¿Pueden hacer política las monjas Caram y Forcades?

IV-minilogo

El mediatismo de dos monjas españolas de clausura ha vuelto a plantear a la opinión pública un tema sobre el que Iglesia Viva publicó su número 260 sobre Dimensión social y política de la vida monástica. Precisamente en un artículo de Carlos García de Andoin publicado en él -Política desde el Monasterio-, se basa el periodista PEDRO ONTOSO  para hacer el sensato discernimiento que hacía ayer en El Correo

Los miembros de las órdenes religiosas pueden meterse en política? ¿Pueden hacer política sin quitarse el hábito? ¿Pueden identificarse con una ideología concreta, con unas siglas, y hacerlo público? Cuando san Romero de América defendía a los oprimidos y fustigaba a la oligarquía ¿hacía política? Cuando los obispos vascos criticaban la ley de partidos ¿hacían política? Cuando los cardenales Rouco y Cañizares defendían la unidad de España como un bien moral ¿hacían política? Estas y otras muchas preguntas han surgido a propósito de la llamada al orden del Vaticano a la monja Lucía Caram por su activismo político, y la decisión de la monja Teresa Forcades de exclaustrarse para presentarse como candidata a presidir la Generalitat. ¿Un proyecto político es más o menos cristiano porque viene avalado por una autoridad religiosa?

A lo mejor, el problema de fondo es la posición ‘política’ de la Iglesia catalana, dirigida por obispos conservadores en cuanto al magisterio eclesial, pero muy catalanistas, e incluso nacionalistas, en asuntos de identidad. El órdago soberanista de Artur Mas, que caló de manera profunda en la sociedad catalana, movilizó apoyos en el entorno eclesial –muy influyente todavía–, lo que alarmó al Gobierno del PP. Coincide, además, con los movimientos para relevar a Martínez Sistach como arzobispo de Barcelona y cabeza visible de la Iglesia de Cataluña. Los enviados del Ejecutivo de Rajoy han competido en Roma con los enviados de la Generalitat para hacer valer a sus propios candidatos, porque se trata de un nombramiento con lectura política.

Se han cumplido ahora cincuenta años de la famosa entrevista al abad Aureli M. Escarré en el diario ‘Le Monde’, en el que defendía la lengua catalana y criticaba la falta de libertad en el régimen franquista. El clérigo benedictino ofició la boda de Jordi Pujol en Montserrat, donde el líder político fundó Convergencia, también con las bendiciones del obispo Joan Carrera. Esa urdimbre entre el nacionalismo catalán y la dirección religiosa en la comunidad se ha mantenido. El nuncio (embajador) de la Santa Sede en España, Renzo Fratini, ya salió al paso de unas declaraciones del abad del monasterio, Josep María Soler, en las que sostenía que si los catalanes votaban a favor de la independencia, el Vaticano establecería nuevas relaciones diplomáticas con un hipotético Estado catalán.

Política desde los monasterios

Parece claro que muchos monasterios ostentan una significación política. ‘Iglesia Viva’ dedicó el año pasado un número monográfico a esta cuestión bajo el epígrafe ‘Dimensión social y política de la vida monástica’. Un rasgo político se deriva del vínculo a la tierra por siglos y siglos. «Este rasgo acaba convirtiendo a la comunidad monástica en icono de la identidad colectiva de un pueblo, una región o un país. Es el mismo hilo el que cose las sucesivas etapas de esas historias colectivas tejiendo su continuidad y confiriendo un relato de sentido. El monasterio se constituye en reserva espiritual de esa historia, ejerce una función de custodia, que en caso de necesidad puede tornarse en símbolo de resistencia de esa identidad sedimentada en el tiempo», escribe el profesor Carlos García de Andoin en la revista de pensamiento cristiano en un artículo titulado ‘Política desde los monasterios’.

Ejemplo de ello serían San Millán de la Cogolla, símbolo de lengua e hispanidad, o la abadía de Montserrat, templo de la catalanidad. En menor grado el convento franciscano de Arantzazu, identificado con la euskaldunidad.

El segundo rasgo político viene dado por el potencial simbólico de que un monasterio goza en la necesaria función social de legitimación de hegemonías. García de Andoin escribe que «aquello que el monje o la monja bendice parece quedar sustraído de la rivalidad política, del partidismo, pasando entonces del territorio de lo parcial al orden natural de ser de las cosas. De la parte al todo. Ese es precisamente el triunfo de la ideología, cuando ésta se transmuta en orden, esto es, en hegemonía», sostiene, citando a Ernesto Laclau, uno de los padres ideológicos de Podemos, del que han aprendido la teoría de los significantes vacíos. «Porque el éxito de la ideología es precisamente su autoocultación, lo que se produce cuando pasa del territorio de lo opinable al de lo plausible. La función de la ideología es precisamente la de naturalizar el orden social, esto es, borrar las huellas que cuestionan el sentido de certeza referido a la naturaleza de lo social», añade el experto en asuntos religiosos. En ‘La Vanguardia’, el analista Enric Juliana identifica el significante -el concepto acuñado por Laclau-­ con el hábito de las religiosas, que nunca van de civil.

La politización se da en monasterios muy singulares. Aznar eligió el austero almuerzo en silencio en Silos y la partida de mus en Quintanilla de Onésimo para comenzar cada año el curso político. «Raíces y tradición del pueblo castelllano, cuna de una nación», se lee en ‘Iglesia Viva’. La abadía de la Santa Cruz, ubicada en el Valle de los Caídos, también lleva su carga simbólica. Si en algún momento de la hegemonía nacional-católica pudo representar una función reconciliadora, la ubicación de la tumba de Franco en la basílica la convirtió en un lugar de memoria del dictador. El Gobierno del PSOE nombró una comisión de expertos para estudiar su futuro, pero faltó una actitud colaborativa por parte de la jerarquía española y de la propia comunidad benedictina. Rouco Varela la boicoteó, precisamente por la presencia del monje benedictino e historiador Hilari Raguer, autor del libro ‘Ser independentista no es pecado. La Iglesia y el nacionalismo catalán’.

El hábito hace al candidato

El ‘ora et labora’ se puede entender de muchas maneras. Sor Lucía Caram, monja dominica del monasterio de Santa Clara de Manresa, protagoniza un activismo político notorio y con mucho eco mediático. Y no oculta sus preferencias. Se declara enamorada de Artur Mas (CiU), hace campaña en favor de Trías y sacude de manera inmisericorde a Rajoy, al que ha llamado «incapaz». En realidad, la hermana Caram, que desarrolla una labor social y benéfica, critica la corrupción y defiende a las víctimas de los recortes. Incluso ante el mismo Papa.

Después de que la Nunciatura la llamara al orden para que volviera al claustro y a la vida contemplativa, la monja –nacida en Tucumán, Argentina– le ha escrito una carta a Francisco en la que le solicita que la deje seguir trabajando junto a los que sufren, al tiempo que denuncia al Gobierno del PP «que desoye las justas reivindicaciones de los ciudadanos». Lo curioso es que justo cuando el Papa ha exhortado al Capítulo General de la Orden de los Frailes Menores a mantener su identidad en el «mundo entero» como claustro, sor Lucía Caram ha reivindicado el carisma de los franciscanos: «Mi claustro es el mundo».

«Tomando partido por los pobres, busco consenso y pactos, alianzas con todos los sectores de la sociedad. Y me quieren silenciar porque dicen que eso es hacer política, cuando mi única política es la del Evangelio», le traslada al pontífice. Lo que especifica a renglón seguido –no en la carta al Papa, pero sí en declaraciones a EL CORREO– es que la política del PP no tiene nada que ver con el Evangelio. Y lo que no dice es que el Gobierno de Mas es uno de los que más recortes ha realizado. ¿Un pecadillo venial?

El caso de Teresa Forcades, miembro de la comunidad de benedictinas del monasterio de Sant Benet, en Monserrat, es distinto. La monja ha hecho campaña en favor de Ada Colau porque su plataforma, Procés Constituent, forma parte de la candidatura Barcelona en Comú, que ha arrebatado la alcaldía a Trías, el representante de CiU. Ahora, la hermana benedictina se plantea presentarse como candidata de Procés Constituent en las elecciones a la Generalitat del próximo 27 de septiembre. Hasta ahora, Forcades pensaba que esa posibilidad no existía porque creía que para ello debía dejar de ser monja y no tiene ningún deseo de dejar de serlo. Pero se le ha abierto la posibilidad de pedir un permiso en el monasterio para un año prorrogable a dos. Una especie de excedencia para dejar de ser monja sólo temporalmente. «Después de uno o dos años podré volver a mi monasterio», ha confiado a sus allegados.

Esto ya es harina de otro costal. Aunque Forcades asegura que se ha ganado un espacio político que evita la confrontación entre el tema social y el nacional, Procés Constituent sigue siendo un espacio de confluencia rupturista en Cataluña. Con gran formación, tiene un cierto encanto al hablar y, sobre todo, gran capacidad de arrastre. Hasta ahora, la monja ha cuidado su imagen y si bien viste vaqueros, no se ha quitado la toca. Si salta a la arena política parece lógico que se desprenda del hábito. La gente la va a situar en una trinchera.

One comment on “¿Pueden hacer política las monjas Caram y Forcades?

  1. Pascual 9:47 pm 10 Jun,2015

    ¿Y Por qué no? La política debe de ser misión de esforzados, de “dedicados al trabajo político” y desinteresados. Y estas mujeres dan el perfil adecuado; es más: sumarían al nombre de trabajador político el de “consagrados al trabajo político” como un entregarse en cuerpo y alma a la administración en provecho del bien de los demás, de todos los demás. Y me parece que actúan correctamente con ese permiso o excedencia en su Orden para, desde su espíritu altruista práctico, dedicarse en actitud concretísima al servicio de los ciudadanos. Por mi parte ¡bienvenidas sean!

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