El Sínodo indica el camino para un cambio posible

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La revista católica estadounidense National Catholic Reporter ha publicado en su último número, con este título, un editorial comentando el sentido global que ha tenido el Sínodo sobre la familia. Realmente el Sínodo culminará con una anunciada exhortación papal. Pero en la Relatio Finalis (ver texto en italiano con resultados de votación en Il Regno y los tres números sobre divorciados vueltos a casar en Religión Digital) y en los discursos del papa se basa esta cualificada opinión, expresada en un país que fue especialmente marcado por la división de pareceres dentro de la comunidad cristiana.

Aunque calificado de “Asamblea general ordinaria,” el Sínodo de los obispos, que acaba de terminar con su sorprendente conclusión que ha abierto un ancho camino de misericordia para católicos divorciados y vueltos a casar, ha sido extraordinario. Extraordinario por caminos probablemente no esperados ni deseados por muchos de los que planearon y asistieron a las reuniones mantenidas durante dos años. En alguna medida el más transparente y estridente de los sínodos celebrados durante el último medio siglo, desnudó en sus reuniones una verdad larga y ampliamente conocida, que los líderes de la iglesia han tratado desesperadamente de ocultar a los que están fuera de la cultura jerárquica: los hombres que habitan en los niveles más altos del gobierno de la iglesia a menudo discrepan profundamente sobre cuestiones importantes.

        Que una realidad tan sencilla y comprensible no sea ya un secreto es, en definitiva, un desarrollo saludable. Que la disidencia en este caso proviniese de los conservadores debería jubilar para siempre la tonta idea de que una “ortodoxia” depende de un asentimiento irreflexivo, acrítico a todo lo pronunciado por el Papa o el magisterio. La reunión también ha sido extraordinaria porque en el análisis final –y en el énfasis final no disimulado del Papa– el Sínodo ha sido tanto sobre la actitud de la jerarquía y cómo ven la iglesia y su papel en ella como sobre cualquier cuestión teológica compleja que podían considerar.

        Este Sínodo agrega un importante segmento al arco de cambio que ha marcado la historia de la iglesia en la época contemporánea, comenzando con el Concilio Vaticano II. En la vida de la Iglesia existe una permanente tensión entre la visión de la tradición como congelada, como en un ámbar sagrado, y la que ve la tradición como renovándose constantemente, expendiéndose con nuevas ideas para enfrentar nuevos desafíos.

        Los Sínodos se instituyeron para acomodar el último impulso, pero la necesidad de controlar la trayectoria del cambio, de eliminar no sólo la posibilidad de cambio sino incluso cualquier discusión sobre él, aceleró el proceso. Francisco ha dejado de lado el miedo al cambio y alterado profundamente las expectativas de los fieles. Habla de la sinodalidad al modo de un gran cuadro. De acuerdo con su lenguaje, desde el momento en que llegó al balcón como Papa recién elegido, la alocución final de Francisco al período de sesiones del año pasado estuvo cargada de imágenes de movimiento y cambio. Su definición del Sínodo es “un camino de solidaridad, un ‘viaje juntos’ “. En este viaje, dijo,” hubo momentos de correr rápido, como queriendo conquistar el tiempo y llegar a la meta tan pronto como fuera posible; otros momentos de fatiga, como queriendo decir ‘basta’; otros momentos de entusiasmo y de ardor”.

        Es esencial notar aquí que al sentido de “juntos” le falta todavía un componente importante. Las mujeres, más de la mitad de la iglesia y ciertamente sus participantes más activas en la mayoría de los lugares, no tenían voz ni voto en ninguna de las discusiones. Las personas casadas eran poco más que adornos mínimos en el proceso. Y aunque haya podido darse un tono más respetuoso al hablar de la comunidad de lesbianas, gays, bisexuales y personas transexuales, no hubo ningún intento de consultar realmente a algunos de ellos, miembros de la comunidad católica.

        Los Sínodos, por extraordinarios que, como éste, puedan haber sido, son instrumentos aún seriamente deficientes. Las declaraciones y documentos finales –no importa que sean positivos, acogedores o bien intencionados– serán cuestionados hasta que se corrijan estas deficiencias. Los comentarios del Papa después de Sínodo se han dirigido más a la conducta y actitudes de los participantes, que a los asuntos discutidos por la comunidad durante las sesiones. Francisco ha reconocido desde el principio la necesidad fundamental y urgente de desmontar los elementos de la cultura clerical que la han petrificado y desconectado de la realidad.

        Ha sido él quien inyectado una dosis de realismo en el análisis de la cultura clerical, que antes situaba los problemas de la Iglesia en el resto del mundo, en culturas que se han vuelto predominantemente laicas, relativistas y hostiles a la religión.

        La táctica de colocar los errores de la Iglesia en cualquier parte menos en ella misma perdió credibilidad cuando la gente se dio cuenta del engaño y el abuso de confianza en la crisis mundial de los abusos sexuales clericales y de los escándalos financieros que llegaron a los niveles más altos de la Iglesia. El elevado concepto de la ordenación que parece llegar a su cumbre durante el reinado del Papa Juan Pablo II comenzó a caer cuando su primer ejemplo de sacerdocio heroico, el del fundador de los legionarios de Cristo, Marcial Maciel, resultó ser un fraude que había jugado fácilmente con la vanidad de la corte papal, a pesar de las fuertes y repetidas advertencias de algunas de sus víctimas. La corrupción era sistémica y no fácilmente purificable. Francisco cambió la lente, –de una de juicio a una de misericordia– a través de la que veía al gran pueblo de Dios. Cambió la lente –de una de complicidad a una de juicio–, para aquéllos que en la cultura clerical habían causado tanto escándalo y comprometido la misión de la Iglesia.

        Desde el momento en que Francisco caminó hacia el balcón sobre la Plaza de San Pedro en 2013, la gente pudo notar el cambio. Habían dejado de ser objeto de la suspicacia jerárquica por lo que podrían estar haciendo mal. De repente eran compañeros de viaje, animados a la búsqueda de la santidad, no de la perfección. El corazón de un pastor sustituye al Código de Derecho Canónico como instrumento principal en el acercamiento de un obispo a su rebaño. Así fue el acercamiento de Francisco a la familia en toda su complejidad global.

        “La experiencia del Sínodo” dijo en el día final de la reunión, “nos ha hecho también comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son aquellos que mantienen su letra, sino su espíritu; no las ideas sino las personas; no fórmulas sino la gratuidad del amor y el perdón de Dios. No se trata de ninguna manera de restar importancia a fórmulas, leyes y mandamientos divinos sino más bien de exaltar la grandeza del Dios verdadero, que no nos trata según nuestros méritos o ni siquiera según nuestras obras, sino únicamente según la ilimitada generosidad de su misericordia”.

        Esta es la versión moderna de Jesús, que pone de relieve la hipocresía de la cultura del templo, una llamada de atención a los dirigentes religiosos que ponen cargas innecesarias sobre la gente. Con un lenguaje rico en generosidad e invitación, valiente en su carencia de amenazas o de necesidad de control, Francisco demuestra la centralidad de la misericordia. “El primer deber de la Iglesia,” dijo, “no es anunciar condenas o anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios, llamar a la conversión y llevar a todos los hombres y las mujeres a la salvación en el Señor.” Es ya bastante claro que Francisco fue elegido, al menos en parte, por la fuerza de una breve pero punzante crítica que había manifestado, en los días anteriores al Cónclave, a una Iglesia corrupta tan vuelta sobre sí misma que se había convertido en una enferma. El Sínodo es la última indicación de que tiene la intención de ir más allá de los síntomas de la enfermedad. Ha cambiado la metáfora de la comunidad: de ser una policía de fronteras que patrulla y se asegura de que no pase nadie indigno, a ser un viaje que va hacia adelante, tirando de los marginados y de quienes se pueden sentir indignos para que que puedan experimentar, en palabras de Francisco, “la luz del Evangelio, el abrazo de la iglesia y el apoyo de la misericordia de Dios”.

        Cada uno de nosotros participará, a su manera, en el análisis de quiénes son los ganadores y los perdedores de este Sínodo. Es consecuencia de la naturaleza humana y una muestra de los desafíos acontecidos.

        El hecho de que el Sínodo haya sido capaz de llegar a un acuerdo de dos tercios en el camino a la comunión para los divorciados y vueltos a casar, un camino que se basa en una comprensión radicalmente descentralizada de la autoridad de la iglesia, es una indicación del tipo de cambio posible. Tan importante es el precedente que se establece en el modelo y método para la discusión y el discernimiento que ha permitido a los padres sinodales llegar a un consenso. Esto ha implicado un cambio igualmente trascendental en cómo algunos de ellos se entienden a sí mismos y a su Ministerio.

 

[Tradujo del inglés para iviva.org Carlos F. Barberá]

 

 

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