Este número 262 de Iglesia Viva no trata del Sínodo de los obispos 2014-2015. Sino de la cuestión tema que vienen tratando las comunidades católicas de todo el mundo en relación esa doble sesión sinodal que culminará el próximo octubre: cómo aplicar el evangelio a la familia en las peculiares circunstancias en que se encuentra hoy. Este es el artículo editorial con se presenta el número.
En la Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos de 2015 se pretende buscar líneas operativas para la pastoral de la familia. Precisamente en esta segunda sesión se quiere responder a la pregunta acerca del modo cómo se pueden vivir el matrimonio y la familia en el siglo XXI, escuchando por una parte el evangelio y por otra, lo que experimentamos en nuestra cultura.
Iglesia Viva ha querido publicar un número sobre el tema del Sínodo, aunque no un comentario sobre él, ofreciendo un servicio a sus lectores que les ayude a acercarse con profundidad a algunas de las cuestiones que en él se van a debatir. Nuestra sencilla pretensión es tratar con libertad de espíritu un asunto candente en la vida de la Iglesia de hoy.
El anuncio del evangelio y, por consiguiente, la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia suceden en un contexto social y cultural profundamente cambiado. En lo que se refiere concretamente al matrimonio y a la familia, los signos de dicho contexto pueden identificarse más o menos de la siguiente manera. Retraso en la edad de contraer matrimonio y de decidirse a ser padres. Poca estima en la institución misma del matrimonio y en su duración para siempre, primando más la plena libertad en las relaciones. Surgimiento de nuevos tipos de familia junto a la familia tradicional.
Como observación general podría decirse que la cultura así esquematizada quizá sea minoritaria en cuanto a los sujetos, pero en todo caso es influyente en las ideas y la mentalidad. De los datos sociológicos no se llega a una conclusión pesimista sobre la familia, sino que, como parece que subrayan investigaciones y datos estadísticos, ella se sostiene bastante bien, aunque en condiciones de debate y cuestionamiento. Es imprescindible descubrir los elementos positivos de esa nueva concepción, para sobre ellos realizar una pastoral adecuada.
De todas formas no puede negarse la existencia de una “crisis” del matrimonio y de la familia. Entrecomillamos la palabra crisis para explicarla en su significado más positivo de juicio y oportunidad. Yendo más allá de las apariencias en cuanto a los comportamientos (individualismo, relativismo, utilitarismo y otros “ismos” sobre los que se apoya la jerarquía en sus condenas y que llevan a “la muerte de la moral”), se constata que la pregunta moral sobre cualquier ámbito del comportamiento humano es hoy fuerte pero se plantea en un nivel más profundo de lo que suele pensarse. Más que pregunta sobre normas o reglas se refiere a la cuestión del sentido, la finalidad del actuar humano; antes que la pregunta sobre qué cosa hay que hacer, es la pregunta del por qué hay que obrar así. ¿Por qué casarse? ¿Cuál es la razón de ser del matrimonio como institución religiosa (y también civil)? ¿Qué es mejor, el matrimonio sin amor o el amor sin matrimonio? ¿Qué sentido tiene una vida de pareja que ha perdido su sentido?
Se debe reconocer que la cuestión del sentido ha quedado bastante eclipsada en este ámbito durante el posconcilio debido a las problemáticas específicas que han polarizado el debate sobre el matrimonio y la familia durante decenios. La teología debe retornar a dar relieve a la cuestión central: cuál es en la visión cristiana el sentido, la finalidad del matrimonio y de la familia.
Es en este nuevo contexto en el que se plantea la acuciante pregunta que se hace el Sínodo acerca de la evangelización de la familia. Los datos que se han conocido de las respuestas al cuestionario previo al Sínodo subrayan los serios vacíos existentes a este respecto, así como algunas posibilidades.
Es misión de la Iglesia el anuncio de la buena noticia de la familia y del matrimonio a todas las generaciones, por tanto, también a esta; a todos los tiempos, por tanto, también a este, si no quiere caer en la abstracción y en la a-historicidad. La atención a la contemporaneidad es determinante porque son precisamente las familias implicadas en las presentes condiciones del mundo las llamadas a acoger y vivir el proyecto de Dios que les afecta, y porque la comprensión del matrimonio y de la familia proviene de las preguntas de los esposos y de los padres de hoy (cf. Familiaris consortio, nº 84). Estas preguntas y esperanzas constituyen otros tantos signos de los tiempos que tenemos que descifrar a la luz del evangelio para responder a las expectativas de la familia hoy.
Pero en la realidad una serie de tensiones entre evangelio y familia complican peligrosamente la confesión de la fe en la vida cotidiana, dada la evolución que se está dando en la sociedad. La Iglesia debe hacer coincidir la propia enseñanza, y más aun la interpretación pastoral que deriva de ella, con la realidad vivida. Y ha de sostener a la familia para que pueda afrontar las evoluciones sociales inconciliables con una visión cristiana de la familia.
Esto supuesto, la primera cuestión decisiva que se plantea –como en todos los ámbitos de la pastoral sacramental– es la de la iniciación al sacramento. Es necesario reflexionar críticamente sobre los modelos existentes (si existen) y proponer aquellos elementos “sine quibus non” se puede otorgar el sacramento. No sigamos manteniendo la ficción de la suplencia de celebraciones sociales. Viene a cuento aquí nuevamente el problema del catecumenado.
También debe reflexionarse seriamente sobre el sujeto evangelizador de este ámbito específico (¿va a seguir siendo exclusivamente el cura?), sobre los objetivos y los contenidos esenciales de la acción evangelizadora, así como sobre la preparación de los sujetos señalados. Parece que se da por sentado que las cosas marchan porque sí y no es necesario plantearse cómo compaginar los dos conceptos: evangelio y familia.
El evangelio de la familia, es decir, la concepción cristiana de la familia se concreta según muchos teólogos en la expresión acuñada “Iglesia doméstica” (LG 11). La Iglesia familia de Dios (a la que se refiere LG 6, 4) se encarnó en los primeros siglos precisamente en las Iglesias domésticas que en formas diversas han continuado en todas las épocas. Hoy podrían considerarse análogas a las comunidades eclesiales de base y a las formas similares, “ecclesiolae in ecclesia”, en las cuales nos nutrimos de la palabra de Dios, se puede rezar juntos y juntos vivir las fiestas litúrgicas, permaneciendo siempre en la comunión de la gran Iglesia y abriéndose a la acogida de los pobres y de los que sufren.
Todo cristiano, cualquiera que sea su condición o situación, nunca está solo o perdido, es de casa en una nueva familia de hermanos y hermanas (Mt 12, 48-50; 19, 27-29).
En las familias cristianas los esposos se sostienen mutuamente en la fe y educan en la fe a sus hijos. La expectativa de la familia como Iglesia doméstica parte de la idea de que la primera socialización de la fe es un todo con la familia misma, se realiza en primer lugar a través del testimonio, del ejemplo de una vida don de sí.
Lo dicho hasta aquí no puede hacernos olvidar una cuestión delicadísima que atrae en el momento presente la atención, no solo de los medios de comunicación, sino de muchos cristianos adultos en la fe, y que ha desatado una envenenada tormenta contra el papa Francisco por parte de las corrientes neoconservadoras en el interior y en el exterior de la Iglesia: la pastoral para algunas “situaciones matrimoniales difíciles”.
El cuestionario que se presentó al episcopado para la preparación del Sínodo utiliza la expresión entrecomillada para referirse a las uniones de hecho, los casados solo civilmente y los divorciados vueltos a casar. Estas últimas situaciones son las que presentan problemas teológicos y pastorales más serios. Se trata de un problema relativamente moderno, que existe desde la introducción del matrimonio civil en la legislación de los estados a partir de la época napoleónica. Debe ser afrontado en el contexto de una pastoral matrimonial y familiar globalmente considerada.
El divorcio y el nuevo matrimonio abren el camino a menudo a un proceso de alejamiento de la Iglesia o acrecientan la distancia existente. No son pocos los que piensan que la exclusión de los sacramentos como consecuencia de un nuevo matrimonio civil es una discriminación injustificada y una crueldad.
Algunos intentos de conjugar los principios y la situación no han tenido escucha satisfactoria por parte del magisterio eclesial (propuestas del P. Häring, pastoral de los obispos alemanes de la provincia del Alto Rin en 1993, las Orientaciones del departamento de pastoral de la diócesis de Friburgo el año pasado). La relación introductoria de Kasper para el consistorio preparatorio (n. 42) planteaba acertadamente la situación. La pregunta teológica a este respecto es qué amplia ha de ser la congruencia entre la profesión de fe de los creyentes y los sacramentos a recibir para conseguir que no sufra el carácter sacramental de la Iglesia en su conjunto. La segunda de las propuestas de Kasper en su intervención en el consistorio apela a la praxis de la Iglesia primitiva que mediante la penitencia pública ofrecía una segunda tabla de salvación después del bautismo incluso a los responsables de los pecados más graves como los apóstatas en la persecución (los lapsi) y los adúlteros, es decir, aquellos que, tras haber abandonado al propio cónyuge, sellaban un segundo matrimonio. Es cosa sabida que el debate en el consistorio a continuación de la relación de Kasper fue muy encendido y sigue en el presente.
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En este marco hay que ubicar los tres Estudios del presente número. En el titulado Familias en transición: mitos y realidades, Izaskun SÁEZ DE LA FUENTE ALDAMA pretende analizar críticamente algunas de las principales transformaciones sociológicas que las familias españolas han experimentado en las últimas décadas. Comienza con un estudio de los cambios morfológicos. A renglón seguido, realiza una valoración sobre el impacto de la crisis económica. Y finaliza con la explicación de los efectos que el proceso de democratización individualizadora característico de las sociedades actuales tiene para las familias.
Carlos GARCÍA DE ANDOIN expone con profundidad y amplitud el significado de la familia desde la perspectiva de la fe. Se trata de una reflexión teológica y antropológica a un tiempo acerca de la peculiaridad del matrimonio y la familia cristianos. Se describen y analizan los elementos característicos y esenciales de la propuesta del amor familiar cristiano. Aunque su autor no es un teólogo de profesión, es un creyente que movido por su fe, como decía santo Tomás, “busca entender” precisamente en las coordenadas de nuestra época. Su pensamiento, en fidelidad a la tradición viva de la Iglesia, se pregunta con honradez acerca de las cuestiones que hoy están sobre el tapete en el debate teológico.
Fernando VIDAL ha centrado su trabajo en las políticas de familia. Ellas tienen que superar el enfoque ideológico y asentarse en el consenso de que la familia es un bien global, especialmente para las personas en exclusión. Por ello requiere una intensa protección. Hay un modelo agotado para consolidar la solidaridad interna y la responsabilidad externa de las familias. Es necesaria la innovación en políticas de familia. En el artículo se aportan muchos campos urgentes y ejemplos de intervención en ellos.
Las otras secciones de la revista ofrecen también materiales y reflexiones sobre el tema central. La Conversación con… es esta vez con una teóloga feminista inglesa, Lisa ISHERWOOD, que habla a Montserrat ESCRIBANO de campos abiertos a la reflexión cristiana y de la poca audacia que prevé en los miembros del Sínodo. Como síntesis de las respuestas enviadas al sínodo desde el pueblo cristiano hemos reunido en Debate dos polos extremos: el deseo de extrema resistencia conservadora de lo que se considera inmutable doctrina y práctica católica –La filial súplica– y la equilibrada respuesta progresista de los obispos alemanes, tras amplia consulta eclesial.
También en Signos de los Tiempos se aportan dos reflexiones importantes: una, del teólogo italiano Basilio PETRÀ, sobre la destructibilidad del vínculo matrimonial y otra de Enric VILA sobre las demandas de los movimientos católicos LGTB a los participantes en el Sínodo.
Finalmente, en Pagina Abierta, hemos querido recordar una sencilla carta del papa Francisco en 2014 invitando a todo el pueblo de Dios a unirse a este proceso de reflexión y búsqueda sobre la familia que está a punto de concluirse.
Un reciente acontecimiento, la publicación de la Laudato si’, nueva encíclica social sobre el cuidado de la casa común y de cómo las crecientes agresiones a la “hermana madre Tierra” repercuten sobre todo en exclusión y muerte de los más pobres, es iluminado por Joaquín GARCÍA ROCA.
Y una extraordinaria película irlandesa, Calvary, que se suma a las mejores que se hayan producido sobre el sacerdocio católico, es comentada por José María MONZÓ en su habitual reseña cinematográfica.
Con la presentación de tres libros muy relacionados con miembros del Consejo de redacción de Iglesia Viva, se completa este número. Los dos siguientes del año versarán sobre Precariedad universalizada y Cincuenta años de Iglesia Viva.
Esperamos continúe la fidelidad y generosidad de nuestros suscriptores y lectores en este año crucial en el que estamos preparando una nueva etapa, con graves dificultades económica que expondremos al final en una Nota de Administración.
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