Hans Küng se nos ha ido al Señor tras una vida larga y fecunda, que le permitió atravesar uno de los períodos más movidos, conflictivos y en definitiva fecundos de la teología en su historia milenaria. Tuvo que romper muchos moldes; evangélicamente diríamos muchos odres viejos, para verter la fe en palabras y conceptos que puedan entregar su significado en la cultura actual.
Estoy convencido de algo que está empezando ya a suceder en una medida cuyo alcance no se percibe a simple vista: que muchas de las cosas que ha dicho y bastantes de los moldes que ha roto no tardarán en verse como normales. Y con eso quiero decir que se percibirá que con palabras nuevas está exponiendo la fe de siempre; pero la piel de los viejos odres, todavía recia aunque reseca, impide ver el vino nuevo que Küng se ha esforzado en ofrecer a la sed de una expresión significativa e inteligible para las verdades de la fe.
Por eso se produce el fenómeno curioso de que, en general, se le entiende mejor desde fuera, en la intemperie religiosa, que desde dentro del mundo tradicional(ista). De hecho, su obra ha logrado una especie de cuadratura del círculo: convertir en best-sellers entre los lectores y lectoras actuales libros cargados de una teología muy seria y documentada.
No alcanza, en mi parecer, la creatividad torrencial de un Karl Rahner, con el que mantuvo diferencias no siempre justas; pero detecta con intuición certera donde están los verdaderos problemas para actualizar la teología, y los expresa con claridad, sin rodeos ni reservas. A veces no se preocupa bastante de elaborar con detenimiento suficiente las categorías teológicas o las figuras y metáforas a las que recurre. Pero resulta siempre sugerente y, en todo caso, señala el problema y abre la puerta por donde la teología está llamada a entrar, si quiere resultar inteligible y tener validez para el futuro.
Seguramente no podía ser de otra manera, pues basta una ojeada al decurso de su obra para comprenderlo. En oleadas sucesivas va dedicando amplias y fundamentadas monografías a todos los grandes problemas que pueblan el horizonte teológico. El ecumenismo intracristiano, desde su tesis doctoral sobre Karl Barth. Los trabajos que culminan en “La Iglesia”. El amplio repaso del cambio cultural donde necesita inscribirse el Cristianismo actual, con su obra sobre “La encarnación”, en diálogo con Hegel.
El panorama de conjunto, con aire todavía actual, que ofrece en “Ser cristiano” y “¿Existe Dios?”. La apertura hacia las demás religiones, no solo afrontando las cuestiones de principio, sino dedicándoles monografías que constituyen auténticas informaciones enciclópedicas, llenas de clara empatía. Y el gran frente de la ética universal, donde se está jugando el futuro de la humanidad. Y, como si no quisiese dejar ningún tema sin exponerlo al sol de un cristianismo actualizado, están las obras menores sobre la muerte, las postrimerías, la mujer e incluso la música.
La acogida de sus libros no es casual: respiran actualidad en las cuestiones y sinceridad en reconocer la necesidad de afrontarlas. No oculta por donde piensa que va la solución, y la expone sin rodeos, aunque no siempre se tome el tiempo para avanzar hasta el fin en la fundamentación ni para señalar con suficiente cuidado los apoyos hondos de la continuidad. Pero es obvio que ningún teólogo puede abarcarlo todo, y tal vez estos límites sean la condición de posibilidad de su enorme aportación y, como se dice en la jerga especializada, representen la medida justa de su carisma.
En todo caso, sus libros hablan con eficacia única a nuestro tiempo y son comprendidos por muchos miles de lectores en todo el mundo. Son libros, en verdad, teológicamente actuales, que aguantan el paso del tiempo con frescura extraordinaria.
Tomad, por ejemplo, “Ser cristiano” en las manos: escrito en 1974, hace casi cincuenta años, y veréis que sigue hablando todavía hoy. Ahí están los problemas que siguen siendo los nuestros, los enuncia sin rodeos y los afronta con sinceridad valiente, a veces algo desafiante y en ocasiones posiblemente un punto precipitada. Pero en su lectura se respira teología viva, capaz de alimentar una comprensión crítica para la fe, en nuestra cultura.