Cuestión de sentimientos

pedro_zabala Pedro Zabala es suscriptor y amigo de Iglesia Viva. Riojano, profesor jubilado de Filosofía del Derecho y miembro de comunidades cristianas. en Logroño. Espontáneamente nos ha enviado este artículo para el blog de iviva para relanzar el Debate que inició Jaume Botey

En el nº 263 de nuestra Revista Iglesia Viva hay un artículo de Jaume Botey  “El nacionalismo catalán y los sentimientos”, dentro de una sección A Debate. Con mucho respeto y atención he leído el artículo mencionado, en el que defiende que el nacionalismo debe ser lo suficientemente “abierto” para acoger a otros sin perder su identidad y suficientemente “cerrado” para mantenerla sin ser excluyente.

Como el meollo de la cuestión es qué sea eso de la IDENTIDAD, difícil de explicar si no se apela a sentimientos, empezaré a aclarar cuál es mi perspectiva: no soy nacionalista, ni del centrípeto, ni de los periféricos. Soy riojano, y como tal fronterizo, e ideológicamente defensor de un federalismo autogestionario. Para mí, está muy claro que una cosa son las naciones culturales y otra las políticas. Una nación cultural es siempre mestiza, heterogénea, sin límites claros, forja de una historia en continua evolución, con algunos signos distintivos. Ejemplo de nación cultural, para mí, es el Pueblo judío, lanzado al exilio tras la destrucción de Jerusalén por los romanos, que hizo de la Torá el eje de su identidad, a pesar de su dispersión por varios países. Otra cosa es el Estado de Israel, nación política, creada en el siglo XX por el sionismo y varias potencias europeas.

Una nación cultural es plural en sus hablas, en sus derechos, en sus instituciones. Las naciones culturales tienen en común ser comunidades abiertas hacia dentro y hacia fuera. No son uniformes, no necesitan una autoridad común, ni una identidad política. ¿Forman una nación cultural basada en el idioma, Alemania, Austria, los cantones germanófonos de Suiza, los Sudetes y la Prusia Oriental, hoy territorio polaco?. La nación política nace con la Revolución Francesa, se identifica con el Tercer Estado del Antiguo Régimen y parte del principio teórico de igualdad de todos ante la ley. Defiende una sola lengua -aplastando las demás dentro de su territorio e incluso las formas dialectales de la oficial- una sola ley y una única soberanía -la de nación, recogiendo la de los monarcas absolutos- y unas fronteras que separan rígidamente la nación propia de la ajena. La distinción entre nacionales y extranjeros es absoluta. Las naciones políticas son un constructo artificial, creado por su nacionalismo correspondiente. Y todos los nacionalismos que han existido han basado su propaganda en estigmatizar uno o varios nacionalismos rivales, considerándose víctimas de los mismos. El español del francés y del británico, el catalán, el vasco o el gallego del español. El nacionalismo se convierte así en una religión, con sus profetas, sus mitos y sus ritos. Celebrar derrotas parece ser uno de los preferidos. Por eso, intentar desmontar racionalmente los nacionalismos es tarea harto difícil. Se trata de sentimientos capaces de nublar las mentes.

Todos conocemos las aberraciones extremas a que han llevado a cabo, hasta nuestros días, los nacionalismos agresivos en territorios en conflicto. Desde las limpiezas étnicas, los genocidios, los traslados forzosos de poblaciones. Los ataques a los “traidores” que no comparten el nacionalismo oficial son constantes. Lo sucedido en las repúblicas balcánicas o lo acontecimientos recientes en Ucrania son buena prueba de ello. La actitud nacionalista también de las grandes potencias apoyando movimientos secesionistas u oponiéndose a ellos, si conviene a sus intereses, es buena prueba.

En la Hispania de nuestros pecados, hubo antes de la recepción nacionalista, un imperio aglutinado en torno a la religión católica, convertida en única tras expulsión de judíos y moriscos y la persecución de los herejes y en la lealtad al mismo rey. Imperio que se articulaba en torno a dos ejes: el reino de Castilla, donde la voluntad regia se imponía sin cortapisas y el Casal de Aragó, confederación catalanoaragonesa, cuyo sentido de libertades concretas se plasmaba en las palabras con que Alfonso II de Valencia respondió a las quejas de Leonor de Castilla: ”Reyna, el nostre poble es franch, e no es axí subyugat como es lo poble de Castella, car ellos tenen a Nos como a senyor, e Nos a ells como com a bons vasalls e compayons”. Sistema de libertades compartidas que acabó con la victoria de Felipe de Anjou en la guerra de Sucesión y el castigo de los partidarios del Archiduque Carlos, con los Decretos de Nueva Planta que implantaron un régimen absolutista, con la sóla excepción de Navarra y las Provincias Vascas que habían acatado el testamento de Carlos II.

La nación política española nació en Cádiz con la Constitución de 1812. Inspirada en el jacobinismo francés, pretendió seguir los pasos de los revolucionarios franceses. Pero, a mi juicio, está muy lejos de haberse consolidado. Varias causas han contribuído: La pervivencia del poder fáctico de la Iglesia católica (las leyes desamortizadoras le privaron de muchos de sus bienes territoriales, pero fue compensada con partidas del presupuesto estatal); la emancipación de las antiguas colonias por obra de los nacionalismos criollos emergentes; la falta de una reforma agraria que permitió a la gran nobleza la conservación de sus latifundios; la debilidad de la fiscalidad estatal que impidió durante mucho tiempo la implantación de una escuela nacional adoctrinadora; las exenciones al servicio militar obligatorio a cambio del pago de una cuota que permitió a las familias adineradas librar a sus hijos, incluso con ocasión de las guerras de Cuba y Marruecos; el surgimiento por reacción de nacionalismos periféricos, que amparándose en el aplastamiento de las naciones culturales en que se asientan, repiten las estrategias del central. Nuestra última guerra civil con el triunfo de una dictadura que hipertrofió el nacionalismo españolista y se legitimó con el nacionalcatolicismo. La transición política se tradujo en una Constitución y unas Autonomías que intentaron ser una transacción entre el nacionalismo central y los periféricos. Los grandes medios de comunicación -escritos y audiovisuales- pretenden vergonzosamente defender el españolismo y la homogeneización cultural. Al habernos incorporado a la Unión Europea y cedido parcelas de la soberanía estatal, estamos a merced del neoliberalismo que la inspira y dicta la política que sufrimos. ¿Qué queda del nacionalismo español?. Salvo para ciertos nostálgicos, ¿no se ha reducido a lo que hoy se llama la Marca España, cuyos aportes sentimentales más profundos son la selección nacional de fútbol -mientras siga acumulando triunfos-y los éxitos de las grandes empresas -originariamente españolas- en el exterior?. Claro que el desafío catalanista ha hecho reverdecer el españolismo antes reducido a un nacionalismo banal, impregnador de mentes inconscientes del mismo.

La cuestión esperpéntica planteada hoy dramáticamente es de todos conocida. ¿Cómo hemos podido llegar a esto?. Hay que denunciar la manipulación de la historia que cometen todos los nacionalismos -estatales o no- para adoctrinar a sus seguidores. En el pasado tenemos hechos para todos los gustos, sobre todo si los interpretamos con las anteojeras de las pasiones actuales. Ningún pueblo tiene un pasado idílico, sus luchas internas han sido constantes y las alianzas de sus capas dirigentes con las de otros Pueblos a los que hoy se quiere presentar como enemigos también han sido harto frecuentes.

 Cataluña, esa antigua nación cultural, como todos los Pueblos del mundo es, desde sus orígenes, una tierra mestiza. Uno de sus valles pirenaicos, el de Arán, lleva un nombre que es una redundancia: Arán en euskara, significa valle, y su habla propia no es el catalán, sino el aranés, variante del idioma gascón o wascón. Peculiaridad lingüística reconocida en el Estatut. Es curioso el modo cómo se incorporó al Condado de Barcelona: a través de un contrato de concubinato, refrendado por todos los obispos y nobles del Principado, entre Jaume I, ya casado, y la señora del Valle: si tenían descendencia, el hijo lo heredaba, pero enfeudado al Condado de Barcelona. Como Andorra tenía tenía dos señores, el obispo de Seo de Urgell y el rey franco, es una excepción dentro de esa línea de incorporación. La política de Jaume I quiso crear un conjunto de comunidades políticas federadas por un sólo monarca, Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca, y otros territorios a caballo de los Pirineos, pero fracasó por la conjunción política del Papado y el reino de Francia. La puntilla sería posteriormente con la cruzada contra los cátaros.

Por eso, es un error de la mitología españolista defender que Cataluña perteneció al reino de Aragón. Una cosa era este reino y otra la Corona de Aragón, el Casal de Aragó, al que pertenecían tanto el reino de este nombre como el principado de Cataluña, los reinos de Valencia y Mallorca (Baleares) y en la época de su máxima expansión por el Mediterráneo, Cerdeña, Nápoles y Sicilia.

La historia de Cataluña no fue tan idílica como nos pinta su nacionalismo. La oposición entre Cataluña Vieja, territorio feudal, y los centros urbanos de Barcelona, Lleida, Tarragona Y Tortosa, con un derecho distinto, basado en el romano y favorable a libertades ciudadanas, fue constante. Los malos usos de los payeses, sometidos a atropellos constantes, fueron motivos de múltiples revueltas, amortiguadas después de la sentencia arbitral de Fernando el Católico. El problema de su bandolerismo endémico y los enfrentamientos, mal resueltos, entre la Busca y la Biga, son parte de esa historia. En la época moderna las luchas sindicalistas contra la burguesía dieron lugar a sangrientos sucesos y represiones.

Los puertos del Mediterráneo, se regían por un derecho no de origen político, sino consuetudinario común a todos ellos, recogido en el Libro del Consolat del Mar. Muestra de que no existían aún las naciones políticas.

Cataluña tiene sus símbolos, algunos de ellos tremendamente emocionales. Como la barretina, gorro anatolio y la sardana, esa danza civilizada, abierta a cuantos quieran participar en ella, signo de una fraternidad comunitaria, con claro origen helénico. Pero modernamente también, como expresión mestiza, las rumbas que popularizara Peret. Y el Barça mucho más que un club, fue fundado por un suizo y su máxima estrella actual es argentino.

El desarrollo económico catalán se debió a la iniciativa de una burguesía emprendedora y al trabajo de millares de emigrantes que venidos de todos los rincones de la Península, aportaron su esfuerzo. Algunos los calificaron despectivamente de charnegos. Pero allí se quedaron y contrajeron matrimonios, incrementando la tradición mestiza de Cataluña. Hablaban la mayoría esa lingua franca que es el castellano desde hace siglos. Pero enseguida, aunque no lo hablaran, comprendieron el catalán, en la fábricas, en los calles, en los comercios y hasta en sus casas, en un ejemplar ejercicio de convivencia sesquilingüísta.

Dos exabruptos de políticos catalanistas han levantado ampollas. El primero en forma de slogan: España nos roba es una mentira engendradora de odio. En España hay ladrones sí y de guante blanco. Roban mucho y a los que menos tienen, sean de Cataluña o de las Hurdes. Y esos ladrones egregios pueden ser catalanes o de cualquier rincón de las Españas. El segundo es la pretensión expansionista, basada en el idioma, de que se incorporen al proyectado Estado catalán, no sólo el Rosellón -la Cataluña norte-, sino también Valencia, Baleares y la Franja aragonesa contigua. ¿Por qué no Andorra?. ¿Por su tradición de paraíso fiscal?.

Son significativas las alianzas durante los siglos XIX y XX de las burguesías catalana y vasca, en defensa de sus industrias textiles y siderúrgicas, con los terratenientes latifundistas del centro y del sur, para implantar un proteccionismo aduanero que les protegiera de la competencia exterior.

Lo que no alcanzo a comprender es la alianza que parece haberse dado en Cataluña, que Jaume describe muy bien, entre clases trabajadoras y la corrupta oligarquía autóctona capitalista, en contra del Estado español. Esa alianza contra natura habrá hecho estremecer en sus tumbas a Durruti y a Alfonso Carlos Comín, si herederos suyos están en esa mezcolanza. ¿No sería igual de escandaloso si los trabajadores del resto de las Esapañas se aliasen con el gobierno títere del neocapitalismo, para oponerse al desafío secesionista catalán?.

A mi entender, esos enfrentamientos entre Gobierno central y Generalitat son meras cortinas de humo para taparse mutuamente sus corrupciones endémicas y, sobre todo, hacernos olvidar el secesionismo de los ricos que han roto con el pueblo y la Casa común, tras el triunfo sin rivales del neoliberalismo.

No soy teólogo, ni apelaré a documentos pontificios, sólo quiero recordar la Carta a Diogneto que refleja la vida de los primeros seguidores de Jesús: vivían como extranjeros en su propia patria y como nacionales en la ajena. Eso es cuestión de sentimientos sí, pero más profundos. En esa línea sueño y lucho por una serie de patrias escalonadas, donde los poderes vayan de abajo arriba, desde lo más local a la gran MATRIA, la familia humana en nuestro único planeta. Sin ninguna identidad excluyente ni absorbente, cada persona con las suyas, múltiples y mestizas.

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