Ya conocemos todos al teólogo laico Massimo Faggioli, colaborador de Iglesia Viva desde hace tiempo. Actualmente es catedrático de Teología en la Universidad Vilanova de EE.UU. y colaborador de las principales revistas católicas del mundo. Sus puntos de vista son siempre muy interesantes. IV.
Massimo Faggioli explica cómo COVID-19 está desenmascarando a la Iglesia clericalista
La Croix international, 23-3-2020
“En lugar de ver la misa en el ordenador, ¿por qué no leemos juntos la Biblia?”
Así es como reaccionó nuestra hija de ocho años el domingo pasado cuando nos reunimos para ver la celebración de la misa en casa, donde estamos auto-cuarentadas desde la semana pasada.
De las bocas de los niños…
Nuestra hija está acostumbrada a verme como un extraordinario ministro de la Eucaristía en nuestra parroquia donde se prepara para hacer la primera comunión. Esa ceremonia, por cierto, probablemente será pospuesta.
Realmente extraña no poder asistir a misa en este momento. Nuestro párroco suele hacer que los ministros laicos dirijan una catequesis bíblica especial para los niños durante la Liturgia de la Palabra, a la que asisten ella, su hermano pequeño y sus compañeros.
Al igual que nosotros, está pasando por un momento difícil. Pero, incluso a su corta edad, ha comprendido el punto teológico.
- El encierro, el distanciamiento social y el ser Iglesia
La situación de bloqueo total prolongado y el distanciamiento social nos empuja a todos – y de una manera bastante inesperada y abrupta – a explorar nuevas formas de ser Iglesia.
Nadie debería romantizar lo que está sucediendo. Dado el cierre, no sólo la celebración de la misa, sino también la actividad pastoral de la Iglesia se ha detenido casi totalmente. Este es un problema serio.
Un obispo italiano de la región de Lombardía (zona cero de la pandemia en Italia) me dijo que están muy preocupados.
“Esto es como un curso intensivo sobre la Iglesia y los medios para nosotros”, dijo. “Podemos usar los medios de comunicación como un sustituto de nuestra actividad pastoral sobre el terreno, pero sólo hasta cierto punto.”
Muchos obispos están expresando esta misma ansiedad en los medios sociales. Pero algunos están abogando por el “no hacer mudanza”.
No parecen entender completamente lo peligroso que es – no sólo para los sacerdotes, sino para toda la comunidad – traspasar los límites del sacrosanto distanciamiento social que ahora se nos exige.
- Un estado de emergencia que desafía nuestra teología
La emergencia del coronavirus nos obliga a todos a reconceptualizar nuestra religión. No sólo intelectualmente, sino también visual, emocional y antropológicamente en todos nosotros.
Esta es una prueba formidable para nuestra teología: la liturgia y la vida sacramental, la eclesiología y las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Plantea un especial desafío a nuestra teología moral.
Las epidemias y pandemias tienden a despertar en todos nosotros brutales instintos de supervivencia. También pueden provocar otras reacciones y comportamientos que contradicen el mensaje del Evangelio.
Si la Iglesia tiene que hacerse presente en todo esto, debe hacerlo de manera diferente a su celebración por antonomasia: la celebración de la misa.
La actual pandemia está poniendo a prueba la capacidad de la Iglesia institucional – incluyendo el papado y el Vaticano – para estar presente, casi invisiblemente, sin poder contar para ello con aparato de la Iglesia visible.
- La respuesta pastoral del Papa Francisco a las medidas contra el coronavirus
También plantea una prueba difícil para la teología del Papa Francisco. El pontificado tiene que caminar por una línea extraordinariamente fina entre la necesidad de seguir las medidas anti-virus del gobierno por el bien del pueblo y la necesidad de que la Iglesia sea la Iglesia.
Los historiadores hablan de la “soledad institucional” del papado. Eso es verdad en un tiempo normal. Pero un papa está aún más solo en tiempos de crisis. Francisco se ve obligado a interpretar su trabajo como actor solitario en el ahora casi totalmente vacío escenario de Roma, en una beckettiana actuación.
El papa jesuita de 83 años parece más cómodo manejando lo público y político (las relaciones con el estado) en sus apariciones, que tratando teológicamente el significado de esta emergencia para una iglesia totalmente ministerial.
A juzgar por lo que ha dicho hasta ahora en sus homilías en la misa diaria y sus reflexiones en el Ángelus dominical, su énfasis ha sido más sobre lo que los sacerdotes pueden y deben hacer, que sobre lo que cada cristiano llamado a la santidad es capaz de hacer.
Su referencia el domingo pasado a Don Abbondio, el cobarde sacerdote de Los Novios de Alessandro Manzoni, la famosa novela que se desarrolla en el Milán del siglo XVII, azotado por la peste, fue un bonito toque literario. Pero reflejaba una Iglesia bastante centrada en el sacerdocio.
- Como peces fuera del agua
Hay que redescubrir la espiritualidad cristiana en esta época extraordinaria, sin volver a una teología del sacerdocio que ya no es válida y aún menos en tiempos de una pandemia.
Estaba escuchando el sábado, vía internet, el sonido de las campanas en las calles totalmente vacías de Roma. Fue como el comienzo del Gran Silencio para una comunidad donde todas las diferencias se relativizan ahora.
Me acordé de un an monasterio y de lo que decía el abad Antonio, uno de los Padres del Desierto: “Los peces mueren si permanecen demasiado tiempo fuera del agua y lo mismo les pasa a los monjes que merodean fuera de sus celdas.”
Muchos de nosotros vamos a tener que vivir confinados durante bastante tiempo y ni siquiera está claro cuánto.
Los católicos necesitan los sacramentos, pero nuestro cuerpo ya es el templo del Espíritu Santo. En la vida cristiana hay una sacramentalidad que no depende de los sacramentos en sí.
- Liturgia de las horas y lectio divina
Ver la misa en línea no es realmente un sustituto para participar físicamente en la celebración de la Eucaristía. Y durante esta época de pandemia deberíamos centrarnos menos en las misas en directo, la “comunión espiritual” y las devociones privadas.
La jerarquía (incluido el Papa Francisco) debería animar a los católicos a explorar la Liturgia de las Horas, la “lectio divina” y las celebraciones familiares de la Palabra.
Hay un enorme potencial en esto. No se trata sólo de ofrecer, especialmente en algunos países, una alternativa viable a la actuación hiperclerical que algunos medios de comunicación católicos, como EWTN, ofrecen. También se trata de proporcionar un verdadero alimento espiritual de manera que sea teológicamente más rico y tecnológicamente igual de simple.
Los católicos de muchos países se encontrarán en esta situación de encierro durante las próximas semanas, si no meses. En este tiempo de emergencia nuestra Iglesia – que nos incluye a todos nosotros, no sólo a la jerarquía – está mostrando cuán difícil es actuar verdaderamente la visión de renovación espiritual que fue lanzada por el Concilio Vaticano II (1962-65) y que ha sido tan enérgicamente repropuesta en este pontificado.
Por ejemplo, la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II no fue sólo la “nueva Misa” – el giro del altar, el uso de la lengua vernácula y la participación activa de los fieles. Era también una forma de entender la liturgia en el contexto de una eclesiología no jerárquica y de una teología de la Revelación que introdujo un nuevo enfoque de la Sagrada Escritura.
Este es un momento para experimentar la solidaridad con los demás, especialmente con los más frágiles, mientras cumplimos con nuestros deberes cristianos y cívicos.
Aparte de algunos intelectuales y clérigos, la mayoría de los católicos no parecen estar particularmente preocupados por esta extraordinaria y temporal medida de emergencia de suspender las celebraciones litúrgicas comunitarias. Pero el Papa y los obispos deben decir a los que lo están que no deben estarlo.
- Las liturgias públicas se detuvieron, nuestro espíritu litúrgico continúa
Los católicos seguirán creyendo. Continuaremos manteniendo nuestra comunidad de fe unida a través de la red social, ofreciéndonos apoyo unos a otros mientras anticipamos el día en que podamos reanudar nuestra vida litúrgica normal.
En muchos países la Iglesia ya ha suspendido la misa y otras liturgias con participación del pueblo. Esto también ocurrirá en otros países.
Pero nuestro espíritu litúrgico no se ha detenido. Hay algo de litúrgico en el espontáneo, pero coordinado canto desde los balcones italianos (¡por muy malo que sea ese canto a veces!).
Nos apoyamos mutuamente de mil maneras, en la única familia humana, en nuestra humanidad común y en la fe. Ciertamente este difícil período de tratar con COVID-19, por mucho que dure, tendrá consecuencias para la fe y la Iglesia.
Pero este es un momento para confiar en el sensus fidei del pueblo y encontrar maneras que son creativas, pero también muy tradicionales (la liturgia de las horas, la lectio divina, las celebraciones familiares de la Palabra) para sostenernos mientras cruzamos este desierto.
De lo contrario, todo lo que se ha dicho recientemente sobre la urgente necesidad de acabar con el clericalismo se revelará como una máscara más, una que ciertamente no necesitamos en este momento.
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