Massimo Faggioli, teólogo seglar de 49 años, tras formar parte del Instituto Juan XXIII de Bolonia, es hoy profesor de la Universidad Villanova de Filadelfia. Ha publicado dos trabajos en Iglesia Viva. Reproducimos su último artículo en Commonweal, revista de los jesuitas en EE.UU. sobre la utilización del último escrito de Joseph Ratzinger. IV.
Cómo su Ensayo sobre Abuso Sexual está siendo utilizado como arma
La noche del 10 de abril, seis semanas después de la conclusión de la cumbre del Vaticano sobre la crisis del abuso sexual, el “papa emérito”, Benedicto XVI, dio a conocer sus pensamientos sobre la génesis de esa crisis en un ensayo de más de cinco mil palabras enviado a un periódico para sacerdotes bávaros, rápidamente traducido al inglés, y luego difundido en línea por sitios web católicos conocidos por su hostilidad al Papa Francisco.
El ensayo se divide en dos partes. La segunda parte, teológica, es una reflexión sobre la naturaleza espiritual de la iglesia, y refleja el mismo enfoque del papa Francisco sobre la crisis del abuso sexual: el papa y el papa emérito están de acuerdo en que la crisis no puede resolverse sólo con reformas burocráticas y jurídicas. Ambos creen que la crisis implica un mal espiritual que debe ser confrontado en términos espirituales. Benedicto escribe: “De hecho, la Iglesia de hoy es ampliamente considerada como una especie de aparato político. Se habla de ello casi exclusivamente con categorías políticas y esto se aplica incluso a los obispos, que formulan su concepción de la iglesia del mañana casi exclusivamente en términos políticos. La crisis, causada por los numerosos casos de abusos clericales, nos impulsa a considerar a la Iglesia como algo casi inaceptable, que ahora debemos tomar en nuestras manos y rediseñar. Pero una Iglesia hecha por sí misma no puede constituir esperanza”. Todo esto está en consonancia con lo que Francisco ha dicho y escrito sobre el tema.
El resto del ensayo de Benedicto, sin embargo, se separa no sólo del análisis del Papa actual sobre la crisis del abuso sexual, sino también del de casi todos los demás que lo han estudiado. El argumento central de Ratzinger parte de un análisis histórico-teológico del período postconciliar –desde 1968 en adelante– y se centra en los efectos negativos de la Revolución Sexual en la iglesia. En su opinión, estos efectos se resumen en estos dos: una decadencia moral en los comportamientos y el aumento del relativismo en la teología moral.
Se trata, como mínimo, de un análisis discutible. Pone al Concilio Vaticano II en el origen de la decadencia moral de la Iglesia. Esto contrasta fuertemente con la manera con que Francisco siempre ha hablado del Concilio. Peor aún peor, la afirmación de Benedicto de que el fenómeno del abuso sexual fue principalmente un producto de los años 60 está en contradicción con todos los estudios disponibles sobre el tema, al igual que su sugerencia de una conexión entre el abuso sexual y la homosexualidad (ver más adelante).
No hay duda de que la Iglesia Católica fue golpeada duramente por la Revolución Sexual, no sólo en los laicos, sino también en el clero y los seminarios. Pero la historia del abuso sexual en la iglesia comienza mucho antes de la confusión de los años 60: se puede encontrar evidencia de ello en los escritos de los Padres de la Iglesia, que acuñaron términos que no se encuentran en el griego clásico (cf. este estudio de John Martens). Existe una vasta literatura sobre el fenómeno y sobre las herramientas desarrolladas por la Iglesia, entre la Edad Media y el siglo XX, para combatirlo.
El retrato del período posterior al Vaticano II que Benedicto presenta es una caricatura. De hecho, este fue un momento extremadamente complejo y contradictorio. Sin duda hubo errores y excesos, pero también hubo ingenio por parte de los católicos que intentaban imaginar una iglesia más abierta al mundo. El uso que hace Benedicto de los términos “conciliar” y “conciliaridad” en este ensayo es invariablemente despectivo, y esto no es consistente con su propia eclesiología y biografía –al menos en la época del Vaticano II. Después de todo, fue uno de los teólogos más importantes del Concilio Vaticano II y del catolicismo postconciliar. Particularmente sorprendente es la descripción de Benedicto sobre los años sesenta y setenta como un período caracterizado principalmente por la creciente aceptación de la pornografía. Su caracterización de los últimos cincuenta años se hace eco de los relatos del período de la “pornocracia”, el saeculum obscurum de Roma en el siglo X. Esta peculiar “tesis de Ratzinger” no se ofrece aquí por primera vez: se pueden encontrar rastros de ella en sus escritos y entrevistas anteriores, por ejemplo, en el Informe Ratzinger (1985) y en la carta que envió como Papa a la Iglesia en Irlanda en marzo de 2010. En las últimas décadas, muchos católicos han desarrollado una nueva conciencia de la complejidad del abuso sexual, pero esta conciencia no se encuentra en los escritos de Ratzinger.
El ensayo de Benedicto muestra que no tiene conciencia de que la crisis católica por el abuso sexual es una crisis global, que involucra a países no occidentales que en gran medida no se vieron afectados por la Revolución Sexual en Europa y Estados Unidos. El Papa emérito ofrece un juicio precipitado y superficial sobre las responsabilidades de la Iglesia institucional y del Vaticano durante su pontificado y el de su predecesor, Juan Pablo II. No se hace responsable de los fracasos y retrasos trágicos del Vaticano durante el tiempo en que fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, o cuando era papa. Estos incluyen el caso del cardenal Bernard Law, que se refugió en Roma para evitar ser procesado en los Estados Unidos, y el caso de Marcial Maciel, el corrupto y depredador fundador de los Legionarios de Cristo. Tampoco asume ni asigna la responsabilidad del nombramiento de una generación de obispos conservadores cuyo rigorismo a menudo condujo a una doble vida en algunos seminarios, órdenes religiosas y movimientos eclesiales. En este sentido, la hipocresía ha sido al menos tan perjudicial como el relativismo moral.
El ensayo de Benedicto es tanto más lamentable cuanto que oculta el hecho de que el Vaticano comenzó a tomar medidas sistemáticas sobre esta cuestión sólo durante su pontificado. Se merece el crédito por eso. Pero en el ensayo sólo se ve la miopía de Joseph Ratzinger, el político más importante del Vaticano desde hace más de treinta años. Se presta muy poca atención a las víctimas de abusos sexuales; sólo se las menciona una vez en este largo texto. Este descuido se ve exacerbado por una expresión indecorosa de autocompasión. “Tal vez valga la pena mencionar –escribe– que en no pocos seminarios, los estudiantes sorprendidos leyendo mis libros eran considerados inadecuados para el sacerdocio. Mis libros estaban escondidos, como mala literatura, y sólo leían debajo del escritorio.” Ensaya una vez más su queja con la “Declaración de Colonia” de 1989. Menos de un tercio de este ensayo aborda directamente la cuestión que nos ocupa, y gran parte del resto se lee como un esfuerzo por cambiar de tema.
Hay un segundo problema subyacente a la publicación de este ensayo. Benedicto XVI afirma haber preparado estos comentarios para la cumbre de febrero sobre abuso sexual, pero, por la razón que sea, no fueron publicados en ese momento. Escribe que el Papa Francisco y el secretario de Estado del Vaticano, el Cardenal Pietro Parolin, le dieron permiso para publicar el artículo en una revista en alemán para el clero bávaro. Pero en la tarde del 10 de abril el largo texto fue puesto a disposición –en una buena traducción al inglés– de unos pocos medios de comunicación católicos y no católicos en los Estados Unidos que habían ya antes trabajado para socavar al Papa Francisco. ¿Quién lo envió a estos puntos de venta? ¿Y por qué sólo a éstos y no a otros? ¿Se informó a los responsables de la comunicación de la Santa Sede de que el artículo se daría a conocer y se promovería de esta manera?
Las personas que pueden responder a todas estas preguntas no pertenecen a los medios de comunicación oficiales del Vaticano, que parecen haber sido sorprendidos por la iniciativa, sino a la corte papal paralela que se ha formado en torno al papa emérito. Publicar el artículo de Benedicto sin informar a la oficina de prensa del Vaticano y a otros canales de comunicación institucionales representa una seria violación del protocolo. El Osservatore Romano y Vatican Newslimited a la publicación de un breve resumen del artículo de Benedicto. Pero en el extranjero, y especialmente en los Estados Unidos, el ensayo de Benedicto ha sido rápida y previsiblemente convertido en arma por aquellos que han estado tratando de desacreditar a Francisco desde el comienzo de su pontificado.
En los Estados Unidos hay católicos conservadores y tradicionalistas que ahora están coqueteando con el cisma usando la amenaza del cisma como instrumento de negociación. La narración de la crisis del abuso sexual como producto del Concilio Vaticano II es una parte integral de su estrategia. Algunos nos quieren hacer creer que el aggiornamento naturalmente conduce a todo tipo de depravación sexual imaginable. Puede que Benedicto XVI no sea consciente de cómo encaja su propia intervención en esta estrategia, pero los que organizaron este lanzamiento de prensa lo saben bien. La elección de privilegiar a ciertos medios de comunicación que han estado atacando al Papa actual desde 2013 en adelante tiene el propósito de señalar que Benedicto XVI es su aliado. Esto sugiere fuertemente que el papa emérito está siendo manipulado por los oponentes de Francisco.
Hasta ahora Joseph Ratzinger ha estado, como todos los hombres que estuvieron en las más altas posiciones en el Vaticano durante los dos pontificados anteriores –incluyendo a los Cardenales Angelo Sodano y Tarcisio Bertone– prudentemente callado sobre los casos aún abiertos, y especialmente sobre el caso del Cardenal Theodore McCarrick, quien fue excluido del colegio de cardenales por el Papa Francisco en el verano de 2018 y despojado de su condición de clérigo hace dos meses, después de haber sido sometido a un juicio canónico en la Congregación para la Doctrina de la Fe. El silencio de un papa emérito puede justificarse como parte de la inmunidad de la que goza el antiguo soberano del Estado del Vaticano y/o como un intento de no interferir con el gobierno del papa reinante. Pero ahora que Benedicto XVI ha escrito y publicado un largo texto precisamente sobre el tenso tema del abuso sexual clerical, la gente podría preguntarse por qué no se le exige que responda a preguntas sobre cómo se trataron estas cuestiones bajo su pontificado y el de su predecesor.
Esto nos lleva a un tercer problema, de naturaleza eclesial. La tesis de Ratzinger sobre el abuso sexual en la iglesia constituye una contra-narrativa que alimenta directamente la oposición al Papa Francisco y crea confusión sobre qué hacer en este momento dramático. Esta narrativa se apoya en gran medida en la afirmación de que el abuso sexual es el resultado de la homosexualidad, una afirmación que ha sido contradicha por los investigadores que han estudiado las pruebas. Pero Benedicto XVI se contenta con repetir el viejo estribillo en este ensayo y esta es una de las razones por las que ha sido acogido con tanto entusiasmo por los críticos de Francisco. Rechazan la teoría alternativa, respaldada por el Papa Francisco, que es que la crisis del abuso sexual tiene que ver fundamentalmente con el clericalismo y el abuso de poder. No se puede culpar a la Revolución Sexual y a la proliferación de la pornografía.
Desde marzo de 2013 ha habido demasiadas intrigas y confusiones con respecto al cargo de papa emérito. El problema no proviene de las relaciones entre Bergoglio y Ratzinger personalmente, sino entre sus dos gabinetes. Este incidente demuestra que no basta con mejorar el sistema de comunicaciones del Vaticano si un tribunal en la sombra que rodea al papa emérito sigue dando la impresión de que hay un segundo papa todavía en servicio, que se aprovecha de los descontentos con el único papa gobernante.
Al renunciar voluntariamente hace seis años, Benedicto XVI cambió el papado moderno. Es probable que haya más dimisiones de este tipo en el futuro. Esto significa que la iglesia necesita pensar cuidadosamente sobre el oficio de un papa emérito en lugar de permitir que sea tratado como una improvisación de una sola vez. Tiene que haber algunas reglas, escritas y no escritas. Cuando un papa renuncia, su secretario o secretarios deben renunciar junto con él y dimitir con él. El cargo de “prefecto de la casa pontificia” debe ser abolido. El papa emérito debe dejar de vestir de blanco y sus relaciones con los medios de comunicación no deben dejarse a la discreción de sus secretarios personales, que pueden tener todo el interés en extender su influencia más allá de sus propios límites. Las comunicaciones del papa emérito deben ser manejadas por los medios oficiales del Vaticano.
La publicación del ensayo de Benedicto ya ha dañado su reputación y sembrado confusión. Probablemente no será más que una molestia menor para el Papa Francisco, pero sí subraya la necesidad de que una nueva generación de líderes eclesiásticos se ocupe de la crisis del abuso sexual en sus propios términos, en lugar de reciclar simplemente los clichés, excusas y evasiones que han obstaculizado al Vaticano hasta ahora.