Providencia

Carlos Fernández Barberá es suscriptor de Iglesia Viva, sacerdote de Madrid y fundador de Alandar.

Hablar de Dios siempre es arriesgado porque lo es utilizar palabras para nombrar al Innombrable. Y sin embargo es imposible no hacerlo. Aunque, como decía un santo Padre, del universo sube hasta Dios una alabanza de silencio, nuestro silencio, inevitable al final, sólo puede venir después de hablar.

Es cierto que la tradición popular cristiana ha interpretado al pie de la letra la afirmación de que Dios es Dios con nosotros y ha tendido a convertirlo en algo cercano, abordable, casi tangible. Dios estaba a nuestro lado, participaba en nuestros asuntos, intervenía en los acontecimientos. Por este camino y poco a poco se fue convirtiendo en una causa más –aunque sin duda la más importante– en el devenir de este mundo.

La conciencia de la secularidad de lo creado ha terminado con esta imagen. No sólo hemos entendido que el mundo es secular y por tanto autónomo. No sólo hemos comprendido que es así por la voluntad de Dios mismo. Nos hemos dado cuenta de que un Dios intervencionista, metomeentodo, que hace y deshace en la historia, es en realidad impensable. No puede a la vez hacer que llueva por las rogativas de los agricultores y que haga buen tiempo a beneficio de los veraneantes. Y menos puede curar a quienes se lo piden y dejar morir a los que no han tenido esa idea. No, como ha dicho la teología moderna, creando el mundo y a personas libres, Dios ha optado por su propia retirada.

Muchos conocerán la parábola del jardinero que propuso Flew: “En una ocasión dos exploradores se toparon con un claro en la selva. En el claro crecían muchas flores y plantas. Uno de los exploradores le dijo al otro: “Algún jardinero debe atender este jardín”. El otro no está de acuerdo. “No hay jardinero”. Así que montaron sus tiendas de campaña y echaron un vistazo. No se veía a ningún jardinero. pero quizá es un jardinero invisible”. Así que instalaron una cerca de alambre con púas. La electrificaron. Patrullaron con perros. Pero ni un solo grito sugirió que alguien podría haber sido herido con la cerca. Ni siquiera un solo movimiento del alambre descubrió a un trepador invisible. Los perros sabuesos nunca dieron alerta. Sin embargo, el creyente no estaba convencido. “Pero hay un jardinero, invisible, intangible, insensible a las descargas eléctricas, un jardinero que no tiene olor ni hace ruido, un jardinero que viene secretamente a cuidar del jardín que ama”. Al final el escéptico se desespera, “¿Pero qué se deduce de tu afirmación original? ¿En qué difiere lo que tú llamas un jardinero invisible, intangible, eternamente evasivo, de un jardinero imaginario, o incluso de ningún jardinero en realidad?”.

Para los efectos de lo que veníamos diciendo, la última pregunta de la parábola podría formularse también así: si Dios ha dejado que el mundo crezca autónomamente y ha decidido retirarse ¿qué necesidad tenemos de ese Dios ausente? O bien ¿sigue Dios influyendo en el mundo? Y en el caso de una respuesta positiva ¿de qué manera puede hacerlo sin destruir su autonomía, que El mismo ha elegido?

La posible respuesta tiene que dar razón de una certeza que anida en toda conciencia creyente: el mundo es profano, pero no está dejado de la mano de Dios. Como san Pablo afirmó ante los atenienses, en Dios “nos movemos, existimos y somos”. Nos preguntamos por tanto lo que esto puede significar.

Aplicado a la vida individual yo he optado por la imagen de la compañía. La compañía no es nada y es mucho, no necesita palabras ni cambia directamente conductas, pero aporta una certeza: no estás solo. La compañía no adoctrina ni coacciona, pero transmite seguridad, alegría, confianza, serenidad. Dios nos acompaña por medio de su Espíritu y esos son precisamente sus frutos.

A mi modo de ver, lo mismo se encierra en la apelación de Dios como Padre. Una palabra humana y como todas interpretable. Muchos se apoyan en ella para ver un Dios que ha de perdonar a todos. Yo defiendo otra exégesis. Un padre pone a su hijo en el mundo, lo cuida, lo acompaña, lo aconseja, pero no es dueño de su destino. Estará a su lado hasta el final y el hijo sabrá que cuenta con él sin reservas. No puede sin embargo evitar que entre por un camino de muerte y se destruya a sí mismo o a otros. Algo parecido ocurre con Dios: nos crea, nos da la vida y nos acompaña en todo momento. No puede evitar con todo que decidamos perder la vida, pero con todo su Espíritu estará siempre a nuestro lado.

Un creyente experimentará esa compañía divina, la presencia del Espíritu compañero, vivificante. Y por eso san Pablo pudo afirmar que “todas las cosas concurren para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8,28)

Junto a su decisión de crear un mundo autónomo Dios tiene una voluntad salvífica y no puede permitir que no se cumpla. Es necesario, pues, que intervenga en el mundo. Es claro que no puede hacerlo sino a través de las personas porque, como decía santa Teresa, “no tiene otras manos que las nuestras”. Pero hay que recordar de nuevo que se trata de personas libres, no de marionetas. Dos suscita a esas personas, les encarga una misión, pero no pude hacer que a cumplan sino al modo humano, a su propio modo. La Biblia utiliza esta imagen sugerente hablando de la sabiduría de Dios: “Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas” (Sb 7,24).

Dios no es, pues, constructor sino fuente, no realiza sino que suscita, no dirige sino que sugiere. No puede nada, pero lo puede todo.

Pongamos un ejemplo. Dios quiere que haya una Iglesia que sea la presencia histórica de su promesa definitiva en el mundo. Suscita, pues, personas que la edifiquen. No la hace Dios mismo, pero “es Dios quien funda la Iglesia” (K. Rahner).

Es ahora moneda común decir que Jesús no quiso construir una Iglesia. El reunió a la comunidad que la puso en pie, cumpliendo así la voluntad de Dios. Cierto, lo hicieron al modo humano, pero lo hicieron y el resultado es la Iglesia de Dios.

Un segundo ejemplo. Es voluntad de Dios que haya un relato de sus hechos. Es voluntad de Dios que exista la Biblia. Dios sin embargo necesita manos que la escriban, creyentes que la redacten. Dios suscita esas personas. No les sopla al oído las palabras ni les dicta las reflexiones. El conjunto será una obra humana analizable como tal pero la tradición ha confesados siempre –con toda razón- que es palabra de Dios.

En este mismo sentido Teilhard de Chardin pudo defender que la historia humana era en su desarrollo una historia sagrada, en la que Dios no interviene, pero de quien recibe el sentido y el horizonte. Y así se puede rescatar de una manera nueva una palabra tradicional. Dios es providente. Hay una providencia de Dios. Y otra que rezamos frecuentemente: aun eligiendo renunciar a su poder, Dios es todopoderoso.

One comment on “Providencia

  1. Luis Troyano 6:23 pm 9 Sep,2017

    Somos fractales de Dios. Un espejo grande da una imagen grande. Si rompemos en pedazos este espejo. Dará muchas imagen todos los trozos la misma.

    Venimos del Uno. El espejo grande. y nos convertimos en “unos” pequeñitos.

    No somos ni por asomo. Conscientes de nuestro poder, como seres humanos que somos. Porque vivimos dormidos, inconscientes, como zombis. Y hay quien se aprovecha de ello. Los banqueros. Pero ese es otro tema.

    Dios nos planta en el mundo. Y nos da poder. Por lo tanto nos da responsabilidad para con nuestra vida y para con nuestra vida con respecto a los demás, y para con nuestro nicho ecológico.

    Como digo. Estamos dormidos. Frente a los problemas y adversidades de la vida. En lugar de usar conscientemente nuestro genuino poder. Nos limitamos a llorarle a Dios, como plañideras.

    El plan de Dios. Es que seamos fructificos con los talentos y el poder con el que nos dota.

    Si estamos alineados con las leyes del kosmos. Con nuestro subconsciente limpio. Entonces nos bastará formular un deseo A Dios, la Fuente, el Campo Cuántico, el Gran Misterio, etc. Y a este deseo se nos dará satisfacción. Y si no es así. Es porque no es lo mejor, para nosotros o el mundo.

    El mundo rezuma dolor y sufrimiento. Porque vivimos como zombis. Entre todos creamos lo que vivimos. Pero individualmente si estamos despiertos. Tenemos capacidad para vivir en la gloria, en medio del infierno del mundo.

    ¿Que es lo mas obviamente importante para cualquiera?. DESPERTAR.

    Repito. Como tenemos libre albedrío. Tenemos responsabilidad para que hacemos con nuestra vida. Si somos adultos usaremos nuestro poder, como hijos de Dios que somos. Y dejaremos el lamento. Si vivimos o hemos vivido de forma equivocada. Basta pedir perdón al Gran Misterio rectificar, y paliar en lo posible el mal causado. Dios ya cuenta con que a veces nuestro espejito se empaña de barro. Somos creación suya….
    Y cuando nos vienen maldadas. Aguantar estoicamente. Y si acaso pedir perdón.
    No hay casualidades en el mundo. Hay causalidades. Y todo se explica si atendemos a lo que es la ley del Karma.

     

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