Por José María Castillo en su blog Teología sin censura.
Los evangelios nos dicen, repetidas veces, que las personas que ejercían el máximo poder en la sociedad judía del tiempo de Jesús, tenían miedo (Mc 11, 18. 32; 12, 12; Mt 14, 5; 21, 26. 46; Lc 20, 19; 22, 2). Concretando más, los que tenían miedo eran: los “sumos sacerdotes”, los “senadores” (“ancianos”) y los “escribas” o maestros de la Ley (Mt 21, 26. 46; Lc 20, 19; Mc 11, 18; Lc 22, 2). O sea, los asustados eran los hombres del poder, los que mandaban en aquella sociedad.
¿Y a quién tenían miedo? Sencillamente, “al pueblo” (Mc 11, 18; Mt 21, 26; Lc 20, 6, etc). O sea (según la expresión que usan los evangelios), a los que mandaban, les daba miedo el “óchlos”, la “multitud”, la gente sencilla, de condición modesta, los que eran considerados como ignorantes y hasta malditos (Jn 7, 48). Dicho en pocas palabras: los más poderosos, entendidos y privilegiados tenían miedo a los débiles, a los ignorantes y a los que eran vistos como gente indeseable.
Todo esto resulta tanto más extraño si tenemos en cuenta que aquellos gobernantes asustados no eran solo gobernantes civiles, sino además gobernantes también religiosos. Es decir, concentraban todo el poder, toda la riqueza y todos los privilegios.
Entonces, ¿por qué tenían miedo? Hay una diferencia fundamental entre los gobernantes de ahora y los de entonces. Ahora, la diferencia entre el poder civil y el poder religioso es suficientemente clara y está bastante bien delimitada. En tiempos de Jesús –y concretamente en Palestina–, el poder que mandaba era, ante todo, el poder “religioso”, el poder del Sanedrín. De imponer orden civil y de cobrar los impuestos, se encargaban sobre todo los romanos. Así las cosas, lo que los “hombres de la religión” no querían, en modo alguno, era dar pie a que hubiera alborotos populares. Porque eso es lo que Roma no toleraba. Por esto es por lo que el Sanedrín decidió finalmente que había que matar a Jesús (Jn 11, 47-53).
Seguramente, mucha gente no se imagina la actualidad que todo esto tiene. Ahora se dice, por todo el mundo, que al papa Francisco no lo quieren importantes “mandamases” de la Curia Vaticana. Y la historia se repite. Así, nos encontramos en una situación que se parece (más de lo que algunos se sospechan) a la situación que se produjo en vida de Jesús. ¿Por qué algunos cardenales se afanan ahora diciendo en público que ellos no están contra el Francisco? Sea o no sea cierto lo que ahora dicen esos eminentes purpurados, lo que no admite dudas es que en Roma (y fuera de Roma) hay mitrados que tienen miedo, quizá mucho miedo. Miedo, ¿a quién? A los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a las multitudes que aclaman a Francisco allí donde va. ¿Y por qué ese miedo? Porque el poder religioso no se impone por la “coacción”. La fuerza del poder religioso está en la “seducción”. Jesús seducía a los que sufren en la vida, por el motivo que sea. Los cardenales, por más colas y ropajes que se pongan, no atraen a nadie. Y el hecho patente, al que estamos asistiendo, es que en Francisco se trasluce la presencia de Jesús. ¿En los cardenales que intrigan a escondidas (si los hay), ¿qué y quién se trasluce….? Vamos a dejarlo.