Miren Jone Azurza es una antigua amiga de Iglesia Viva y de sus fundadores. Periodista jubilada, quiere participarnos algo de lo que en la cumbre de la vida escribe, animando así este blog, que debe ser lugar de encuentro vivo de lectores. Esta reflexión que hoy nos envía la publicó hace poco en Noticias de Guipúzcoa. ¿No os apetece dialogar con ella?
Hasta hace nada creíamos que la seguridad de nuestro viaje por el mundo lo realizábamos, más cómodos unos que otros, pero confiados todos en la seguridad del modo de transporte que cada cual se podía permitir, desde las potentes aerolíneas, los grandes trasatlánticos, los coches sin conductor, hasta los infinitos medios normales como un par de botas. Nos parecía que para ser felices no necesitábamos ser ricos.
Creíamos también que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no iba a convertirse en papel mojado. Nos parecía que si contábamos con lo necesario para vivir: un trabajo, unas relaciones sociales satisfactorias, una familia en progreso normal, podríamos ser bastante felices. Tuvimos que abrir los ojos para comprender que los derroteros del mundo tenían que ir cambiando y hasta dimos por bueno que, al terminarse las dos grandes guerras, Europa sabría recuperarse e incluso salir reforzada. Así fue. El nacimiento de la Unión Europea se consideró una garantía de seguridad para todos los que formamos parte de ella.
Pero hemos llegado a un momento en que la situación nos aturde. Aquella flamante Unión Europea se ha encerrado en sí misma y su egoísmo se ha convertido en un escándalo atroz. Ha permitido, por ejemplo, que el dinero se haya hecho dueño del poder y no ha sido capaz de actuar según derecho, ante las olas de emigrantes y refugiados que siguen llamando a su puerta. Ha jugado al despiste inhumano y a dejar que miles de personas necesitadas de ayuda hayan terminado en el fondo del “Mare Nostrum”. Para colmo de sorpresas dolorosas asoma ahora la increíble situación de Grecia, pendiente de un hilo, pobre y muy distinta de la que estudiamos en los libros durante nuestra juventud como cuna de la democracia, maestra de sabiduría y de arte.
La bola del mundo se ha convertido en una gran manzana podrida por el gusano del egoísmo de muy pocos, ciegos para ver la miseria de una gran mayoría. Somos europeítos y muchos sentimos vergüenza de los políticos que se han dejado dominar por los abusos de la economía olvidando la justicia. No nos conformemos con culpar y denunciar a los causantes de estos desmanes. Reaccionemos. No somos pocos, las y los ciudadanos que aspiramos a vivir como personas libres, veraces, felices, en otro contexto mundial. Un primer paso para lograrlo exigiría cambiarse el chip interior, que ni se compra ni se encuentra por casualidad. Requiere el esfuerzo de vivir atentos, en búsqueda del camino hacia el cambio. Se trata de rebuscar dentro de sí las razones que hacen ser a la persona y poner en marcha las propias posibilidades de cambiar las cosas de todos con fe en la eficacia de su pequeña pero misteriosa aportación al bien común. Lo importante es que cada cual se pregunte, ¿Quién soy yo? ¿Para qué vivo?
Por respeto hacia el tema voy a valerme del testimonio del venerable Willigis Jäger, monje benedictino y maestro Zen, conocido representante de una espiritualidad contemporánea aconfesional que proporciona a los buscadores del siglo XXI respuestas a sus preguntas vitales. A sus 90 años cumplidos el 7 de marzo pasado afirma: “Siempre he buscado el Fondo originario detrás de todas las palabras, formulaciones y declaraciones teológicas, ese Fondo al que los cristianos llamamos Dios. Una temprana experiencia no racional me dio la seguridad de que detrás de todas las palabras me espera un amor absoluto… Todo lo que la teología y la metafísica ofrecían eran solo indicaciones hacia un Fondo originario mentalmente inconcebible. Ese Fondo originario al que hemos dado nombres como Divinidad, Vacío o Brahma, se celebra a sí mismo como esta forma que yo soy. Únicamente en ello encuentro el origen de mi existencia y su significado. Soy una forma del Fondo originario, una minúscula mota de ese Fondo en el Universo. Y por eso doy un sí absoluto a este tiempo de mi vida, completamente convencido de que la vida continúa. ¿En qué forma de existencia? No lo sé. El caminar consciente lleva al aquí y al ahora y a la certeza de que el sentido de la vida solo se encuentra en el momento presente”.