Cristianismo de baja intensidad

Cristianismo de baja intensidad

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Joaquín García Roca pertenece al Consejo de Dirección de Iglesia Viva desde 1977. Ver sus artículos 

¡Si, han leído bien, quédense con este eslogan! Empieza a moverse  por todos los círculos religiosos y laicos que pretenden socavar el proyecto del papa Francisco. El eslogan se ha oficializado en la última Conferencia  General del Episcopado italiano, celebrada el mes de noviembre. Al inicio de la Asamblea, los obispos le encomendaron a su sociólogo de referencia, Luca Diotallevi, una ponencia con el titulo Hacia un catolicismo de baja intensidad. Una contribución sociológica para la situación italiana” Con referencias veladas, quería ser un análisis de la situación actual de la Iglesia bajo el efecto Francisco.  El auge religioso, que se supone acompaña al pontificado de Francisco según el sociólogo, se construye sobre la destrucción del cristianismo confesional y sobre la religión de baja intensidad, que concede al consumidor religioso la capacidad de elegir entre las ofertas religiosas. Bastará que las autoridades religiosas rebajen las propias pretensiones normativas, flexibilicen sus convicciones y muestren gran indulgencia para disponer de un futuro prometedor y un discreto liderazgo. Prueba de que se ha entrado en esta deriva, según el sociólogo, es la renuncia a la doctrina tradicional sobre el sacramento del matrimonio para apostar por alusiones genéricas a la familia. Incluso la crisis del clero  es el resultado de un cristianismo de baja intensidad.
Según este diagnóstico, la Iglesia a consecuencia del proyecto de Francisco, padece el síndrome de la relajación, que liquida sus firmes convicciones y renuncia al carácter misionero y martirial, que habría caracterizado a los dos anteriores pontificados.  Para dicho sociólogo y para el coro de cardenales y obispos italianos que asentían complacidos, la tesis les confirmaba en su rechazo al pontificado de Francisco,

 

Para muchos de ellos, invocar la misericordia es abrirse a la siempre perversa tolerancia y abandonar la santa intolerancia; apostar por el diálogo es perder la identidad, renunciar al poder es debilitar las instituciones eclesiásticas. El eslogan es tan potente que en torno a él se han convocado cardenales y obispos otrora obedientes al Papa y ahora descreídos,  movimientos eclesiales conservadores que confundieron el deseo de Dios con sus intereses orgánicos, institutos de opinión que incubaron sus ideologías con ropajes religiosos.

 

La tesis de una “low intensity religion” viene proclamándose desde hace décadas por parte de la sociología americana para explicarse el éxito de los pentecostales, los carismáticos y la New Age, mucho antes de que llegara Francisco. Incluso puede afirmarse que los pontificados anteriores pretendieron afrontarla, al parecer con poco éxito.

 

¿Realmente lleva el diálogo a la acomodación, como reprochan al papa Francisco  o es el diálogo la señal de identidad de la comunidad de Jesús? Se es católico en la medida que se es capaz de descubrir las “semillas del Verbo”, que existen en otras historias, en otras tradiciones, en otras religiones. Como expresó el Concilio “la Iglesia… no está ligada de una manera exclusiva e indisoluble a ninguna raza o nación, a ningún género de vida particular, a ninguna costumbre antigua o reciente… Puede entrar en comunión con las diversas civilizaciones. De ahí el enriquecimiento que resulta, así para ella como para cada cultura” (GS 58) Sólo cabe descubrir sus signos y señales en diálogo con todos, ya que no somos sus dueños ni sus propietarios.

 

Como sociólogo de la cultura tengo más razones para creer que hoy triunfa más la dictadura de lo fuerte y de lo violento, que la propuesta por la ternura y por la paz.  Basta acercarse a los estadios de fútbol, a los telediarios, a las tertulias y a los programas de mayor éxito  par observar que la ternura y la misericordia, predicada por Francisco, es anticultural. La violencia es la ideología dominante, mientras que la ternura es la convicción de los perdedores. El sociólogo haría bien en advertir que lo débil, lo tierno, lo insignificante y la tolerancia venden menos que la violencia, el fanatismo o la maldad. Quien nombre el diálogo no ganará unas elecciones. El discurso y las prácticas de Francisco no son acomodaticias sino profundamente anticulturales, a causa de su calidad evangélica. Basta atender a los índices de audiencia para ver que la apuesta por la tolerancia, la compasión o la misericordia no es lo que triunfa en el mercado. Asi lo ha entendido el cineasta Ridley Scott, que estas fiestas navideñas, llena los cines para ver “Exodus”, que presenta a un Dios guerrero con la mano de hierro, vengativo, iracundo, salvaje y fanático, al que no importan los daños colaterales que causa en el pueblo egipcio Un papa preocupado por decirle a la gente lo que le gusta escuchar, tengo serias dudas que le ofreciera la película de Roberto Rossellini “Francisco, juglar de Dios”. El éxito mundano hoy cae de parte de los fundamentalistas, de los que venden certezas, de los autoritarios.

 

En ciertos sectores, se le critica a Francisco que renuncie a la ortodoxia y a la pastoral y moral consecuentes con ese dogma para recibir el aplauso del mundo. A mi entender, sucede más bien lo contrario, ningún pontífice ha incomodado tanto a los poderes de este mundo como Francisco en su posicionamiento contra el sistema capitalista, “que es radicalmente injusto” (EG 59), contra “el fetichismo del dinero, que mata” (EG 55), contra “la absoluta autonomía del mercado y la especulación financiera (EG 56), contra la vergüenza migratoria y contra el Estado Islámico y quienes lo han promovido, pues sus crímenes no deben recaer sobre el Islam como otros querrían. Ningún pontífice ha incomodado tanto a los clérigos satisfechos como Francisco al denunciar a los falsos pastores y a los encubridores. No se le puede acusar de relativismo ni  de tibieza ni de abaratamiento de las exigencias evangélicas.

 

Un comentarista español añade para que no exista duda que  “Benedicto XVI, al contrario, quiso preparar a la Iglesia para que perdiera el miedo a ser minoría e incluso a sufrir el martirio. Ahora las cosas son distintas. Parece que se aspira a convertir la Iglesia en una religión de baja intensidad mucho más aplaudida y menos influyente porque no tiene nada que decir que no sea lo que todos dicen y aplauden. Entre una Iglesia aplaudida porque renuncia a la ortodoxia y a la ortopraxis y una Iglesia perseguida porque imita al Crucificado, yo escojo la segunda”

 

Subyace en esta crítica la idea radicalmente falsa de que una opción pastoral basada en la misericordia abandona el coraje para hacer frente a los conflictos de este mundo. ¿Acaso invitar a “salir al encuentro”, como hace Francisco, significa abandonar la tradición propia, o más bien la tradición se ha construido por los sucesivos encuentros del evangelio de Jesús con el espíritu de cada  tiempo? Decir que la Iglesia es un “hospital de campaña” no significa negar su condición de Misterio, sino indicar que el mayor misterio consiste en realizarse como curación. La misericordia no es gracia barata como bien saben los que se han sentido perdonados alguna vez.

 

Los ejércitos son visibles, las paredes son visibles, los templos son visibles, los muros son visibles, las tiaras son visibles pero también son visibles el amor, la confianza, la bondad, la túnica ligera, la compasión. Y como solicitaba el Concilio “ la Iglesia renunciará al ejercicio de ciertos derechos legítimamente adquiridos tan pronto como conste que su uso puede empañar la pureza de su testimonio o las nuevas condiciones de vida exijan otra disposición”  (GS 76)

 

El análisis sociológico no puede dar soporte empírico ni argumento serio que permita atribuir la baja intensidad al factor Francisco. Más bien al contrario, fue el monopolio católico y la intolerancia quien vació los templos y produjo la crisis de las vocaciones. El fundador del fascismo italiano, Benito MUSSOLINI, lo expresó inequívocamente a su Ministro de Asuntos Exteriores: “¡Yo soy católico y anticristiano!” Para su proyecto político antidemocrático y totalitario necesitaba del catolicismo pero rechazaba el cristianismo como aliento profético capaz de denunciar los comportamientos antihumanos del fascismo y estimar lo que el fascismo desestimaba. Aquello sí que era  “mundanidad”, era acomodo, era arrogancia, era imposición, justo lo que convirtió el cristianismo en una religión de baja intensidad.

 

Los templos se vaciaron antes de llegar Francisco cuando se tronaba desde los púlpitos. Los seminarios se cerraron a causa de un modelo periclitado de vivir la vocación antes de llegar Francisco, el descrédito no llegó con Francisco sino cuando la Iglesia se contagió del poder mundano. Eso es  justo lo que hizo que Francisco fuera esperado y deseado por el pueblo fiel. En lugar de una Iglesia de baja intensidad, es él quien nos regala una Iglesia de alta intensidad evangélica.

 

[Traducción del valenciano del artículo que se publicará en breve en la revista Cresol de Valencia]