José Ignacio González Faus, reflexiona en este artículo sobre la acusación de fariseismo que no cesan de lanzarse unos a otros los cristianos y políticos de derechas y de izquierdas, sobre todo en la actual crisis de la Iglesia y en la airada etapa electoral. IV.
1.- Desde mi óptica personal que considera que las izquierdas nacieron de un impulso moral, pienso que esas izquierdas deberían leer y conocer bien la “Genealogía de la moral” de Nietzsche. Pero esta vez no para aplicarla a otros, sino para preguntarse si no podrían caer ellas en lo que critica allí el loco de Basilea: la moral como fuente de resentimiento, de despersonalización, de egolatría y de fariseísmo.
Valga la indicación lingüística de que los fariseos eran unos reformadores morales que gozaron de gran prestigio pero, con Jesús de Nazaret, su apelativo cambió de significado para pasar a designar simplemente aquello de que les acusaba Jesús: “ay de vosotros hipócritas“.
Esta peligrosa deformación no es algo exclusivo de un grupo de hace veinte siglos sino que radica en nuestra humana naturaleza y en el hecho mismo de la moral: si, por un lado, la moral es necesaria, por el otro lado hay algo válido en toda resistencia a aquello que experimentamos como mera obligación, o como imposición exterior de alguien que pretende disponer de nosotros.
El mejor judaísmo había intuido la solución a ese dilema cuando llama a su “Ley” camino. Porque el camino convierte la ingrata imposición desde fuera de mí, en una necesidad mía. Si quiero ir de Barcelona a Vic y no conozco el camino, preguntaré a un amigo que me indicará la dirección norte. Y si obedezco al amigo ¿puedo decir que estoy haciendo la voluntad de alguien que se me impone desde fuera obligándome? Yo quizás preferiría ir hacia el sur porque en el sur hace sol y en el norte está nublado. Pero si lo que de veras quiero es ir a Vic, lo que se me ordena desde fuera de mí es en realidad mi voluntad más honda, con solo que confíe en aquel que me dio la orden de ir hacia el norte.
Aquí está la clave del hecho moral: si me fío de la palabra de ese otro, su mandato deja de ser una imposición exterior y se convierte en propia voluntad, y la moral deja de ser moral para convertirse en bondad. Cuántos padres, ante el hijo adolescente que (lógica pero equivocadamente) les planta cara, no le habrán dicho aquello de: “¡si es por tu bien hijo mío!”.
Esto tiene una consecuencia importante: desde el momento en que hago lo que quiero, dejo de preocuparme por lo que otros hacen y no siento la necesidad ni de criticar a los que van en otra dirección, ni de sentirme superior a ellos. La moral ya no existe aunque los actos humanos sigan siendo buenos o malos. Pero los actos buenos ya no son una imposición ajena que acato como medio para conquistar mi honorabilidad. Son simple consecuencia de la confianza en Alguien, de quien sé que puedo fiarme.
[Breve paréntesis aclaratorio: el ejemplo de la ida a Vic es claro pero demasiado simplista. Las decisiones vitales son a veces mucho más complejas que la busca de un lugar geográfico al que me puede llevar una simple señal de carretera. Muchas decisiones humanas se toman en situaciones infinitamente más complejas que esas rotondas en las que aparecen varias salidas distintas, señaladas. Por eso, en el campo de la moral entra muchas veces lo que antaño se llamó casuística y hoy discernimiento. Por tanto, lo que ilustra el ejemplo puesto no son las respuestas concretas sinolasactitudes ante el hecho moral: su interiorización por la confianza].
Y bien: esa actitud de una confianza que interioriza la moral es lo que la convierte en bondad. Así se evitan la hipocresía y el fariseísmo de “los buenos”: porque esa actitud posibilita algo que, de la otra manera, nunca tendremos: la capacidad de perdonar.
2.- Desde esa presencia del perdón podemos pasar ya a lo que buscan estas reflexiones: una mirada a los tremendos escándalos morales de nuestra sociedad. En los últimos años hemos vivido, no solo escandalizados sino aterrados por el aguacero de inmoralidades graves: primero el terrorismo de ETA, después el tsunami de la corrupción y luego el escándalo de la pederastia, publicitada ahora.
Démosles todos los calificativos que se merecen. Pero luego habrá que añadir : esos criminales siguen siendo personas y siguen teniendo derechos. Derecho a que las acusaciones se prueben claramente, derecho a un juicio justo con posibilidades de defensa y, finalmente, derecho al perdón que recibirán en la medida en que ellos se arrepientan. ¿No refleja algo de eso la práctica de que al comienzo de un juicio recuerde el juez al reo que tiene sus derechos?
Pero esos derechos del reo son fáciles de respetar en los casos individuales. Mientras que en el campo social, cuando la inmoralidad del otro se convierte en arma electoral o en argumento decisivo para eliminar al competidor, los derechos del criminal se evaporan, y los ciudadanos vamos asimilando esa ausencia hasta convertirla en una negación. Retomemos los ejemplos citados de nuestra historia reciente.
2.1. La barbarie de ETA.Mantengo el duro calificativo para coincidir en él con los acusadores más serios y para que se noten mejor nuestras diferencias: efectivamente ETA puede ser un ejemplo de hasta dónde llega la idolatría de la patria. Pero recordemos: si alguien decía entonces que los etarras seguían siendo personas humanas, que sus familias no deben sufrir nuevas penalidades en la medida de lo posible, o que en Euskadi hay un problema no resuelto del todo, surgían a gritos las acusaciones de complicidad con el terrorismo y de “equidistancia”, recurriendo a las víctimas para fomentar esas acusaciones. Hasta se llegó a escribir que Setién fue “un obispo que no creía en Dios”. Todo ello en defensa de la moral…
2.2. La desvergüenza de la corrupción. Fue como un tornado de esos que levantan olas de quince metros y que pone de relieve hasta dónde puede llegar la idolatría del dinero. Para no alargar, me remito a la película de Sorogoyen (“El Reino”), que además pone de relieve no solo la falta de escrúpulos morales sino (por el contraste entre el comienzo y el fin de la película) la falsedad de las relaciones entre aquellos que parecían tan amigos a la hora de las grades francachelas, pero luego se traicionan entre sí, sin el menor respeto a la amistad. Y sin embargo, esos sinvergüenzas (aunque inhabilitados si hace falta para proteger a la sociedad) tienen derecho, si se arrepienten, a una reconciliación plena con nosotros, a poder recuperar su vida familiar y el aprecio de sus hijos, sin que hayan de llevar un sambenito perenne. “Aunque tus pecados sean rojos como la grana se volverán blancos como la nieve”, dice la Biblia.
2.3. El sacrilegio de la pederastia. Que pone de relieve hasta dónde puede llegar la idolatría de la iglesia o del poder religioso. Pero que ha sido aprovechado por muchos medios de comunicación (a los que parece que lo que menos interesaba verdaderamente era el restablecimiento de las víctimas), para ocultar todos los demás casos de abusos no clericales, que son muchos más. Como si lo único que buscaran fuese atacar la orientación eclesiástica de Francisco en línea con la teología de la liberación. Y hasta llegar a la tremenda falta de delicadeza de citar nombres de abusadores de hace ya 50 años, que están hoy en silla de ruedas o en las puertas de la muerte, y que tienen derecho hoy a mantener su buena fama ante sus familiares y conocidos.
[Otra breve aclaración sobre las víctimas en los casos citados y en otros posibles. Cuando Jordi Ébole dijo a Francisco (en la entrevista del 31 de marzo), que había víctimas descontentas con los normas por él dictadas, el papa no se defendió sino que se limitó a decir que lo comprendía porque la persona que está poseída por un dolor intenso casi solo puede razonar desde su dolor, y hay que comprenderla por ello: solamente liberados del mordisco del dolor podemos tener serenidad suficiente para un acercamiento objetivo a la realidad. A este respecto, dado que se trata de un periódico nada religioso, me permito remitir a un artículo de Le Monde Diplomatique (periódico que no me cansaré de recomendar) en su número de marzo de este año. Se titula “La justicia transfigurada por las víctimas. Y avisa del peligro de que las víctimas se estén convirtiendo hoy en juez y parte y que la atención a ellas (que por suerte se va recuperando) puede llevar a una “deificación de las víctimas” de modo que “el tribunal ya no debe solamente sancionar a un culpable, sino que además debe remediar el sufrimiento. De esta manera la víctima se convierte en fiscal y las penas se endurecen automáticamente ” (p.26)]
3.- Volvamos ahora al comienzo. Este es el drama de la moral. Y algo de eso es lo que intuía Nieztsche a niveles de sociedad global. Y nada refleja todo ese drama mejor que la parábola evangélica del hijo pródigo. El título que le damos pone ya de relieve nuestra capacidad de manipular el evangelio. Pues el verdadero protagonista de la parábola no es el hijo (cuya historia desgraciadamente es demasiado tópica) sino el padre y el hermano mayor.
Ese hermano mayor es el prototipo de hombre moral: todas las buenas obras y méritos que se atribuye son ciertas. Pero no le han servido para ser buena persona sino solo para ser un resentido (Freud diría que por una envidia reprimida). No le han servido para tener un corazón bueno sino un corazón duro. La insolencia con que habla a su padre lo pone de relieve. Y se repite en la insolencia con que algunos medios de comunicación hacen sus denuncias. Ese ejemplo de moral intachable no habla de “mi hermano” sino de “ese hijo tuyo”. Y echa en cara al padre que se ha gastado la hacienda con prostitutas. En cambio el padre no reacciona así con él: no le echa en cara su fariseismo sino que sigue llamándole “hijo mío”, sigue recordándole que “todo lo mío es tuyo” y que siempre estarás conmigo, mientras mantiene que “era justo alegrarse porque tu hermano estaba perdido y ha sido recuperado”.
Efectivamente, como dijimos, solo en esa confianza que vuelve carne propia la obligación moral exterior se supera el drama de la moral, que así deja de ser heterónoma, pero no para ser una egótica moral autónoma, sino una confiada moral teónoma, desde la confianza en que esa es la mayor autonomía. Con todas las excepciones aludidas que pedirán discernimiento: pues Jesús también mostró que puede haber casos en que la letra de la Ley ya no traduce la voluntad de Dios. Pero seguirá siendo verdad que la mera moral no nos vuelve buenos; solo el amor es capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos. Por eso escribí hace años:
“la moral impone, la bondad seduce; la moral obliga, la bondad facilita. La moral exige, la bondad atrae; la moral condena, la bondad no juzga. La moral cumple, la bondad va más allá del cumplimiento, la moral da lecciones mientras que la bondad da confianza. La moral engola a quien la guarda mientras que la bondad vuelve humilde al que intenta seguirla. Y, en definitiva, la moral es impracticable en su totalidad, con el agravante de que cualquier quebranto parece anular todos sus logros; la bondad es inalcanzable pero en cambio conserva sus pequeños logros como pasos en un camino siempre abierto”. (En Otro mundo es posible… desde Jesús, p.234).