En Noticias Obreras, Abraham Canales y José Luis Palacios han hecho esta entrevista a Teresa Forcades, a propósito de su libro «Por amor a la justicia». En ella hablan de estas dos obreras cristianas, Simone Weil y Dorothy Gray, tan inspiradoras hoy día, y del compromiso político de la misma Teresa.
— ¿Qué le atrajo de estas dos grandes mujeres de las que habla en su libro? ¿Qué tiene en común con ellas?
— Me atrae su coraje, entendido como la capacidad de ser una misma y de ir contra corriente si es necesario para defender los propios ideales y proyectos. Socialmente, culturalmente, eclesialmente, no resultaba fácil para una mujer de principios del siglo XX afirmarse como sujeto de la propia vida. Dorothy Day y Simone Weil no tuvieron miedo de ser libres. Ambas pagaron un precio alto por ello; ambas nos demuestran que vale la pena pagarlo.
Yo vivo en el siglo XXI, en unas circunstancias mucho más favorables para las mujeres tanto a nivel social, como cultural, como eclesial. Pero el reto por ser libre sigue en pie. Encontrar el propio camino y hacerlo, como hicieron ellas, desde la solidaridad con las personas marginadas.
— En un momento del libro reconoce que, como Weil, también su niñez estuvo marcada por ciertas expectativas de feminidad que la incomodaban y la limitaban… ¿Ha encontrado en la vida religiosa aquello que más anhelaba?
— Sí, pero sigo buscando. «Lo que más anhelo» tiene una estructura abierta, transcendente. San Agustín lo llamó «corazón inquieto»: nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti. Reconozco en mí un anhelo de absoluto que no puede resolverse en el tiempo y el espacio. En la vida monástica he encontrado un espacio y una comunidad orientada hacia este Absoluto inalcanzable que es a la vez más íntimo que mi propia intimidad, cito de nuevo a san Agustín.
— Weil quizás es más intelectual y Day más activista, aunque ambas inspiradas y alentadas por su experiencia del Dios cristiano. ¿Hay hoy seguidores de estas dos «escuelas» dentro del cristianismo?
— Pere Casaldàliga, obispo emérito de la diócesis brasileña de Sao Felix de Araguaia, aunque sea un obispo y, por tanto, un pastor, tiene un estilo original, reflexivo y profundo que me recuerda a Weil, mientras que Óscar Romero sería más como Day. También son más como Day los curas de la parroquia de Entrevías o Joan Chittister, la monja benedictina norteamericana conocida por sus libros de espiritualidad. Está claro que la Iglesia necesita ambos carismas.
—¿Cómo le influyó a Weil su contacto con la JOC?
— Weil conoció la JOC en Marsella y quedó impresionada por su autenticidad. Dijo de ella que era el único espacio donde el joven obrero se encontraba valorado como persona, más allá de consignas de partido o sindicato y más allá de toda instrumentalización. Valorado por su individualidad, frágil y preciosa a los ojos de Dios. Weil estaba desengañada de su experiencia política y quedó sorprendida de encontrar en la JOC una organización con miles de miembros que no había perdido su alma.
— Antes de ser católicas se comprometieron muy activamente con las luchas de su tiempo ¿Qué les aporta esa profunda espiritualidad a sus compromisos?, ¿y cómo influyen sus compromisos previos en la vivencia de su espiritualidad?
— El encuentro con Jesús es para ambas un punto de inflexión rotundo. Sus vivencias previas quedan englobadas en lo que para ellas significa haber encontrado un sentido a la vida. Ambas se descubren en Jesús amadas incondicionalmente y esta convicción interior, que viven como un regalo, es el secreto de su fuerza. Al mismo tiempo, su compromiso con la justicia social y las luchas obreras, previo a su conversión, les había permitido sentir el mundo del sindicalismo revolucionario como propio y de ahí nacieron amistades que no habrían sido seguramente posibles para ellas si hubieran sido creyentes cristianas desde el principio. Weil y Day viven entre dos mundos –la lucha obrera y la comunidad cristina– que lamentablemente se han visto a menudo el uno al otro como enemigos. Ellas los integran y los viven desde su fidelidad al evangelio.
— ¿Por qué el trabajo es tan importante en las vidas de estas dos mujeres? ¿Qué hay de compartido y de diferente en la visión que tienen del mundo del trabajo?
— Trabajar implica realizarse personalmente, implica descubrir que puedo transformar el mundo externo a mí mediante mi inteligencia y mi capacidad de proyecto e implica reconocer y aceptar la inevitable resistencia que ese mundo externo va a ejercer para mantener su inercia a no dejarse transformar. El trabajo manual es la mejor escuela de vida. Day aprendió desde pequeña el valor del esfuerzo y del trabajo bien hecho asumiendo responsabilidad por las tareas del hogar y luego pasó toda su vida encarnando sus ideales de justicia en el cuidado corporal de las personas marginadas: lavar, alimentar, acompañar en momentos de desesperación o de intoxicación por drogas o alcohol, curar heridas. Weil sustituyó temporalmente su cátedra de filosofía por trabajar como obrera industrial no cualificada. Ambas se dieron cuenta del vacío que genera en la persona limitar su experiencia a la parte mental, se dieron cuenta del valor terapéutico y espiritual del trabajo manual.
— La experiencia del Dios cristiano, la experiencia de Jesús, tal y como ellas lo vivieron les lleva inevitablemente al compromiso social público por la justicia. ¿Es algo ya evidente en el cristianismo o todavía nos queda un largo camino por recorrer?
—En la Iglesia actual sigue coexistiendo el compromiso con los pobres y la búsqueda del privilegio social y de la protección de los poderosos de este mundo. Es una contradicción que ahoga al Espíritu. Francisco de Asís, del cuál el Papa actual ha tomado el nombre, sigue siendo el mejor ejemplo: su pobreza radical, su humildad y su sencillez máxima han sido más potentes para transformar la historia que todos los poderes de este mundo. En el diálogo con el islam, por ejemplo, sigue siendo el camino que abrió Francisco más eficaz que las guerras y enfrentamientos. La teología de la liberación ha puesto de nuevo sobre la mesa la necesidad de ser coherentes con el evangelio a nivel social y político. La dificultad ya la nombró Jesús: para ser cristiano se debe estar a punto para la persecución. Fácil de decir, no tan fácil de poner en práctica.
— El horizonte de justicia social las vuelve muy críticas con los mesianismos y utopismos. Weil será la primera intelectual de izquierdas en romper con el comunismo soviético mientras que Day será siempre profundamente crítica con el poder y las instituciones. ¿No son estos rasgos muy contemporáneos?
— Tanto Weil como Day son personas eminentemente críticas, consigo mismas y con los demás. Lo que las hace tan atractivas es que combinan la crítica y el sano escepticismo con una entrega radical: son capaces de comprometerse hasta dar la vida sin fanatizarse, manteniendo los ojos abiertos a las deficiencias y contradicciones propias y del proyecto con el cual están comprometidas. Creo que se les puede aplicar el eslogan: haremos la revolución y después la volveremos a hacer. Son corredoras de fondo, místicas de ojos abiertos. Nos pueden ayudar hoy a relativizar sin paralizarnos, a comprometernos sin perder la libertad interior ni la autocrítica, sabedores que no hay patria definitiva en esta tierra.
— ¿Cómo fue su relación con la institución eclesial?, ¿cómo preservaron su libertad de conciencia y de acción?
— Day se bautizó tras su conversión, pero rechazó siempre la sumisión a las autoridades eclesiásticas. En lugar de la sumisión, que consideraba indigna, buscó siempre el diálogo entre iguales, el entendimiento y la cooperación libre y, cuando no había más remedio, la resistencia. Es conocida su negativa a eliminar el adjetivo «católico» de la cabecera de su periódico tal como le ordenó el arzobispo de Nueva York después que el periódico apoyara una huelga en contra de la diócesis. Al final fue el arzobispo quien tuvo que ceder. Weil no se bautizó nunca, puesto que rechazaba como contraria al evangelio la práctica eclesial de considerar que las personas no bautizadas quedaban excluidas del paraíso tras la muerte. Fue una pionera en este sentido. Treinta años tras su muerte, el concilio Vaticano II acabó dándole la razón.
— En el libro aborda los grandes temas a los que se enfrentaron estas dos grandes mujeres en un juego de comparaciones y diferencias. ¿Cuál es la ventaja de este método para quien lo lea?
— Entretejer vida y pensamiento fue para mí fundamental, a fin de encarnar las ideas y contrastarlas con la vida de estas dos mujeres caracterizadas por la coherencia. El alcance de sus ideas no puede entenderse sin conocer su compromiso vital.
— Llegó a presentarse para presidir la Generatitat… ¿se parece en algo a la experiencia de Weil colaboradora del gobierno francés en la resistencia hasta que prefirió dejarlo?
— Por mantenerme fiel a los ideales no me presenté a las elecciones catalanas del 27 de septiembre, aunque no descarto la posibilidad de hacerlo más adelante. Mi implicación política la entiendo como una contribución temporal para hacer el proceso constituyente popular. Weil lo intentó y no le salió bien. A mí, de momento, no es que me vaya muy bien, tampoco, pero si fracaso al menos podré decir que puse todo de mi parte.
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