Por Mireia Rourera. Entrevista a Neus Forcano Aparicio publicada en Punt Avui el 22 de agosto del 2020.
La plataforma de mujeres creyentes ‘Alcem la Veu’ se dio a conocer en Cataluña pocos días antes del 8 de marzo pasado con una concentración ante la catedral de Barcelona. Fue una acción coordinada con otras manifestaciones parecidas que se hicieron en más de 20 ciudades del mundo bajo el paraguas del movimiento internacional de Voices of Faith, en que las mujeres que forman parte de la Iglesia reivindican su papel, su derecho a tener voz y voto, y su compromiso feminista. Una de las impulsoras de Alcem la veu (“Levantemos la voz”) es Neus Forcano.
¿Qué es Alcem la veu?
Se trata de una plataforma que se crea el julio del 2019. Nace cuando un grupo de mujeres activas en movimientos y parroquias que nos conocemos de coincidir en diferentes manifestaciones, congresos o cursos, nos decidimos a crear una entidad para reivindicar nuestros derechos y para manifestar públicamente la Iglesia en que creemos. Algunas de estas mujeres provienen del Movimiento de Profesionales Católicos de Barcelona (MPCB); otras, de la HOAC; otras participan en la Acción Católica Obrera (ACO)… y también hay mujeres del Col·lectiu de Dones en l’Església, las pioneras.
¿Quiénes son?
La reivindicación de los derechos de las mujeres dentro de la Iglesia la venía protagonizando en Cataluña, de forma muy activa y desde el 1986, el Col·lectiu: Maria Pau Trayner, Roser Soler, Sefa Amell, Maria Martinell… Algunas de nosotras hemos aprendido de ellas, hemos querido agrandar el movimiento. Con la plataforma Alcem la veu nos damos a conocer coincidiendo con el 8 de marzo, a pesar de que la concentración la convocamos unos días antes para no dividir la concentración unitaria del día 8, en la que siempre hemos participado.
¿Qué es lo que decís?
Queremos explicar que en la Iglesia católica también hay mujeres conscientes que reivindicamos la igualdad, nos sabemos dignas y no queremos renunciar a formar parte de las comunidades dónde celebramos y compartimos la fe. Queremos que la gente sepa que la Iglesia católica no es uniforme, que también existe nuestra visión, la de mujeres feministas.
¿Y escribisteis un manifiesto?
El manifiesto no pretende ser un punto de origen, recoge reivindicaciones históricas de las mujeres de Iglesia. Es un manifiesto maduro que explicita que las mujeres católicas podríamos ejercer las mismas funciones y tener acceso directo a los ministerios como los hombres, y añadimos que esto no esté pasando es una discriminación clarísima. Tenemos argumentos teológicos, argumentos racionales y los derechos humanos que nos avalan. Hemos crecido en un cristianismo que esto lo entiende y lo ve factible. Lo que nos extraña es que no haya un cambio, que no haya más eco dentro de la Iglesia para que esto pueda ser una realidad.
Bien es verdad que los cambios son lentos.
Si se observa solo el organigrama eclesiástico, todo es muy lento y no hay visibilidad de las mujeres. Ahora bien, si vas conociendo movimientos y personas que trabajan dentro de organizaciones eclesiales, las mujeres toman relevancia y tienen un papel importante. Hay mujeres en el ámbito académico, en acción social, algunas forman parte de los equipos de coordinación o de representación en movimientos y grupos eclesiales, pero no en órganos de decisión directa de la jerarquía eclesial. No hay ningún obispo o ningún jerarca que públicamente haga un alegato a favor de la participación más explícita de las mujeres en órganos de decisión de la Iglesia, prefieren callar, como si fuera algo que sólo reivindicamos nosotras, como si fuera sólo cosa nuestra. A nivel particular, pueden reconocerlo, pero no lo harán públicamente. Las mujeres ya ejercen de diáconas y, sin embargo, no pueden ser ordenadas como diáconas ni reciben la denominación de diáconas. ¿Por qué no se puede llamar diácona a una mujer que ejerce de diácona?
¿Qué lo impide?
El Código Canónico. Pero el derecho canónico es derecho, es ley que responde a la evolución de la historia de la Iglesia. No hay nada que no pueda ser cambiable. Y dentro de la Iglesia, como en todas partes, hay personas más estrictas, que se acogen a la ley, y personas de vanguardia que se atreven a nombrar lo que ya es una realidad.
En Barcelona este año sólo se habrán ordenado cinco presbíteros. La Iglesia tendrá que acabar aceptando las mujeres.
Ante la carencia de presbíteros ya se decía hace tiempo que habría que aceptar a las mujeres, como diáconas, como presbíteras…. Pero no. Han preferido confiar en varones de otros países que no conocen ni la cultura, ni las lenguas de aquí. Siguen una formación, pero acaban siendo las mujeres y los laicos de las parroquias quienes los forman y los acogen para que puedan presidir la Eucaristía a pesar de las dificultades con el idioma, el choque cultural e incluso dificultades de integración en la comunidad… ¡Todo muy artificial!
En el Sínodo del Amazonia, Francesc admitió que a falta de presbíteros hay mujeres que hacen sus funciones: casan, bautizan, hacen misa, dan la comunión…
Por supuesto. El papa Francisco es inteligente y sabe que está en una posición en que tampoco puede ser vanguardia unilateral de muchas cosas. Como papa intentará crear espacios, encuentros y lugares donde los creyentes puedan ir hablando, donde la Iglesia pueda ir madurando, y bendecirá estos movimientos. Está haciendo una política de dejar que cada cual en su lugar intente avanzar lo máximo que pueda en esta dirección más abierta, más plural, más inclusiva… A nosotras nos está bien, pero sabemos y no esperamos que desde la Iglesia del Vaticano, desde la jerarquía, se nos abra la puerta. Lo que nosotras queremos es darlo por hecho allí donde estamos, donde compartimos nuestra fe y nuestra experiencia comunitaria.
¿Qué quiere decir?
Que nosotras, desde la base, desde los movimientos, desde nuestros lugares, lo vivamos y lo celebremos como si esta posibilidad ya existiera. Es lo que hicieron las primeras comunidades cristianas. La primera comunidad cristiana es una comunidad judía con pluralidad de voces, donde una secta mesiánica cree que el personaje llamado Jesús es ya el Mesías definitivo, el que ya ha hecho el gesto de amor total. Y a partir de ahí se lee la historia bíblica de forma diferente, y se cambian ritos. Si no hubiera habido personas que hubieran creído en esta nueva secta, no se habría separado esta sinagoga cristiana de la sinagoga judía.
¿Y vosotras, hacéis lo mismo?
Nuestra fe es imposible vivirla desde esquemas o formulaciones que no concuerdan con nuestro sentir. Participamos en nuestras comunidades, pero también organizamos plegarias y celebraciones donde nosotras somos concelebrantes. No significa que estemos haciendo una Iglesia paralela. Formamos parte de la Iglesia y lo que reivindicamos es que ésta no es uniforme, no es sólo la Iglesia jerárquica. No queremos pasar desapercibidas ni ser silenciadas, queremos tener voz. Y lo queremos hacer público para que la gente sepa que hay un cristianismo que piensa y que vive así.
¿Y cuando decís que queréis recuperar la memoria de mujeres de la Iglesia?
En este punto también tenemos que romper el tópico de que, en la Iglesia, las mujeres no han tenido nunca voz. No sería justo decirlo así porque, precisamente en el cristianismo europeo y en todos los siglos, las mujeres han podido hacer cosas que quizás los códigos civiles o las normas y costumbres de las sociedades del momento no les permitían hacerlo con la misma libertad. El papel que ellas tuvieron en la Iglesia fue también una apertura a poder hacer más en el ámbito público, de cara a la comunidad, con un valor y una dignidad de la que tal vez no gozaban en la sociedad civil del momento.
Por Corpus Christi, este pasado junio, hicisteis una plegaria muy especial.
Partimos de las palabras de Pablo cuando dice “todos sois uno”, un solo cuerpo, y todos formamos parte de este cuerpo, que es el Cristo. Nosotras, que nos sentimos plenas y formando parte de este cuerpo, quisimos celebrar el día del Cuerpo de Cristo siguiendo las propuestas de la teóloga Emma Martínez Ocaña, que habla de la palabra encarnada en el cuerpo de las mujeres. Valorar las diferentes partes de nuestro cuerpo nos hace conscientes para conocernos y animarnos a movernos, a saber dónde queremos ir, qué queremos construir…Hicimos la plegaria celebrando el cuerpo de las mujeres, porque el cuerpo de las mujeres es digno y encarna también a Jesús, el Cristo. Así, todo aquello que hacemos desde la fe en Cristo forma parte del hacer Iglesia, del hacer camino.
¿Una plegaria con sororidad?
La palabra sororidad, como defiende la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, se usa en el feminismo para indicar la unión o el vínculo que hay entre mujeres por un objetivo político, o para reivindicar algo justo. Esto es lo que le da miedo a la Iglesia. Las mujeres somos mayoría pero no tenemos acceso a la acción ministerial. Queremos conseguirlo cómo lo han hecho las anglicanas o cómo lo disfrutan las protestantes. El catolicismo está a la cola de ponerse al día, pero no lo decimos con rabia, porque desde hace tiempo, cuando conviene, nosotras también celebramos. En Europa hay movimientos fuertes a favor de la ordenación de católicas y también hay mujeres que voluntariamente han querido ser presbíteras y han buscado quién las pudiera ordenar…
¿Pensaba que sólo había la polaca Ludmila Javorova…
Hay más. En el Estado hay una gallega, Christina Moreira, que es presbítera y forma parte también de este movimiento. Su comunidad le da un apoyo total. Son realidades que ya existen pero que la gente no las conoce… ni la jerarquía deja que se vean.
Desde vuestra entidad estáis apoyando a una teóloga francesa que quiere ser arzobispo de Lyon.
Sí, a Anne Soupa. El cardenal Philippe Barbarin tuvo que renunciar el mes de marzo al arzobispado de Lyon por haber encubierto un caso de abusos sexuales, y Anne escribió al nuncio del papa pidiendo poder ocupar el cargo de obispo. Tiene 73 años, es teóloga y tiene claro que está capacitada para ocupar este lugar y que una mujer tiene que tener la oportunidad para ocuparlo. Argumenta que las mujeres pueden ocupar lugares funcionales de la Iglesia sin necesidad de tener el ministerio ordenado. No sólo la apoyamos sino que creemos que, si más mujeres estuvieran dirigiendo la Iglesia y participaran en la política, en general, podrían cambiar cosas.
¿De cara al año que viene estáis trabajando para poder hacer una peregrinación a Roma?
Sí. Uno de los objetivos del año que viene es participar en la convocatoria internacional para ir a Roma el noviembre del 2021. Ya veremos si se podrá hacer, pero lo más importante no es la meta sino el camino… así que cada grupo y cada comunidad está trabajando en diferentes acciones para dar visibilidad al pensar de las mujeres, al hacer de las mujeres y a la voz de las mujeres dentro de la Iglesia. Por eso pretendemos hablar con todas las mujeres que están implicadas en movimientos de la Iglesia catalana, que son activas en parroquias o que son teólogas. Queremos saber qué piensan de su papel dentro de la Iglesia, y en función de lo que expresen, organizaremos diferentes acciones o encuentros. Otros grupos españoles también se suman a esta iniciativa. Todas las contribuciones, reflexiones, las compartiremos en la plataforma internacional Voices of Faith, desde donde se organiza este peregrinaje mundial para el reconocimiento del pensar y el querer de las mujeres de Iglesia.
Neus Forcano es licenciada en filología y da clases de lengua y literatura de bachillerato en una escuela concertada de Barcelona. Hizo un máster de historia de las mujeres y ha estudiado ciencias religiosas en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona (ISCREB). Siempre interesada en la teología, ha formado parte del Col·lectiu de Dones en l’Església y ahora es una de las impulsoras de la plataforma de mujeres creyentes Alcem la veu. Entre los temas que más ha estudiado y por los cuales se ha interesado hay las primeras comunidades cristianas y también recuperar y dar a conocer las voces de las mujeres que han hecho Iglesia, muchas de las cuales han sido silenciadas. Es miembro de la Asociación Europea de Mujeres para la Investigación Teológica (ESWTR), miembro del Consejo de Dirección de Iglesia Viva y colaboradora de Cristianisme i Justícia.
En sus «Tesis sobre la Historia,» Walter Benjamin parece que proponía, aunque murió en Port Bou en 1940, dejándolas inconclusas, una alternativa al materialismo histórico. En su visión, el problema fundamental del mismo radicaba en que al adoptar el estilo mesiánico judío-cristiano, incurría, sin resolverla, en una contradicción idealista o burguesa.
Para Benjamin no se trataba de o lo uno o lo otro, refiriéndose a la diada utopismo-mesianismo, sino a la necesidad de integrar ambos o, lo que es lo mismo de resolver la antítesis que constituía el mesianismo marxista. Que el mundo fuera perfeccionable en el futuro o que fuera defectuoso en el presente solo se podía resolver a base de perfeccionarlo ahora, a sabiendas de que se trataba de un mejoramiento a su vez superable, que la «revolución» permanece siempre en proceso de cambio. El paraíso no es alcanzable. Lo que existe puede ser mejorado pero tendrá que serlo una y otra y otra vez, en el cursar histórico. La historia humana nunca alcanzará su meta utópica y por lo tanto no hay un medio capaz de operar definitivamente, que todos los momentos históricos por venir ―cuanto los pasados― han de trascenderse para satisfacer las exigencias puntuales a base de realizar los potenciales respectivos. En suma, que el paraíso no es realizable en la historia y que ésta constituye, como el «Angelus Novus» o Ángel de la Historia, alguien tentado a no poder apartar los ojos del paraíso perdido y aceptar que el nuevo, el de hoy, tampoco será permanente.
Si se acepta esa propuesta, utilizar las categorías teológicas pasadas para describir el rol de la mujer en el presente, es otra expresión de esta expresión profunda que contamina la percepción de la Historia. El argumento de si Cristo encarna a la mujer o no, es todavía el argumento de si Cristo encarna lo humano. Dicho de otra manera, se trata de un nuevo argumento como el que pretendió dilucidar Calcedonia en el s. V, por lo tanto imposible de comprender en términos modernos/postmodernos. Desde lo humano es tan imposible comprender lo divino como en el Principio de Incertidumbre de Heisemberg es imposible conocer la posición de una partícula sin perder a la partícula de vista. Lo contrario, la percepción humana de lo humano desde lo divino es simplemente una fantasía hueca. No hay nadie divino que la pueda narrar.
El pensamiento utópico capitalista pretende decir al mesiánico judío-cristiano cómo y qué ha de ser la historia y éste pretende profetizar a aquél como será y se puede alcanzar. Ambas cosas constituyen simplemente el resultado de atrapar el presente y tratar de hacerlo definitivo. Un sueño que solo puede ser lo que es, sueño. De lo que la existencia se trata es de cada uno hacer «hic et nunc» lo que cada uno puede según sus capacidades que no será lo mismo que quien le suceda tendrá que hacer, porque la historia cambia según que va siendo comprendida y vivida en un presente que solo puede ser consecuencia del pasado. La cuestión es no pretender decir a quien acaba de nacer, cómo tendrá que vivir su presente según que éste le vaya llegando en el futuro. Como el Ángel de la Historia, no podemos conocer el futuro pero no podemos impedir que el pasado desaparezca entre las espumas y brumas que va levantando el presente.
Si es cierto que el hombre aún domina la Historia, la pregunta que debiera formular a la mujer para cederla el espacio histórico que ella reclama fuera ― si la mujer ve la necesidad de responderla― la siguiente: ¿Qué novedad aporta a la Historia? Y la mujer debiera poder responderla hablando, si quiere hacerse presente para dejar de existir oprimida, no en términos que solo constituiría un apropiarse de las fantasías paradisíacas del hombre como si el hombre tuviera la única clave posible, sino en términos de las suyas originales, por palabras de presente ―como rezaba el rito del matrimonio― aunque su visión del mundo no pueda dejar de tener en común con la del hombre su existencial-humano.
Los pueblos utópicos establecidos, enraizados en sus territorios, solo podían expandirse cuando se acercaban a agotarlos. El capitalismo pretende hacer de la forma de tal proyecto una realidad definitiva; Realizar ahora la utopía posible.
Los pueblos mesiánicos, carentes de territorio propio, solo podían echar a andar de nuevo para encontrar otros espacios «como si vieran al Invisible» (Hebreos 11, 27), movidos por la fe en una promesa que emergía con la recurrencia de un mito de entre las brumas imaginadas en un remoto pasado ya perdido, sin llegar a comprender nunca que una tal memoria era solo imaginable a base de proyectar su propia desgracia.
En ambos casos, la fantasía era que ya existiese el lugar ideal. Salir de esa falsedad requiere primero aceptar que no se posee la solución definitiva, que solo se conoce lo que está dejando de ser efectivo.
Ni el hombre ni la mujer pueden dar por incuestionable si su colaboración tendrá el resultado que esperan. Solo pueden poner manos a la obra conjuntamente y probar que construyen un presente capaz de originar a su vez otro presente que aún no se conoce del todo y deberá probar ser viable.
Los peligros del cuerpo, místico o no.
¡Sabemos tan poca cosa de Jesucristo! Nos han contado, recontado, traducido, interpretado quizás escamoteado palabras y hechos, pero no sin que el tiempo, la humedad y la mala sangre hayan corroído y redactado lo que una vez solo resbalaba de boca en boca y, desde luego, nunca igual. Me refiero al rollo de la resurrección.
¿Qué pasó con el cuerpo de Cristo? ¿Cómo envejeció escaldado por el sol del desierto, o las polvaredas mientras recorría caminos…la deshidratación que hoy día los turistas y los nacionales de aquellas tierras resuelven vendiendo y comprando botellas plásticas llenas de agua. Se ha hablado tanto del Jordán, pero lo que hoy día se ve no es el más caudaloso y navegable de los ríos.
Se le retrata con la tez tersa, los cabellos limpios y arreglados como quien acaba de salir de la peluquería y como si se recordara haberle visto alguna vez, por lo tanto falsamente. Sí, posiblemente llevaba el pelo largo, pero alguna vez lo llevaría pegajoso de sudor o de rocío y polvo sobre todo en el sur.
Debió ser enteco, magro, de piel morena no solo por naturaleza sino por la exposición al sol sobre todo en las áreas de la piel que estaban siempre expuestas al sol. Aquello de las abluciones faciales, manuales, el lavado de los pies…nos han dicho que se trataba de manía: Rituales, cosa religiosa. Por lo tanto cabe imaginar el resto: Posiblemente a menudo olía mal, como quien no podía desodorizarse con el baño y los cosméticos que hoy son imprescindibles y de uso extendido. ¡No en balde Pío XII solo hablaba de un cuerpo místico!
Los sumerios utilizaban el año ca. 3000 AC. Los egipcios lo utilizaron para el baño ca. 2000 AC, pero lavaban sus ropas con raíces y otros fermentos orgánicos humanos que prefiero no describir. El mundo mediterráneo empleaba el aceite de oliva para la higiene corporal, pero no sería el refinado que conocemos y, desde luego, el agua. Los romanos, por ejemplo, no se bañaban con jabón. En su lugar utilizaban una mezcla de piedra pómez y aceite. En Israel, más específicamente, arqueólogos reportaron en agosto de este año el descubrimiento de jabón en una casa árabe del Neguev, construida hace solo 1200 o 1300 años, es decir unos 700 años después de la fecha en que debió nacer Jesús. Y de todo esto no sabemos si los pobres podían costearse la higiene al mismo nivel que los ricos. ¿Con qué lavarían el sucísimo cuerpo de este crucificado Jesús al amortajarlo?
¿Cuál es la magia de este «cuerpo de Cristo» que lo ha hecho tan significativo para la religión, que ha especulado tanto con comerlo y con convertirse en parte de él? Imagino que tiene que ver con la esperanza de la resurrección.
¿Para qué utilizar un lenguaje teológico que solo tiene sentido cuando no se puede impugnar y cuando quienes lo utilizan van revestidos de una autoridad sacra que los vuelve intocables, incuestionables? Dudo que Jesús de Nazareth hubiese recurrido a un lenguaje tan complejo y ridículo como este que se intercambia entre teólogos hoy día y menos si se mezcla con la jerga metafísica de los filósofos. Se le atribuye lo contrario, un lenguaje común, comprensible para todos aunque también se le atribuye no haber hablado de aquello que sus seguidores no comprenderían. A juzgar por la narración de Mateo 13, 36-43, parece que solo tuvo que explicarse al exponer la parábola del sembrador.
¿Para qué tuvo Pío XII que decir lo que imaginaba si nadie podía entenderlo ni él explicarlo? ¡Pura soberbia de quien realmente se siente capaz y obligado a ejercer una infalibilidad que nadie (ni él mismo) sabe cómo puede ser posible ―por eso constituye un dogma― en alguien tan mortal como el que más y de quien que solo el embalsamamiento liberará su cuerpo de los gusanos.
Una pregunta que esta entrevista me ha suscitado es la de la importancia y la urgencia de adquirir reconocimiento institucional. Es un tema que surje una y otra vez a lo largo del texto. Más aún el propio nombre de Alcem la veu (alzamos la voz) lo sugiere.
Una primera respuesta es que la mujer esté harta de ser ninguneada o desconocida tan estúpida e injustamente y alce la voz simplemente para romper el techo que le ha sido impuesto nadie sabe exactamente desde cuando.
Pero preguntas secundarias no pueden ser fácilmente acalladas: ¿Por qué y para qué es tan necesario y urgente el reconocimiento institucional. Si todas las mujeres se salieran de la Iglesia Católica simultáneamente los curas, incapaces de limpiar las sacristías, adornar los altares y lavar y planchar albas y pañitos de altar, pues eso, trataríasn de reclutar hombres y no los encontrarían porque fuera como tratar de encontrar estadounidenses blancos para las labores con las que más fácilmente se ganan la vida los inmigrantes latinoamericanos o los negros (cuidar jardines, arreglar techos, etc.): No habría.
El reconocimiento institucional otorga el acceso al poder cuando reconoce el potencial para detentarlo, porque las instituciones también condenan al desempoderamiento como han hecho con las mujeres los hombres eclesiásticos, salvo muy raras excepciones.
El poder es necesario cuando se quiere efectuar algo, un cambio, prolongar la situación reinante, terminar algo, suprimir a los enemigos, pagar el apoyo de los partidarios para asegurarlos, etc. No tiene que ser una mala cosa esto de detentar el poder o de lograr el reconocimiento para participar de él. Siempre es peligroso porque no hay poder que lleve en su alma el germen de la corrupción. En algún momento surge ante quien detenta poder la tentación de excederse en su ejercicio o de obtener ganancias personales a cambio de ejercerlo. La historia de reyes y reinas por igual lo atestigua.
¿Qué pudiera garantizar que las mujeres no sucumbirían a las tentaciones del poder que los hombres han sucumbido?
Otra cosa muy distinta es actuar, producir el efecto necesario sin beneficiarse de ello. Hay hombres que lo han logrado y, desde luego, es la historia de la maternidad y del matrimonio exitoso como matrimonio en el que generalmente, muy generalmente, la mujer hace mucho y obtiene menos beneficios.
La realidad es que pienso que los curas no son necesarios. Este fue el tema de 1 Samuel 8 y la demanda del pueblo hebreo por un rey como los reyes paganos: Deshacerse de un rey (Dios) que solo se relacionaba con su pueblo a distancia y por intermedio de representantes. Los curas debieran ganarse la vida como todo hijo de buen vecino, con el sudor de su frente, pagar por sus estudios, pagar renta, pagar seguro de salud, pagar impuestos, etc. también debieran poder contraer matrimonio si se sienten llamados a hacerlo y pueden. El tiempo que les quedara libre después de cumplir con esos roles, pudieran ser agentes religiosos.
Si eso pudiera ocurrir, que los curas fueran seglares sin más beneficio por ser curas que trabajar más sin remuneración (como trabaja tanto seglar en las parroquias), quizás la jerarquía que emergería de entre esos católicos favorecería más fácilmente el acceso de las mujeres al curato y a los oficios jerárquicos. Es decir, se sentirían más inclinados a compartir sus cruces. No sé, es un pensar…
No pudiera estar más de acuerdo con la afirmación de que las mujeres han de gritar si no se las escucha. Me preocupan sin embargo dos cosas afirmadas en la entrevista. La una no es dich explícitamente: Habemos muchos hombres laicos que somos igualmente rechazados por la jerarquía porque decimos o hacemos cosas que incomodan y no sentimos necesidad de que nos acepten, pero vamos bien simplemente haciéndolas o diciéndolas, le guste o no a la jerarquía. No debemos olvidar los seglares que por vivir sometidos y tan confiados los clérigos cometieron y quizás cometen aún los peores maltratos impunemente. Iglesia y jerarquía no son la misma cosa pero en la entrevista no se ve claro que eso sea reconocido. La segunda es solo la minoría de la primera y es responsabilidad de los seglares no permitir su autoritaria hegemonía. No debiera importarnos la excomunión, como no le importó a Jesús. Cuando se enfrentó al sanedrín, en la víspera de su ejecución o asesinato. Se enfrentó a ellos, protestó porque le abofetearan, no temió encararse a Pilatos y nunca ofreció la otra mejilla a qsus enemigos, ni se sometió a su autoridad como no se sometió a la de Caifás. Simplemente cargó su cruz y hasta acogió con una sublime, profunda, dolorosa protesta el sentimiento de abandono que experimentaba posiblemente por la misma razón que Eli Wiesel (aunque no el único) reprochó a Dios su silencio durante la Shoá y tanta otras veces. No es cierto que ser católico romano sea imprescindible si la jerarquía católica lo hace injustamente obligatorio. Lo estamos viendo en la evolución del ecumenismo desde la lucha clandestina antifascista y antinazi, reconocido por el Vaticano II, promovido ahora con tanta amplitud por Francisco. Quizás si ha progresado lentamente es porque los seglares no hemos presionado lo suficiente. La libertad puede ser o no un don de Dios, pero la justicia es un deber que es don cuando se la ejerce y se la apoya porque justifica a quien lo hace, lo cual no hace la libertad. Quien actúa libremente no sabe si su «poder» es necesariamente justo, pero la justicia es justa o no lo es. No hablo de los tribunales y las leyes, hablo de la justicia que no se puede separar del bien y del amor y no del bien y el amor propios, sino de ambos, propios y ajenos.
La otra es el deseo de servirse de las categorías teológicas tradicionales. No soy mujer y ni tengo ni debo decir a la mujer qué debe o no debe hacer, pero me pregunto ¿para queéla quiere la mujer servirse de una teología escrita para subyugarla y menospreciarla, de raíces machistas y elitistas, tendenciosas? Esa teología que, mayoritariamente los hombres eclesiásticos, han hecho para parapetarse ideológicamente en su poder ehegemónico. ¿Qué significa encarnar al Cristo? ¿Qué significa el título «Cristo»? Machado pensaba que los gitanos tenían uno, ¿por qué las mujeres no pueden tener el suyo , actualizar el significado ya desfasado del Cristo eclesiástico? No sé si para ellas estas son preguntas válidas, pero soy de aquellos que lamenta el daño autoinfligido por la jerarquía de la Iglesia al condonar la exclusión y la supresión de las mujeres. ¡Cuánto habremos perdido en la Iglesia porque las mujeres no hayan podido opinar, participar, co-regirla por más de 20 siglos! Quizás lo perdido no importa a condición de que se recupere.
Soy psicoterapeuta retirado y nada me impide ejercer mi parte en la actualización del evangelio en mi tiempo y lugar. No pienso dejar de absolver a los pacientes que se acercan abrumados de culpa y de vergüenza por causa de la religión mal predicada. Temas candentes son: El aborto, el divorcio para escapar al maltrato de cualquier tipo, el sometimiento al que está condicionado a esperar y exigir el marido, estar casado o no y amar a otra mujer o a otro hombre como si la vida no estuviera hecha de pasos, de hacer andadura al andar, como si descubrir o descubrirse no implicara los riesgos de la exploración o los de la búsqueda en la oscuridad. He decidido que les puedo otorgar el perdón si yo les perdono en mi corazón y si los acojo sin condenar. Otra cosa es condenar aquello que debe ser condenado o impedido: El maltrato a quien lo inflija, el robo a quien roba por robar, la mentira a quien miente para sacarse ventaja, el que dice que ama pero en realidad solo busca satisfacer su lascivia, sin reparar en el daño que hace cuando viola o manipula, o seduce con malignidad, a quien marca con el hierro candente del maltrato a una niña o un niño y al obispo que le sirve de cómplice y lo esconde, el maltrato de los ancianos, discapacitados, vulnerables, indefensos.
¿Para qué tengo que ser cura si creo sinceramente en el perdón que siento? He leído muchas veces el texto evangélico que atribuye a Jesús exhortar a sus seguidores a que perdonasen para desatar universalmente (en el cielo no quiere decir otra cosa porque Jesús no debió ignorar que cielo no fuera un lugar geodésicamente localizable).
Mis antecesores murieron y dejaron cosas perdonables sin perdonar. Yo puedo vicariamente perdonarlas en su nombre. Lo creo firmemente y tengo la esperanza de que quienes me sobrevivan perdonen en mi nombre aquello que yo no sepa, no quiera, o no pueda perdonar. No por mí, que a mí, si Dios existe y me creó, ya me comprenderá; sino en obsequio del amor de Jesús y en aras de la curación o el beneficio de aquellos a quienes yo pueda dejar atados a sus culpas.
Para eso no tengo que ser cura, ni lo quiero. eso no significa que no respete lo que cada persona se sienta llamada a hacer.