Pablo Iglesias y Héctor Illueca, Secretario General de Podemos y profesor de la Universidad de Valencia, respectivamente, elogian en 20 Minutos la figura de Francisco días después de que su partido pidiera retirar la emisión de la misa de la televisión pública. ¿Es puro tacticismo o nos están indicando desde fuera, como en la entrada anterior, el contraste que existe entre la actitud pastoral del papa y la de nuestros obispos?
En las últimas semanas, quizá se nos haya escuchado mucho hablar de ciertos obispos. Va siendo hora de que se nos escuche hablar del papa. El mundo está cambiando y probablemente no sea casualidad que Francisco sea el primer papa no europeo desde que el sirio Gregorio III estuviera al frente de la Iglesia católica, hace casi 1.300 años.
Desde la fumata blanca de aquel 13 de marzo de 2013, el Vaticano ha desplegado una intensa actividad diplomática, evidenciando una nítida visión geopolítica de las transformaciones en marcha y una firme voluntad de contribuir al desarrollo de unas relaciones internacionales pacíficas.
En Oriente Medio, Francisco se atrevió a desafiar a EE UU y a Israel reconociendo al Estado palestino y oponiéndose a la intervención en Siria. El papa se ha mostrado además contrario a las políticas belicistas de EE UU y sus aliados. Más recientemente, en Venezuela, su intervención mediadora ha contribuido a calmar el clima de violencia y a apuntalar el diálogo entre el Gobierno y la oposición, frenando las dinámicas desestabilizadoras que siempre han sido un desastre en ese país y en América Latina en general.
La oposición de Francisco a las políticas de austeridad en el sur de Europa y su denuncia de la propuesta migratoria impulsada por Donald Trump demuestran el nuevo rumbo de la Santa Sede en el marco geopolítico surgido de la crisis de la globalización.
Ese rumbo contrasta con la política ultraconservadora de sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI, cuyos dogmas sobreviven atrincherados en buena parte de las élites del episcopado español que se resisten a la modernización de Francisco.
Nosotros podremos tener, como es natural, algunas diferencias con Bergoglio, pero que el jefe de la Iglesia católica denuncie en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium las ideologías “que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera” como causantes de la desigualdad, y señale que menoscaban “el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común, instaurando una nueva tiranía invisible” hacen del papa y de su Iglesia aliados imprescindibles de los que defendemos la justicia social.
Francisco se ha atrevido a decir que la economía dominante mata y que tras ella se esconde “el rechazo de la ética y el rechazo de Dios”. No es frecuente que un líder mundial de semejante importancia se pronuncie tan claramente sobre los temas realmente importantes. El papa además ha izado la bandera del ecologismo político, denunciando en la encíclica Laudato Si la existencia de una peligrosa crisis ecológica.
Para Francisco, cualquier planteamiento ecológico debe acompañarse de un planteamiento social que integre la justicia distributiva en el debate sobre el medio ambiente. Ignorar lo que representa Francisco para construir un mundo mejor e identificar a toda la Iglesia católica con los sectores ultramontanos bunkerizados en ciertos espacios de poder del episcopado español sería de una torpeza imperdonable por nuestra parte.
En una época de cambios como la que estamos viviendo, debemos recordar lo que determinados sectores de la Iglesia representaron para los avances democráticos en nuestro país. No debemos olvidar que en España, en contraste con las élites eclesiásticas y el Opus Dei, completamente integrados en las clases dirigentes y en su trama de poder, existieron y existen comunidades de base y experiencias de intervención social católicas que forman parte del mejor patrimonio democrático de nuestra patria.
Francisco es la oportunidad para que lo mejor de la Iglesia católica salga a la luz frente a la oscuridad y la decrepitud de ciertas élites eclesiásticas que han ignorado los cambios sociales y que nunca han renunciado a compartir mesa, mantel y proyecto político-económico con lo peor de las oligarquías.
Quizá lo importante no sea tanto que las misas se televisen más o menos en la televisión pública, aunque la Iglesia cuenta hoy con canales propios suficientes de los que carecen otras organizaciones sociales. Tal vez lo importante de verdad es que los católicos y todos los demás podamos ver y escuchar con más frecuencia a Francisco. Y si la oficia Francisco, quizá también el secretario general de Podemos deba escuchar esa misa y tomar algunas notas.