Una misa no es una cena

CastilloJosé Mª Castillo sigo reflexionando sobre cómo diversos aspectos de la Iglesia Católica deben reformarse en la línea en que apuntaba el Vaticano y confirma una teología renovada, pero yendo mucho más de lo que indicaban los iniciales documentos conciliares. Y en este breve artículo se plantea el sentido y fondo cristiano de la Cena del Señor.

 

 

Jesús instituyó la eucaristía en una cena, no en una misa. Es decir, Jesús instituyó la eucaristía en una comida compartida, no en un ritual religioso. Y sabemos que Jesús añadió: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19 b). O sea, el recuerdo de Jesús está inseparablemente unido al hecho de realizar lo que realizó Jesús. Y cualquiera que lea los evangelios sabe que, exactamente en los evangelios y en 1 Cor 11, 23-26, la eucaristía está asociada a la comida compartida. En los seis relatos de la multiplicación de los panes, especialmente en la del evangelio de Juan (c. 6), y en la última cena de Jesús con sus apóstoles, eucaristía y comensalía son realidades vinculadas la una a la otra. Es decir, la eucaristía está vinculada al hecho de compartir con otros lo que se tiene para comer. La eucaristía no está vinculada – ni solamente ni principalmente – a un ritual sagrado que se observa exactamente según lo establecido en las normas.

Pero ocurrió que, con el paso del tiempo, la eucaristía se convirtió en un ritual sagrado y dejó de ser una cena compartida. No es posible saber con exactitud cuando sucedió esto. Parece ser que ocurrió en el s. III. El hecho es que así, una vez más y en un asunto de tanta importancia como éste, la Religión se sobrepuso al Evangelio. Un desafortunado cambio, que ha ocurrido demasiadas veces en la Iglesia. Y que es la causa de un fenómeno muy frecuente y del que tantas veces ni nos damos cuenta. Porque seguramente somos más fieles a la Religión que al Evangelio. Y eso que –como estamos viendo– la religiosidad está en crisis. Lo cual es verdad. Tenemos arrumbada la Religión. Pero tenemos más arrumbado el Evangelio. A fin de cuentas, misas, bodas, bautizos, comuniones, cofradías, curas y obispos seguimos teniendo. Pero, ¿y las enseñanzas de Jesús sobre la honradez, la justicia, la sinceridad, sobre el dinero y la riqueza, sobre la sensibilidad ante el sufrimiento humano, sobre la libertad ante los poderes que oprimen y dominan a la gente más débil y desamparada?

Si digo aquí estas cosas, no es porque yo pretenda ingenuamente que sustituyamos las misas por cenas. Ni eso es posible. Ni eso arreglaría las cosas. El problema más serio, que tenemos ahora mismo, es que vemos que la economía mejora, pero no tenemos políticos que sepan gestionar las cosas de manera que esa mejoría sirva para todos, sobre todo para quienes más lo necesitan. Y las cosas se han encanallado hasta el extremo de preferir –o consentir– que nuestros mares sean un inmenso cementerio de desesperados, con tal que esos desesperados no vengan a molestarnos. Aquí no hablo sólo de España o de Europa. Hablo del mundo entero.

Por supuesto, que hay gente buena. Mucha más de la que imaginamos. Ante el fracaso de la economía, de la política, de las más avanzadas tecnologías, incluso también ante la incapacidad de las religiones para remediar tanto dolor, crece y crece el número de personas que a esto no le ven otra solución que la búsqueda de nuestra más profunda humanidad. Lo que nos va a salvar es la honradez, la honestidad, la trasparencia, la justicia, la bondad. La espiritualidad profunda, que respeta por supuesto la misa, pero que encuentra vida y futuro en la cena. Como dijo san Juan de la Cruz: “la cena que recrea y enamora”.

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