Si es incuestionable, como regla general de la comunión eclesial, que no son de recibo las decisiones unilaterales –aunque estén urgidas por una grave carencia ministerial-, también lo es la defensa de un modelo presbiteral, al precio de condenar a la desaparición a muchas comunidades. Por eso, conviene reconocer que cuando colectivos cristianos siguen proponiendo la presidencia extraordinaria de la eucaristía y de la comunidad por laicos o cuando el gobierno eclesial defiende a capa y espada una determinada manera de sacerdocio ministerial como “el” modelo indiscutible, es evidente que peligran la unidad en la fe y la comunión. Y, como consecuencia de ello, no solo desaparecen comunidades, sino que también se resiente la catolicidad. Ésta –como la unidad y la comunión- es, ciertamente, responsabilidad de todos los bautizados, pero, en este caso particular, lo es, sobre todo, de los sucesores de los apóstoles.
La propuesta, hace unos años, de los dominicos en Holanda (2007) y de unos trescientos párrocos en Austria (2011) defendiendo la presidencia de la eucaristía por laicos en comunidades que carecen de presbítero desde hace mucho tiempo son dos preocupantes señales de que el equilibrio –creativo y plural- de lo “católico” viene emitiendo señales de fatiga. Y no sólo por la posible carga de unilateralidad que encierran estos dos hechos (y más, si se hubieran llevado a cabo), sino también por la defensa de un modelo de presbítero que presenta síntomas de agotamiento y que, en su institucionalización actual, podría coexistir perfectamente con otros.
Éste es el espíritu y el contexto desde el que sería oportuno recuperar el debate teológico sobre la posibilidad de que los laicos presidieran la eucaristía y la comunidad cristiana en circunstancias excepcionales. Es, como se indica, una propuesta “excepcional” que tendría cabida en la invitación, formulada en su día por el papa Francisco, a estudiar nuevas formas “normalizadas” de sacerdocio ministerial que respondan a las necesidades de las comunidades. Semejante posibilidad “excepcional” no solo debería estar teológicamente fundamentada, sino, también, y, sobre todo, ser una decisión eclesialmente consensuada que, adoptada por el obispo de Roma en comunión con los sucesores de los apóstoles, especificara las circunstancias y condiciones en las que sería procedente activarla. Se trata, como se puede apreciar, de una decisión que requiere un tiempo de maduración y, muy probablemente, aportaciones de parecida relevancia a las formuladas en su día por la Comisión Teológica Internacional sobre el acceso de las mujeres al diaconado.
Ello no obsta para que se recuperen algunas de las contribuciones teológicas más interesantes habidas al respecto cuando se debatió tal posibilidad, condenada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en las formulaciones propuestas por H. Küng y L. Boff; pero no, de las argumentaciones aportadas por W. Kasper, Y. – M. Congar, C. Vogel, C. Vagaggini, P. Grelot, P. – R. Tragan y J. Dupont.
Concretamente, estos tres últimos desautorizaron la consistencia escriturística invocada por H. Küng cuando propuso y defendió tal posibilidad: es -sostenía, P. Grelot- una especulación defender un fundamento solo carismático del ministerio “eucarístico”, vinculado exclusivamente a los dones individuales o a las mociones interiores del Espíritu y sin intervención del apóstol Pablo. Exegéticamente, hay que decantarse, más bien, por la hipótesis contraria, es decir, a favor de algún tipo de investidura tal como la imposición de manos (un gesto tradicional en las iglesias judeo-cristianas) o la designación pública por parte del apóstol (o, después de él, por los responsables en funciones) o a la vinculación directa de la celebración eucarística con el “ministerio”, etcétera. Por tanto, no es consistente apelar al sacerdocio común de los fieles ya que la viabilidad teológica de la cuestión planteada no gira sobre la condición sacerdotal de los bautizados, sino sobre su habilitación para desempeñar un servicio o un ministerio: el de la presidencia de la eucaristía y de la comunidad. Y ésta no es posible marginando la autoridad de Pablo, a sus espaldas, sin su conocimiento o sin tener que dar cuentas de dicha responsabilidad al apóstol fundador de la comunidad.
Sin embargo, esta crítica escriturística no quería decir que la propuesta careciera de fundamento teológico. Es lo que defendieron en su día, entre otros, W. Kasper, Y.- M. Congar, C. Vogel, C. Vagaggini y el mismo P. Grelot. Y lo hicieron aportando diferentes y complementarios argumentos al respecto.
Probablemente, una de las aportaciones más llamativas fue la del mismo P. Grelot (1917-2009). En nuestros días, apuntó, se acrecienta la posibilidad de una presidencia “extraordinaria” de la eucaristía ya que crece el número de comunidades que no pueden celebrar la cena pascual, por falta de un ministro ordenado. Siendo ésta la situación, no es impensable encontrarse con un grupo de creyentes auténticos que decidan celebrar la eucaristía sin sacerdote. Son cristianos que toman esta decisión porque desean guardar la comunión con la Iglesia y la quieren significar mediante el memorial de la muerte del Señor. Consecuentemente, eligen de entre ellos una persona que –habida cuenta de su capacidad para ser referencia de unidad- preside la eucaristía (y la comunidad) por ausencia de un ministro ordenado.
¿Qué hay que pensar de esta decisión y de la eucaristía realizada en estas condiciones? ¿Qué valor merece la función que desempeña este ministro improvisado y la celebración que preside?
Es preciso reconocer, señaló P. Grelot, que faltan algunos elementos necesarios para que pueda presentar “plenamente” la forma requerida. Pero también hay que reconocer que tales elementos no faltan por voluntad de los participantes, sino como consecuencia de una dificultad práctica que no es responsabilidad suya. Más aún, toman esta decisión con la firme voluntad de afirmar su unidad con la Iglesia en un rito que es precisamente su signo y realización. Y lo hacen como último recurso. No hay, por tanto, ninguna transgresión voluntaria del derecho ni tampoco un deseo de afirmarse contra las autoridades eclesiales o fuera de ellas ni intención de apropiarse de un poder sacramental que está más allá de sus capacidades. Existe, más bien, el deseo de caminar en comunión con la Iglesia.
Pues bien, si se tiene presente el principio general del bien común de la Iglesia (de orden espiritual y no jurídico), hay que reconocer la bondad y consistencia de la decisión adoptada cuando se ha elegido –en circunstancias excepcionales- un ministro extraordinario de la eucaristía y de la comunidad. Evidentemente, reconocía P. Grelot, estamos en las antípodas de las celebraciones “salvajes” que puedan promover algunos grupos ya sea para afirmar su independencia ante los responsables eclesiales o como rechazo del ministerio ordenado tal y como está configurado en la actualidad. Nos encontramos, más bien, ante un caso de necesidad en el que la fe (y la existencia misma) de la comunidad peligra gravemente, corriéndose el riesgo de que acabe no necesitando la eucaristía y finalizar desapareciendo.
En una situación como la descrita, no es necesario recurrir al axioma de “ecclesia supplet” (por la perspectiva jurídica que entraña), sino al deseo de la Iglesia – cuerpo constituido y articulado sobre los ministerios pastorales- de participar en los sacramentos. No se trata de un problema jurídico, sino sacramental y espiritual. Estaríamos hablando de una situación semejante a la de una comunidad de bautizados perseguidos y a quienes les resulta imposible acceder a la eucaristía. Nadie en esta comunidad discute la bondad de poder celebrar dicho sacramento contando con la presidencia de un sacerdote Por eso, nadie discute la excepcionalidad de la decisión tomada ni minusvalora la nocividad que se anida cuando se pretende normalizar dicha decisión. Pero no se puede obviar que se trata de una decisión excepcional tomada en circunstancias extraordinarias, previo discernimiento de los dones particulares concedidos por el Espíritu Santo a los fieles. Por eso, también sería procedente que el ministro y presidente excepcional de estas eucaristías –igualmente excepcionales- se integrara –una vez verificada su idoneidad- en el presbiterio del que ha formado parte extraordinariamente.
Como es evidente, concluía P. Grelot, en el caso propuesto se supone la existencia de una comunidad formada por fieles instruidos, es decir, una comunidad no sólo capaz de trasmitir los fundamentos de la catequesis o de administrar el bautismo y practicar la caridad y la justicia, sino competente para dirigir la oración común y presidir una celebración eucarística, siendo consciente del carácter excepcional de su situación y de la decisión tomada. E, igualmente consciente, de que cualquier intento de “normalizar” esta decisión sería inaceptable.
La teología Católica ha propuesto y afirmado por siglos que la vocación al sacerdocio o a las Ordenes Sagradas es de origen divino, però que se escucha en el espacio teológico del sacerdocio común de base bautismal. ¿Qué le impide acceptar que con ese mismo origen o naturaleza, sea legítimo el deseo de la comunidad de celebrar la eucaristía sin sacerdote, cuando no emerge de ella la vocación al presbiterado y el Obispo sí pueda escoger a alguien y llamar a ser un/a diácono/isa para que la presida de entre los laicos que demuestren aptitude sufciciente?
Las vocaciones faltan. Eso no ocurre independientemente del desprestigio del sacerdocio y de la corrupción de ambas la jerarquía y el laicado, del fracas de la evangelización. En los «países en misión» no es extraño que las vocaciones estén motivadas por la pobreza o el deseo de escaper a ella haciendo carrera en la Iglesia (Francisco ha hablado del carrerismo), los noviciados en los países ricos o desarrollados están muy mermados de novicios. ¿Qué impide reconocer que quien tuviera que suscitar vocaciones no lo hace? Antes las vocaciones era suscitadas. Ahora la ausencia de ellas es explicada aduciendo falta de generosidad. No obstante, la carencia de vocaciones es tan real como lo fue la superabundancia en su momento y excepciones como las de los Legionarios de Cristo o los Heraldos del Evangelio y otros por el estilo, el Opus Dei entre ellos, han sido muy irregulars o sufrido daño desde dentro de ellos mismos.
Quizás sea tiempo de revisar la teología que diviniza el sacerdocio y escuchar a voces como la de Eugene Drewermann o las de los sacerdotes casados y las de la mujeres teólogas que proponen alternativas en lugar de empecinarse en mantener la nocio de excepcionalidad de las vocaciones eclesiásticas.
No es válido ya comparer el matrimonio como vocación diferente de la vocación a las órdenes. La evidencia de la vulnerabilidad en ambas, aquella al divorcio y ésta al incumplimiento del celibate o la violación de los votos en el estado «religioso» solo ponen de manifiesto no un carácter diferente en la vocación sino la debilidad humana.
Leo: «…sino que también se resiente la catolicidad. Ésta —como la unidad y la comunión— es, ciertamente, responsabilidad de todos los bautizados, pero, en este caso particular, lo es, sobre todo, de los sucesores de los apóstoles.»
Que los sucesores de los apóstoles sean más responsables que cualquier otro elemento constitutivo de la catolicidad es en sí misma una afirmación problemática. La cuestión de la sucesión es una evolución histórica y no aparece en las narraciones evangélica como una institución explícita e inmediatamente deseada u originada/ordenada por Jesús.
Las narraciones evangélicas no constituyen documentos estrictamente históricos y tienen una historia de divulgación y preservación no solo cuestionable en su integridad sino hasta problemática. Jesús no ordenó con un ritual específico a presbíteros o los diáconos y menos a los obispos.
La rápida difusión del movimiento engendrado por sus discípulos en territorios paganos y generalmente bajo persecución originó la necesidad de la ortodoxia y de la apologética y es en ese contexto que la legitimidad de la autoridad, la validez de su autenticidad cobró relevancia. La identificación ulterior con el Imperio y el acceso al poder hizo el resto.
La negligencia y la corrupción pastoral y administrativa que está intentando corregir Francisco tras de hacer crisis bajo y a expensas de Juan Pablo II por parte de la jerarquía y, por parte del laicado el desarrollo capitalista de las economías de mercados desregulados, los imperialismos políticos y las sociedades plagadas de injusticia social y creciente desigualdad, evidencian claramente que la tal sucesión apostólica no ha liderado el cristianismo y, después de los cismas, reformas y contrarreformas lo que ha quedado del movimiento jesuánico original, por el camino que hubiese sido de esperar según las narraciones evangélicas.
¿Qué tiene que ocurrir para que la percepción actual y obviamente fallida de la Iglesia y su rol en el Mundo deje de ser teórica y unilateral, para que traslade sus raíces al ambiente mucho más fluido de la historia real de la gente creyente? Según las narraciones evangélicas, Pedro fue encargado de confirmar a sus hermanos no una sino tres veces. O era sordo o tozudo y lo sigue siendo.
Confirmar supone escuchar primero y no cuando la jerarquía eclesiástica o los laicos poderosos del mundo corporativo deseen o necesiten que se responda a sus preguntas, sino cuando los creyentes tengan la necesidad y sientan la urgencia del contacto entre una parte y la otra.
La clave del escrito de George. G. Porta está en su pregunta: ¿Qué ha quedado del movimiento jesuánico original?. Sí, que ha quedado?. Cuando Nietszche dice que Saulo, el converso había sido el creador de la extensión, del triunfo de un cristianismo, al que él dio nombre….en vez de acabar como una “pequeña secta judía”…. está diciendo que la gran tragedia de ese cristianismo, hoy con su iglesia triunfante, llena de poder y de riquezas, HA VENCIDO. Pero, se trataba de vencer, o de convencer?. Sin duda ha vencido, cuando desde un Estado, el Vaticano, ha expandido sus embajadores por el mundo entero. ¿Era eso lo que el movimiento jesuánico quería?. Ha triunfado, y Constantino inició el camino de la victoria cuando en sueños vio una cruz: “Con este signo vencerás”. Era ese el triunfo que esperaba Jesús de Nazaret y su movimiento jesuánico?. Vencer, si han vencido, pero “convencer”?-¿No es una contradicción que la religión que en su tiempo, poderosa, en connivencia con el Imperio Romano le crucificara, ahora, venciera?. Entonces los grandes amigos de Jesús, los pobres, las mujeres, los despreciados de la sociedad, habían perdido…Eso y no otra cosa es volver a las fuentes.Porque lo fácil, es adorar a Jesús, lo difícil es seguirle, y él jamás dijo “adoradme”.En la adoración puede haber hipocresía, y en el seguimiento no.Con lo primero ritos, y ce
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remonias, se han inventado cientos……No es eso. No es eso.
Claro, Antonio, que tu interpretación de la historia puede ser válida al menos para ti y estoy seguro que para otras personas. Permíteme solo apuntar lo siguiente:
1. Saulo de Tarso nunca conoció a Jesús cuando éste estaba liderando su grupo. Por esdo tuvo que caer del caballo o la mula que lo llevaba y presentarse a los cristianos de Jerusalén para que le conocieran no como perseguidor sino como partidario.
2. El Movimiento Jesuánico original no conoció el Vaticano de otro modo que el área dónde se encontraba el Circo Maximo, luego el Vaticano como nombre colloquial del gobierno central de la Iglesia y del territorio de su nombre o Santa Sede es muy posterior al Movimiento jesuánico que despareció antes del siglo II, para dar lugar a otra cosa, dispersa, una especie de grupo de Iglesias que aún por algún tiempo eran dirigidas por separado.
3. Constantino se hizo bautizar en su lecho de muerte y solo inició la costumbre de darle a ciertos líderes cristianos de Roma, cargos públicos. El cuento o leyenda del sueño etc. que inmortalizó el Rafael Sanzio es bastante posterior y casi anti-jesuánico porque el bautismo se convirtió en obligatorio.
4. La religion que crucificó a Jesús no fue la que le crucificó, o, major, la que solicitó su asesinato a los romanos. El cristianismo como religion es posterior a Jesús porque él no lo fundó como tal.
5. En el seguimiento puede haber falsedad e hipocresía como en cualquier cosa humana. Hay quien adora y se engaña si no comprende a aquél a quien adora, como puede haber quien esté convencido de seguir a Jesús y su evangelio y seguir a Pablo o a Apolo, como señalaba Pablo acerca de las divisions internas de la comunidad cristiana original. La sinceridad require revision continua y ser contrastada con la lectura de los evangelios y su comprensión según que evolucione con el tiempo.
6. Nadie discute que los ritos, las ceremonias, etc., puedan cambiar y de hecho cambien y que ser seguidor de Jesús supera los límites de los ritualismos, etc., al punto de que pueda haber cristianos que ni siquiera sepan que lo son, Rahner les llamó Cristianos anónimos, como hay quienes se designan a sí mismos ateos o agnósticos y son creyentes sin tener que llamarse tales.
7. De cualquier modo, quizás llevas toda la razón y lo que escribe esté todo errado. Me alegraría de que estuvieses en lo cierto però no puedo de sentir que no yerre en lo que digo.