Tomás Maza Ruiz, un cristiano de base de Madrid, publica hoy en ECLESALIA, esta sencilla y sensata reflexión que empieza con una clara (y olvidada) cita de Pablo. IV.
“El obispo debe ser intachable, fiel a su esposa, juicioso, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo, pacífico y desinteresado. Tiene que gobernar su propia casa y hacerse obedecer por sus hijos con dignidad. Uno que no sabe gobernar su casa y hacerse obedecer por sus hijos, ¿cómo va a cuidar de una asamblea de Dios” (1ª carta a Timoteo, 3, 2-6).
Creo que este texto debe ser ignorado por la mayoría de los cristianos que van a misa todos los domingos y fiestas de guardar. El motivo, creo que es, que yo no lo he oído leer en ninguna misa y supongo que es porque no ha sido seleccionado para las lecturas de la misa tras las que se dice invariablemente “palabra de Dios” (si estoy equivocado y está incluido en las lecturas de alguna misa pido perdón por mi afirmación).
En esta carta, atribuida a san Pablo, se le pide a Timoteo que el “epíscopo”, que todavía no tenía las características de los obispos actuales, sino que era simplemente el coordinador o presidente de una comunidad cristiana, como podría ser un párroco actual, sea casado y con hijos. Al margen de los tintes machistas propios de la época (gobernar su casa y hacerse obedecer por sus hijos) el principal mandato de Pablo, o de quien escribiera esta carta, es que el dirigente de la comunidad ha de estar casado y tener experiencia de gobernar su casa para poder ser apto para gobernar la comunidad cristiana.
¿Qué ha pasado durante tantos siglos de la historia de la Iglesia para que este mandato haya sido abandonado en el baúl de los recuerdos? Muchas cosas y no todas buenas. Las primitivas comunidades cristianas eran pequeñas, una sola persona podía coordinar las reuniones y moderar las diferencias de opiniones que se producen en cualquier encuentro de personas, y este moderador debía tener la experiencia suficiente para poner orden en la reunión. Se supone que este persona tendría un trabajo al margen de la comunidad eclesial. O sea no tendría un trabajo a tiempo completo en la Iglesia. Ahora la mayoría de los párrocos y la totalidad de los obispos tienen una dedicación completa a su ministerio. Y ahí está el conflicto: si un cura o un obispo que depende económicamente del puesto que ocupa en la Iglesia es casado y con hijos, a su fallecimiento, la Iglesia tendría que ocuparse de ayudar a la viuda y a los hijos.
Durante varios siglos los “curas” podían casarse libremente. No existía el matrimonio eclesiástico. El matrimonio era cuestión sólo de las familias y de los contrayentes. No hacía falta un ministro que certificara el matrimonio. Pero cuando en la Edad Media la Iglesia empezó a ser poderosa y tener bienes, pensó que un cura con familia era un problema, porque los hijos reclamarían la herencia del padre y quizás también la parroquia que era una fuente de ingresos (¿os acordáis de “pagar los diezmos y primicias a la iglesia de Dios”, mandamiento de la Iglesia que estaba en el catecismo de Ripalda?). Y así se inventó el celibato obligatorio. Se puso el pretexto de que así el cura podía ocuparse toda su vida de su puesto en la Iglesia, y también tuvo algo que ver la prevención contra las mujeres “hijas de Eva” y por tanto pecadoras y la minusvaloración del matrimonio que quedó relegado a la procreación y como “remedio a la concupiscencia”.
Con toda humildad pido al papa y a los obispos que mediten si en estos momentos en que las mujeres están pidiendo a la sociedad civil y a la Iglesia ser consideradas mayores de edad, con total igualdad entre ellas y los hombres, y cuando muchos curas han decidido casarse, y han tenido que abandonar su ministerio por exigencia de la jerarquía, ha llegado el momento de abolir el celibato obligatorio y considerar que el matrimonio no es un estado menor frente al ministerio eclesiástico. El celibato opcional debe estar abierto a quien lo desee
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