Desde hace unos años, la felicitación navideña y el discurso papal en esta ocasión han adquirido un significado especial. Sobre todo desde que Benedicto XVI aprovechó la ocasión para definir su pensamiento sobre la Recepción e interpetación del Vaticano II. Este discurso fue publicado íntegramente en Iglesia Viva, junto al análisis del teólogo Giuseppe Rauggieri: Lucha por el Concilio. El papa Francisco ha continuado haciendo de estos encuentros anuales una ocasión para de explicitar las reformas eclesiales que lleva entre manos y las resistencias a los mismos. Tras hablar de lae enfermades de la curia (2014) y de las medicinas para curarlas (2015) hay ha hablado de su reforma. El texto completo del discurso en vatican.va. Aquí un resumen del mismo.
Queridos hermanos y hermanas:
Me gustaría comenzar nuestra reunión expresando mis mejores deseos para todos vosotros, Superiores, Oficiales, Representantes Pontificios y Colaboradores de las Nunciaturas repartidos por todo el mundo, a todas las personas que prestan servicio en la Curia Romana, y a todos vuestros seres queridos. Os deseo una santa y serena Navidad y un Feliz Año Nuevo 2017.
Contemplando el rostro del Niño Jesús, san Agustín exclamó: «Inmenso en la naturaleza divina, pequeño en la forma de siervo»[1].
(…)
Precisamente a la luz, suave y majestuosa, del rostro divino de Cristo niño, he elegido como tema de nuestro encuentro anual la reforma de la Curia Romana. Me ha parecido justo y oportuno compartir con vosotros el cuadro de la reforma, poniendo de relieve los criterios que la guían, las medidas adoptadas, pero sobre todo la lógica de la razón de cada paso que se ha dado y de los que se darán.
Aquí me viene espontáneamente a la memoria el viejo adagio que describe la dinámica de los Ejercicios Espirituales en el método ignaciano, es decir: Deformata reformare, reformata conformare, conformata confirmare e confirmata transformare.
(…)
Como la Curia no es un aparato inmóvil, la reforma es ante todo un signo de la vivacidad de la Iglesia en camino, en peregrinación, y de la Iglesia viva y por eso —porque está viva— semper reformanda,[12] reformanda porque está viva. Es necesario repetir aquí con fuerza que la reforma no es un fin en sí misma, sino que es un proceso de crecimiento y sobre todo de conversión. La reforma no tiene una finalidad estética, como si se quisiera hacer que la Curia fuera más bonita; ni puede entenderse como una especie de lifting, de maquillaje o un cosmético para embellecer el viejo cuerpo de la Curia, y ni siquiera como una operación de cirugía plástica para quitarle las arrugas. [13]Queridos hermanos, no son las arrugas lo que hay que temer en la Iglesia, sino las manchas.
En esta perspectiva, cabe señalar que la reforma sólo y únicamente será eficaz si se realiza con hombres «renovados» y no simplemente con hombres «nuevos».[14] No basta sólo cambiar el personal, sino que hay que llevar a los miembros de la Curia a renovarse espiritual, personal y profesionalmente. La reforma de la Curia no se lleva a cabo de ningún modo con el cambio de las personas ―que sin duda sucede y sucederá―[15] sino con la conversión de las personas. En realidad, no es suficiente una «formación permanente», se necesita también y, sobre todo, «una conversión y una purificación permanente». Sin un «cambio de mentalidad» el esfuerzo funcional sería inútil. [16]
Esta es la razón por la que en nuestros dos encuentros precedentes por Navidad me detuve, en el 2014, tomando como modelo a los Padres del desierto, sobre algunas «enfermedades» y en 2015, a partir de la palabra «misericordia», sobre un ejemplo de «catálogo de virtudes necesarias para quien presta servicio en la Curia y para todos los que quieren hacer fecunda su consagración o su servicio a la Iglesia». La razón de fondo es que el semper reformanda en la Curia, al igual que pasa con la Iglesia entera, también se ha de transformar en una conversión personal y estructural permanente. [17]
Era necesario hablar de enfermedades y tratamientos, porque cada operación, para lograr el éxito, debe ir precedida de un diagnóstico profundo, de un análisis preciso y debe ir acompañado y seguido de prescripciones precisas.
En este camino es normal, incluso saludable, encontrar dificultades que, en el caso de la reforma, se podrían presentar según diferentes tipologías de resistencia: las resistencias abiertas, que a menudo provienen de la buena voluntad y del diálogo sincero; las resistencias ocultas, que surgen de los corazones amedrentados o petrificados que se alimentan de las palabras vacías del gatopardismo espiritual de quien de palabra está decidido al cambio, pero desea que todo permanezca como antes; también están las resistencias maliciosas, que germinan en mentes deformadas y se producen cuando el demonio inspira malas intenciones (a menudo disfrazadas de corderos). Este último tipo de resistencia se esconde detrás de las palabras justificadoras y, en muchos casos, acusatorias, refugiándose en las tradiciones, en las apariencias, en la formalidad, en lo conocido, o en su deseo de llevar todo al terreno personal, sin distinguir entre el acto, el actor y la acción. [18]
La ausencia de reacción es un signo de muerte. Así que las resistencias buenas ―e incluso las menos buenas― son necesarias y merecen ser escuchadas, atendidas y alentadas a que se expresen, porque es un signo que el cuerpo esté vivo.
Todo esto manifiesta que la reforma de la Curia es un proceso delicado que debe ser vivido:
- con fidelidad a lo esencial,
- con un continuo discernimiento,
- con valentía evangélica,
- con sabiduría eclesial,
- con escucha atenta,
- con acciones tenaces,
- con silencio positivo,
- con firmes decisiones,
- con mucha oración – con mucha oración,
- con profunda humildad,
- con clara visión de futuro,
- con pasos concretos hacia adelante e incluso ―cuando sea necesario― retrocediendo,
- con voluntad decidida,
- con vibrante vitalidad,
- con responsable autoridad,
- con total obediencia;
pero, en primer lugar, abandonándose a la guía segura del Espíritu Santo, confiando en su necesaria asistencia. Por esto, oración, oración, oración.
ALGUNOS CRITERIOS-GUÍA DE LA REFORMA:
Son principalmente doce:
- individualidad;
- pastoralidad;
- misionariedad;
- racionalidad;
- funcionalidad;
- modernidad;
- sobriedad;
- subsidiariedad;
- sinodalidad;
- catolicidad;
- profesionalidad;
(…)
ALGUNOS PASOS REALIZADOS:
[Un listado de veinte documentos o decretos ejecutivos en tres años y medio. Como para rebatir la acusación de que no se adelante nada. Y acaba el discurso así:]
Gracias. Os deseo una santa Navidad y un feliz Año Nuevo 2017.
[de forma espontánea]
Cuando hablé hace dos años sobre las enfermedades, uno de vosotros vino a decirme: «¿Dónde tengo que ir, a la farmacia o a confesarme?» — «Bueno, las dos cosas», dije yo. Y cuando saludé al Cardenal Brandmüller [Uno de los cuatro cardenales firmantes la requisitoria última y que repetidamente ha dicho que se puede juzgar y destituir al papa por herejía. No sabemos si estaba presente. Pero la alusión del papa a este ex bibliotecario está cargada sin duda de intención. Nota de ATRIO], él me miró a los ojos y me dijo: «Acquaviva». En el momento, no comprendí, pero después pensando, pensando, recordé que Acquaviva, tercer general de la Compañía de Jesús, había escrito un libro que nosotros, como estudiantes, leíamos en latín; los padres espirituales nos lo hacían leer, se llamaba así: Industriae pro Superioribus ejusdem Societatis ad curandos animae morbos, es decir las enfermedades del alma. Hace tres meses se publicó una edición muy buena en italiano, realizada por el padre Giuliano Raffo, fallecido recientemente; con un prólogo que indica cómo se debe leer, y también una buena introducción. No es una edición crítica, pero la traducción es muy bella, está bien hecha y pienso que puede ayudar. Como regalo de Navidad me gustaría ofrecerlo a cada uno de vosotros. Gracias.