Reflexiones en cuarentena

Por Mercedes Arbaiza. Historiadora. Del Consejo de Redacción de IVIVA

[Este artículo forma parte del sumario del número 281 de Iglesia Viva, que aparecerá en los próximos días]

El tiempo

Siento que la pandemia nos ha introducido en la máquina del tiempo, evocando la película Regreso al futuro, una especie de tobera en la que todo empieza a dar vueltas, y el tiempo se para y se acelera, a la vez. El orden normal de las cosas de repente se ha vuelto loco. El virus ha dado a la vez a la palanca del freno y del acelerador.

Confinándonos. Un parón en nuestra agenda, que parecía intocable. Había una palabra que se repetía en los primeros días. Pospuesto. Postpuestos nuestros planes, nuestros abrazos y nuestros besos, nuestros viajes y encuentros. También nuestras formas de vida. ¿Postpuestas o interrumpidas?

Acelerando el tiempo. La lucha por la vida en esta segunda semana nos enfrenta a la supervivencia y a la muerte. Nuestros amigos, familiares y conocidos están luchando en urgencias. Las morges. Las hileras de féretros. Nuestrxs ancianxs llorando viendo como llega su hora. De forma vertiginosa nos enfrentamos a la radicalidad de la vida y de la muerte.

Tomo de Virilo la propuesta de “accidente”. Hemos perdido el control de la situación porque no gestionamos el tiempo de las cosas. Vivimos en pánico una vez que, de pronto, no dominamos el mundo. “La independencia del mundo”, que afirma Santiago Alba (¿Qué nos está pasando realmente? 17de marzo de 2020 en el diario.es).

Yo diría que estamos viviendo un tiempo de interrupción. Varias voces se han pronunciado en esta dirección en estos días; quizás con otras palabras, pero apuntan hacia lo mismo: el papa Francisco, Reyes Mate, Fernando Vidal, Adela Cortina entre otros. En la interrupción del tiempo, que no suspensión, algo nuevo irrumpe, algo atraviesa el COVID 19, sin que sea propio del virus. Una experiencia disruptiva, que desborda nuestra percepción del mundo, nuestras relaciones con los otros y con nosotros mismos. Se abre un proceso creativo, novedoso y singular. En forma de fisuras o, si quiere, de intersticio. Afecta a nuestras formas de pensar y de valorar, socava algunas de las convicciones que se habían convertido en consignas, prácticas muy interiorizadas que operaban de forma inconsciente. Por ejemplo, la de vivir sin temor a la muerte. O el presentismo como forma de vida.

Me impactó Joker. No quiero reconocer el carácter premonitorio al que apunta. Me resisto a que su sonrisa, la de payaso que se ríe del absurdo de la ciudad en la que vivimos, se agigante estos días. Una sensación de distopía brutal. Quizás un tiempo apocalíptico. No sé. Me gustaría entenderlo, pensarlo juntxs.

 

La angustia de no tener un mapa

Es difícil dar sentido a lo que nos está ocurriendo, entre otras razones, porque no podemos enfadarnos. La ira es una emoción muy política que nos ayuda, paradójicamente, a razonar. La indignación colectiva es un vínculo que nos pone en movimiento, nos proyecta hacia el exterior, sobre las personas o grupos que consideramos responsables del mal causado, por cuanto lo han llevado a cabo intencionadamente. El 15M nos enseñó que la indignación aporta certezas, no sólo las de un profundo malestar, sino también la seguridad de las causas de la crisis que estábamos viviendo. “Nos han robado la cartera” pensábamos. La ira nos catapulta hacia un sentido común compartido de restauración de un estado de justicia hecho añicos.

El coronavirus se vive colectivamente como un accidente. Vivimos en shock y no hay culpables, al menos aparentemente; no sabemos a quién atribuir la responsabilidad de esta crisis. Es difícil enfadarse. No me refiero, claro está, a ese estado de ansiedad y tensión hacia los vecinos que se saltan el confinamiento (es extraordinario el estado de control policial desde los balcones hacia la calle); ni tampoco a la rabia e impotencia que produce la insuficiencia de mascarillas y de material sanitario. Lo cierto es que no tenemos claro quién y por qué se ha producido esta catástrofe. Las teorías conspirativas van perdiendo sentido al ver la dimensión global de la misma. Nadie se libra. Es una tarea agónica pensar en esta situación.

Quizás, en la primera semana, nos lamentábamos. El postfactualismo del lamento. ¿Acaso no hemos sido capaces de escuchar a los profetas que gritaron en el desierto? Porque ¿en quién confiar en una sociedad atomizada como la postmoderna? Algunos foros militares ya apuntaban el riesgo biológico en el marco de la crisis de la civilización. También Bill Gates reflexionó hace unos años con precisión sobre las posibilidades de una crisis vírica de carácter global, en un vídeo, que estos días se ha hecho viral y que, le está encumbrado como una voz lúcida y socialmente desperdiciada. Pero ¿realmente son el ejército o Bill Gates nuestros profetas? Algunos dirán, los científicos, los saberes expertos. Como si la ciencia fuera un conocimiento neutro y trasparente.

El impacto emocional nos ha alterado profundamente, ha cambiado nuestra percepción de las cosas pero no sabemos como interpretarlo. Estamos sin herramientas. No es posible la ira para restaurar la justicia perdida. No tenemos un mapa que nos oriente.

 

La UCI

Estos días la UCI es nuestro cinturón de seguridad. Me lo ha explicado bien Alberto Infante, un médico amigo y poeta, experto en política sanitaria. Es el último eslabón en la cadena de cuidados y de seguridad que nos permite no atravesar el umbral de la muerte. Quién haya estado alguna vez en este espacio se habrá dado cuenta que tiene algo de sagrado. Es algo más que una estancia medicalizada con una gran intensificación de conocimiento experto. El ambiente es de silencio y respeto. Se habla bajo. Se respira el cuidado que las enfermeras y médicas brindan a lxs enfermxs, también la paciente atención a sus constantes vitales. Cuando entras, la atmósfera abre un hueco, un espacio de intersección entre la vida y la muerte, en mitad de la vorágine de los hospitales.

Aguantamos el confinamiento brutal de estas semanas por un objetivo social que hemos aceptado. Hemos sido obedientes y disciplinados porque hemos comprendido, y según pasan los días cada vez mejor, que “todos somos responsables de que la UCI no se sature”. Todo lo que hacemos estos días, lavarnos las manos, no besarnos, aislarnos, no vernos entre las personas queridas, tocarnos con la palabra y con la escritura, el teletrabajo, suspender el suministro de cosas, la inmovilidad etc., en fin, todos estos hechos tan disruptivos, son, para la mayoría, la única manera de sostener ese espacio sagrado al que confiamos la vida en sus más difíciles momentos.

 

Lxs héroes

Voy a tomar la UCI como metáfora del tiempo/espacio donde se libra la lucha entre la vida y la muerte. Un espacio poblado por médicxs, trabajadoras sanitarias, auxiliares, distribuidores de alimentos, trabajadoras sociales de las residencias, cajeras y reponedoras de los supermercados, limpiadoras, basureros, agricultores y ganaderos autónomos, los vigilantes de la ley. Curioso. Son los perdedores de la crisis del 2008. Quienes han vivido la precariedad, el paro, los ERES, la reforma laboral, se han convertido en héroes y heroínas, exponiendo sus vidas, en las zonas de mayor riesgo. Quienes antes se autodefinían como “la clase obrera”, y que hoy se reúnen bajo el eufemismo de “clase media trabajadora”, personas anónimas que entienden bien la vulnerabilidad. De pronto ya no nos sirven los futbolistas, ni los famosos, ni los presentadores de TV, ni tampoco los youtubers. Interesante.

Acabo de leer hoy que algunas corporaciones se suman a este esfuerzo colectivo y solidario. Movistar nos ha regalado datos para los móviles, Inditex echó atrás su ERTE, Decathlon dona todas sus máscaras de buceo como respiradores, Eroski se hace cargo de todos los excedentes de los pequeños agricultores de la zona… Quizás haya que pensar que la solidaridad se extiende por todas partes y que sacamos lo mejor de nosotros mismos. O, quizás, también, a la vez, es una reacción ante una amenaza evidente: no sea que “la conciencia de clase”, ya olvidada y algo viejuna, vuelva a cobrar vida y dar sentido a una cultura política que ya no responde meramente a los “intereses de los trabajadores” sino a una humanización de los vínculos sociales que trasciende el bienestar particular.

 

Los cuerpos

Los virus nos vinculan corporalmente a todxs, a la comunidad, en dos sentidos contrapuestos. A través del miedo. Las enfermedades infecciosas separan cuerpos, verticalizan las relaciones sociales, estigmatizando a los portadores del virus. A través de la empatía con la persona afectada, con la vulnerabilidad del otro. Los cuerpos entonces se acercan estableciendo vínculos más horizontales y comunitarios.

Todas las epidemias generan pánico porque el miedo a la expansión del virus se experimenta en tiempo real. Hacen aflorar el pavor a ser contagiado por “el otro” que es percibido sobre todo como eso, como un cuerpo. El miedo es una emoción que nos protege, porque nos pone en guardia frente a los peligros. Pero también es cierto que cuando se instala socialmente, genera relaciones sociales presididas por la desconfianza. Históricamente hemos aprendido que las epidemias crean una atmósfera propicia para construir la alteridad, cualquier “otro” de origen étnico, social u territorial, se exterioriza; la razón es que nos puede contaminar.

La historia social de las epidemias desgraciadamente arroja como resultado un aumento de las diferencias sociales y, sobre todo, la estigmatización política del grupo portador. Los cordones sanitarios, tan utilizados históricamente como un método de lucha contra las epidemias -aislar y confinar en lazaretos, en hospitales, en barrios- contienen un dedo político legitimado para apuntar hacia alguien, a las personas contaminadas. El peligro real es que los cordones sanitarios se conviertan en cordones sociales, como se demostró con el SIDA y el colectivo gay. También en el caso de la gran huelga de los mineros que bajaron a Bilbao en 1890 con sus demandas -“queremos ser hombres” era el lema de sus pancartas- . Esta expresión de ira obrera que dio origen al socialismo como movimiento social en España, fue la reacción social a las medidas de aislamiento social que les aplicaron con motivo de la epidemia del cólera de 1884. Coincidían con los “cuerpos oscuros, que dan asco de las familias recién llegadas a trabajar en las minas y las industrias de la margen izquierda del Gran Bilbao. La política higienista, con la mejor de las voluntades, generó auténticos guetos. Se construyó socialmente el cuerpo abyecto, lo totalmente otro, ajeno a la condición humana y por lo tanto, objeto de políticas de segregación.

En plena irrupción del coronavirus nos alertaron del “peligro chino”. La cultura de la alteridad frenó una reacción empática ante una epidemia que fue percibida como “extraña”. Entrenados como estamos, en tiempos postmodernos, a la práctica de identificar al diferente, la reacción de Europa al foco de la epidemia de Wuhan fue muy lenta. No nos sentíamos concernidos. Era la suerte de seres ajenos a nuestra civilización.

El virus, sin embargo, ahora campa a sus anchas por el mundo y se contagia con una velocidad inusitada, haciendo imposibles las políticas de aislamiento sobre los grupos contagiados. ¿Recordáis que lejos nos queda la primera etapa de búsqueda del “paciente cero”, para seguir su rastro y aislar de la vida social a los contaminados? Hemos pasado a una segunda fase, catastrófica, que nadie deseaba. El coronavirus se ha instalado en la comunidad, superando y borrando entre sus víctimas las diferencias sociales y territoriales. En esta segunda semana de confinamiento, la propagación del COVID 19 ha destrozado el contenido social, cultural y territorial de los cordones sanitarios. El 27 de Marzo se han contabilizado 25.OOO positivos en Nueva York en un día, y 80.000 contagiados en USA en unos pocos días. Sabemos que el número de contagiados se dispararan en los próximos días.

El virus viaja a lomos de los cuerpos jóvenes y sanos, los que más se mueven, y ataca a los cuerpos más vulnerables y, sobre todo, a los mayores. Nos ha cambiado el sentido de las relaciones entre las generaciones. De la noche a la mañana, experimentamos esa sensación de que nuestro cuerpo es portador, y que nuestras acciones, movimientos y prácticas tienen consecuencias en otros, precisamente en los más débiles. Ya no hay un “otro” del que protegerse. El virus nos hace a todos responsables de la vida de ese otro y especialmente, de las personas mayores, precisamente el sostén de la crisis del 2008. Quizás los jóvenes empiecen a quitarse los cascos y asomen sus cabezas fuera de sus círculos solipsistas. Quizás empecemos a entender corporalmente, una especie de segunda naturaleza, que todas las decisiones individuales tienen consecuencias sobre la comunidad. “El otro” a estas alturas de la epidemia está cerca, es alguien conocido, algún familiar, personas que queremos, un hijo, los padres, mi pareja, amigos. “Lo personal es político” es el lema que desde los nuevos movimientos sociales de los años sesenta (el feminismo y el ecologismo) se propone como guía política. Quizás hoy sea más inteligible.

 

“O todxs o ningunx”

El coronavirus está en todas partes, tiene una escala global. La experiencia del miedo se ha extendido a todos los grupos sociales, también a los ricos. También necesitan la UCI. Todas las vidas tienen el mismo valor y, a la vez, a nadie le ha pasado desapercibido que el virus ha podido con la vida del Marqués de Griñón, o de Lorenzo Sanz, ex Presidente del Real Madrid. O que Esperanza Aguirre y su marido han sido curados en un sistema sanitario en el que todos los hospitales obedecían a principios de universalidad, no mercantiles. Quienes adelgazaron la UCI, porque no entienden de vulnerabilidad, porque se viven infalibles, fuertes y poderosos frente a la adversidad, han tenido que acudir a ella.

La experiencia de la pandemia ha generado una certeza, todos sin excepción somos vulnerables e interdependientes. Cuando hablo de certezas aludo a una suerte de segunda naturaleza, se nos ha incrustado en el cuerpo y pasa a formar parte del sentido común, el bons sens, aquellas verdades que damos por supuestas y no están sujetas a controversia.

Los aplausos de las 20h de la tarde se han convertido en la manifestación de las plazas, el encuentro de la comunidad, en todos los pueblos de España, de apoyo a nuestrxs héroes, el personal sanitario. Si no aplaudes te afean la conducta. Es más, nos obligamos unos a otros a salir a los balcones. ¿Alguien se atreve hoy a cuestionar un servicio de salud universal y gratuito? ¿No creéis que por la vía de los hechos el valor de lo público esta saliendo del terreno del debate político y de lo opinable?

No nos podemos salvar “nosotros” solos, como proponían los líderes de la ultraderecha nacionalista. El “nosotros” patriótico de Trump o de Johnson no ha sido operativo. Ha fracasado, aunque lo han intentado. Apenas ha durado dos semanas la propuesta de darwinismo social, que sobrevivan los fuertes y mueran los débiles por mor del bienestar de la economía y de las generaciones futuras. Sacrificar a los ancianos de la comunidad ha sido una de las posibilidades que han barajado. No han podido. La historia les juzgará por ello.

¿No creéis que la comunidad refuerza sus vínculos horizontales, un sentimiento compartido de supervivencia y vulnerabilidad?

 

El espíritu del 45.

Tengo la sensación de que vivimos tiempos similares a El espíritu del 1945, magníficamente tratado por el documental de Ken Loach (2013). Algunas expresiones evocan aquel ambiente de la postguerra que impulsó la necesidad de declarar el carácter “universal” de algunos servicios sociales: educación, sanidad y pensiones. Es irónico que se hable de propuestas “creativas” como un Plan Marshall, es decir, buscar soluciones en experiencias históricas pasadas, denostadas y olvidadas por el ciclo neoconservador de estos últimos treinta años. Dirigentes ultraconservadores como Trump o Johnson han aprobado planes de intervención económica de corte keynesiano. Antes de ayer, el ex ministro de economía y actual vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos, proponía como medida la aprobación de un ingreso vital mínimo para la ciudadanía europea. ¿No fue un hombre liberal como Beveridge quien puso las bases de lo que sería el sistema inglés de salud pública? Su doctrina tuvo éxito en el contexto arrasado de la postguerra. En 1945 se percibió socialmente autoevidente que había que garantizar la seguridad a las personas, a todas, “desde la cuna hasta la tumba”. Fue uno de los pilares teóricos del Estado del Bienestar.

¿Quizás hoy estamos más cerca de un Estado de Bienestar Europeo?

Ya sé que precisamente ayer (26 de Marzo de 2020) el norte y el sur de la Unión Europea no llegaban a acuerdos sobre políticas sociales comunitarias. También sé que Antonio Costa, presidente de Portugal no acepto la política de la culpa y estalló frente el “repugnante” discurso de Holanda.

¿No creéis que estamos interiorizando que “o todxs o ningunx”?

 

Poesía en cuarentena

Me gustó la solidaridad entre dos fenómenos en principio ajenos que se funden en estos días, la cuarentena y cuaresma, que propone Reyes Mate en su entrevista en “La aventura del saber” de RTVE del 19 de marzo de 2020. Se ha escrito mucho en la primera semana de confinamiento sobre lo que significa parar, escuchar, el poder tocarnos con la palabra, el volver a mirarnos sin prisa. El arte, la poesía como forma de expresión ha explotado en unos días muy creativos, de gran sensibilidad social. Un lenguaje muy sensorial que afecta a los sentidos y nos cambia la disposición hacia nosotros y hacia los demás. Jorge Drexler, uno de mis cantautores favoritos, nos brindó en los primeros días la poesía “Codo a codo”, una nueva forma de saludo entre quienes nos queremos pero no nos podemos tocar. Una metáfora de cómo nos vivimos estos días.

Dejar un comentario