Habríamos publicado este artículo de Neus Forcano, del Consejo de Dirección y Secretaria de la Asociación Iglesia Viva, en el número 273 que hoy se publica, si hubiésemos tenido espacio para ello. No queremos dejar de invitar a la lectura de la última Exhortación Apostólica de Francisco, que ha tenido menos difusión en la prensa que las anteriores.
La alegría como la felicidad emergen de dentro. Emoción y actitud vital que cuando se expresan casi nos sorprende a nosotros mismos. Porque para los cristianos, y también para otras creencias religiosas o éticas humanistas, descubrimos que la alegría profunda nace de una coherencia del sentir y del actuar.
Nada tiene que ver con la perfección moral, con la asepsia emocional, o con la ausencia de dolor, de sufrimiento o de aquello que nos molesta o no nos gusta.
En pleno tiempo pascual, volvemos a estar en camino como las mujeres enviadas a proclamar que el Cristo vive, como los de Emaús, como los discípulos y discípulas temerosos y confundidos que no sabían qué tenían que hacer o qué decir ante lo que había pasado.
La exhortación apostólica “Gaudete et exsultate” que el papa Francisco nos brinda en esta primavera del 2018, parte del versículo de Mateo 5,12 donde además de alentar a estar alegres por el acontecimiento pascual, se nos invita a ser sal en el mundo, luz para los demás, palabra y acción eficiente en consonancia con el espíritu de Jesús y de aquellos y aquellas que nos lo han transmitido de generación en generación.
En esta exhortación, el papa Francisco glosa las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12 y Lc 6, 20-23) como el núcleo esencial de la creencia y el actuar cristianos. Las bienaventuranzas “no son una simple invitación a la caridad, sino una página que ilumina el misterio de Cristo” y una llamada a actuar, contracorriente, porque he podido descubrir en el otro a un hermano, a una hermana, con quién solidarizarme y convivir. Es, en definitiva, una llamada a ser auténticamente “feliz” o “bienaventurado”.
Puede que tengamos aparcada la palabra “santo” o “santa”, asociada a un comportamiento casi ingenuo de bondad extrema o a la perfección de alguna persona extraordinaria. En cambio, en esta exhortación, el Papa Francisco nos invita a todos a escuchar la llamada a la santidad como una propuesta que se basa en la antropología cristiana: somos amor y libertad, pero en relación, y estamos llamados a dar lo mejor que somos a los demás. Se trata de sentirnos alentados a ser felices y bienaventurados de andar en su presencia y de actuar abiertos y confiados en nuestro presente.
Atreverse a ser santo, a ser santa, es “resistirse a tener una vida mediocre, aguada, licuada”, dice textualmente el Papa. Dios se empeña y sufre ante nuestra dolencia del “ir pasando”. Dios-padre-madre quiere lo mejor para nosotros. Estamos hechos de luz y podemos dar luz en abundancia. ¿Cómo podemos encarnar la santidad? Atreviéndonos a encarnar la bondad, nos dice.
Al inicio de la exhortación, el papa Francisco muestra en qué tipo de ser humano cree el cristianismo. Un ser humano querido y acompañado por Dios-Amor que no es creado solo, como individuo. Ya desde las primeras páginas del Génesis, el primer libro de la Biblia -aunque no el más antiguo- nos recuerda que Adam está solo y que de su costilla (en el sentido de “costado”, “lado”) crea a su compañera Eva.
Tradicionalmente se ha interpretado tan mal este pasaje que olvidamos que la simbología del nacer del costado expresa una total igualdad entre el hombre y la mujer, a los cuales el texto en hebreo llama a partir de la misma raíz (ish y isha), y que además comparten la misma esencia: uno del otro son hueso del mismo hueso, eso es, carne de la misma carne. El mito hebreo de la explicación de los orígenes de la humanidad nos regala una imagen de una humanidad que es antes que nada, relacional. Imposible entendernos y ser felices sin descubrir y experimentar esta relacionalidad.
Dios no es un ser externo, alejado, nos trasciende, pero a su vez es una experiencia de inmanencia en cada uno que es la que nos permite llegar a ser nosotros mismos. Es una presencia que nos invita a decir sí a una propuesta de camino de santidad en el que soy capaz de reconocerme hijo/hija y hermano/hermana con todos.
El seguimiento de Jesús es una imitación en la donación y la apertura a Dios para ser para los demás y con los demás. La santidad, añade, “es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia”. En la exhortación se dice explícitamente que “no existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo” y Dios quiso entrar, -y entra continuamente-, en la dinámica de un pueblo. Por eso hablamos de la comunión de los santos y de la iglesia como ekklesia (‘asamblea de fieles’ en griego).
En esta exhortación, el papa Francisco nos insta a estrechar lazos, a crear comunidad. Y no solo dentro de la Iglesia, sino a abrirnos para socorrer, ayudar, acompañar, y luchar por la justicia en nuestra sociedad, en nuestro tiempo, en nuestro contexto. Nos dice, también, que nadie tiene el monopolio de la santidad. Eso sería no tomarse en serio la fuerza y la libertad del espíritu que actúa por doquier e inspira a todos. Estamos llamados a ser santos porque la santidad nos humaniza/cristifica, y ese es el objetivo y la fuente de la bienaventuranza.
La exhortación describe bien los peligros actuales de desviarse hacia el gnosticismo -que idealiza el conocimiento y una Unidad Superior que menosprecia la diversidad y la encarnación en la historia-, y por otro lado, del desvío hacia el pelagianismo -que idealiza la voluntad y el esfuerzo individual como si fuera lo único que nos puede permitir ser santos, ser buenos fieles-. Esta actitud puede llevarnos a pensar que la religión retribuye a aquellos que cumplen y olvidarnos de que la gracia y el amor de Dios son gratuitos y que Él/Ella toma la iniciativa.
En el capítulo cuarto de la exhortación, nos anima a poner en práctica actitudes que derivan de las bienaventuranzas y que pueden contrarrestar “la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad que nos acechan hoy”.
Así, nos invita a ser mansos, pacientes, humildes; a mostrar alegría y a tener buen humor; a ser audaces; a ser firmes en la fe y en el ejercicio del discernimiento para descubrir lo que puedo dar en cada momento. Como Jonás, no debemos huir de la misión que se nos encomienda ni debemos dejarnos mecer por una conformidad fácil y cómoda con lo establecido o con los esquemas psicológicos con que reacciono ante las situaciones.
La última y quinta parte del discurso, anima a combatir el mal y la distracción cómoda en que nos resguardamos si no mantenemos una actitud expectante, enérgica, valiente, para gustar de los detalles y de la atención a las pequeñas cosas, para descubrir la gratuidad y la belleza de la vida.
La oración, el compartir y repartir en comunidad, el dejarse ayudar, guiar y confrontar la realidad, me pueden abrir perspectivas y nuevos horizontes para dar con el sentido y con la felicidad de dar. La actitud del “gaudete et exsultate”, pues, es la actitud del cristiano y la cristiana en camino que sigue un programa de humanización que no termina; que se siente vinculado a un pueblo, a una comunidad, que se sensibiliza ante el dolor de los demás, y que se dispone a amar y a dar vida en abundancia con actitud humilde, capaz de reconocer errores, de perdonar y de encarnar el espíritu de Jesús en la historia. Feliz pascua de resurrección.