Para un cambio real, debemos llegar a cuatro raíces más profundas que las estructuras de la iglesia

 Joan Chittister publica hoy, 20 de septiembre de 2018, en National Catholic Reporter esta interesante columna que ofrecemos aquí traducida al castellano.

En medio de la angustia que ha acompañado la revelación de cantidades incomparables de abuso sexual de niños en la Iglesia Católica, el clamor por la reforma se hace cada vez más fuerte.

Para algunos, es un llamado a la eliminación del celibato como una forma de vida antinatural y, por lo tanto, imposible. Para otros, se trata de excluir a los homosexuales del sacerdocio, como si la homosexualidad fuera en esencia un modelo de inmoralidad en lugar de simplemente otro estado de la naturaleza, al igual que la heterosexualidad con sus propias aberraciones inmorales. Para muchos, se trata de una falta de desarrollo psicosocial en los seminarios; para otros, se trata de la liberalización de la iglesia desde el Concilio Vaticano II, no importa que la mayor parte de los ataques ocurriera, aparentemente, antes del final del concilio.

De hecho, hay tantas explicaciones para esta crisis de moral, espiritualidad, iglesia y confianza como personas, diócesis, padres, sacerdotes, abogados, cualquiera. Pero hay un elemento en el que todos parecen estar de acuerdo: debe haber arrepentimiento. Debe haber responsabilidad. Debe haber una reforma.

Bueno. Y eso se ve como qué?

La mayoría de los reclamos de reforma también requieren una reforma de las estructuras. El gran consenso parece agruparse en torno a cómo y a quién las víctimas pueden registrar quejas. Las preguntas son interminables: ¿Quién creará los comités de abuso sexual? ¿Quién designará las comisiones? ¿Quién estará en estas juntas, en estas oficinas oficiales, como oficiales oficiales? Laicos y también clérigos. ¿Y qué parte del trabajo de estos comités se compartirá con el público? Sobre todo, quién tendrá la autoridad final para juzgar estos casos: el presidente del grupo, el obispo de la diócesis, una Curia en Roma, un tribunal papal, el Papa – como el Papa Benedicto XVI declaró que él mismo haría – o un jurado de pares?

Bueno, cualquiera que sea la respuesta a esos tecnicismos legales, estoy de acuerdo en que alguna reforma de la estructura es esencial. El daño causado por el secreto pontificio y su noción de que los escándalos eclesiásticos deben mantenerse ocultos en lugar de estar expuestos ahora es embarazosamente claro. Un cambio de estructuras es obviamente imperativo.

Al mismo tiempo, no estoy de acuerdo en que un mero cambio de estructuras pueda realmente hacer que cambie algo válido. No en una iglesia cuya teología de la autoridad papal exclusiva proviene del Papa Gelasio en el siglo quinto. Por el contrario: vamos a necesitar mucho más que estructuras. Como dijo el propio Papa Francisco a la Conferencia de Obispos de Chile en mayo: “Sería una omisión grave de nuestra parte, no profundizar en las raíces … las dinámicas que hicieron posible que tales actitudes y males tuvieran lugar”.

El hecho es que las estructuras validan el proceso. Pero el proceso no garantiza más que la adhesión a los valores, los ideales y, en una iglesia, cualquier teología que los respalde. Es la teología lo que cuenta.

Las estructuras se han usado para validar el mal para siempre. Como en el presente. Nada de lo que los tribunales canónicos lidiaran lidiaría adecuadamente con el mal del abuso infantil mientras que los obispos mismos, en concierto con Roma, sigan actuando en clima de secreto que es lo que mantendría el problema. En nombre del secreto sagrado, los obispos y sus abogados podrían intimidar a los quejosos con acuerdos de confidencialidad, etiquetar a los mismos niños como mentirosos y así incrustar la culpa en el lugar equivocado, y mantener a la iglesia libre del escándalo porque así lo exige, por supuesto, “el bien de los fieles.”

De hecho, debemos “profundizar en las raíces” del problema.Entre las cuales, creo, hay al menos cuatro.

Francisco se ha expresado absolutamente claro sobre una de esas raíces: el flagelo del clericalismo que crea un sistema de castas en el cristianismo católico.

Los clérigos constituyen menos del 1 por ciento de la iglesia. Pero el clericalismo hace que sus clérigos sean superiores al resto de la iglesia en el poder, la presunción de santidad, la autoridad parroquial absoluta y los guardianes de la responsabilidad. Los clérigos actúan a años luz de Jesús, que “no vio que ser igual a Dios era algo a lo que se podía aferrar”. Esto hace que al resto de nosotros hablemos de ser “el pueblo de Dios”, -como si supiéramos qué significa eso-, pero luego no llamamos a la iglesia clerical a la discusión pública de las grandes “verdades” teológicas.

Lo que la declaración de Francisco no logra desenmascarar, sin embargo, es el segundo problema que debe abordarse: el hecho es que el clericalismo se extiende más allá del clero.Fue la policía católica, los abogados, el personal y hasta los padres quienes protegieron a los pedófilos al negarse a presentar quejas, escuchar a los niños o arrancar el secreto que los protegía. Esto indica que la teología de la iglesia debe ser repensada. Indica que el resto de la iglesia debe crecer para ser igual a la cristianización de la iglesia misma.

Una tercera dimensión del problema es ciertamente la teología de la obediencia derivada, por supuesto, de nuestra definición de iglesia y del papel del clero, pero que afecta a la vida personal de los católicos de una manera particularmente insidiosa. Convierte la obediencia en la iglesia -un compromiso de “escuchar al Espíritu”- en una obediencia ciega, una especie de código militar unido a una serie de comandantes clericales.

Como resultado, el 100 por ciento de las decisiones, el discernimiento y las perspectivas morales de los laicos son simplemente ignorados. Las conferencias nacionales de obispos, diócesis y sacerdotes parroquiales -el 1% clerical de la iglesia- tropiezan y establecen leyes desarrolladas por pocos, pero anunciadas solo por el clero.

El Papa Pablo VI abrió una consulta de clérigos y laicos sobre la cuestión del control de la natalidad, ciertamente una práctica que ojalá yo viera para el sacramento del matrimonio. Pero luego, al final, bajo la presión del cardenal Karol Wojtyla, quien más tarde se convertiría en el papa Juan Pablo II, Pablo VI rechazó el consejo de algunas de las parejas laicas católicas más importantes del mundo y declaró vinculante la legislación de control de la natalidad . Y sabemos a dónde eso los llevó.

Y finalmente, en el fondo de todo, el cuarto elemento necesario de la reforma radica en la teología del sacerdocio que insiste en que la ontología del ser humano es cambiada por la ordenación sacerdotal. Traducción: un sacerdote no es como otros seres humanos. La ordenación les da una marca especial y eterna. Entonces, fuera de ese razonamiento, conectan su carácter especial, su lugar especial en la iglesia, su autoridad especial, su santidad especial.

Para ser honesto, nunca he conocido a alguien que no fuera especial de una manera especial. Reservar eso para el sacerdocio obviamente distorsiona el carácter del resto de la iglesia. Como lo ha hecho.

Desde donde estoy, me parece que lo que hemos expuesto es un pecado contra la conciencia adulta e implica la infantilización de los laicos. A lo que finalmente llegamos es a preguntas sobre la iglesia, el clericalismo, la obediencia y la ontología humana que una vez más quedan sin respuesta y apartadas del debate.

Lo que nos encontramos al final es una iglesia que aún vive en el siglo pasado y que pretende tener respuestas a las preguntas de este. Pero eso es exactamente lo que hicieron en el siglo XVI cuando Martín Lutero quiso hablar sobre el celibato, la venta de reliquias y la publicación de la Biblia en lengua vernácula para que todos, no solo el clero, pudieran leerla.

La verdad es que la verdadera reforma depende de las enseñanzas de la iglesia. No simplemente de un cambio de estructuras.

Como dice la canción, “¿Cuándo aprenderán?”

[Joan Chittister es una hermana benedictina de Erie, Pennsylvania.]

2 thoughts on “Para un cambio real, debemos llegar a cuatro raíces más profundas que las estructuras de la iglesia

  1. Julián Díaz Lucio 1:10 pm 23 Sep,2018

    Aporto un pequeño artículo que he escritop haace unos díoas sobre este mismo tema, y que está en plena sintonía con el de Joan Chittister:

    OTOÑO CALIENTE
    Ante el tsunami escandaloso y universal de la pederastia sexual en el seno de la Iglesia católica, los que nos sentimos cristianos e intentamos seguir los pasos de Jesús de Nazaret, nos vemos interpelados en nuestras vidas como personas y como miembros de esta Iglesia. Ante estos dolorosos hechos, se me ocurren algunas reflexiones personales, no con ánimo de imponer nada, sino tratando sencillamente de aportar responsablemente algunas ideas o caminos para una reforma eclesial más conforme con el Evangelio, más acorde con una teología renovada, con la situación del mundo actual y con los problemas de la Iglesia en el momento presente, y sobre todo, para la Iglesia del futuro. Las mismas pautas, y mejor expresadas, las podéis encontrar en los documentos que adjunto.
    Es verdad que hace falta una conversión pastoral, que incluya un cambio radical en la forma de llevar a cabo la acción pastoral, para que se realice lo que el Papa llama Iglesia en salida,  que se embarre, huela a oveja, se encarne, que sepa acompañar, etc. etc; pero creo que además hace falta una conversión teológica, que incluya una seria revisión de las ideas e imagen sobre Dios que aprendimos en el catecismo; igualmente una puesta al día sobre la persona y enseñanzas de Jesucristo; y no digamos, sobre el ser y misión de la Iglesia en el mundo actual.
    Sobre esto último quiero insistir, porque en gran parte la crisis actual deriva de lo que debe ser la Iglesia, sobre todo a partir de cómo la define el Concilio Vaticano II. En el capítulo 2º de la Lumen  Gentium se dice que la Iglesia es PUEBLO DE DIOS. Quiere decir que TODOS los creyentes bautizados formamos parte de este pueblo de Dios en igualdad de condiciones. Todos somos iguales ante Dios y en la Iglesia. Es verdad que hace falta una Jerarquía, que sepa orientar, dirigir y ayudar a caminar a las comunidades cristianas en el seguimiento de Jesús de Nazaret, pero una jerarquía que sea principalmente para servir, conforme al mandato de Jesús, no para mandar e imponer.
     Dicen los estudiosos que la jerarquía se constituyó como tal a finales del siglo 3º  y comienzos del 4º, es decir, cuando gozó no solo de libertad para evangelizar, sino cuando se obligó a que todo el pueblo fuese cristiano por ley imperial. A partir de ese momento el clero toma el mando exclusivo de la Iglesia, y se une al el  poder civil para imponer sus leyes en toda la cristiandad. A los obispos se les considera señores feudales, que gozan de poder y riqueza a semejanza de los nobles  ricos de su tiempo. Pensemos igualmente en el poder de los Papas, con su Estado y con sus ejércitos, que llegaron incluso a declarar la guerra a otros poderosos. La Iglesia ha figurado como propiedad el clero. Él es el que hacía y deshacía dentro de la Iglesia; y esto sucedía desde al papa hasta el último cura de pueblo; el clero es el que mandaba. ¿Sigue hoy?
    Esta situación en parte ha perdurado hasta nuestros días. Aún recuerdo la entrada triunfal que se le dio a Don Manuel Llopis  en su llegada a  nuestra diócesis, y los arcos de triunfo que se le hacían en los pueblos al obispo cuando iba a hacer la Visita Pastoral.
    Mientras tanto, el pueblo, el pobre pueblo, no tenía otra misión en la Iglesia que obedecer los mandatos del clero y   sostener  económicamente al mismo y a las obras físicas e institucionales de la misma. Pero el Vaticano II presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios, con lo cual cambia radicalmente la imagen y misión de la misma. En este nuevo perfil eclesial, los cristianos nos debemos sentir corresponsables de la misma, no solo a nivel económico, que también, sino sobre todo de su tarea y misión en el mundo de hoy.  Este concepto fundamental de Pueblo  de Dios se dio de lado expresamente a partir del sínodo de 1985.
    Los problemas  horribles de una parte del clero hoy, algunos dicen que es por el exceso del clericalismo existente, que impide el que se institucionalice otra forma más sinodal y democrática (sin miedo a la palabra) en la forma de estar organizada y dirigida la misma Iglesia. Y esto empezando por las bases hasta llegar a la cumbre papal. Se pide otra manera más participativa en la elección de los cargos eclesiales, incluido los obispos.
    ¿Qué camino seguir en estos momentos? Se me ocurren estas sencillas  veredas:
    -Volver a Jesús o  “fijar los ojos en Jesús y su Evangelio”, que dice Castadoat. O volver a Jesús,  que tanto insiste  Pagola, y también, tomar en serio a Jesús.  De su palabra y de su estilo de vivir y comportarse Jesús, hemos de sacar la luz y la fuerza para caminar personalmente y en nuestra Iglesia en el mundo de hoy y del futuro. Solo siguiéndole a él, imitando su íntima relación con Dios al que llama Padre, y a su forma de relacionarse con las personas, especialmente con los pobres y desechados, podremos ir acercándonos a lo que él llama Reino o Reinado de Dios.
    -Ir realizando en todos los estamentos de la Iglesia un estilo de mando sinodal, o democrático (sí democrático) sin miedo alguno, al estilo de cómo se realizaba en los primeros tiempos del cristianismo, cuando se llevaba a la práctica el principio de que “lo que pertenece a todos, por todos se debe decidir”. Si este principio sinodal se lleva a cabo y se instaura paulatinamente en el conjunto de la Iglesia, sería un camino para ir solucionando otros problemas que padecemos hoy: desaparecería el clericalismo, causa de tantos males, al dar voz y voto al laicado,(pero cuidado, que el afán de poder y dinero también está igualmente en los laicos); desaparecería a la vez la misoginia en la Iglesia, al considerar a la mujer y al varón en igualdad de condiciones y responsabilidades; etc.
    -Todo este planteamiento solo es posible si los cristianos tratan de vivir y comunicarse en grupos o comunidades de talla humana, en los que se vaya experimentando el seguimiento de Jesucristo. Pero a condición de que no sean solo  “grupos estufas”, para calentarse y sentirse seguros, sino para ayudar en el compromiso de realizar el Reino de Dios en sus ambientes de vida, tratando siempre de unir la fe y la vida toda. Todo ello supone sacrificio, entrega, generosidad, capacidad de diálogo, capacidad de análisis, etc.
    -Este nuevo planteamiento obligaría necesariamente a una nueva reflexión teológica, que ayudaría a los grupos y comunidades a actualizar teológicamente su fe para que pudiera iluminar y dar respuesta a los nuevos problemas eclesiales.
    Conclusión: Todo esto es una UTOPÍA, que aunque se admita, tardará quizás siglos en llevarse a cabo. Pero una utopía necesaria a mi parecer. Es desde las bases donde debemos luchar para poder ir alcanzándola, porque a los de arriba no les interesa cambiar, como se está viendo ahora con la actuación del papa Francisco.
    Una utopía así planteada nos puede servir, como toda utopía, PARA CAMINAR en el seguimiento de Jesús y en la comunión con los hermanos en la fe.
    Julián Díaz Lucio, septiembre de 2018

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  2. Gonzalo Haya 10:24 am 22 Sep,2018

    Totalmente de acuerdo. Tenemos que actuar en dos dimrnsiones: una profunda revision de la teologia y de lad enseñanzad de la Iglesia; y que los laicos asuman un papel importante en las decisiones de sus comunidades (en la linea de los laicos chilenos al rechazar el obispo que lrs imponian).

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