José María Castillo una vez más analiza cómo se está viviendo estos primeros años del pontificado de Francisco que desde la derecha o la izquierda muchos se atreven ya a considerar como fracasado. Pero los pobres y marginados de hoy no piensan eso. Iglesia Viva agradece a Castillo y apoya plenamente su reflexión.
Hay gente que se hace esta pregunta. Incluso hay no pocas personas que ni se la hacen. Porque son los que ya tienen la respuesta. Y la tienen clara y segura, en el sentido de que, según piensan ellos, efectivamente es así. No se trata, pues, de que Francisco va a fracasar. Se trata de que Francisco, y el modelo de papado que él representa, ya ha fracasado. O sea, ni este papa ha renovado la Iglesia. Ni la va a renovar. Por la sencilla razón –dicen los defensores del fracaso– de que la teología de Francisco es poca y pobre. A lo que se suma el hecho de que no ha cambiado ni un solo canon de Código de Derecho Canónico. Ni los nombramientos de altos cargos en la Curia han sido determinantes para que las cosas cambien. Ni ha podido acabar con las firmes y sólidas convicciones de los cardenales que están en contra de su forma de ejercer el cargo de Sucesor de Pedro. Entonces, después de casi tres años de papado, ¿a dónde nos lleva este hombre? A una nueva y mayor desilusión en la reforma de la Iglesia, piensan o temen no pocos.
En fin, no sé si estoy exagerando. Ni soy quién para asegurar si tienen o no tienen razón los “profetas de desgracias”, que diría Juan XXIII. Lo que sí creo que puedo (y debo) preguntar es esto: ¿quiénes son los que afirman con seguridad que este papa ha fracaso? Ciertamente no dicen semejante cosa ni los pobres, ni los enfermos, ni los niños, ni los que se han quedado sin trabajo, ni las gentes que viven en barrios marginales, ni los que huyen de las guerras, de las hambrunas, de los países en los que se ven explotados o en situaciones de inseguridad, miedo y desesperanza. ¿Por qué será esto así?
Asegurar que este papa ha fracasado es, más que nada, desear que fracase. Y por tanto, desear que las cosas sigan, en la Iglesia, como estaban en los papados anteriores. O quizá –en el extremo opuesto– lo que algunos desean es que la Iglesia cambie, de la noche al día, a golpe de decisiones doctrinales y legales, que obliguen a infinidad de personas a pensar de manera distinta a como vienen pensando desde que eran niños. Pero, ¿es que un papa puede hacer semejante cosa en dos o tres años?
Pongamos los pies en el suelo. El papa, sea quien sea, no puede ser agente de división, sino modelo de tolerancia, respeto y comunión. Pero eso, en una Iglesia tan dividida y fragmentada como la que tenemos, no se consigue sino desde la bondad y la misericordia. Ejercer el papado no es hacer política, Y, menos aún, imponer decisiones que, en el mejor de los casos, se soportan, pero no se integran en la vida de las personas. La gente integra y hace suya en sus vidas, no lo que se les impone por obligación, sino lo que les atrae por seducción. El día que una notable mayoría vea en el Evangelio un “proyecto de vida”, que alivia penas, fomenta la felicidad y da sentido a nuestras vidas, ese día la Iglesia cumplirá con su tarea en este mundo y será distinta. Pues eso, ni más ni menos que eso, es lo que el papa Francisco está intentando hacer. Y es lo que la que va a hacer, si es que entre todo le dejamos hacerlo.