Dios y la carta de Einstein

Jesús Martínez Gordo, colaborador de Iglesia Viva desde hace tiempo, ya se preocupó de las críticas cientificistas a la fe cristiana. Pueden consultarse aquí sus artículos. Más en concreto en el número 194 (1998) se ocupó de Antony Flew, cuando aún no se había producido su famosa conversión hacia el teismo de la que habla en este artículo a partir de la subasta de una carta de Einstein. IV

La subasta de una carta de Albert Einstein de 1954 por la casa Christie’s (Nueva York) el próximo mes de diciembre en la que se puede leer que “la palabra de Dios no es para mí sino la expresión y el producto de la debilidad humana” ha sido presentada por algunos medios como una irrefutable prueba de que renegaba de la existencia de Dios.

Es probable que los promotores, al haber fijado una puja inicial de un millón de dólares, hayan querido resaltar que la razón de ser de semejante cantidad radica en su contenido, supuestamente rupturista, con otras declaraciones en las que el genio de la física moderna se refería a “esa fuerza que está más allá de lo que podemos comprender” o en las que sostenía que “Dios no juega a los dados”. Sin embargo, creo que es una temeridad o, en todo caso, una falta de rigor, interpretar que, con dicha carta, se evidencia la adscripción atea de A. Einstein. Y lo es porque no se tiene debidamente presente la diferencia que existe entre reconocerse deísta (Dios se transparenta en el cosmos como Inteligencia), teísta (concebir a Dios como Persona) y ateo (Ni lo uno ni lo otro. Solo hay azar y materia).

Esa trascendental diferencia volvió al primer plano de la actualidad el año 2004, fecha en la que Antony Flew (el patriarca del ateísmo de raíz científico-empírica durante el siglo XX) comunicó, en un simposio celebrado en la New York University, que aceptaba la existencia de Dios por coherencia con la máxima que había presidido su ateísmo militante: “sigue la argumentación racional hasta donde quiera que te lleve”.

Su paso a la creencia no tenía nada que ver con la fe, con las iglesias o con las confesiones religiosas sino con el reconocimiento de que la explicación creyente era mucho más firme racionalmente que el ateísmo que había liderado hasta entonces. Yo, sostuvo, no sé nada sobre la interacción de los cuerpos físicos en dos partículas subatómicas. Pero estoy interesado en saber, prosiguió, cómo es posible que puedan existir esas partículas o cualquier otra realidad física e, incluso, la misma vida. Movido por este interés, busco alcanzar una explicación racional a partir de las evidencias o pruebas a las que está llegando la ciencia. Obviamente, continuó, las explicaciones posibles son muchas y diferentes. Todos sabemos que la superioridad de unas sobre otras se juega en su mayor o menor consistencia racional, más allá de que se sea educador, marinero, ingeniero, filósofo, abogado o científico. Tener una u otra profesión no proporciona ninguna ventaja especial cuando se busca una explicación racional a partir de los descubrimientos alcanzados, de la misma manera que ser una estrella de fútbol no suministra ninguna clarividencia adicional cuando hay que valorar las ventajas profilácticas de cierta pasta dentífrica.

Pues bien, informó Antony Flew, en mis primeras aportaciones ateas no tuve conocimiento, entre otras evidencias, del Big Bang. Cuando me percaté de la fuerza explicativa que presentaba el consenso que se estaba fraguando entre los cosmólogos, reconocí públicamente que los increyentes teníamos una enorme fuente de preocupación: se estaba proporcionando una prueba contundente de que el universo había tenido un comienzo. Ya no valía seguir defendiendo que el cosmos era pura, simple y nada más que materia o “porque sí”. Tampoco valía seguir refugiándose en explicaciones fundadas, de una u otra manera, en el azar o en la casualidad. Era mucho más racional concluir que “el Big Bang original requería algún tipo de Primera Causa (desencadenadora)”. El resultado de ello, concluí, era que no me quedaba más remedio que desdecirme del ateísmo que había liderado y en el que había militado hasta entonces.

Como es de prever, la sorpresa fue monumental. Quizá, por eso, tuvo que volver a recordar que había dado este paso no por debilidad mental o a consecuencia de su avanzada edad, sino por coherencia racional con las evidencias cosmológicas y biológicas que se venían alcanzando desde hacía unos cuantos años. Partiendo de ellas, percibía más sólida la explicación creyente que la atea.

En algunos medios hubo un debate sobre si este tránsito de Antony Flew era al deísmo (a un Dios Inteligencia) o, más bien, al teísmo (a un Dios personal). Yo entiendo que es a lo primero. Y más, releyendo su argumentado estudio sobre la explicación que da Albert Einstein del cosmos, de la naturaleza y de la vida y con la que se identifica. El padre de la física moderna rechaza, tal y como se constata en la carta que se va a subastar, la existencia de un Dios personal, pero, al reconocer el cosmos, la naturaleza y la vida como lugares en los que se transparenta una Inteligencia deslumbrante e inaccesible -a la vez que impersonal- asume que el deísmo es la explicación más racional. Sospecho que los promotores de la puja el próximo mes en Nueva York desconocen esta diferencia que, salvando las distancias, vendría a ser algo así como si se confundiera un stop con un ceda el paso o un penalti con un libre directo dentro del área.

Queda para otra ocasión, la relación de continuidad y ruptura ente el deísmo y el teísmo y, por tanto, la entrada en escena de un imaginario de Dios que, además de Inteligencia es Persona. Por cierto, una idea o representación que, fundada en su transparencia en la historia como original y sorprendente articulación de Amor y Justicia, es perceptible, a la vez, como presencia solidaria y ausencia aguijoneante.

3 thoughts on “Dios y la carta de Einstein

  1. Rodrigo Olvera 1:10 am 23 Nov,2018

    Me parece muy pertinente la distinción entre deísmo y teísmo; tan pertinente como distinguir entre “esa fuerza que no podemos comprender” y “una Inteligencia deslumbrante e inaccesible”

     

     

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  2. GIORDANO BRUNO 3:00 pm 19 Nov,2018

    Totalmente de acuerdo con Gonzalo Haya, cuando identifica a Dios como Espíritu, pero falta concederle a esto una aplicación sobre las creencias que hasta hoy mismo han sustentado a Dios como Padre,  que ha dado lugar a lo que convenimos en llamar patriarcalismo, y aún más, que el propio Jesús enseñaba a Dios como Padre.Y he aquí algo que si le prestamos atención, da su verdadera identidad de hombre mortal, aunque echa abajo lo que bien echado está hoy, lo del pecado original, con toda leyenda del mencionado mito y su consiguiente  necesidad de un salvador, y menos aún con sacrificio a modo de chivo expiatorio. Por lo mismo, la muerte no es consecuencia de tal leyenda, sino  el destino de todo lo que nace en este mundo, donde el hombre finito, acaba su vida con ese final, de todos observable. Y si se ha esquivado el término padre, el hecho de que fuera también  Madre conseguía un resultado parecido,  desantropoformizar la figura paterna, haciendo imposible una antroporfomización de este híbrido,  Dios, no persona sino Espíritu porque se consigue, como dice Gonzalo, “algo” no individual, sino que puede ser compartido por todos sin identificarse plenamente con ninguno. Y además, la resurrección de los cuerpos se queda en nada, porque no  se trata de eso, sino que, lo material, el cuerpo, muere , pero nuestro espíritu, con el que nacemos, permanece en la dimensión infinita: eternidad.

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  3. Gonzalo Haya Prats 6:28 pm 10 Nov,2018

    Dios como inteligencia se considera deísmo; Dios como Amor y Justicia se consideraría persona. Quizás el concepto de persona lo tenemos demasiado individualizado y antropomorfizado. Tenemos muy asumida la imagen de Dios como Padre; actualmente corregida como Padre-Madre. Sería más actual insistir en la imagen bíblica de Dios como Espíritu. Dios como persona, sea padre o madre, me hace sentirlo como otro distinto de mí. Dios como Espíritu me permite identificarme con él y con todos los seres humanos, porque no veo al espíritu como algo individual, sino como algo que puede ser compartido por todos sin identificarse plenamente con ninguno. La ola es el mar, pero el mar es más que la ola.

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