Consuelo Vélez nos hace partícipes de la difícil situación en que se encuentra Colombia, por la revuelta democrática contra una desafortunada reforma fiscal. Aunque parece que el gobierno la ha retirado, la espiral de violencia arrasa una sociedad que lo que más necesita ahora es PAZ. IV.
Colombia atraviesa por un momento muy difícil -como muchos otros países- por la pandemia del Covid-19 y la pandemia del hambre. Según los datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE) durante el 2020 la pobreza del país llego al 42,5% para un aumento de 6,8% frente a los indicadores del 2019. En otras palabras, 3,6 millones de personas entraron a la línea de pobreza.
Se entiende la magnitud trágica de estos datos cuando se concreta en que cada vez más colombianos solo comen dos veces al día y muchos otros solo una vez; que el desempleo golpea a las mayorías y, entre ellas, más a los jóvenes y a las mujeres. La ironía, sin embargo, es que el sector que más creció fue el financiero lo cual muestra cómo el capital se concentra en los intereses de unos pocos -muy apoyados por el gobierno-, mientras la mayoría no logra encontrar resonancia gubernamental para impulsar la producción nacional y defender los intereses de la nación frente a los depredadores internacionales.
Viviendo esta situación, el gobierno ha presentado una Reforma Tributaria que bajo un título muy llamativo
-Ley de solidaridad sostenible- grava los intereses de la clase media y pobre -sin tocar los intereses de los grandes capitales- y simplemente sigue la lógica del recaudar recursos -de manera técnica- pero “sin alma” como lo expresó muy bien la Conferencia Episcopal Colombiana en su comunicado del pasado 29 de abril. Esta reforma tributaria fue lo que “rebosó la gota” del descontento social -descontento que se vivía mayoritariamente antes de comenzar la pandemia pero que había quedado postergado por la gravedad de la situación-. Por esto, sabiendo el peligro que se corría al salir a marchar a la calle por estar viviendo el tercer pico de la pandemia, la gente ya no aguantó más y se realizó un Paro Nacional el pasado 28 de abril que convocó a muchísimas personas -especialmente con el clamor de retirar esa Reforma Tributaria- y que ha seguido hasta hoy con diversas manifestaciones.
Por supuesto se han dado desmanes, vandalismo, exceso de fuerza de lado y lado. Con mucha seguridad algunos o muchos pueden ser infiltrados para sabotear las marchas. También debe haber desadaptados sociales y otros serán oportunistas para sacar alguna ventaja -saqueos de almacenes, por ejemplo- Y, lamentablemente esto es lo que sacan los titulares de prensa y lo que repiten incesantemente los noticieros de televisión. Prácticamente se invisibilizan los grandes núcleos de marchas pacíficas en las que con los carteles o arengas se exigen los cambios requeridos -voces que el gobierno se niega a escuchar-. Por eso, aunque toda violencia es reprochable, también es violencia la no escucha, la terquedad, la ceguera, la incapacidad de atender las demandas del pueblo quien, en estados democráticos, son los que tienen derecho a hablar, pedir, exigir que los representantes elegidos respondan a sus demandas y no vivan de espaldas a quienes confiaron en ellos.
Retomando el comunicado de la Conferencia Episcopal Colombiana, allí se pide “Propiciar mecanismos socio- económicos humanizantes para toda la sociedad”. Afirman, retomando al Papa Francisco la necesidad de buscar un “pacto” para “cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del mañana”. En efecto, la economía actual ha producido “el desempleo y subempleo, la falta de recursos básicos para la subsistencia, las limitaciones de los servicios de salud, la pobreza cada vez más generalizada, la inequidad social y la marginación de tantos colombianos. Hay que pensar en los obreros, en los campesinos, en los indígenas y afrocolombianos, en los jóvenes, en las familias, en los estudiantes y docentes, en quienes sufren las consecuencias de la violencia que se ha recrudecido en casi todo el territorio nacional” (Así describen la realidad los obispos en su comunicado).
La Reforma Tributaria propuesta sigue la misma lógica capitalista que está condenando a los países de América Latina a un aumento de la desigualdad e inequidad social. Pero se sigue invocando que un sacrificio más traerá la solución. Ahora bien, el pueblo colombiano ya no acepta esa lógica imperante y exige que se retire dicha Reforma y se escuchen todas las demandas que no han logrado ser escuchadas. Van cuatro días de protestas y el gobierno aún no reacciona positivamente. Se empeña en mantener su propuesta bajo el escudo de que no permitirá los vandalismos de la población. Parece que no ve la cantidad de gente marchando y exigiendo lo obvio. Cabe destacar que los jóvenes han sido protagonistas de primera línea de estos días de marcha. Crece la conciencia en la juventud de su responsabilidad ciudadana y del papel que tienen en construir una Colombia distinta.
Principios como la economía solidaria, la inversión social, la ética en la economía, la austeridad en el gasto publico y el bien común, son propuestos por los obispos para pensar otra economía posible que no agraven más las condiciones de las personas menos favorecidas. Este comunicado tuvo algún eco en los medios de comunicación, pero sería mejor que tuviera más. Es importante que la Iglesia hable en estos momentos de crisis porque de no hacerlo, no queda en posición neutra sino en posición de defensa del status quo o de indiferencia frente a lo que sucede. Lástima que antes de iniciar el paro del día 28, los obispos sacaron otro comunicado desincentivando las marchas porque consideraban que era necesario “anteponer el derecho fundamental a la vida y el deber de proteger la salud de todos”. Por supuesto que recordar ese derecho primario y fundamental es importantísimo y valioso, pero me quedaron dos dudas: primero, en el esfuerzo porque se abrieran los templos, parece que ese derecho no se recordó en todos los momentos y, segundo, los jóvenes cada día se alejan más de la iglesia y cuando los he visto marchar en este Paro Nacional, me pregunto si como iglesia no hace falta, precisamente, estar allí donde ellos se están jugando la vida. Tal vez esa cercanía real con el sentir del pueblo y de los jóvenes daría un mejor testimonio de esa “iglesia en salida”, “con olor a oveja” que, en verdad, no teme accidentarse si de estar con los más pobres se trata, como lo dijo el papa Francisco. Esperemos que esta situación nos comprometa a todos con la construcción de la justicia y la “vida abundante” (Jn 10,10) para todos y todas en esta Colombia tan rica en valores, pero tan pobre en estructuras que hagan viable ponerlos en práctica.