Las ‘objeciones contra el celibato sacerdotal’ que conocía Pablo VI

Las 'objeciones contra el celibato sacerdotal' que conocía Pablo VI

RUFORufo González Pérez es sacerdote de Madrid, profesor de teología jubilado y suscriptor de Iglesia Viva desde hace años. Ha enviado este artículo, publicado antes en su blog ¡Atrévete a orar!para que pueda ser leído y comentado aquí un tema sobre el que el papa Francisco acaba de decir que “está en su agenda”.

 

En la introducción de la Sacerdotalis Caelibatus, el Papa expone siete “objeciones contra el celibato sacerdotal” en los apartados numerados del 5 al 11:

  • 1.- “El Nuevo Testamento… no exige el celibato de los sagrados ministros… más bien o propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf. Mt 19, 11-12). Jesús no puso esta condición previa en la elección de los Doce, como tampoco los Apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1 Tim 3, 2-5;Tit 1,5-6) (n.5).
  • 2.– Padres de la Iglesia: “Muchas veces en los textos patrísticos se recomienda al clero, más que el celibato, la abstinencia con el uso del matrimonio”. Las razones parten del “excesivo pesimismo sobre la condición humana de la carne, o de una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas”. Argumentos no válidos en ambientes socioculturales de hoy (n. 6).
  • 3.- “¿Es justo alejar del sacerdocio a los que tendrían vocación ministerial, sin tener la de la vida célibe?” (n. 7).
  • 4.- La obligación del celibato influye en la escasez de clero, según algunos (n. 8).
  • 5.- Algunos “están convencidos de que un sacerdocio con el matrimonio quitaría la ocasión de infidelidades, desórdenes y dolorosas defecciones…, y permitiría a los ministros de Cristo dar un testimonio más completo de vida cristiana, incluso en el campo de la familia…” (n. 9)
  • 6.- “El sacerdote, por su celibato, se encuentra en una situación física y psicológica antinatural, dañosa al equilibrio y a la maduración de su personalidad humana... Se agosta y carece de calor humano, de plena comunión de vida y de destino con el resto de sus hermanos, se ve forzado a una soledad, fuente de amargura y de desaliento. Esto ¿indica una injusta violencia e injustificable desprecio de valores humanos que se derivan de la obra divina de la creación, y que se integran en la obra de la redención, realizada por Cristo?” (n. 10).
  • 7.- “Formación inadecuada: poco respetuosa de la libertad humana…, conocimiento y autodecisión del joven y su madurez psicofísica son bastante inferiores…, desproporcionadas a la entidad, a las dificultades objetivas y a la duración del compromiso que toma sobre sí” (n. 11).

Vuelta a la Ley y no al Evangelio

Mucha gente esperaba una “vuelta a las fuentes”, al Evangelio, a la libertad de las primeras iglesias. Pero una vez más el dubitativo Pablo VI no tuvo valor para elegir la libertad, para desatar el vínculo legal que unía ministerio y celibato. No le bastó el testimonio de Jesús y la primera Iglesia. Aceptó el “pesimismo sobre la condición humana de la carne, o la particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas”. No quiso escuchar a cientos de sacerdotes que le escribían su ardor misionero y su equivocación celibataria. No quiso ver en la escasez del clero y en las parroquias sin misa signo alguno del Espíritu. Los males del celibato (deserciones dolorosas, las dobles vidas, niños sin padres, mujeres clandestinas, desequilibrios psicológicos,…) no se deben a la ley “santa y conveniente”. La ley es perfecta, está por encima de la persona. Los males provienen de la debilidad humana: problemas educativos, vida piadosa en ruina (falta de oración, de amor a Dios, etc.), vivencia afectiva inmadura (capricho, inestabilidad emocional, amistades tóxicas, etc…). El fallo está en la persona, no en la ley. Como si la ley innecesaria no pudiera ser perjudicial. El apego a la ley explica la dureza clerical, tan ajena a Jesús, para quien lo primero es la persona, no la ley.

Pablo VI no es neutral y su diagnóstico equivocado

Reconoce la encíclica que pueden proponerse “otras objeciones contra el sagrado celibato<”. Por atañer a la “concepción habitual de la vida” e intentar iluminarla con la “divina revelación”. Más aún, “a los que “no entienden esta palabra” (Mt 19,11), no conocen u olvidan el “don de Dios” (cf. Jn 4,10) y no saben cuál es la lógica superior de esta nueva concepción de la vida, y cuál su admirable eficacia, su exuberante plenitud”, se les presentarán dificultades sin número (n. 12).

Quienes defendemos la separación entre ministerio sacerdotal y celibato no combatimos el celibato, sino su vinculación obligatoria con el ministerio. Las dificultades u objeciones, que proponemos, no arrancan de la falta de “entendimiento de esta palabra” (Mt 19,11), ni “del no saber u olvido del “don de Dios” (cf. Jn 4,10), ni del no saber cuál es la lógica superior de esta nueva concepción de la vida, y cuál su admirable eficacia, su exuberante plenitud” (n. 12). Nuestras objeciones parten de la libertad del Evangelio que permite la santidad en el ministerio a célibes y a casados. Ahí radica el empeño perfectamente evangélico de conseguir que el ministerio no esté reservado sólo a célibes. También los casados por el Reino pueden ser ministros muy meritorios y santos. Así ocurre en la Iglesia católica oriental (PO 16). En absoluto negamos viabilidad del celibato por el Reino de Dios. La idea de que sólo el celibato es “por el Reino” es mentalidad clerical.

El argumento de Pablo VI no es evangelio, sino ideología clerical

Frente a las objecciones, el Papa propone:

  • la voz secular y solemne de los pastores de la Iglesia, de los maestros de espíritu, del testimonio vivido por una legión sin número de santos y de fieles ministros de Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”.
  • “innumerables ministros sagrados… que viven de modo intachable el celibato voluntario y consagrado; y… los religiosos, religiosas y aun de jóvenes y de hombres seglares, fieles todos al compromiso de la perfecta castidad… por amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual..”(n. 13).

Desde la libertad evangélica no tiene valor este argumento en que se apoya Pablo VI para seguir manteniendo la ley. En el pasado y en la actualidad, admiramos “el soplo del Espíritu de Cristo” en el celibato cristiano. Pero también admiramos “el soplo del Espíritu de Cristo” en el matrimonio de los ministros casados en la Iglesia oriental. El Vaticano II lo reconoce: “existen presbíteros casados muy meritorios” (PO 16). La parcialidad papal es evidente al fijarse sólo en la Iglesia Occidental, donde los sacerdotes casados están prohibidos. ¿Cómo van a existir sacerdotes casados santos si está prohibida su existencia? Es lo mismo que si dijera que no hay ministras sagradas santas, y, por ello, se les niega el ministerio a las mujeres. Parece claro que el apego a la Ley “embruja”, como dice Pablo (Gál 3,1ss). El fanatismo clerical, como todo fanatismo, sólo argumenta para sostener su tesis. Todo lo que no vaya en la línea de la Ley está fuera de lugar, no puede existir.

El matrimonio cristiano es signo del amor esponsal de Dios y de Cristo

Por el hecho de existir una “una legión sin número de santos y de fieles ministros de Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”, no se sigue en absoluto la necesidad de vincularlo con ministerio alguno. En los presbíteros casados orientales hay “santos y fieles ministros de Dios, que han hecho del matrimonio objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”. El matrimonio “por el Reino” (que debe ser todo matrimonio en la fe cristiana) es más signo del amor esponsal de Dios y de Cristo por su Pueblo que el celibato. Un sacerdote casado en Cristo hace de su matrimonio el signo eficaz de “su total y gozosa donación al ministerio de Cristo”. Empezando por su casa, y hasta el último rincón de su parroquia, a todos les explica el Evangelio, les convoca a la celebración y les vincula en el Amor divino. ¡Qué soberbia nos han inoculado a los clérigos católicos occidentales para creer que sólo los célibes pueden entregar su vida a Jesucristo y a sus comunidades! El amor a Dios “con todo el corazón, con todo el alma, con toda la mente” está abierto a todos los creyentes. Es un amor “indiviso”. Cuando focalizamos el amor en las personas, no por ello sufre el amor de Dios. Dios nunca es rival del ser humano. Esa rivalidad aparente es invento nuestro. En cristiano lo deberíamos tener clarísimo: todo lo que hacemos a las personas se lo hacemos a Dios que las habita.