta comprender a los millones de personas que en nombre de sus convicciones religiosas piden respeto airadamente en las calles de medio mundo. Cuando la humanidad se introduce peligrosamente en la confrontación entre multitudes que practican el derecho de expresión y multitudes que practican el derecho a ser respetadas en sus creencias, se necesitan lideres mundiales que ayuden a desactivar el círculo la lógica de la acción-reacción que siempre es un poder autodestructivo productor de barbarie y muerte. Un líder religioso como Francisco, que ha lanzado carcajadas contra el poder absoluto del dinero y del capitalismo y ha erosionado el poder eclesiástico en todas sus formas, está legitimado para desestabilizar el poder absoluto de los medios de comunicación.

3.- ¿Es la blasfemia una provocación intolerable? ¿O quizá el derecho a la expresión debe aceptarse sin reservas ni limites porque es una conquista irrevocable e incondicional del mundo civilizado? Cuando la Ministra de Justicia francesa se opone frontalmente a las declaraciones del Papa en razón de considerarse la patria de la irreverencia, consagra un principio peligroso para la convivencia cívica. Por las mismas razones, que desautoriza los límites al derecho de expresión, deberían ser intocables los Whatsapp, que hablan de amenazas y predican la irreverencia con el orden público: al fin y al cabo son manifestaciones del mismo derecho de expresión. La finura francesa puede dar más de sí.

4.- Al considerar que la libertad de expresión es un núcleo básico, incondicional y absoluto de la civilización occidental, se añade un elemento nuevo, a saber, que quien la matice o simplemente la someta al criterio del buen gusto o al sentido común se considerará un hereje contra la razón ilustrada y un atentado contra la modernidad y los valores de occidente. Ya no estamos ante un agravio y una represalia condenable por provocar muerte, sino ante un conflicto de civilizaciones. El resultado es tremendamente peligroso por las consecuencias que produce, se logra blindar nuestros países a los pasajeros sospechosos, se evita el contagio de los inmigrantes que se declaran sobrantes, se temen a las minorías sociales, culturales y religiosas que con sus estilos de vida cuestionan los nuestros y merecen un control especial; con lo cual se justifica el cierre de fronteras y se impide la movilidad de las personas ante un clima social irracional. El control de aeropuertos, las leyes restrictivas sobre el orden público, la negación de otros derechos civiles como el de manifestación están servidos y justificados a causa del miedo frente al portador de otra civilización incompatible. Sin embargo, las civilizaciones no entran en conflicto sino que lo que chocan es lo peor de cada una de ellas alentados por las tensiones acumuladas en el interior de la única civilización global. Unos y otros luchan por el poder y la influencia, con los mismos medios de comunicación, con sus tarjetas de crédito, con sus agencias globales de financiación, con las redes e Internet. Por debajo del choque de civilizaciones hay una civilización global que debe humanizarse entre todos con pedagogía social y estrategias pre-políticas, a la que el Papa hace una contribución modesta y razonable.

5.- En esta cultura global, no cabe ni el terrorismo que mata ni el desprecio arrogante de las convicciones del otro. Ciertamente, hay que tutelar la risa y la carcajada, hay que promover firmemente el derecho a la vida y el derecho de expresión, pero con la misma firmeza hay que defender también todos y cada uno de los derechos civiles, sociales y políticos. Frente al terrorismo, que mata, no debe haber tregua, pero la reacción no puede ser meramente policial y militar sino que debe implicar el compromiso democrático a favor de la justicia, tanto penal como redistributiva; entonces la libertad de expresión no responderá sólo a las leyes del mercado sino que se someterá al interés general. No se puede confundir la civilización global con una libertad más interesada en producir beneficios para pocos que justicia para muchos. Existe fundamentalismo en cualquiera secta religiosa, y también existe un fundamentalismo de la propia razón cuando la antepone al interés general y a la paz social. Sólo de este modo se puede afrontar un futuro global e interdependiente.

6.- Cuando la humanidad se introduce en esta espiral de acción-reacción se necesitan mediadores mundiales que desde la arena y en el interior de fuerzas contrapuestas llamen al sentido común, detengan las aguas agitadas de la rabia y el resentimiento, y favorezcan la paz a través del encuentro de quienes hoy están en trincheras contrapuestas y excluyentes. Para la nueva civilización se necesitará tanto la verdad de los que defendemos la libertad de expresión como la verdad de lo que defendemos el respeto a las creencias de las personas. Para esta operación no sirve la batalla de la represalia, ni tampoco instalarse en el “o con nosotros o con los terroristas”, sino que es necesario otro camino capaz de tutelar la libertad de expresión y la diversidad cultural y religiosa. La manifestación informal y distendida del papa resulta, de este modo oportuna, adecuada y pertinente en el fondo y en la forma.

  • El texto más completo de las declaraciones papales en el avión puede leerse en Vatican Insider que reproduce también Religión Digital.

  • El vídeo con el simulado puñetazo del papa en YouTube

¿Cómo se explica el discurso del papa Francisco a la Curia?

¿Cómo se explica el discurso del papa Francisco a la Curia?

IV-minilogoEn  La Croix del pasado día 24, Sébastien Maillard, desde Roma, concluía un comentario al sorprendente discurso afirmando: “este discurso es también una llamada al resto de la Iglesia. El papa la invita a posicionarse”. Iviva se posiciona a favor de la profunda renovación iniciada por Francisco e invita a todos a posicionarse.

Esta es la traducción del texto de Sébastien Maillard:

Felicitando la Navidad a la Curia vaticana, el papa Francisco ha descrito, una a una, las quince “enfermedades espirituales” que están afectando al gobierno central de la Iglesia católica. Y lo ha hecho mediante un discurso muy vivo, tanto en el fondo como en la forma,  y lleno de frases chocantes.

 

Al finalizar el mismo, los miembros presentes le han aplaudido y han ido saludando, uno a uno, al papa. Queda por ver el efecto de semejante discurso en la reforma de la Curia en curso.

 

Marco Politi, vaticanista, autor  del libro “Francisco entre lobos” ha declarado al periódico italiano “Il Fatto Quotidiano”: “Aparentemente, este discurso es un listado de pecados, de los que Francisco ya había hablado antes de ahora. Pero las circunstancias en las que se ha efectuado indican que el papa tiene dificultades. Percibe con toda claridad que sus posicionamientos tienen una acogida minoritaria en la Curia. El último Sínodo sobre la familia le ha mostrado con toda claridad que los jefes de los dicasterios (el equivalente a los ministerios de la Curia) no apoyan su voluntad de apertura. Y le ha hecho percatarse de que no muestran entusiasmo alguno en la reforma de la Curia. Tal es, por ejemplo, la posibilidad de confiar más responsabilidades a las mujeres.

 

Una oposición silenciosa y educada

 

Lo más duro para él no son los posicionamientos de aquellas personas que propalan públicamente sus diferencias, como el caso del cardenal Gerhard Müller (prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe) o el cardenal Raymond Burke (recientemente apartado de la Curia por el papa). Éstos son adversarios leales. Los adversarios más peligrosos son los que se refugian en un silencio educado, un comportamiento que puede acabar reuniendo una oposición poderosa.

 

En este sentido, su discurso se presenta como una señal de alarma en toda regla. El papa Francisco envía algo así como una última advertencia a la Curia romana. Es posible que algunas de las “enfermedades” que describe animen a tal o cual miembro, individualmente, a cambiar. Como, por ejemplo, cuando habla de la “doble vida” o cuando denuncia el tren de vida de muchos de ellos. Al explicarse en estos términos, muestra estar muy informado de lo que pasa. Y, a la vez, que no tiene intención alguna de cambiar en todo lo referente a la reforma de la Curia. Ya en su  época, el mismo Juan XXIII conoció una parecida oposición a sus reformas.

 

Una llamada a posicionarse

 

Pero este discurso es también una llamada al resto de la Iglesia. El papa la invita a posicionarse. Anima a que los sacerdotes, los obispos y también los laicos apoyen su reforma de la curia y de la Iglesia. Hasta el presente, los diferentes movimientos de Iglesia, sean del signo que sean, no se han pronunciado al respecto. Sus palabras son una clara invitación a reaccionar”.