Carlos García de Andoin, del Consejo de Redacción y autor de más de 25 artículos en IV, escribe hoy uno en el Correo, lleno de preocupación por el desenlace de la crisis política y social en Catalunya.
Escribo este artículo no para hacer análisis político sobre un objeto de reflexión, sino para entablar una comunicación con un tú, con un vosotros, amigos independentistas catalanes. Escribo para, desde la modestia de una columna pública, aportar mi grano de arena, en tanto queda tiempo, ya muy poco tiempo, para evitar lo que ya parece inevitable: una intervención del Estado para restablecer el orden constitucional y la consiguiente suspensión de la autonomía catalana por tiempo indeterminado.
Me temo que la suspensión no se limitará hasta unas nuevas elecciones autonómicas, como propone Ciudadanos, sino por años. Años que resultarán muy revueltos, porque la maquinaria de la justicia inhabilitará, multará y meterá a prisión a troche y moche, mientras la movilización ciudadana y el activismo político del independentismo no sólo no se apaciguará, sino que crecerá y se multiplicará. Hará falta mucha fuerza, también militar, para controlar la situación, la cual sí será, no lo es aún, abiertamente insurreccional. Se supone que, con los años -muchos harán falta- la aspiración será no ya la independencia sino el restablecimiento de la autonomía. No sigo, … porque todo me parece dramático. De otros tiempos que parecían pasados. Sí, el fracaso en toda regla del Estado autonómico nacido de la Constitución del 78.
Escribo porque la comparecencia de Puigdemont fue decepcionante. Una apelación al diálogo y la mediación, pero sin voluntad real. Un regate para contentar a quienes en su partido le exigen diálogo bajo la excusa de que son los del otro lado los que no lo quieren. Otro movimiento táctico para cargarse de razón. Nosotros queremos el diálogo, España no. Nosotros somos pacifistas, el Estado es represor. El President mira por todos los catalanes, el Rey no. En efecto, Felipe VI cometió errores, el principal, que, en lugar de dar opción al diálogo, pareció clausurarlo, en contenido y formas. Pero su apelación a la responsabilidad del President como autoridad del Estado en Catalunya, merecía otra actitud, otra respuesta, si es que realmente se busca el diálogo.
Por Dios, si hay alguien en el Govern que quiera escuchar. Templad las cosas. Dad un tiempo a que del otro lado pueda haber una propuesta. Suspended la Declaración Unilateral de Independencia y el proceso constituyente. Al menos, una moratoria de la DUI.
Los errores acumulados han sido muchos y de muchos. Fue fatal el recurso de inconstitucionalidad del PP al Estatut y letal la sentencia de inconstitucionalidad a un Estatut aprobado por ambos parlamentos y por el pueblo catalán. Ha sido un desastre la inacción de Rajoy ante el vacío constitucional creado en Catalunya y también la equivocada actuación policial ante el 1-O.
Pero no miréis sólo las responsabilidades de los demás. Persistir en la unilateralidad, después de las elecciones autonómicas plebiscitarias últimas, fue vuestro particular pecado original. Os dieron una enorme fuerza, al igual que el 1-0, pero no es suficiente para marchar por la fuerza de la movilización ciudadana hacia la independencia e imponer una hegemonía soberanista. Y no lo es por muchas razones, pero la principal, porque estamos en un Estado de derecho.
Sin embargo, no es momento para mirar las responsabilidades pasadas. Listar una y otra vez las afrentas sufridas por unos y por otros sólo paraliza. Es tiempo de decidir si dar al diálogo una oportunidad verdadera o nos precipitamos al abismo.
Tenéis la oportunidad de convertir el capital acumulado en una fuerza de negociación incomparable a la tenida por el nacionalismo catalán en estos 40 años. Pero, si no sois capaces de girar ahora ese Titanic, en la dirección de la negociación y el pacto, el futuro es un maldito regreso al primer tercio de siglo XX. Dos millones de votos -ni 2,7- por muy movilizados que estén, sobre un censo de 5,3, no permiten ni legitiman una secesión. Ni aquí ni en Europa. De proseguir por esta vía, sólo traeréis fractura, convivencia irrespirable, odios y pobreza al pueblo que representáis. Parad, por favor. Lo que os parece cielo, ahí a un paso de lograr, es, en realidad, infierno.
Parad y dad una oportunidad real al diálogo. Exigid del Gobierno de Rajoy, del PSOE y del conjunto de fuerzas parlamentarias una propuesta fehaciente y concreta de reforma constitucional. Después, con dos propuestas en positivo sobre la mesa, la soberanista y la pactista, será el momento de acordar un referéndum. No. No me gusta la fórmula de jugarlo todo a la ruleta rusa cuando hablamos de los fundamentos de un país. Pero puede convenirse que al punto que hemos llegado, la ciudadanía catalana, toda y en un procedimiento con garantías, es la que puede y debe marcar el camino para la reconducción de las cosas. Sobre esto debe reconocer el Estado que sí hay una aplastante mayoría de catalanes de acuerdo. Habrían de pactarse, al menos, tres condiciones: que el referéndum tenga efectos sólo si hay una participación mayoritaria (al menos un 70% de los electores) y una mayoría clara (al menos una diferencia de un 15% en número de votos); segunda, darse tiempo para serenar los ánimos y permitir una reflexión realmente deliberativa; y, tercera, el compromiso firmado de no repetir referéndum al menos por 25 años.
Por favor. No os dejéis llevar del cuanto peor, mejor. Cuanto peor es peor, mucho peor. Emplazad al gobierno y a las fuerzas políticas españolas, sí, pero suspended el itinerario y el calendario previstos en las leyes de desconexión. Dad oportunidad a que la otra parte, que es plural, al igual que la propia Catalunya, también se exprese, actúe y entre unos y otros pueda evitarse la regresión histórica que viene.
[Publicado en El Correo el 6-10-2017]