San Romero de América, muéstranos el camino de la libertad

Por Neus Forcano i Aparicio, teóloga y filóloga, del Consejo de Dirección de Iglesia Viva

El nombre de Romero va unido al de América. A la sangre de América: la derramada y la que persiste y resiste una y otra vez, incansable, resiliente. Las venas abiertas de América latina -que Galeano nos hacía observar sin tapujos ni eufemismos. El nombre de Romero me devuelve a las américas latinas con las que hemos estrechado lazos y descubierto afectos a través de proyectos de solidaridad.

Echo en falta estos lazos, pero me temo que en Europa, nos ciega ahora una niebla espesa provocada por la crisis económica, la descomposición de la democracia y el olvido de los derechos humanos. Ignoramos a los jóvenes que se suicidan en los campos de refugiados, no vemos los muertos que engulle el mar. Quizás nos ha vencido la vergüenza y hemos empequeñecido ante nuestros hermanos y hermanas de Latinoamérica que, en muchos casos, después de sufrir guerras civiles y dictaduras sádicas consiguieron, en la década de los 90 y los 2000, llevar a cabo -ellos sí- procesos constituyentes y revolucionarios. Al menos poder repartir tierra y pan a los campesinos hambrientos, cesar la represión, pacificar el país, las Instituciones, reconvertir la policía y el ejército: fruto de los acuerdos de Chalatenango a Chapultepec (1992), otro Salvador era posible gracias a la conciencia y a la denuncia de voces como la tuya, Romero, altavoz incómodo de las voces de los “nadies”.

Otras américas insurgían inéditas: la Nicaragua sandinista, el Ecuador de Correa, la que ya fue revolución popular de Venezuela, el impresionante apoderamiento de los indígenas en Bolivia, la lucha contra la privatización del agua de los que siempre habitaron la montaña, el Brasil de Lula…pero como en Europa, como en Estados Unidos, los Salvini, los Trump, hacen de espejo de los Bolsonaro, y muchas de las agendas de políticas sociales, del bien común, del estado como garante de derechos democráticos, están dejando paso a un fundamentalismo funesto que prefiere el lucro antes que la vida humana, y que manosea al mundo para su exclusivo uso y abuso.

San Romero de América, muéstranos el camino de la libertad; tú, que en plena crisis social y política en El Salvador de los 70, te pusiste del lado de los campesinos, de los enfermos, de las familias que agradecían cada mañana las tortillas de maíz. El 24 de marzo del 1980, durante la misa en el hospital, te mató una bala de los escuadrones de la muerte, paramilitares de la extrema derecha que, aliados con el ejército gubernamental (FAES), empezaron una guerra despiadada y cruel contra el pueblo. Un pueblo harto de violencia y fraudes electorales que se organizaba en guerrilla (FMLN) para frenar la impunidad de los militares. La Comisión de la Verdad de la Naciones Unidas determinó la autoría del asesinato de Romero: un sicario y el jefe de los escuadrones de la muerte, junto con ARENA (el partido oficial). Los responsables nunca fueron enjuiciados.

Me leí atónita y de vez tu biografía, Romero, el año 2002 en Sao Félix, en la biblioteca del centro pastoral del obispo Casaldáliga. Las aguas quietas del Araguaya también hablan de mártires; el obispo Pedro ora por ellos, con ellos y desde ellos, desde el mismo momento en que pisó la tierra roja en 1968 y plantó cara a latifundistas y pistoleros. En América aprendí que a las vidas se las lleva una bala de hambre y de abandono. Una bala y otra y otra que paga el que tiene la tierra; sí, uno o dos de cada centenar.

Romero y Ellacuría en El Salvador, como Casaldàliga, el padre Joao Bosco, y el padre Jósimo en Brasil, junto con las agentes de pastoral, las religiosas, los jóvenes y los voluntarios internacionales, han sabido convertir en pan de vida su gesto acogedor, su ternura, su libertad de acción. Construyeron comunidad con los pobres, con los indígenas, con las familias aturdidas por tanta muerte y por tantos desaparecidos; construyeron ekklesia y escuelas, y crearon escuela.

Romero, denunciaste la violación repetida de derechos humanos en tu país, y manifestaste públicamente tu solidaridad hacia las víctimas de la violencia política. El pastor se convirtió en cordero en el mismo altar. Símbolo eucarístico y sangre derramada por amor y para todos. Romero, este 14 de octubre del 2018, se celebra tu memoria viva, porque más de 7000 salvadoreños y otros miles de personas que han llenado la plaza de San Pedro te reconocen santo de Dios. El Papa Francisco lo bendijo, pero él, que también sabe de persecuciones y de muertes injustas, actualiza lo que no ha dejado de ser tu vida para el pueblo: oferta de plenitud para que continuemos resistiendo, denunciando, amando, buscando la justicia y construyendo comunidad humana.

Transcribo el poema que el obispo Pedro Casaldáliga escribió cuando Monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo del 1980:

San Romero de América, pastor y mártir

…Tu ofrecías el Pan
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
su derramada Sangre victoriosa
-la sangre campesina de Tu Pueblo en masacre…

…Estamos otra vez en Pie de Testimonio,
San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta Tierra en guerra,
Romero en flor morada de la Esperanza incólume de todo el Continente,
Romero de la Pascua latinoamericana!
Pobre pastor glorioso,
asesinado a sueldo,
     a dólar,
     a divisa;
como Jesús por orden del Imperio.

El Pueblo te hizo santo…
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.
Como un hermano herido
por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar solo en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
Pero sabías dar a tu palabra libre,
su timbre de campana!
Y supiste beber el doble cáliz
del altar y del Pueblo
con una sola mano consagrada al Servicio.

…San Romero de América,
pastor y mártir nuestro:
nadie hará callar tu última Homilía!    

               Pedro Casaldáliga, Sao Félix do Araguaia – Mato Grosso, Brasil (1980)

 

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