Feliciano Montero es catedrático de historia, especializado en la historiqa del catolicismo social. Suscriptor de Iglesia Viva desde 2002. Nos ha enviado para nuestro blog estas consideraciones que agradecemos.
Buena parte de la responsabilidad del conflicto, al punto al que hemos llegado, se debe a la difusión unilateral de relatos elaborados al servicio de los propios objetivos y movilizaciones.
Una parte de la solución vendría de ser capaz de poner en cuestión esos relatos de ser autocríticos con ellos. A partir de ahí los propagandistas respectivos podrían ponerse a dialogar para buscar un relato común, compartido. Pues no basta el dialogo en el plano político, aunque ahora este sea el urgente
Uno de los tópicos y mitos de los relatos nacionalistas es el de la existencia de un nacionalismo de derechas y de otro de izquierdas; uno malo, el español vinculado al franquismo y otro bueno, el catalán, el vasco; olvidando que el nacionalismo español es anterior al franquismo, reside también en la tradición liberal del siglo XIX y desde luego en el regeneracionismo y republicanismo dl siglo XX, Joaquín Costa, los pedagogos de la Institución Libre de Enseñanza, Unamuno, Azaña…
La justificación moral, religiosa, del valor patriótico .
“Ser nacionalista no es pecado”, pero no es la mejor de las virtudes. Más bien desde una perspectiva cristiana, evangélica, el comportamiento nacionalista plantea series contradicciones por su lógica identitaria y excluyente.
Católico y patriotas, es el título de un libro colectivo que publicamos en Silex en el 2013, sobre la relación entre religión y nación en el periodo de entreguerras, 1918-1939. Es necesario que la Iglesia y el mundo católico haga una reflexión autocrítica sobre la relación histórica entre religión y nación, entre cristianismo y nacionalismos, y sobre el papel de la religión en las guerras.
Una reflexión por otra parte muy vinculada a la doctrina y la práctica de la Iglesia sobre la guerra y la paz. ( el libro de D. Menozzi, Chiesa pace e guerra nel novecento, Il Mulino, 2008, debería ser traducido y publicado en España).
Los procesos de nacionalización : las naciones se construyen y se deconstruyen
El pacto constitucional del 78 implica, en mi opinión, un proceso de deconstrucción- reconstrucción del nacionalismo español, y el principio de una fuerte construcción de los llamados entonces nacionalismos periféricos. Como todo pacto fue fruto de concesiones recíprocas. (la expresión “nacionalidades y regiones” es una buena expresión de ese pacto)
Un pacto pacífico y abierto por la convivencia democrática, que supuso un proceso de descentralización administrativa y de reconocimiento respetuoso de nacionalidades y regiones, con su lengua, su historia sus particularidades. Esto es lo que se ha ido desarrollando y cumpliendo en los últimos cuarenta años, los de la Transición democrática. Nada de recentralización. Sobre esa base es sobre la que se han construido los movimientos independentistas.
Lo que ha ocurrido en los últimos años es una lógica reacción del nacionalismo español, a punto de ser liquidado, junto al pacto constitucional del 78.
Uno de los factores que los independentistas esgrimen para explicar su propio movimiento es la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut del 2006, como una agravación y humillación insoportables. Pero lo que no valoran es que quizá el Estatut , tanto en el espíritu como en la letra, desbordaba ampliamente el marco de la propia Constitucion. El camino correcto y leal, entonces y ahora, habría sido promover previamente la correspondiente reforma constitucional que permitiera encajar las nuevas aspiraciones.
Por tanto, si el pacto constitucional de 1978 ya no es válido o suficiente para las aspiraciones nacionalistas emergentes habría que revisar ese pacto desde las reglas y las instituciones compartidas que establece la propia Constitución, sin saltarse violentamente esos cauces.
Lo que se ha producido en cambio es un movimiento secesionista, con su carácter implícito revolucionario, por más democrático que se proclame, que se expresa en los hechos consumados del que trata de actuar ya como si fuera un estado independiente, y, por tanto, aconseja y practica la desobediencia.
La solución al conflicto actual tienes que ser de nuevo pactista, consensuada.
Ello significa mirar más allá de los intereses partidistas, y de los cálculos a corto plazo electoralistas. Es decir algo tan sencillo como mirar por el “bien común”, principio moral clásico de la doctrina social de la Iglesia, junto a la salvaguardia de la convivencia y la paz social.
Me ha salido otro relato alternativo que estoy dispuesto a debatir y dialogar autocríticamente.