Antonio López Baeza, cura y escritor, es suscriptor de Iglesia Viva desde hace mucho tiempo. Nos acaba de enviar este artículo que subtirula: Una reflexión en voz alta desde la conciencia cristiana
El conflicto Cataluña-Estado Español, del que me considero muy lejos, porque no encuentro razones humanamente sólidas que lo sostengan, pero del que me siento muy dentro, pues me desgarra tanto empeño violento por ambas partes, como si no hubiera otra forma de defender los intereses y puntos de vista de cada lado, me mueve a buscar, en el seguimiento de Jesús de Nazaret, aquellos puntos de vista que me parecen imprescindibles en una auténtica actitud cristiana ante el conflicto. Bien sé que problemas de esta envergadura (a grandes males, grandes remedios), están pidiendo a gritos la levadura del Reino, la presencia activa en su interior de personas con criterios y gestos de claro compromiso con el mensaje evangélico, que siempre lleva consigo semillas de Justicia y Paz.
Desde el dolor y la esperanza que me hacen presentir que la solución del problema vendrá, no de la violencia legal ni física, sino del sentido común, la buena voluntad y el Espíritu de amor y libertad que anima a los creyentes en el Dios de Jesús, partícipes desde su conciencia en este penoso asunto, me atrevo (me siento obligado) a proponer los siguientes puntos, que reflejan mis deseos de una pronta salida del actual callejón.
- El primer valor a defender, muy por encima de otros tan importantes como derecho de autodeterminación, defensa del patrimonio histórico/cultural, intereses de fondo económico, recuperación de glorias del pasado, y otros que se puedan alegar…, para un seguidor de Jesús prevalece sobre todos ellos el valor de la fraternidad universal. Que la reivindicación de todos los demás valores no haga más difícil tal fraternidad, debe estar en el punto de mira de los luchadores por toda causa justa. Hacer daño a la fraternidad universal, hace daño a todas las pretendidas causas justas. La defensa de los intereses de la patria chica, no puede estar en contra de los intereses de la patria grande.
La enseñanza de Pablo de Tarso nos ayuda a reconocer que, en Cristo/Jesús, ya no hay judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres (y podríamos seguir: occidentales y orientales, castellanos y catalanes…), porque todos somos hijos de un mismo Padre, todos con idéntica dignidad y derechos a defender y compartir.
Que los dignatarios políticos no partan del valor primordial de la fraternidad, es normal cuando no se trata de cristianos en la vida pública, sino sólo defensores de espacios de poder. Pero todo creyente en el Dios de Jesús sabe que todos los enfrentamientos y debates de este mundo deben apuntar al triunfo de la fraternidad, como único que garantiza el verdadero triunfo del bien común.
- Al lado del primer valor a defender, la fraternidad universal, se sitúa para toda persona que se considera adulta y responsable de sus actos, el actuar desde su conciencia autónoma. Esto supone que hay que discernir muy bien sobre los motivos, objetivos y medios válidos para la defensa de nuestra causa. Cuando la lucha es por intereses comunes de un grupo determinado, es muy fácil que una conciencia colectiva, difícil de poner en tela de juicio, se imponga sobre la conciencia autónoma de quien participa en la lucha. No se puede ser traidor a la causa. Y con gran facilidad se acaba por ser traidor a la propia conciencia.
Esta es una trampa muy frecuente en los enfrentamientos humanos. Poco a poco, ante los nudos tan difíciles de desatar del problema en cuestión, acudimos a la opinión de otros que consideramos fidedignos, hacemos nuestra su síntesis personal, y renunciamos a un análisis más detallado por nuestra parte. Nos dejamos llevar. Ya no soy yo quien hace y dice, sino aquel o aquellos en quienes he descargado mi conciencia libre. Esta trampa es muy difícil de sortear, pues se apoya en la personalidad relevante de la que nos fiamos plenamente, de la que tal vez hemos recibido valiosas ayudas en momentos duros del pasado:
Para ser enteramente limpios de corazón y ver lo que Dios nos está pidiendo desde dentro del conflicto, es imprescindible una conciencia sana, transparente, que asume su posibilidad de equivocarse, pero que se autovalora como instrumento del Espíritu, buscando siempre la verdad sin evasiones ante el riesgo, alimentando sus criterios/fuerza en el amor que da la vida por los demás. Sólo es libre (y útil) la conciencia que, mirando hacia sí misma, descubre que su meta está en el bien común.
- Un tercer valor o criterio para una lucha que sea justa y haga crecer la vida, es el de cultivar gozosa y hasta apasionadamente (con orgullo), aquello que nos es más propio. Cada individuo, lo mismo que cada grupo humano, posee sus riquezas peculiares, a las que renunciar, sería convertirse en inútil en el escenario del bien común, que es donde todo bien particular se autentifica. La bondad más radical de todo bien real es la de ser compartida.
El cultivo de lo original (y tal vez único) de una persona o colectividad, no tendría ningún sentido, valor ni orientación humanos, si no llega a ser compartido con otros. De manera que, al poner en común lo más nuestro, todos salimos enriquecidos. De igual modo que todos nos empobrecemos con fronteras que demarcan bienes y valores defendidos como de dominio absoluto. Son propios, sí, para hacerlos crecer, para disfrutar de ellos y experimentar el gozo de que tenemos algo bueno que los demás necesitan de nosotros.
La esencia del cristianismo es ese Dios encarnado en la humanidad histórica. Dios todo en todas las cosas. Dios todo para el hombre. Dios que no quiere ser Dios sin el hombre. Y nos induce con su amor gratuito y universal a no querer ser nosotros nada, si no somos uno con yodos.
Desde esta perspectiva, yo no quiero ser murciano sin ser al mismo tiempo catalán. No quiero ser europeo sin ser africano, asiático, ciudadano del mundo. Y reconocer mis peculiaridades, con las que me identifico, pero que a nadie impongo, porque respeto y aprecio las de todos. Y estar siempre dispuesto a colaborar con lo mío al bien de quienes más lo necesitan. No buscar nunca incrementar ni defender mis intereses, si no es como patrimonio de la humanidad, buscando en primer lugar el beneficio de los más desfavorecidos.
- Cuanto hemos apuntado en los tres principios anteriores, lleva implícito el valor irrenunciable de la resistencia pacífica o no-violencia. Todo cuanto hace daño a la vida humana, física, moral, individual o colectiva, es un atentado contra el Reino de Dios en este mundo. El Reino de Dios se expande en este mundo a través de los corazones impregnados del espíritu de las Bienaventuranzas evangélica.
Estamos convencidos de que todo lo que se impone por la ley del más fuerte, temprano o tarde, se derrumba como casa edificada sobre arena. Los que trabajan por la Paz y son perseguidos por causa de su posición a favor de la Justicia, no utilizan en su lucha verdades a medias, que esconden siempre las grandes mentiras hijas del maligno. En su experiencia de defensor de causas justas, confiesa el mahatma Gandhi, que, siempre buscó la verdad, aquella que no tiene vuelta de hoja, para hacer triunfar la Justicia. ¿No fue esta la misma actitud de Jesús de Nazaret?
En conclusión, ninguna causa es justa cuando cae en manos de la violencia. Tenemos, no sólo derecho, sino obligación moral, a defender lo nuestro. Pero la gran verdad de lo nuestro (lo particular, lo privado) es que deja de ser nuestro cuando lo defendemos causando algún tipo de daño a lo nuestro de los otros. La no-violencia, bandera del Reino, representa ese amor a la vida que está dispuesto a morir antes que a matar.
¿Cabe un resumen de estos cuatro puntos? Por intentarlo, nada se pierde. ¿Tiene el Evangelio del Reino contenido suficiente para enjuiciar desde él las situaciones políticas, por intrincadas que fueren, que se dan en nuestra sociedad? ¿Y tiene soluciones válidas, eficaces, para las mismas? Yo pienso que sí. De lo contrario sería mentira que el Reino de Dios está ya en medio de nosotros.
Pero no está como una fuerza política contra otra fuerza política. Porque sabe que todos los poderosos de este mundo oprimen. Está como un servicio humilde, generoso y confiado. Está como conciencia crítica y voz profética que denuncia que todo reino dividido será asolado, y anuncia que Dios combate a favor y al lado de cuantos sitúan el bien común por encima de bienes particulares. Y, muy sobre todo, el luchador por la Paz y la Justicia del Reino, nunca olvida que la lucha sólo es justa cuando tiene su primer objetivo en la liberación de los oprimidos, de los que están más abajo, más desprovistos de de medios para defenderse.
Leo: «Un tercer valor o criterio para una lucha que sea justa y haga crecer la vida, es el de cultivar gozosa y hasta apasionadamente (con orgullo), aquello que nos es más propio. Cada individuo, lo mismo que cada grupo humano, posee sus riquezas peculiares, a las que renunciar, sería convertirse en inútil en el escenario del bien común, que es donde todo bien particular se autentifica. La bondad más radical de todo bien real es la de ser compartida».
En cualquier situación politica esta contradicción entre sí mismo y la alteridad restante parece inevitable y su resolución suele implicar no el derecho común, sino el derecho del más fuerte. No sé como se pudiera participar políticamente asumiendo la causa contraria para defenderla y confiándole la propia para que la defienda. Se supone que cada cual conoce su propia causa major como establece, me parece, el autor del hilo.
En la confrontación, además, no es possible asumir que «cada otro» no se servirá de los medios que estime legítimos dado que las leyes regulan los conflictos politicos. Por otra parte la falta de fe o confianza en la legitimidad de los tribunales o en la validez de la jurisprudencia imperante, cuestiona la aplicación de las leyes pertinentes al punto que quien o quienes en conciencia no pueden reconocer la legitimidad de in tribunal o de una ley, no están en conciencia obligados a cumplirla y pueden estarlo incluso a violarla. De otro modo Gahndi no se hubiese rebelado pasiovo agresivamente contra el Imperio.
En este país donde resido, los EE. UU. los magistrados de la Corte Suprema cuyas decisiones son inapelables, son seleccionados por el partido politico que domina en el Senado y en el Poder Ejecutivo (la presidencia) y el pueblo no puede elegirlos. Tampoco elige directa e inmediatamente ni a los miembros de la Legislatura y el Senado ni al Presidente, porque lo hace por medio de una institución ya obsolete para muchos y que es controlada por el partido que logra demarcar los distritos electorales. Por lo tanto las leyes demasiado a menudo favorecen los intereses preconizados por el partido dominante en detrimento de los del partido minoritario o incluso de quienes se declaran independientes o sin partido. Eso fuse suficiente para cuestionar la obligatoriedad de obedecer la ley estatal o federal, sin embargo, quien la viole será penalizado y pudiera, si tal es el caso, ser obligado violentamente a actuar en contra de su conciencia solo porque desde ésta objete la legitimidad de una ley.
Es utópico imaginar una situación politica en la que el grupo minoritario no sufra la violencia de la mayoría. No existe otra forma de democracia que la del gobierno en beneficio de la mayoría y parte de ello es la jurisprudencia que justifica ese régimen. Esa es la función real de la ley, la de mantener el orden imperante e impuesto por la mayoría, incluso violentamente.
El conflicto de Cataluña y del Gobierno Central de España no es diferente. La Constitución parece que está diseñada para que garantice el orden en el cual las autonomías no son totalmente autónomas en beneficio del regimen de una totalidad por encima de la identidad de las naciones españolas (en el sentido de la 3ra. definición de nación en el DRAE) y por lo tanto son autonomías no naturales sino concedidas y condicionadas. Si la noción de Reino, de monarquía fuse eliminada, fuera también visible la posibilidad de autonomías por derecho propio y la posibilidad de negociar entre iguales, no con el gobierno central y totalitario, sino con las demás autonomías, con o sin fronteras territoriales inmediatas. Desde la autonomía ajena, pudiera ser más comprensible cualquier autonomía propia porque todas experimentarían la necesidad del valor identitaria que no es ficticio, sino real y porque todas admiten en sus territories a personas venidas de otras autonomías.
Lo que parece que sea necesario en España es una federación de autonomías con igualdad de derechos que escojan estar comprometidas con las demás. Hay tres fronteras territoriales que definen a España, Portugal, los mares y los Pirineos y es solo lógico que las autonomías comprendidas en ese territorio vean la necesidad de sostenerse mutuamente. El Gobierno Central debiera ser en ese conjunto solo una instancia de arbitraje, no una fuerza policial o coercitiva interna. Incluso pudiera representar internacionalmente al conjunto de autonomías, però no debiera tener in poder superior que cada una de las autonomías al interior de la federación. Para ello, en realidad parece que sobre la institución monárquica.
Quien juzga la historia, tiene derecho al anacronismo. Leo esto en el artículo: «2. Al lado del primer valor a defender, la fraternidad universal, se sitúa para toda persona que se considera adulta y responsable de sus actos, el actuar desde su conciencia autónoma. Esto supone que hay que discernir muy bien sobre los motivos, objetivos y medios válidos para la defensa de nuestra causa. Cuando la lucha es por intereses comunes de un grupo determinado, es muy fácil que una conciencia colectiva, difícil de poner en tela de juicio, se imponga sobre la conciencia autónoma de quien participa en la lucha. No se puede ser traidor a la causa. Y con gran facilidad se acaba por ser traidor a la propia conciencia.»
Y no pudo dejar de mirar a la falta de decencia que ha imperado en el bloque jerárquico vaticano y católico en general, o en el laico corporativo en el mundo, que han encubierto por siglos la opresión y el crimen contra los más indefensos. La autonomía individual desaparece en cuanto se adopta la identidad de un grupo, sea éste el que fuere. Por eso quizás el reclamo de la Iglesia de que el Bautismo otorgue una identidad sea precisamente un argumento de lesa autonomía humana. Una vez que se es parte de la Iglesia se ha sido segregado de la otra comunidad mucho mayor que constituye la humanidad, si esto que el autor reclama acerca de Cataluña en España se ha de aceptar como cierto.