Quien escribe este realista y sincero artículo, Bernardo Pérez de Andreo, pertenece al Consejo de Dirección de Iglesia Viva. Y aunque la autoría es exclusivamente suya, seguramente todo el grupo está de acuerdo con la mayor parte de sus afirmaciones. Lean y comenten, que vale la pena. IV.
El Papa Francisco ha perdido la guerra contra el clericalismo. Aunque ha ganado algunas batallas importantes, el signo de la guerra ha caído definitivamente del lado de los fundamentalistas. Ahora se están reorganizando al percibir con claridad que el Papa no acometerá las reformas doctrinales y pastorales de calado que exige el momento, y que son imprescindibles para acabar con el clericalismo secular en la Iglesia, de modo que podamos volver al espíritu del Evangelio de Jesús de Nazaret y de los dos primeros siglos de la iglesia. Estas reformas tienen que ver con la esencia misma del cristianismo, que durante milenios ha ido pervirtiéndose de la mano de una visión casi gnóstica de la realidad eclesial y de la fe. El clericalismo no es una mera deformación de la constitución práctica de la Iglesia, en realidad afecta al ser íntimo de la misma, por eso ha de haber una reformulación dogmática que cambie la definición de la misma Iglesia, para después llevar a la práctica pastoral este cambio.
Durante los dos primeros siglos de la historia de la Iglesia, hasta mediados del siglo III, no existía una organización clerical, la Iglesia vivía de la conciencia de ser pueblo sacerdotal, no un pueblo de sacerdotes. En la Iglesia no había órdenes diferenciados, sino que por el bautismo todas y todos los files accedían al sacerdocio de Cristo, Sacerdote eterno en la línea de Melkisedek. No se trata de un sacerdocio hereditario, es un sacerdocio real del que participamos todos los bautizados, porque un solo sacrificio, el de Cristo, es el que establece la mediación entre Dios y los hombres, y todo bautizado participa de este sacerdocio. No hay por tanto, nada más que un orden dentro de la Iglesia, el que establece el bautismo como puerta de acceso tanto a la misma Iglesia como al sacerdocio de Cristo. Somos cristianos y por tanto, todos y todas, sacerdotes en Cristo. Este sacerdocio se vive en la experiencia sacramental, especialmente en la Eucaristía, como presencia del Espíritu Santo en medio de la comunidad que vive la koinonía y la caridad y construye a su alrededor el Reino de Dios en el mundo. El sacerdocio de Cristo en la comunidad cristiana es la expresión del Reino de Dios en la Iglesia para el mundo.
Paolo Prodi* afirma que ya en el siglo II comienza, por ósmosis con el Imperio, una corrupción eclesial que deriva en el clericalismo. Este proceso estaría claro para Prodi en los Apologetas, que proponen una ley divina superior a la ley de los hombres que la supera, y llega en su punto culminante con San Agustín, quien fusiona el sacerdocio ministerial con los votos monacales para establecer de manera definitiva un orden distinto y superior en la Iglesia. Sin embargo, la organización de las iglesias hasta el siglo III, pero sobre todo en el IV, es la de comunidades organizadas que eligen personas para ciertos servicios, como puede ser el servicio a los pobres o la organización cotidiana. Estas personas pueden ser varones o, en muchos casos, mujeres. Su servicio se denomina diaconía, en la línea de la expresión del evangelio de Lucas “yo estoy en medio como el diakonos”. El servicio a la comunidad es lo que determina al principio el cargo que se ocupa. El problema de la herejía gnóstica hará necesario crear figuras como el episkopos, es decir, alguien enviado para que asegurara la unidad de otras comunidades en la misma fe. Pero, la famosa triada diácono-presbítero-obispo no tendrá hasta el siglo IV una determinación clerical vinculada al sacerdocio ministerial. Es, precisamente en este momento, más aún desde el siglo V, cuando la estructura clerical se habrá configurado plenamente y el sacerdocio quedará exclusivamente reservado a los varones, en muchos casos célibes, sobre todo los obispos.
En la línea del pensamiento agustiniano, el orden sacerdotal tiene una realidad óntica distinta del resto de los bautizados. Esta forma de entender el sacerdocio llega hasta el Concilio Vaticano II que establece que la diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial es esencial y no solo de grado (LG 10). Esto implica que en la Iglesia existen dos órdenes de ser: el que nace del bautismo y el que nace del orden sacerdotal. Por el bautismo somos fieles que damos testimonio de Cristo en todo lugar, afirma el Concilio; por la sagrada potestad, a partir de la ordenación sacerdotal, otros modelan y dirigen la comunidad y efectúan el sacramento eucarístico, dice LG 10. Es decir, que por pertenecer al orden sagrado, algunos varones en la Iglesia efectúan el sacramento de la Eucaristía, para ofrecerlo a Dios y al pueblo. Se ha operado aquí, por tanto, una inversión del sacerdocio de Cristo. Hemos vuelto a la consideración hebrea de un sacerdote mediador entre Dios y el pueblo que ofrece sacrificios agradables. Ya no es Cristo quien, único Sacerdote en la línea de Melkisedek, ofreció el único sacrificio agradable a Dios, el de su propia vida por amor a Dios y los hombres. Volvemos a los múltiples sacrificios ofrecidos por simples hombres que deben reiterar las acciones sagradas porque no son en verdad eficientes.
Si en la Iglesia existen dos órdenes del ser, hay por tanto un dualismo ontológico, pues solo el ámbito de los ordenados entran en la esfera de lo sagrado, mientras el resto de bautizados quedan fuera de esa realidad ontológica. Esto es, en esencia, la base del gnosticismo dualista que la Iglesia combatió en sus comienzos pero que infectó de alguna forma, como dice Ricoeur, a la doctrina eclesial. He aquí la base, por tanto, del clericalismo, la existencia de dos órdenes de ser dentro de la Iglesia, dos órdenes diferenciados esencialmente, no solo gradualmente.Si se quiere acabar con el clericalismo hay que destruir esta doctrina espuria del sacerdocio ministerial como realidad óntica diferenciada. Solo hay un orden de ser en la Iglesia, el de los bautizados, solo hay un sacrificio efectivo, el de Cristo en la cruz, solo hay un bautismo para el perdón de los pecados, solo hay un sacrificio agradable de a Dios, misericordia y justicia. Si el Papa quiere destruir el cáncer del clericalismo, como él mismo lo ha llamado, debe restituir la sana doctrina que emana del Evangelio y que vivió la Iglesia en los primeros siglos. Restituida esta, entonces debe tomar las decisiones pastorales oportunas, como pudieran ser la ordenación para el sacerdocio ministerial, entendido como un servicio eclesial, de varones no célibes o de mujeres.
Sin embargo, el Papa ya ha declarado que en este pontificado ni se ordenará varones no célibes ni a mujeres. Con esto ha dado el pistoletazo de salida a los fundamentalistas para reconquistar el poder perdido. Ha decido Francisco, con absoluta firmeza, acabar con los abusos sexuales en la Iglesia, no dar espacio a la impunidad y borrar de raíz esta lacra. Ahora bien, siendo esto loable, si no se quita el sostén ideológico de los abusos que es el clericalismo, será como el que construye sobre arena, vendrán las lluvias y caerá la casa. Hay que construir sobre roca, en este caso, sobre la eliminación del sustento doctrinal del clericalismo.
Puede ser que el miedo al cisma frene la toma de decisiones de calado contra el clericalismo, pero de producirse el cisma sería para depurar la Iglesia, no para dividirla, como sucedió con los lefebvrianos.
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* Paolo Prodi: “Corrupción en la Iglesia: ¿existe una era constantiniana?”, en Concilium 358 (2014) 83-96.
Y ya puesto, Bernardo, algo que me ha quedado en el tintero. Eso de que los curas no debemos intervenir en la acción temporal, que lo nuestro es lo culotual. El caso es que hoy los curas en activo también han eliminado de la vida eclesial la acción temporalde los seglares, los prefieren de catequistas y lectores de las epístolas….
Eso de “segregatus a peccatoribus” y de alejados del mundo no me va. Se es cristiano a todos los efectos, como un soldado raso más, que no me vengan con cuentos y “chorradas”. Yo creo que Jesús obró así, y se imp,licó hasta la muerte, y muerte de rruz. Y !cuidado!, que puestos a implicarse en lo civil, bien se han implicado obispos, cardenales y primados en los asuntos temporales como diputados, príncipes feudales, etceeterra etcetera etcetera….”Consejos vendo, para mí no tengo”.Yo también estoy pensando en pedir ser enterrado en un cementerio de fusilados de la guerra civil de la Rioja; no seré el primero, ya pidió plaza y la ocupó el cura del pueblo más comunista de la Rioja….
Hola, Bernardo y todos. Con motivo de mis bodas de oro sacerdotales, que coincidieron con la toma de contacto con el clero riojano del hoy Cardenal Arzzobispo de Barcelona, yo, casado y padre dee familia, escribí al obispo citado para pedirle participar en la misa que iban a concelebrar con él todos mis condiscípulos como uno más. La respuesta vino avalada por el Nuncio en Madrid, y fue un rotundo “no”. Tengo el texto.
El caso es que, como exconsiliarrio de la JOC que fui, miembro del comité provincial del PCE que fui en la Transición que fui, propaggandista defensor de la nueva Constitución y militante obrero que he intentado ser y que intento ser a mis 87 años, mis compañeros de la JOC creo que no han perdido ni un ápice de la amistad y aprecio que me demostraron entonces y ahora. Es decir que mi sigo sintiendo y me siento valorado como el sacerdote que fuji y que soy por aquello del “carácter” que imprime la ordenación (!ejem!! Es más: integrdo entre los feligreses más próximos e implicdos en la iglesia, sobre todo mujeres, me siento muy crítico con el clero de la parroquia. mejor dicho con su actitud de clero del de antes y de superioridad sobre los fieles, y muy triste por la cantidad de curas vascos que se han alejado de la vida parroquial y de sus prácticas religiosas. El clero vasco de aquellos tiempos del concilio y la rupturaha sido maltratado y casi casi “expulsado”…
Me siento también muy cerca de las mujeres que claman en Igflesia Viva por participar en las funciones clericales como uno más.
Hace poco murió un excura de esta parroquia, que no quiso sacramentos ni entierro relikgioso ni funeral. Sus Excolegas le hicieron un homenaje “civil” Solo dos curas estu vimos en aquel homenaje uno de sus tiempos que sigue fiel el clero, y yo, que cuando mis bodas de oro fui rechazado por un sector del clero riojano y el vicario general “porque no ha sido fiel” según palabras de dicho vicario, que suscitaron una oleada de protestas entre un amplio sector del clero riojano.
Sí, Bernardo, con todos mis respetos, creo que Francisco no ha estado a la altura que esperábamos muchos, pero nos toca seguir en la batalla y la insistencia.
Bien dice Bernardo que no se podrán evitar los males del clericalismo si persiste lo que él define como una dualidad ontológica. Lo tremendo es que la diferencia esencial, no sólo gradual, entre ambos sacerdocios haya sido mantenida por el Vaticano II. Así, quienes con tanta esperanza nos aferramos al espíritu de ese Concilio para reclamar un cambio radical en nuestra Iglesia, nos sentimos desamparados en ese punto. Es indispensable que quienes saben busquen la forma de iluminar esa afirmación con la luz de nuestro tiempo. Como yo no soy uno de ellos, sólo me permito sugerir que se empiece por desterrar de nuestro vocabulario cristiano la palabra sacerdocio y sus derivadas.
Muy de acuerdo en que, para cambiar la vida práctica (pastoral) de la Iglesia, hay que reelaborar su base dogmática (ontológica, jurídica). Francisco ha escogido el camino inverso, renovar poco a poco la práctica para lograr que la base teórica caiga por sí sola. En temas de pastoral discrecional, como la sexualidad, quizás este método dé buenos resultados, pero en temas teóricos, que poco interesan a la mayoría del pueblo cristiano, les deja armas muy eficaces a sus adversarios que están en el poder administrativo o especulativo. Así planteada la batalla, Francisco tiene todas las de perder, a no ser que lo rescate una especie de movimiento popular. A Jesús, este enfrentamiento le costó la vida, aunque su grupito fue saliendo adelante mediante un cisma, y gracias a los romanos que destruyeron el Templo de Jerusalén y dispersaron a sus creyentes.
Sólo quisiera añadir que este artículo se mantiene dentro de la institución eclesial, que es una estructura humana con un fundamento teórico y jurídico mejor o peor adaptado al proyecto de Jesús, y susceptible no sólo de mejor interpretación sino incluso de una radical renovación. El Reino de Dios es mucho más universal que la Iglesia institución. A pesar de esto, creo que el autor hace bien mantener su argumento dentro del terreno de la Iglesia institucional, porque de otra manera no sería escuchado ni por los conservadores ni por los que ya abandonaron la institución.
Gonzalo, gracias por tu comentario. Yo también comparto la idea que apuntas de que el Reino es algo más universal, pero como he dicho en mi libro La revolución de Jesús. El proyecto del Reino de Dios, la revolución de Jesús exige un sujeto político, y este sujeto político es la Iglesia, con todas sus debilidades, por eso me centro en la Institución, porque lo humano, para permanecer, necesita institucionalizarse, la Iglesia es la institucionalizaicón de la revolución del Reino de Dios. Si todo va bien, publicaré un libro sobre la Iglesia desde esta perspectiva.
Te sigo en Paradigmas Emergentes, aunque allí no me es posible participar mucho.
Saludos.
Simplemente para agradecer la claridad de tu opinión sobre este tema. Efectivamente, el problema de fondo es ese y, a mi modo de ver, pone de manifiesto la preocupación del Papa, incluso diría yo su nerviosismo.
Un cordial saludo
Gracias, Antonio. Debemos seguir pensando esto en profundidad. Iglesia Viva publicó un monográfico sobre el clericalismo que puede iluminar: Por una iglesia desclericalizada http://iviva.org/archivo/?num=266
Saludos.