Naomi Klein (Monreal, 1970) es una escritora y activista canadiense que se ha destacado por su clarividencia en luchar contra la globalización del capitalismo neoliberal. Descubrió sus estrategias en su libro La Doctrina del Schok. Y últimamente ha visto que ese sistema económico es el responsable de pronto la Tierra pueda llegar a ser Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima. Naomi, que se considera atea, se muestra entusiasmada con la nueva encíclica que muchos católicos empiezan a criticar abiertamente. Ofrecemos el texto completo de su intervención.
Intervención de la Señora Klein durante la presentación de la conferencia “Las personas y el planeta en primer lugar: la necesidad de cambiar el rumbo”, organizada por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz (2-3 julio 2015).
Gracias. Es un honor estar aquí hoy, y sobre todo por compartir esta tribuna con el cardenal Turkson, que tanto ha hecho para traernos a este momento histórico.
El papa Francisco escribe desde el principio que Laudato si’ no está sólo dirigida al mundo católico, sino a “toda persona que viva en este planeta.” Y puedo decir, como feminista judía laica, sorprendida de ser invitada al Vaticano, que ciertamente este documento me habló.
“No somos Dios,” establece la encíclica. Todos los seres humanos lo sabían hace tiempo. Pero hace unos 400 años, los avances científicos, vertiginosos, hicieron pensar a algunos que los humanos estaban a punto de saber todo lo que hay que saber sobre la Tierra, y por lo tanto serían los “amos y poseedores” de la naturaleza, como René Descartes tan memorablemente predijo. Esto, afirmó, era lo que Dios siempre había querido.
Esa teoría se celebró por largo tiempo. Pero los avances posteriores en la ciencia nos han dicho algo muy diferente. Porque cuando estábamos quemando cada vez mayor cantidad de combustibles fósiles, convencidos de que nuestros buques de contenedores y aviones jumbo estaban nivelando el mundo, para que todos fuéramos como dioses, los gases invernadero se estaban acumulando en la atmósfera, atrapando sin descanso el calor.
Y ahora nos enfrentamos a la realidad de que no éramos los dueños, no éramos el jefe –y que estábamos desencadenando fuerzas naturales que son mucho más poderosas incluso que nuestras máquinas más ingeniosas. Podemos salvarnos, pero sólo si abandonamos el mito de la dominación y la posesión para aprender a trabajar con la naturaleza -respetando y aprovechando su capacidad intrínseca para la renovación y la regeneración.
Y esto nos lleva al mensaje central de interconexión que está en el corazón de la encíclica. Lo que el cambio climático recuerda –a esa minoría de la especie humana que alguna vez lo olvidó– es que no existe esa relación unidireccional de dominio puro en la naturaleza. Como el Papa Francisco escribe: “Nada en este mundo es indiferente a nosotros”.
Para algunos que ven la interconexión como degradación cósmica, todo esto es difícil de soportar. Y así –activamente alentados por actores políticos financiados por empresas ligadas a los combustibles fósiles – optan por negar la ciencia.
Pero eso ya está cambiando a medida que cambia el clima. Y es probable que cambie más con la publicación de esta encíclica. Esto podría significar un verdadero problema para los políticos estadounidenses que cuentan con el uso de la Biblia como pretexto para su oposición a la acción en defensa del medio ambiente. En este sentido, el viaje del Papa a Francisco a los EE.UU. este mes de septiembre no podía ser más oportuno.
Sin embargo, como la encíclica señala acertadamente, la negación toma muchas formas. Y hay muchos en todo el espectro político y en todo el mundo que aceptan la ciencia, pero rechazan las implicaciones difíciles de la ciencia.
He pasado las últimas dos semanas ocupada en leer cientos de reacciones a la encíclica. Y aunque la respuesta ha sido abrumadoramente positiva, he notado un tema común entre las críticas. El Papa Francisco puede tener razón en cuanto a la ciencia, dicen, e incluso en la moral, pero debe dejar la economía y la política a los expertos. Ellos son los únicos que saben sobre el comercio de carbón y la privatización del agua, y sobre cómo los mercados pueden resolver con eficacia cualquier problema.
Yo estoy absolutamente en desacuerdo. La verdad es que hemos llegado a este peligroso punto en parte porque muchos de esos expertos económicos nos han engañado gravemente, blandiendo sus poderosas habilidades tecnocráticas sin sabiduría. Elaboraron modelos que dan escandalosamente poco valor a la vida humana, sobre todo a la vida de los pobres, y otorgan un valor descomunal en la protección de los beneficios empresariales y al crecimiento económico.
Ese deformado sistema de valores es el que nos llevado a un ineficaz mercado del carbono en lugar de a fuertes impuestos a los combustibles fósiles. Y a acabar poniéndonos el objetivo de un aumento de temperatura no superior a 2 grados que permitiría a naciones enteras desaparecer – simplemente porque su PIB no es suficientemente grande.
En un mundo donde el beneficio se pone constantemente antes que las personas y el planeta, la economía del clima tiene mucho que ver con la ética y la moral. Porque si estamos de acuerdo que pone en peligro la vida en la tierra estamos ante una crisis moral y, entonces, no hay más remedio que actuar.
Eso no significa apostar por el futuro en el azaroso juego de los ciclos de expansión y recesión. Significa apostar por políticas que regulen directamente la cantidad de carbono que se puede extraer de la tierra. Significa apostar por políticas que nos permitan llegar a 100 por ciento de energías renovables en 2 o 3 décadas, no para el final del siglo. Y significa la asignación de recursos comunes, como la atmósfera, sobre la base de la justicia y la equidad, de modo que no sean los ganadores quienes se lo llevan todo.
Es por eso que un nuevo tipo de movimiento climático está emergiendo rápidamente. Se basa en la verdad más valiente expresada en la encíclica: que nuestro sistema económico actual está alimentando la crisis climática y, a la vez, nos está impidiendo tomar las acciones necesarias para evitarlo. Es un movimiento basado en el conocimiento de que si no queremos que el cambio climático termine fuera de control, entonces necesitamos un cambio de sistema.
Y debido a que nuestro sistema actual también está alimentando cada vez mayor desigualdad, tenemos la oportunidad, frente al desafío climático, de resolver a la vez múltiples crisis superpuestas. En resumen, podemos cambiar a un clima más estable y hacia una economía más justa al mismo tiempo.
Esta creciente comprensión está originando y de hecho están apareciendo a la vista ya algunas alianzas sorprendentes e incluso inverosímiles. Como, por ejemplo, mi propia presencia en el Vaticano. Al igual que los sindicatos, los indígenas, la fe y los grupos ecologistas que trabajan más estrechamente que nunca.
Dentro de estas coaliciones, no estamos de acuerdo en todo – ni mucho menos. Pero entendemos que las los retos son tan importantes, el tiempo es tan corto y la tarea es tan grande que no podemos darnos el lujo de permitir que esas diferencias nos dividan. Cuando 400 mil personas marcharon por la justicia climática en Nueva York el pasado mes de septiembre, el lema fue “Para cambiarlo todo, os necesitamos a todos”.
Todos y cada uno incluyen a líderes políticos, por supuesto. Pero después de haber asistido a muchas reuniones con los movimientos sociales sobre la cumbre COP en París, puedo informar esto: hay tolerancia cero para otro fracaso que sea adornado como un éxito por las cámaras de TV. No se puede presentar como un éxito y ver que una semana después esos mismos políticos regresan de vuelta a sus países para seguir extrayendo petróleo en el Ártico, construyendo más y más autopistas y presionando por nuevos acuerdos comerciales que hagan mucho más difícil regular a los contaminadores.
Si el acuerdo no puede lograr reducciones inmediatas de emisiones al tiempo que proporciona un apoyo real y sustancial para los países pobres, entonces será declarado un fracaso. Como debería ser.
Lo que siempre debemos recordar es que no es demasiado tarde para desviarse del camino peligroso en que estamos – el que nos está llevando hacia 4 grados de calentamiento. De hecho aún podríamos mantener el calentamiento por debajo de 1,5 grados si hiciéramos nuestra principal prioridad colectiva.
Será difícil, sin duda. Tan difícil como el racionamiento y las conversiones industriales que una vez se hicieron en tiempos de guerra. Y también serán programas tan ambiciosos como la lucha contra la pobreza y las obras públicas puestas en marcha a raíz de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
Pero difícil no es el mismo que imposible. Abandonar una tarea que podría salvar incontables vidas y evitar tanto sufrimiento, simplemente porque es difícil, costoso y requiere sacrificio de los que más pueden permitirse el lujo de conformarse con menos, sería lo opuesto al más elemental pragmatismo.
Es la entrega de la clase más cobarde. Y no hay un análisis de costo-beneficio en el mundo que sea capaz de justificarlo.
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“No dejes que lo mejor impida lo bueno”.
Hemos estado oyendo estas palabras, supuestamente sensatas, desde hace más de dos décadas. Durante toda la vida de los jóvenes activistas ecológicos de hoy.
Y cada vez otra cumbre de la ONU repite que no ha sido posible acordar políticas audaces, jurídicamente vinculantes y basadas en la ciencia, quedándose todo en promesas vacías de ayudas económicas y en pronunciar las mismas palabras otra vez:
“Claro que no es suficiente pero es un paso en la dirección correcta”. “La próxima vez haremos el trabajo más difícil”. Y lo de siempre: “Lo mejor es enemigo de lo bueno”.
Hay que decir dentro de esos muros sagrados, que esto es pura tontería. “Lo mejor” salió de la estación a mediados de los años 1990, después de la primera Cumbre de la Tierra de Río.
Hoy en día, tenemos sólo dos caminos ante nosotros: lo difícil pero humano – y lo fácil pero reprobable.
Para nuestros llamados líderes que preparan sus promesas para la COP 21 –21ª Conferencia sobre el Cambio Climático– en París, sacando la barra de labios y los tacones para adornar y vestir otro tratado pésimo, tengo que decirles esto: Lean la reciente encíclica – no los resúmenes, sino todo el texto.
Léanla y déjenla entrar en sus corazones. El dolor por lo que ya hemos perdido, y la celebración de lo que aún podemos proteger y ayudar a prosperar.
Escuchen, también, las voces de los cientos de miles de personas que estarán en las calles de París fuera de la cumbre, reunidos simultáneamente en ciudades de todo el mundo.
Esta vez, ellos van a proclamar algo más que decir “necesitamos la acción.” Ellos dirán: ya estamos actuando.
Somos las soluciones: en nuestras demandas para que las instituciones vendan sus acciones de compañías de combustibles fósiles e inviertan en las actividades que reducirán las emisiones.
Es en nuestros métodos de cultivos ecológicos, que dependan menos de los combustibles fósiles, que proporcionen alimentos sanos y den trabajo y secuestren carbono.
Es en nuestros proyectos de energía renovable controlados localmente, que están disminuyendo las emisiones, manteniendo los recursos en las comunidades, reduciendo los costes y definiendo el acceso a la energía como un derecho.
Es en nuestra demanda por un fiable, asequible e incluso libre transporte público, lo que nos sacará de los coches que contaminan nuestras ciudades, congestionan nuestras vidas, y nos aíslan unos de otros.
Es en nuestra insistencia inflexible que no se puede decir que eres un líder climático mientras sigas abriendo enormes y nuevas pistas de mar y tierra a la extracción de petróleo, a fracking-gas y a la minería del carbón. Tenemos que dejarlo en el suelo.
Es en nuestra convicción de que no se puede decir de uno mismo que pertenece a una democracia si usted está en deuda con los contaminadores multinacionales.
Alrededor del mundo, el movimiento por la justicia climática está diciendo: Mira el hermoso mundo que se encuentra en el otro lado de la política valiente, la semilla de la cual ya están dando sus numerosos frutos a la vista de cualquier que se preocupan de mirarlos.
Así pues, hay que dejar de hacer lo difícil, enemigo de lo posible.
Y unirse a nosotros para hacer lo posible real.
[Texto original en inglés, Sala de Prensa del Vaticano. Traducción de iviva]