La sinrazón de un impostor

XIMO2 Conectado con el tema del último número y con la celebración del cuarto aniversario del papa Francisco, Joaquín García Roca, sociólogo y teólogo, del Consejo de Dirección de Iglesia Viva, nos envía este artículo. Es su contestación a un provocador artículo que le ha herido como pensador crítico y cristiano.

A los cuatro años de su elección como obispo de Roma y pontífice de la Iglesia católica, Francisco ha cosechado todas las máscaras imaginables y los ataques arbitrarios e irracionales de los conservadores tras afirmar que él “nunca había sido conservador”, atreverse a “descalificar al capitalismo como un sistema injusto” y desear “una Iglesia pobre para con los pobres”. Rubén Amón, brillante e inteligente articulista de El País, ofrecía un artículo con el título ¿Y si Francisco fuera un impostor?, en el que le atribuye el oficio de “impostor”, sustentado sobre el incumplimiento de su cargo; de “prestidigitador”, en una sociedad crédula y sensiblera; “papulista” por ser la suya una revolución de las formas y apariencias; “cosmético” por no abordar las trasformaciones de fondo, y “telepredicador” a causa de su excesivo carisma en la comunicación. Nos preguntamos si poseen algún significado real y objetivo, o responden a una época que el autor llama de “percepciones y sensaciones” frente al tiempo de las verdades.

Las dudas, reproches y sospechas que a Rubén Amón le merece Francisco no deberían ignorarse no sólo porque están formuladas correcta e inteligentemente, sino también porque muestra que la oposición a Francisco se cultiva igualmente en el universo ilustrado y progresista; quizá sirva para despertar del sueño progresista que llevó a algunos a creer en el carácter inevitable e irreversible de las reformas eclesiales. Es un espejismo que se puede convertir en catástrofe, si llegan a hacer un frente común las retóricas reaccionarias y las progresistas.

Los alegatos contra Francisco se apoyan en algunos mantras del pensamiento progresista que no son susceptibles de comprobación. El primer mantra consiste en afirmar que Francisco “cambia algo para no cambiar nada”. En su primera exhortación programática, La alegría del evangelio, sin engaños y encubrimientos, afirmó que “el tiempo es superior al espacio” para indicar que los cambios son procesos, que se inician y no tanto espacios que se conquistan, transformaciones en onda larga y procesual. A nadie se le ocurre decir que la transición española no cambió nada porque no trajo de golpe la democracia plena, ni acabó con las prácticas y prejuicios franquistas. Si a los 50 años de la muerte del General nadie está seguro que se hayan superado sus huellas ni eliminado sus marcas, ¿por qué exigirlo tras cuatro años de “legislatura”?

Un segundo mantra consiste en sostener que “o se cambia todo o ningún cambio sirve para nada”. No cabe duda que se podía empezar por acometer morales y costumbres, que no tienen arraigo evangélico, y sería inexcusable que –más bien pronto que tarde– no se aborden. Francisco entendió legítimamente que el tamaño de la reconstrucción de la Iglesia tenía que remover los cimientos, sensibilidades e imaginarios colectivos en línea con la tarea interrumpida del Concilio Vaticano II. A un enfermo terminal, que le fallan las constantes vitales, no se le debe preguntar por el colesterol, dice gráficamente Francisco al ser interrogado por las cuestiones morales que preocupan al articulista: el divorcio, la homosexualidad, el aborto. Lo previo, consiste en declarar itinerante al pueblo cristiano y a las iglesias en permanente reforma. Solo si el cristianismo descubre la dimensión histórica de la fe y el valor de los signos del tiempo  podrán legitimarse las reformas. El articulista tiene dificultades para entender la naturaleza histórica de la Iglesia a la que supone con  “leyes escritas en piedra”, lo que le condena a “insinuaciones cosméticas” Por el contrario, incorporar la historia a la comprensión del evangelio explica ese elemento retardatario de una institución milenaria que ha crecido en los últimos siglos de manera auto-referencial.

Un tercer mantra, que comparten progresistas y reaccionarios, consiste en identificar erróneamente el poder con la fuerza, el privilegio con la gloria, el primado con la ostentación. Esta confusión está tan arraigada en el imaginario colectivo que se postula que la seguridad se construye con medios militares, las migraciones se controlan con la marina de guerra. A Rubén Amón no le gusta que Francisco haya decidido “hacerse hombre” porque ello “sacrifica el primado” y “deteriora su poder sagrado”. Tiene razón si no fuera porque Francisco pretende “renovarse desde la frescura original del Evangelio”, “vivir el Evangelio sin glosa, sin comentario”. Considerarse un pecador falible necesitado de la misericordia de Dios chirría a una cierta forma de entender el poder sagrado, que no se ha liberado de la representación histórica de un Papa justiciero, distante en tiara y silla gestatoria. Sin embargo, es una consecuencia coherente de someterse a una ola evangélica, que en sus orígenes tiene a cuatro pescadores. Son conocidas las prácticas franciscanas  en franca oposición a jerarcas que construyen pisos ostentosos y viven como príncipes. La cultura posmoderna no ha soportado con gusto la renuncia al espectáculo de mitras y ornamentos, rojos y morados, tiaras y sillas gestatorias. El articulista no soporta bien “un papa cercano, próximo, al que se le puede tutear” que hace tambalear al Pontifex maximus.

Una cierta sensibilidad progresista cree que sólo los cambios legislativos producen buenos resultados; basta legislar para superar la violencia de género, o desarrollar un decreto para reducir los accidentes de tráfico; mientras tanto, crecen los asesinatos a mujeres y las muertes en carretera. Este espejismo le reprocha a Francisco que renuncie a la vía autoritaria e impositiva a favor de la convicción, del diálogo, de la tolerancia y de la misericordia, cuyo tiempo no sólo es largo, sino que requiere de la cooperación y participación de múltiples y variados actores, ya que superan con creces a un pontífice. Basta observar las recientes elecciones en la Conferencia Episcopal Española para constatar que el diseño de Francisco no ha calado en muchos dirigentes El propio Francisco ha identificado en su reciente discurso a la Curia Romana las “resistencias maliciosas” y el “gatopardismo espiritual” que esperan que pase como una enfermedad estacional. Mientras esta deslealtad exista, tendrá razón Ramón Amón al considerar cosméticos los cambio promovidos por Francisco. Pero esto no se le puede imputar al papa y hacerlo es equivocar el objetivo.

Rubén Amón reprocha a Francisco mostrar más simpatías por Cristo que por Dios. Creo que acierta en su diagnóstico pero sería interesante mostrar lo que supone. Ciertamente, Francisco sólo está legitimado magisterialmente para hablar del Dios manifestado en Cristo. Y de este modo se  abre la posibilidad misma de inaugurar el encuentro entre religiones, ya que junto a la vía cristiana de acceder a Dios –ni única ni excluyente– se reconocen múltiples y plurales vías legítimas de acceso religioso a Dios, propio de las religiones del mundo. Asimismo, se distancia de las funciones sociales de la religión, más interesadas por mantener el orden que la justicia,  la insuficiencia humana que la alegría del evangelio. Me lo recordaba mi amigo de estricta ortodoxia católica al reconocer que dejó de interesarse por el papa cuando empezó a hablar de economía en lugar de hablar de Dios. Mi amigo buscaba un Dios invisible e indoloro y Francisco le ofrecía un Dios comprometido con el sufrimiento humano.

El autor se siente comprensivo ante el desconcierto que causa Francisco en los católicos “ortodoxos” (sic) pero olvida la gran liberación en la gente corriente que por fin puede dice “a este papa lo entiendo y me interesa cuando nombra a los migrantes o invita a abrir las casa y bienes de la Iglesia a los refugiados”. Ignora igualmente la ampliación de la base social de la Iglesia hacia las periferias, tradicionalmente indiferentes u hostiles. Para quién es Francisco un impostor. Que la Iglesia católica recupere su conversión misionera y abra sus muros, defrauda sólo a aquellos que la consideraban su propiedad y sufren el síndrome del hermano mayor del evangelio que no celebra el abrazo del hijo menor. También lo pueden considerar impostor quienes consideran que el estado natural de la sociedad es el laicismo y no consienten, que ese espacio presuntamente ocupado por propuestas laicistas, se sientan amenazados por propuestas de vida justa y feliz. Los amos del mundo se sienten defraudados por todos aquellos que se posicionan críticamente ante el capitalismo, reclaman la centralidad de los pobres y procuran por el cuidado de la tierra. El artículo se cierra con una afirmación que marca la índole del argumentario. “Francisco es el papa de Podemos, de Maduro y de Kirchner, una correlación bolivariana de la Iglesia”. ¡Acabáramos! Por fin se ha entendido algo.

 

 

5 thoughts on “La sinrazón de un impostor

  1. Luis Benavente 6:14 pm 24 Mar,2017

    Quizá Francisco no pueda cambiar la doctrina de la Iglesia-dogmas o moral- debido al fuerte sector conservador al que se enfrenta.
    Lo que ha hecho ha sido remitirse al evangelio. No está actuando como dictador, sino como seguidor de Jesucristo, que en ningún momento derogó el status de la religión oficial de su pueblo y su tiempo, aún denunciando sus abusos. Simplemente pregonó las bienaventuranzas. Y lo que predica Francisco se parece mucho a eso.
     
    Desde un punto de vista humano, y más desde un punto de vista no creyente, Francisco debería haber “actuado” con firmeza. No es ese el punto de vista del evangelio.
    Ese “estado de gracia que supone Rubén Amón” a quien irrita es al sector conservador. Nos llena de esperanza a los que queremos seguir el evangelio sin dar tanta importancia a una fuerte estructura jerárquica.
    Aplaudo con entusiasmo que Francisco haya perdido “su excepcionalidad y su inmanencia”. Ante Dios es un cristiano, seguidor de Jesucristo y al servicio de la comunidad cristiana.

    No es el ejercicio del poder sagrado lo que hará progresar a la cristiandad hacia el evangelio.
    El boato de los reyes, se quede para ellos, siempre en perjuicio de los ciudadanos. El boato en el Papa es un contrasentido, a pesar de lo que históricamente ha sucedido.
    Es cierto que al Papa se le están atribuyendo palabras que no ha dicho. Lo lamentamos mucho e ignoro la intencionalidad con la que se hace.
    Probablemente se le pueda tachar de impostor desde un punto de vista no evangélico. Ojalá el papado hubiera renunciado desde hace siglos a su boato, a su poder, a su intransigencia doctrinal y moral, sus medios económicos, indispensables para la vida y actividad día a día, pero que se han convertido en riqueza escandalosa.

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  2. Ricardo Bou 4:16 pm 21 Mar,2017

    Me ha gustado mucho el artículo de Ximo Garcia-Roca, aunque sin haber leído el de Rubén Amón. Hace algún tiempo le leí, y no me queda el recuerdo de un hombre progresista, aunque quizá pudiera serlo si se le compara con sus compañeros de la nueva etapa de “El País”. Es quizá de ese tipo de progresismo instalado en la ideología neoliberal, que ha renunciado a cualquier intento de cambio mínimamente serio en lo económico y social. Y que clasifican despectivamente como “populistas” a quienes lo intentan.

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  3. O López Albors 1:04 pm 19 Mar,2017

    Muy bien argumentada la respuesta.

    Considero que tanto el artículo de Rubén Amón como la respuesta son parte del gran debate abierto, que con certidumbres e incertidumbres, está llevando a la iglesia a mostrar un rostro vivo y a la vez controvertido. Sin duda, todo impulsado por la acción del Papa Francisco. Prefiero esta situación, aunque genere aparente caos y polémica que la previsible y en gran parte sectorizada imagen de años atrás.

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  4. M. Salomé 11:20 pm 18 Mar,2017

    Gracias por el articulo, así como por la revista

     

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  5. José Ramon Gª-Murga 12:31 pm 18 Mar,2017

    Me parece una buena respuesta al artículo de Ramón Amón

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