En este artículo se resume otro extenso del obispo McElroy, publicado por la revista América, con el título La Iglesia de los pobres, en el que afirma que el papa entiende el funcionamiento del mercado “demasiado bien”.
El mercado no es sacro; Francisco pone en crisis el modelo estadounidense
FRANCESCO PELOSO, Vatican Insider, 6-Febrero-2015
ROMA
La doctrina social propuesta por Papa Francisco no es bien vista por todos en los Estados Unidos. Desde hace un año, las críticas que ha dedicado Bergoglio al modelo del capitalismo financiero en su versión globalizada han suscitado algunos malos humores en ciertos ámbitos liberales o ultraliberales de los Estados Unidos. Pero hay también algunos que, con menos prejuicios, consideran que tal vez Papa Francisco no ha comprendido cómo funciona el “mercado”, por lo menos en su versión estadounidense. El obispo auxiliar de San Francisco, monseñor Robert W. McElroy, reflexiona al respecto en un largo artículo publicado por la revista mensual de los jesuitas “Actualizaciones sociales” que se titula “La ideología del mercado”. También fue publicado por la revista de la Compañía de Jesús en Estados Unidos, “America”.
Por una parte, el obispo indica que el estilo y las novedades que ha introducido Papa Francisco han sido muy bien recibidos entre la opinión pública de los Estados Unidos; la reforma de la Curia vaticana, la decisión pastoral de dirigirse «a las necesidades de los hombres», la invitación a la conversión y a la renovación personal mediante la fe, la promoción de una visión eclesial que no solo emita condenas, han sido factores que han contribuido a llamar la atención hacia Papa Francisco.
Sin embargo, los problemas comenzaron cuando (en particular con la publicación de la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”) el magisterio del Papa afrontó argumentos económicos y fue tomando forma la crítica a un sistema financiero que «mata» a quienes están excluidos, a los que no son «consumidores». «Las críticas contra Papa Francisco –explicó mons. McElroy– se basan en tres elementos principales: el Papa no comprende la importancia del mercado; el capitalismo criticado por Papa Francisco es muy diferente del sistema económico de los Estados Unidos; el punto de vista del Papa está distorsionado por sus orígenes latinoamericanos y no estarían en sintonía con las enseñanzas de sus predecesores». Sin embargo, según el obispo, el problema no es tanto la falta de comprensión del Papa sobre el sistema capitalista o sobre la «centralidad de los mercados», sino más bien «que lo comprende demasiado bien, por lo que plantea cuestiones de fondo sobre la justicia y sobre el sistema económico estadounidense». Francisco, explicó el obispo auxiliar de San Francisco, pone en discusión algunos de los principios sobre los que se funda el modelo económico de los Estados Unidos: es decir el significado real que tiene la desigualdad económica, «la moralidad del libre mercado y la relación entre las actividades económicas y el lugar que cada quien tiene en la sociedad».
Los puntos afrontados por el magisterio del Papa, reveló McElroy, se relacionan con la presunta sacralidad del mercado de la que surge la inevitabilidad de la pobreza (es decir que el pobre lo es por responsabilidad propia) y la capacidad del sistema de producir bienestar y mejorar las condiciones de vida sin intervenciones exteriores; en este contexto, la libre empresa conjugada con el talento individual son los elementos clave de la ideología capitalista. De esta manera, «la desigualdad nace del derecho de hombres y mujeres a utilizar el proprio talento de la mejor manera que consideren y de la justa exigencia de recompensar a los individuos por su aportación a iniciativas específicas».
Y, si es justo que una sociedad establezca un mínimo de subsistencia para los propios ciudadanos, no se combate la desigualdad, porque en cierto sentido forma parte del sistema. «Pero, para la doctrina católica –escribió McElroy–, este presupuesto, tan profundamente arraigado en la cultura estadounidense, es radicalmente inaceptable. El punto de partida del pensamiento de la Iglesia no es la necesidad de maximizar el crecimiento económico o el derecho de los individuos a ser recompensados, sino la par dignidad de todos los hombres y mujeres, creados a imagen de Dios». En este caso, por lo demás, hay una alusión al punto 29 del documento conciliar “Gaudium et spes”, en el que se afirma: «las desigualdades económicas y sociales excesivas entre miembros y pueblos de una única familia humana, suscitan escándalo y van en contra de la justicia social, de la equidad, de la dignidad de la persona humana, cuando no contra la paz social e internacional». En esta perspectiva, indicó el religioso estadounidense, «graves desigualdades entre las naciones y en su interior son automáticamente sospechosas según la doctrina católica: no constituyen la materialización del orden natural, sino que representan una profunda violación del mismo».
McElroy observó que la sacralidad del mercado ha sido «traicionada» en diferentes ocasiones, incluso en los Estados Unidos y, en particular, con la reforma agraria del siglo XIX y a principios del siglo XX durante la Gran Depresión. En estas ocasiones las decisiones políticas sobre la economía fueron concebidas para favorecer cambios y reformas o afrontar periodos de crisis. El mercado, pues, debe ser siempre un instrumento, «un medio al servicio de las personas y de las comunidades», y no transformarse en un «imperativo categórico».
Para concluir, McElroy, con una referencia a la última campaña electoral presidencial de 2012, subrayó otra tendencia cultural de los Estados Unidos, según la cual la sociedad se divide entre «productores» («makers») y «asistidos» («takers»). «Los primeros son los que pagan impeustos mayores que los beneficios que reciben de la administración pública, mientras que los segundos son los que reciben mayores beneficios que los impuestos que pagan». La idea principal, se lee en el texto, «es que una porción consistente de la sociedad estadounidense drena constantemente recursos del sistema económico».
Se trata de una idea, observó el obispo, que se ha reforzado «debido al aumento de la desigualdad y de la reducción de la movilidad económica de los que nacen en familias que constituyen el 20% más pobre de la población». «El resultado –afirmó McElroy– es que justamente la exclusión contra la que Papa Francisco nos pone en guardia ha hecho mella en la retórica pública y en la unidad de la sociedad estadounidense. Los pobres, que era nel centro de la acción política y de la atención pública en los años 60 y 70 del siglo pasado, ahora se encuentran relegados a un rincón del debate público». «Los programas para beneficiarlos –explicó– deben ser justificados con base en las ventajas colaterales para la clase media. La idea, que a menudo no es explícita, pero que está profundamente arraigada en este cambio cultural, es que los que son pobres son, en gran parte, responsables de su pobreza».
Y entonces, «pensar que es posible dividir una sociedad entre “productores” y “asistidos” encarna exactamente ese individualismo condenado por Papa Francisco». Y esta división se basa en el principio de que la «producción de la riqueza es esencialmente una empresa individual, sin reconocer la enorme importancia del aporte de la sociedad en cualquier iniciativa empresarial. Niega la afirmación central de la doctrina católica de que la Creación es obra de Dios donada a la humanidad en conjunto, y que los bienes materiales tienen una distribución universal que no debe ser contradicha». Es, en definitiva, una forma ideológica que, además de los datos económicos, asignan al mercado el papel de «árbitro ético del mérito, del esfuerzo y del talento», y «ejerce una influencia subversiva en la sociedad estadounidense, sembrando discordia y división». «Sin reformas estructurales del sistema económico, que pretendan remover los obstáculos al crecimiento del empleo –concluyó McElroy–, el círculo vicioso de la exclusión económica y social, que es el centro del desafío lanzado por el Papa, solamente empeorará».
Queda el problema, asumiendo que los obispos ejerzan el debido liderazgo en su propio territorio eclesial, de los seglares que como empresarios, políticos, líderes sociales no asumimos el compromiso que demanda la fidelidad al evangelio y nos solidarizamos con un sistema de relaciones sociales esencialmente injusto y seguimos apoyando un sistema de valores éticos y morales esencialmente contrarios al Evangelio de Jesús porque favorecen la competitividad y la prevalencia del más fuerte y por lo tanto que fomentan unas relaciones sociales opresoras.
Las escuelas católicas fomentan la competitividad que es excluyente versus la solidaridad que es incluyente y lo hacen impunemente. Esta herencia del darwinismo es esencialmente contraria a la antropología y la vida cristianas. Sin embargo los obispos y las órdenes religiosas no se detienen a repensarse como instrumentos de opresión y desigualdad.
Peor aún, las familias católicas pudientes o de clase media orientan sus esfuerzos en el sentido de que sus hijas e hijos triunfen en un sistema basado en el poder financiero, los cruces matrimoniales de casta y la búsqueda de la felicidad individual a cualquier costo. Qué oportunidades ofrece la Iglesia de los EE UU para que los seglares que pensamos y deseamos una Iglesia abierta a todos, favorecedora de la justicia y contraria a cualquier forma de discriminación u opresión contemos con los medios que nos permitan la expresión de nuestra percepción de la vida cristiana?
A nivel parroquial, los seglares no pueden ejercer su liderazgo a menos que jueguen las reglas del predominio clerical, no importa lo que se afirme en contrario esa es la realidad.
Desde Florida
¿Qué hubiesen hecho los obispos norteamericanos con respecto a denunciar la economía de libre mercado del capitalismo de los EUA si Francisco no hubiese dicho nada? Lo de siempre: Volver a escribir otro documento sobre la pobreza pero seguir enfocados en el aborto, la vida gay en sus varias formas, y seguir jugando al juego de los donantes de dinero y llevar un estilo de vida que deja mucho que desear en cuanto a disfrutar de comodidades y ventajas que en realidad no pagan con el sudor de su trabajo.
El movimiento de los jóvenes que desean regresar al uso de la sotana y a la Misa de Trento es cada vez más fuerte en EE UU. ¿Qué hacen los obispos en cuanto a apoyar la difusión y la aplicación de la eclesiología del Concilio Vaticano II, eliminar el carrerismo clerical, favorecer la participación de los seglares, en la toma de decisiones en las comunidades parroquiales?
Todavía está fresca la conducta encubridora de los obispos acerca de los escándalos de abuso sexual y aún sigen abiertas las heridas del maltrato a las comunidades perpetrado a base de cerrar templos para vender propiedades y pagar las compensaciones monetarias a las víctimas de dichos abusos o comprar silencios. ¿Por qué la Conferencia Episcopal no protege a las religiosas de la violencia vaticana que restringe sus iniciativas pastorales y de libredeterminación?
Aún la iglesia de los EE UU mantiene capellanes en el ejército norteamericano que bendicen las acciones de guerra de los EE UU. ¿Por qué los obispos norteamericanos no denuncian insistentemente los crímenes de guerra, los encarcelamientos en teritorios extranjeros, las torturas en los interrogatorios?
¿Por qué algunos obispos son tan explícitos en prohibir los sacramentos a los políticos que apoyan el aborto, una reacción abiertamente anticonstitucional e ingerencista?
¿Por qué algunos, tantos obispos abiertamente apoyan a candidatos en favor de la industria de la guerra, la proliferación doméstica de armas de fuego, el guerrerismo pero que votan en las legislaturas en contra del derecho a un salario mínimo decoroso, los derechos de la mujer, la opción de organizar un sistema de salud universal eficiente y accesible que no esté viciado por la demanda de dividendos; o en favor del encarecimiento de las universidades importantes, el desarrollo de las investigaciones farmaológicas en función de los mercados creados artificialmente en lugar de ponerse al servicio de las necesidades de salud (cáncer, SIDA, autismo, etc.)?
Escribir en revistas de poca circulación como America este tipo de artículos es insuficnte si el obispo que los suscribe se abstiene de denunciar directa y debidamente la complicidad de tantos entre sus colegas que callan ante la injusticia y la desigualdad. Los obispos norteamericanos tienen acceso a los canals de la TV cuando les conviene y no basta limitarse a simplemente escribir, tuvieran que poner la cara y hacerse responsables pública y abiertamente.
Desde una diócesis de Florida, EEUU.