Iviva está decidida a apoyar con reflexión crítica original el pensamiento y la acción renovadora del papa Francisco que está siendo desprestigiado cada vez más explícitamente. Esta es una de las funciones de este blog. Hoy toma la palabra Joaquín García Roca.
La categoría pueblo resulta decisiva para comprender el pensamiento del papa Francisco: su propuesta de renovación de la Iglesia y su modelo de sociedad. Dios convoca “como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva sólo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana” (EG113). Sin embargo, la referencia hoy al pueblo es una operación de alto riesgo ya que se ha vinculado a los regímenes totalitarios y populistas. Francisco ha dedicado muchos esfuerzos para desactivar estas sospechas pero no lo ha conseguido, a juzgar por el artículo del historiador Loris Zanatta, titulado Un papa peronista en el original de Il Mulino, traducido después al catellano como Un papa populista por la revista argentina Criterio y reproducido por Atrio.org.
Francisco se distancia tanto de los análisis marxistas como de las visiones liberales; unos y otros, por razones contrarias, le acusan de populismo. Afirma que “en cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsable en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes” (Evangelii Gaudium, en adelante EG, 220). Ciudadanos responsables frente a masas dominadas por poderes ajenos es lo más opuesto a los enfoques populista. El pueblo, pues, no es una masa indiferenciada, constituida por ignorantes privados de sentido crítico sino la obra de ciudadanos activos capaces de construir un proyecto común al que todos pueden integrarse. La Teología del Pueblo, que sostiene en gran medida alguna de las intuiciones de Francisco, considera a la gente –incluidos los pobres– capaz de pensar con sus propias categorías, de vivir su fe a su manera y de crear caminos a partir de su cultura popular. Pueblo es lo opuesto a masa, ya que es capaz de generar procesos conscientes, individuales y colectivos, de liberación; es lo contrario de la “oligarquía depredadora y egoísta” y de la élite ilustrada, ajena y distante, que se creen señores y maestros de personas incultas, sin sabiduría ni opinión. El pueblo es portador de una verdadera espiritualidad o mística, que se despliega “en la cultura de los sencillos y se expresa más por la vía simbólica que por el uso de la razón instrumental” (EG 124).
¿Por qué oponer pueblo e individualidad, comunidad e individuo, cultura y persona? Se trata más bien de una comunidad de personas, de una cultura individualizada, de un pueblo de individuos “capaces de integrarse armónicamente… para el bien de todos” (EG 130). Sólo entonces “la diversidad, la pluralidad y la multiplicidad realizan la unidad” (EG 131). Ser pueblo no oscurece los derechos individuales ni las iniciativas sociales, más bien “tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (EG 31). Justo lo que nunca reconocen los burócratas de Estado, ni los propietarios de la riqueza del mundo, ni los iluminados comunitaristas. Desde la perspectiva de Bergoglio, el pueblo no es un conjunto de átomos aislados, que compiten entre sí, ni tampoco se identifica con las élites poderosas y no siempre cultas, que dominan las naciones. Construir pueblo significa ser capaces de obtener consensos que puedan construir un proyecto común” (EG 274). Lo que significa, como él mismo sugiere, pasar de ser meros habitantes a ser ciudadanos y convertir a los ciudadanos en pueblo. Sin ciudadanos nunca habrá un pueblo y sin pueblo nunca habrá individuos responsables. Libertad y pueblo no suman dos, como tampoco evangelio y cultura, ya que no existe un lugar extra-cultural para el evangelio ni éste se puede representar en un escenario a-cultural
¿Dónde reside, pues, el problema? A algunos les gustaría que las denuncias a las “fuerzas dominantes” fuera exclusivamente a los Estados llamados −con razón o sin ella− totalitarios, y se ignoraran los poderes −igualmente destructivos− que proceden de los mercados financieros y de los poderes económicos y sociales, realmente existentes. No es el caso de Francisco, que no sólo denuncia el totalitarismo de los estados sino también el fundamentalismo de los mercados, que han producido “una economía de la exclusión y la inequidad, que produce desechos y sobrantes” (EG 56) ¡Ay de Francisco y de todo aquel que intente desestabilizar al becerro de oro, aunque sea con una pequeña honda! Desactivar a la vez el totalitarismo y el liberalismo tiene un alto coste y en el mejor de los casos se intentará desactivar su valor profético al reducirle a un experimento local, vinculado al peronismo o a los regímenes de Cuba, Ecuador, Bolivia sin validez para otras latitudes. Nada original… ¡Lo de siempre! Asentados en la funesta mentalidad de suma cero, se es incapaz de ensamblar la libertad y la justicia, el individuo y la comunidad; y víctimas de la lógica binaria “o-o”, ignoran el nuevo estatuto de lo social basado en la conexión y la complejidad, y son incapaces de representarse el pueblo sin destruir las libertades y los derechos de las personas.
En Francisco, la categoría de pueblo alude a los procesos constituyentes, que se han sedimentado en la lengua, en las confesiones religiosas, en las prácticas sociales, en tradiciones populares, en sistemas simbólicos. De modo que el cristianismo es pueblo porque nunca se ha construido sobre un vacío socio-cultural, sino sobre lenguajes, convicciones, mentalidades y prácticas preexistentes, hasta el punto que la fe no sólo produce pueblo sino que es también producida por el pueblo. Evoca una realidad dinámica ya que pertenecer al pueblo es desempeñar un papel activo y protagónico: “convertirse en pueblo requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo arduo y lento que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía” (EG 220). El pueblo es el resultado de un proceso cooperativo con otros agentes, con otras instancias y otras confesiones; no aspira a convertirse en la única cultura que crea un pueblo, sino que connota siempre una unidad plural enraizada en una común historia, que incorpora el conflicto como elemento constitutivo de la unidad del pueblo y de este modo nace “la comunión en las diferencias”, “una diversidad reconciliada”, una “multiforme armonía”, una “unidad pluriforme” en la que “todas las particularidades conservan su originalidad” (EG 236).
De este modo, Francisco recupera la lógica de lo viviente y clausura un periodo en el que la religión, la moral y la política estaban enfermas de abstracción, más interesados en la condición abstracta y fantasmal de “ser pueblo” que en su actualidad, en su tiempo concreto y singular. Al papa Francisco no se le puede reprochar lo que el Presidente del Tribunal constitucional de Italia dirigía al teólogo Ratzinger: interesarse más por la Vida que por los vivientes, más por la Familia que por las personas que viven en familia, más por el Pueblo que por sus habitantes. No habla de los derechos abstractos de la familia por encima de la realidad de las personas, de la unidad inviolable de la nación por encima de sus pueblos, de la indisolubilidad del matrimonio por encima de la realidad de las parejas. En la abstracción no hay compasión, sino más bien principios innegociables. Nadie tiene compasión ni empatía con la homosexualidad ni con el divorcio, sólo se tiene con personas en carne y hueso. El principio básico para la gestión de las tensiones bipolares y la construcción del pueblo es que “la realidad es más importante que la idea” y por tanto no se puede privilegiar el mundo ideal sino los procesos reales. Lo que supone “evitar los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría” (EG 231) Quienes se instalan en la pura idea, reducen la política y la fe a la retórica.
Este carácter dinámico y protagónico del pueblo, Francisco lo hace valer para la reforma radical de la Iglesia: “Ante los males y los problemas de la Iglesia, afirma, es inútil buscar soluciones en conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y formas superadas que ni siquiera culturalmente tienen capacidad de ser significativas”. Reivindica con seriedad la categoría de Pueblo de Dios como el conjunto de bautizados –“hombres y mujeres del pueblo”– que preceden a toda organización jerárquica y a cuyo servicio está la autoridad. Lo cual significa que nadie puede bendecir si no es previamente bendecido, ni ejercer el gobierno si no practica previamente la escucha, como hizo al consultar sobre asuntos matrimoniales en el contexto del Sínodo No resulta fácil engañar a la gente ya que “posee un instinto de la fe –el sensus fidei− que les ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios” (EG 119), distinguiéndolo de aquello que responde a intereses bastardos o de una concepción feudad del poder que sirvió para convertir al Papa en Pontífice y a los obispos en sus gobernadores, muy lejos de la cultura democrática o del reconocimiento, por ejemplo, de los derechos de la mujer o de la libertad de expresión. Asimismo, la centralidad del Pueblo le permite denunciar el clericalismo, que “anula la personalidad de los cristianos y al tratarlos como mandaderos –afirma en Carta al presidente de la Comisión para América Latina–, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético… No es nunca el pastor quien dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros”. De este modo, ser pueblo se convierte en un horizonte de inclusión para aquellos jóvenes que constituyen actualmente un “no-pueblo”; para los teólogos que fueron excluidos en razón de sus opiniones; para las otras iglesias que se sienten alejadas; no se trata de volver a un pueblo sin mancha, en el que todos tienen que integrarse, sino de construir una nueva unidad a través de las respectivas parcialidades, que camine “hacia una Iglesia pobre con los pobres” No se postula una sociedad perfecta ni un pueblo de buenos, como sugiere Zanatta, sino un pueblo de “personas incompletas pero en conversión permanente y en estado de búsqueda, ya que como dice Francisco “si uno tiene respuesta a todas las preguntas, es prueba de que Dios no está con él”.
Es ese horizonte-pueblo quien le permite, asimismo, plantear un modelo alternativo de sociedad inclusiva. Le lleva a denunciar un sistema económico mundial que crea víctimas, desplazados y migrantes forzosos; un sistema laboral que descarta a las mayorías sociales y produce trabajo esclavo y trata de personas. Esa utopía-energía le ofrece los mimbres para soñar una Europa que “integre a los inmigrantes y refugiados ya que ellos promoverán nuevos dinamismos en la sociedad” y proponer una sociedad mundial que afronte la globalización del sufrimiento, la opción por los pobres y la defensa de la tierra como tarea colectiva. Y acepte de buen grado la cultura democrática, las libertades cívicas, la laicidad y la revolución ecológica para construir conjuntamente el futuro del planeta.
No cabe duda de que el papa se alimenta de la Teología del Pueblo que ha sido producida, sobre todo, en el cono sur de Latinoamerica, con la misma propiedad que Benedicto XVI arraigaba su pensamiento en teologías conservadoras centroeuropeas y Juan Pablo II en el modelo polaco. Ser argentino, reivindicar la dignidad de los pobres y postular un sistema más justo no es patrimonio exclusivo de las visiones populistas. Quizá por ello pude observar en mi visita a Argentina, a los dos meses de su elección, el disgusto y desorientación que produjo su nombramiento en los partidos de sesgo peronista. ¿Por qué no pensar que el cardenal de Buenos Aires se está reinventando como obispo de Roma? Lo constataba una anciana de villa miseria cuando me dijo que en tiempos del peronismo no se recuerda sonreír al cardenal Bergoglio. Seguiremos planteándonos algunos interrogantes que acertada y críticamente plantea Loris Zanatta sobre Francisco: qué democracia, qué libertades, qué pobreza.