Nº 276: Espiritualidad y humanización

Nº 276: Espiritualidad y humanización

Acaba de publicarse el último número de Iglesia Viva con el tema monográfico: Espiritualidad y humanización. La actualidad del tema y el enfoque del número lo expresa así su coordinador Luis Aranguren en la Presentación

 

Constatamos un anhelo de espiritualidad en muchas gentes que se vierte en depósitos de sentido y en expresiones plurales, ya sea en el interior de las grandes religiones o en búsquedas espirituales fuera del marco religioso. Por un lado, ciertamente, asistimos con cierta perplejidad al auge de una espiritualidad sin Jesucristo ni evangelio que se pone en marcha desde un cierto postcristianismo.

Turbulencias, mudanzas, equipajes

Turbulencias, mudanzas, equipajes

portada-ximoEste es nuevo libro de Joaquín García Roca. Se recopilaron en él diversas entrevistas y tres antologías de artículos breves, publicados todos ellos en estos últimos veinte años. El libro tenía inicialmente un carácter privado, dedicado por el autor A los amigos y amigas, que a lo largo de los 50 años, llegaron justo a tiempo. Pero como muchos se han interesado por él, Atrio Llibres lo pone a la venta por 16 € (portes incluidos para España). Se pueden hacer pedidos (a librerías de les aplicará el 30% de descuento) dirigiéndolos a libros@atriollibres.es, a “Atrio Llibres – Apartado 12.210 – VALENCIA” o Tel: 34-963 622 532 .

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A continuación sólo el índice del libro, pues Joaquín García Roca no necesita más presentación:

La sinrazón de un impostor

La sinrazón de un impostor

XIMO2 Conectado con el tema del último número y con la celebración del cuarto aniversario del papa Francisco, Joaquín García Roca, sociólogo y teólogo, del Consejo de Dirección de Iglesia Viva, nos envía este artículo. Es su contestación a un provocador artículo que le ha herido como pensador crítico y cristiano.

A los cuatro años de su elección como obispo de Roma y pontífice de la Iglesia católica, Francisco ha cosechado todas las máscaras imaginables y los ataques arbitrarios e irracionales de los conservadores tras afirmar que él “nunca había sido conservador”, atreverse a “descalificar al capitalismo como un sistema injusto” y desear “una Iglesia pobre para con los pobres”. Rubén Amón, brillante e inteligente articulista de El País, ofrecía un artículo con el título ¿Y si Francisco fuera un impostor?, en el que le atribuye el oficio de “impostor”, sustentado sobre el incumplimiento de su cargo; de “prestidigitador”, en una sociedad crédula y sensiblera; “papulista” por ser la suya una revolución de las formas y apariencias; “cosmético” por no abordar las trasformaciones de fondo, y “telepredicador” a causa de su excesivo carisma en la comunicación. Nos preguntamos si poseen algún significado real y objetivo, o responden a una época que el autor llama de “percepciones y sensaciones” frente al tiempo de las verdades.

Qué pueblo

Qué pueblo

XIMO2
                  Iviva está decidida a apoyar con reflexión crítica original el pensamiento y la acción renovadora del papa Francisco que está siendo desprestigiado cada vez más explícitamente. Esta es una de las funciones de este blog. Hoy toma la palabra Joaquín García Roca.                 

 

La categoría pueblo resulta decisiva para comprender el pensamiento del papa Francisco: su propuesta de renovación de la Iglesia y su modelo de sociedad. Dios convoca “como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva sólo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana” (EG113). Sin embargo, la referencia hoy al pueblo es una operación de alto riesgo ya que se ha vinculado a los regímenes totalitarios y populistas. Francisco ha dedicado muchos esfuerzos para desactivar estas sospechas pero no lo ha conseguido, a juzgar por el artículo del historiador Loris Zanatta, titulado Un papa peronista  en el original de Il Mulino, traducido después al catellano como Un papa populista por la revista argentina Criterio y reproducido por Atrio.org.

Qué pueblo

Qué pueblo

XIMO2

                  Iviva está decidida a apoyar con reflexión crítica original el pensamiento y la acción renovadora del papa Francisco que está siendo desprestigiado cada vez más explícitamente. Esta es una de las funciones de este blog. Hoy toma la palabra Joaquín García Roca.                 

 

La categoría pueblo resulta decisiva para comprender el pensamiento del papa Francisco: su propuesta de renovación de la Iglesia y su modelo de sociedad. Dios convoca “como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva sólo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana” (EG113). Sin embargo, la referencia hoy al pueblo es una operación de alto riesgo ya que se ha vinculado a los regímenes totalitarios y populistas. Francisco ha dedicado muchos esfuerzos para desactivar estas sospechas pero no lo ha conseguido, a juzgar por el artículo del historiador Loris Zanatta, titulado Un papa peronista  en el original de Il Mulino, traducido después al catellano como Un papa populista por la revista argentina Criterio y reproducido por Atrio.org.

Francisco se distancia tanto de los análisis marxistas como de las visiones liberales; unos y otros, por razones contrarias, le acusan de populismo. Afirma que “en cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsable en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes” (Evangelii Gaudium, en adelante EG, 220). Ciudadanos responsables frente a masas dominadas por poderes ajenos es lo más opuesto a los enfoques populista. El pueblo, pues, no es una masa indiferenciada, constituida por ignorantes privados de sentido crítico sino la obra de ciudadanos activos capaces de construir un proyecto común al que todos pueden integrarse. La Teología del Pueblo, que sostiene en gran medida alguna de las intuiciones de Francisco, considera a la gente –incluidos los pobres– capaz de pensar con sus propias categorías, de vivir su fe a su manera y de crear caminos a partir de su cultura popular. Pueblo es lo opuesto a masa, ya que es capaz de generar procesos conscientes, individuales y colectivos, de liberación; es lo contrario de la “oligarquía depredadora y egoísta” y de la élite ilustrada, ajena y distante, que se creen señores y maestros de personas incultas, sin sabiduría ni opinión. El pueblo es portador de una verdadera espiritualidad o mística, que se despliega “en la cultura de los sencillos y se expresa más por la vía simbólica que por el uso de la razón instrumental” (EG 124).

¿Por qué oponer pueblo e individualidad, comunidad e individuo, cultura y persona? Se trata más bien de una comunidad de personas, de una cultura individualizada, de un pueblo de individuos “capaces de integrarse armónicamente… para el bien de todos” (EG 130). Sólo entonces “la diversidad, la pluralidad y la multiplicidad realizan la unidad” (EG 131). Ser pueblo no oscurece los derechos individuales ni las iniciativas sociales, más bien “tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (EG 31). Justo lo que nunca reconocen los burócratas de Estado, ni los propietarios de la riqueza del mundo, ni los iluminados comunitaristas. Desde la perspectiva de Bergoglio, el pueblo no es un conjunto de átomos aislados, que compiten entre sí, ni tampoco se identifica con las élites poderosas y no siempre cultas, que dominan las naciones. Construir pueblo significa ser capaces de obtener consensos que puedan construir un proyecto común” (EG 274). Lo que significa, como él mismo sugiere, pasar de ser meros habitantes a ser ciudadanos y convertir a los ciudadanos en pueblo. Sin ciudadanos nunca habrá un pueblo y sin pueblo nunca habrá individuos responsables. Libertad y pueblo no suman dos, como tampoco evangelio y cultura, ya que no existe un lugar extra-cultural para el evangelio ni éste se puede representar en un escenario a-cultural

¿Dónde reside, pues, el problema? A algunos les gustaría que las denuncias a las “fuerzas dominantes” fuera exclusivamente a los Estados llamados con razón o sin ella totalitarios, y se ignoraran los poderes igualmente destructivos que proceden de los mercados financieros y de los poderes económicos y sociales, realmente existentes. No es el caso de Francisco, que no sólo denuncia el totalitarismo de los estados sino también el fundamentalismo de los mercados, que han producido “una economía de la exclusión y la inequidad, que produce desechos y sobrantes” (EG 56) ¡Ay de Francisco y de todo aquel que intente desestabilizar al becerro de oro, aunque sea con una pequeña honda! Desactivar a la vez el totalitarismo y el liberalismo tiene un alto coste y en el mejor de los casos se intentará desactivar su valor profético al reducirle a un experimento local, vinculado al peronismo o a los regímenes de Cuba, Ecuador, Bolivia sin validez para otras latitudes. Nada original… ¡Lo de siempre!  Asentados en la funesta mentalidad de suma cero, se es incapaz de ensamblar la libertad y la justicia, el individuo y la comunidad;  y víctimas de la lógica binaria “o-o”,  ignoran el nuevo estatuto de lo social basado en la conexión y la complejidad, y son incapaces de representarse el pueblo sin destruir las libertades y los derechos de las personas.

En Francisco, la categoría de pueblo alude a los procesos constituyentes, que se han sedimentado en la lengua, en las confesiones religiosas, en las prácticas sociales, en tradiciones populares, en sistemas simbólicos. De modo que el cristianismo es pueblo porque nunca se ha construido sobre un vacío socio-cultural, sino sobre lenguajes, convicciones, mentalidades y prácticas preexistentes, hasta el punto que la fe no sólo produce pueblo sino que es también producida por el pueblo. Evoca una realidad dinámica ya que pertenecer al pueblo es desempeñar un papel activo y protagónico: “convertirse en pueblo requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo arduo y lento que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía” (EG 220). El pueblo es el resultado de un proceso cooperativo con otros agentes, con otras instancias y otras confesiones; no aspira a convertirse en la única cultura que crea un pueblo, sino que connota siempre una unidad plural enraizada en una común historia, que incorpora el conflicto como elemento constitutivo de la unidad del pueblo y de este modo nace “la comunión en las diferencias”, “una diversidad reconciliada”, una “multiforme armonía”, una “unidad pluriforme” en la que “todas las particularidades conservan su originalidad” (EG 236).

De este modo, Francisco recupera la lógica de lo viviente y clausura un periodo en el que la religión, la moral y la política estaban enfermas de abstracción, más interesados en la condición abstracta y fantasmal de “ser pueblo” que en su actualidad, en su tiempo concreto y singular. Al papa Francisco no se le puede reprochar lo que el  Presidente del Tribunal constitucional de Italia dirigía al teólogo Ratzinger: interesarse más por la Vida que por los vivientes, más por la Familia que por las personas que viven en familia, más por el Pueblo que por sus habitantes. No habla de los derechos abstractos de la familia por encima de la realidad de las personas, de la unidad inviolable de la nación por encima de sus pueblos, de la indisolubilidad del matrimonio por encima de la realidad de las parejas. En la abstracción no hay compasión, sino más bien principios innegociables. Nadie tiene compasión ni empatía con la homosexualidad ni con el divorcio, sólo se tiene con personas en carne y hueso. El principio básico para la gestión de las tensiones bipolares y la construcción del pueblo es que “la realidad es más importante que la idea” y por tanto no se puede privilegiar el mundo ideal sino los procesos reales. Lo que supone “evitar los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría” (EG 231) Quienes se instalan en la pura idea, reducen la política y la fe a la retórica.

Este carácter dinámico y protagónico del pueblo, Francisco lo hace valer para la reforma radical de la Iglesia: “Ante los males y los problemas de la Iglesia, afirma, es inútil buscar soluciones en conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y formas superadas que ni siquiera culturalmente tienen capacidad de ser significativas”. Reivindica con seriedad la categoría de Pueblo de Dios como el conjunto de bautizados –“hombres y mujeres del pueblo”– que preceden a toda organización jerárquica y a cuyo servicio está la autoridad. Lo cual significa que nadie puede bendecir si no es previamente bendecido, ni ejercer el gobierno si no practica previamente la escucha, como hizo al consultar sobre asuntos matrimoniales en el contexto del Sínodo No resulta fácil engañar a la gente ya que “posee un instinto de la fe –el sensus fidei− que les ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios” (EG 119), distinguiéndolo de aquello que responde a intereses bastardos o de una concepción feudad del poder que sirvió para convertir al Papa en Pontífice y a los obispos en sus gobernadores, muy lejos de la cultura democrática o del reconocimiento, por ejemplo, de los derechos de la mujer o de la libertad de expresión. Asimismo, la centralidad del Pueblo le permite denunciar el clericalismo, que “anula la personalidad de los cristianos y al tratarlos como mandaderos –afirma en Carta al presidente de la Comisión para América Latina–, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos  y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético… No es nunca el pastor quien dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros”. De este modo, ser pueblo se convierte en un horizonte de inclusión para aquellos jóvenes que constituyen actualmente un “no-pueblo”; para los teólogos que fueron excluidos en razón de sus opiniones; para las otras iglesias que se sienten alejadas; no se trata de volver a un pueblo sin mancha, en el que todos tienen que integrarse,  sino de construir una nueva unidad a través de las respectivas parcialidades, que camine “hacia una Iglesia pobre con los pobres” No se postula una sociedad perfecta ni un pueblo de buenos, como sugiere  Zanatta, sino un pueblo de “personas incompletas pero en conversión permanente y en estado de búsqueda, ya que como dice Francisco “si uno tiene respuesta a todas las preguntas, es prueba de que Dios no está con él”.

Es ese horizonte-pueblo quien le permite, asimismo, plantear un modelo alternativo de sociedad inclusiva. Le lleva a denunciar un sistema económico mundial que crea víctimas, desplazados y migrantes forzosos; un sistema laboral que descarta a las mayorías sociales y produce trabajo esclavo y trata de personas. Esa utopía-energía le ofrece los mimbres para soñar una Europa que “integre a los inmigrantes y refugiados ya que ellos promoverán nuevos dinamismos en la sociedad” y proponer una sociedad mundial que afronte la globalización del sufrimiento, la opción por los pobres y la defensa de la tierra como tarea colectiva. Y acepte de buen grado la cultura democrática, las libertades cívicas, la laicidad y la revolución ecológica para construir conjuntamente el futuro del planeta.

No cabe duda de que el papa se alimenta de la Teología del Pueblo que ha sido producida, sobre todo, en el cono sur de Latinoamerica, con la misma propiedad que Benedicto XVI arraigaba su pensamiento en teologías conservadoras centroeuropeas y Juan Pablo II en el modelo polaco. Ser argentino, reivindicar la dignidad de los pobres y postular un sistema más justo no es patrimonio exclusivo de las visiones populistas. Quizá por ello pude observar en mi visita a Argentina, a los dos meses de su elección, el disgusto y desorientación que produjo su nombramiento en los partidos de sesgo peronista. ¿Por qué no pensar que el cardenal de Buenos Aires se está reinventando como obispo de Roma? Lo constataba una anciana de villa miseria  cuando me dijo que en tiempos del peronismo no se recuerda sonreír al cardenal Bergoglio. Seguiremos planteándonos algunos interrogantes que acertada y críticamente plantea Loris Zanatta sobre Francisco: qué democracia, qué libertades, qué pobreza.

Memoria y esperanza: 50 años de pensamiento comprometido

Memoria y esperanza: 50 años de pensamiento comprometido

I264-00-PORTADAglesia Viva cumple cincuenta años

Este número conmemorativo del cincuentenario de Iglesia Viva, podría haber sido el último, el broche de oro de toda una apasionante aventura. Hace dos años, la fragilidad económica e institucional de la revista, unida a la edad avanzada de quienes soportábamos la mayor parte del trabajo de redacción, hizo que nos planteáramos esta fecha como un posible término de una historia, haciendo una cumplida memoria de ella. “Hay un tiempo señalado para todo… tiempo de nacer y tiempo de morir”, nos recuerda Cohélet.
Sin embargo, frente a ese planteamiento que parecía realista, surgió en el mismo seno del Consejo de Dirección una reacción opuesta, que al principio parecía tan utópica como el propósito anunciado por el nuevo papa Francisco de reformar la curia y la Iglesia, según el auténtico evangelio de Jesús y el Espíritu que había soplado en el Vaticano II.
En estos dos últimos años se ha realizado un trabajo de renovación interna de la revista: personas más jóvenes, digitalización, presencia dinámica en Internet, nuevos estatutos de la Asociación. Esto ha permitido que hoy no presentemos este número sobre los 50 años como una memoria final, sino como una llamada a la esperanza. Otra Iglesia viva es posible. Sin dejar de hacer una memoria retrospectiva, todos los artículos de este número miran al futuro, a una nueva etapa, al cambio, a la esperanza.
La revisión de todo lo publicado en Iglesia Viva a lo largo de estos 50 años no se hace con intención autorreferencial o apologética, pues no han faltado críticas a nuestra línea, sino como una invitación a los lectores para que ellos exploren mejor el gran legado que contienen esos textos, que, por otra parte, están hoy fácilmente accesibles en nuestra página web.
A partir de ese legado de fidelidad al espíritu del Vaticano II, en las duras y en las maduras, adquiere sentido la esperanzadora convocatoria a seguir el camino que ahora debemos emprender juntos: aplicar el mismo espíritu fundacional a los problemas y temas de nuestro tiempo, profundizando muy reflexivamente en lo que, desde su alto magisterio, hace el papa Francisco. No queremos seguirlo acríticamente, pero sintonizamos plenamente con él, lo mismo que sintonizamos entonces con el Concilio. Sucedió lo esperado, que acrecentó nuestra esperanza.
Tras una breve evocación histórica a cómo fue el nacimiento de la revista Iglesia Viva y cómo trascurrieron sus diferentes etapas (Antonio DUATO), los siguientes Estudios, todos escritos por miembros del Consejo de Dirección, afrontan ese legado y ese futuro de la revista desde cuatro diversas realidades de la sociedad y la Iglesia.
Joaquín GARCÍA ROCA expone cómo ha ido evolucionando la cultura de nuestra sociedad en estos cincuenta años, cómo hemos ido preocupándonos de estos cambios y, sobre todo, qué estrategias está mostrando Francisco para liderar una nueva cultura de diálogo, solidaridad concreta y paz en la nueva etapa global.
De cómo durante cincuenta años nos ha preocupado encontrar un modelo de organización de la Iglesia que corresponda a su ser sacramento transparente de Dios Amor y Misericordia, habla Joaquín PEREA, quien señala los puntos en que es imprescindible una reforma eclesial. Sobre esto mismo acaba el autor de publicar un libro en PPC que es recensionado en este mismo número.
¿Cómo Iglesia Viva ha hecho teología en el pasado y cómo debe ser la teología cristiana del futuro, para que recupere credibilidad e ilumine la verdadera fe? Responde el estudio de Bernardo PÉREZ ANDREO que apunta hacia una teología de la ternura.
Finalmente, Demetrio VELASCO ha hecho un largo recorrido de cómo Iglesia Viva ha tomado en consideración críticamente las cambiantes circunstancias políticas, iluminando lo que ha de ser un compromiso cristiano en la comunidad política que se inspire en la fe cristiana pero que deje libertad de opciones a los católicos.
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Jon SOBRINO aporta a este número una autorizada historia de cómo el Pacto de las catacumbas, firmado al concluir el Concilio, fructificó en Latinoamérica desde Medellín a Aparecida.
El teólogo Giuseppe Ruggieri nos ha enviado para este número un texto espléndido sobre las reformas de Francisco, destacando la importancia de lo que ya ha conseguido: volver a colocar en el centro mismo de la Iglesia el evangelio de Jesús. Y completan la sección de Signos de los Tiempos Víctor M. MARÍ SÁEZ, recién consejero, que nos cuenta por qué le atrajo el nuevo proyecto de Iglesia Viva; Enric VILÀ, que una vez más nos habla del esfuerzo de los LGTB católicos por conseguir un puesto en la Iglesia y José Mª MONZÓ, que en este año ha hecho pleno al elegir las películas que tan bien nos presenta, pues coinciden con las mejores películas humanistas según el ránking de los expertos.
Cumplimos en este número el compromiso adquirido en el anterior de continuar el A DEBATE sobre el proceso catalán, con una aportación, muy diferente a la anterior, de un suscriptor y colaborador catalán de la revista, Ramón ROSAL.
Y, por fin, hay que destacar la Página Abierta que esta vez hemos reservado para quien consideramos el verdadero artífice de esta manera de ser Iglesia Viva mantenida a lo largo de su historia, siempre fiel al Evangelio del Reino y siempre atenta a las voces del umbral y a los Signos de los tiempos: Rafael BELDA DARDIÑÁ. A él y a todos los que nos han apoyado con artículos, suscripciones y donativos extra, dedicamos este número.
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El color dorado viejo que domina en la portada de este número no solo es una evocación a los 50 años –Bodas de oro– sino un recuerdo del diseño que Maximino Cerezo elaboró para el primer número de la revista, cuando aún no era, el gran artista del cristianismo del pueblo que es hoy.
Hoy también estamos trabajando en el diseño que tendrá la revista que emprenderá la nueva singladura a partir del próximo número. En la nueva página web www.iviva.org pueden verse algunos elementos técnicos y de diseño con que pretendemos adentrarnos en nuevos nichos de lectores, sin abandonar a quienes prefieren el formato trimestral en papel. El próximo número lo está coordinando Teresa Forcades sobre una Iglesia sin misoginia. Seguirán otros sobre la crisis ecológica, el clericalismo persistente, y los problemas del islam. ¿Nos queréis acompañar?

INVITACIÓN A PARTICIPAR EN EL PROYECTO IGLESIA VIVA

Como se dice en la presentación de este número, el éxito de la nueva etapa está en vuestras manos. Solo con una mayor implicación de los suscriptores y amigos de la revista el proyecto saldrá adelante. En el conjunto de este número se explica cuáles son sus objetivos: recoger el legado de los 50 años, para apoyar hoy las reformas que ha reemprendido el papa Francisco y reavivar en la iglesia y la sociedad lo mejor del espíritu del Evangelio de Jesús y del Vaticano II.
Hace poco hacíamos una petición de ayuda urgente para salvar el ejercicio de 2015. Nos llegaron 7.300 € para tapar casi todo el agujero de la subvención ministerial denegada. Esto nos anima a buscar ahora una solución definitiva a la fragilidad económica, para poder así emprender nuevas acciones que mejoren la comunicación.
La Asociación cultural Iglesia Viva, entidad sin fines de lucro, es la titular de la revista. Esperamos que pronto sea reconocida su utilidad pública. Hasta ahora la integraban solo los miembros del Consejo de Dirección. En los nuevos estatutos se prevé la entrada de socios protectores: personas individuales, colectivos, instituciones o empresas. Serán admitidos quienes se comprometan a aportar trabajo importante de voluntariado o una cuota de unos 50 € al mes. También quien haga una legado especial al fondo social de la asociación. Estos socios protectores, dispondrán de varias suscripciones gratuitas a quienes indiquen, tendrán voz y voto en las asambleas y, si les interesa, podrán constar como patrocinadores de las actividades de la asociación.
Así que, para el sostenimiento del proyecto ambicioso de Iglesia Viva, señalamos ya diversas acciones que te invitamos a hacer hoy mismo, si es que este número te ha convencido:

– Envía un correo electrónico a sus@iviva.org, si no has recibido hace poco el aviso de que el nº 264 estaba en la web. ¡Imprescindible!
– Suscríbete, si no lo estás todavía, o invita a otra persona a suscribirse. Para ello, entra en “Regístrate” de www.iviva.org.
– Hazte socio protector de la Asociación Iglesia Viva. O envíanos referencias de alguna persona o entidad a quien crees que podría interesar nuestra invitación. Sobre ello y sobre cualquier otra duda o sugerencia, escribe directamente a nuestro correo iviva@iviva.org.

Estoy personalmente a tu disposición en el 34-963 622 532.
¡Vamos adelante en la nueva época!
Antonio Duato. Secretario y gestor de Iglesia Viva.

La Iglesia italiana: de Camilo Ruini al Don Camilo de Francisco

La Iglesia italiana: de Camilo Ruini al Don Camilo de Francisco

Francisco sonríeEn 1984 Joaquín García Roca, en su famoso artículo El quehacer de la Iglesia española en la actual situación socio-política contraponía los planes pastorales de la Iglesia española, que intentaban acomodarse al modelo ya dominante de la iglesia polaca, con los de la Iglesia italiana que aún creían en que había de partir de una realidad en crisis. Pero un año después, en el Congreso eclesial de Loreto, de mano de Camilo Ruini, se impuso la línea de Wojtyla que partía de los principios inmutables.

A los 30 años, en el reciente Congreso decenal de Florencia, el papa Francisco le ha dado una buena sacudida a la iglesia italiana.

 

Si el Papa pide trabajar sobre un texto de hace dos años

 Francisco en Florencia invitó a la Iglesia italiana a reflexionar sinodalmente a todos los niveles sobre la exhortación apostólicaEvangelii gaudium”, publicada en noviembre de 2013. Evidentemente considera que no se ha hecho bastante

ANDREA TORNIELLI en Vatican Insider

 

Francisco no fue a dar recetas a los «estados generales» de la Iglesia italiana, ni tampoco a presentar un «proyecto bergogliano» con el cual sustituir otros proyectos o cerrar viejas estaciones eclesiales. Sin embargo, sus palabras representan un parteaguas. En su largo y articulado discurso [ver texto completo en español], pronunciado bajo la cúpula del “Duomo” de Florencia, con el fresco del Juicio Universal, el Papa propuso a la Iglesia italiana un minimalismo evangélico centrado en la mirada de la humanidad de Jesús, en la predilección por los pobres y en la apertura al diálogo y a la confrontación con todos. No hizo discursos abstractos sobre el «humanismo», sino que utilizó palabras  «simples y prácticas». Indicó tres sentimientos de Jesús (la humildad, el interés por la felicidad del otro, la beatitud evangélica) y puso en guardia sobre las tentaciones de confiar «en las estructuras, en las organizaciones, en las planificaciones perfectas porque son abstractas», y en una fe «encerrada en el subjetivismo».

Al trazar el camino, Francisco sugiere a todos dirigir la mirada al «cristianismo genérico» del pueblo de Dios, incluso en donde haya un pequeño rebaño un poco destartalado, en lugar de apostar por movimientos organizados, por las élites de asalto, por los proyectos que creen influir el pensamiento de masa mediante las «batallas culturales».

Pero esta vez, la verdadera noticia se encontraba en las últimas líneas del texto. Francisco, después de haber repetido que no será él quien trace el nuevo recorrido de la Iglesia italiana (sino de los mismos religiosos italianos), hizo una única petición: «En cada comunidad, en cada parroquia, en cada diócesis, traten de poner en marcha, sinodalmente, una profundización de la ‘Evangelii gaudium’, para obtener de ella los criterios prácticos y para realizar sus disposiciones». Esta exhortación, un verdadero documento programático del Pontificado, fue publicada hace dos años. Si el Pontífice invita a retomar ese texto, evidentemente considera que la Iglesia italiana no lo ha hecho o no lo suficiente.

No es una cuestión de consignas. No se trata de sustituir en los discursos de siempre los «valores no negociables» con los «pobres» o las «periferias», así como tampoco volver a escribir los currícula para candidatos a obispo poniendo en primer lugar las horas que pasan en los comedores de las Cáritas. La «conversión pastoral» que Francisco indica con su Pontificado es algo mucho más simple y, al mismo tiempo, más radical. Es una Iglesia «inquieta» que se sabe poner en discusión por el Evangelio, que abandona cualquier colateralismo, cualquier «sustituto de poder, de imagen, de dinero». Una Iglesia que no se duerme en los laureles de la propia hegemonía, de sus seguridades económicas y estructurales.

Después de los congresos de Loreto (1985), Palermo (1995) y Verona (2006), por primera vez en treinta años los «estados generales» de la Iglesia italiana se llevaron a cabo sin la guía del cardenal Camillo Ruini. Pero esta vez estaba presente un don Camilo. Pero era ese párroco que se volvió famoso gracias a los cuentos de Guareschi, el «pobre sacerdote de campo que conoce a sus parroquianos uno por uno, que los ama, sabe sus dolores y sus alegrías, que sufre y sabe reír con ellos» [de las palabras dedicadas por Francisco en su discurso a evocar la novela y película de Guareschi].

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Más información en Religión Digital y extractos en español:

José Manuel Vidal: La visita del papa a Florencia el martes 10.

Carta al obispo de Roma

Carta al obispo de Roma

Francisco separados20 teólogos y teólogas entre quienes hay muchos de Iglesia Viva, han lanzado a través de todos los medios y redes una campaña internacional, que pretende recoger una masiva adhesión, afirmando que la propuesta de que el sínodo acepte a la comunión a los divorciados vueltos a casar está plenamente de acuerdo con el Espíritu del Evangelio y con la fe de la Iglesia. Iglesia Viva se adhiere plenamente a la campaña e invita a firmar la adhesión a este documento

CARTA AL OBISPO DE ROMA

Hermano Francisco, “Pedro entrevisto”:

Estas líneas quisieran completar, por el otro lado, el escrito de más de medio millón de fieles, en el que te piden con ahínco que “reafirmes categóricamente la enseñanza de la Iglesia de que los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente no pueden recibir la sagrada comunión”. Por amor a Jesús, quisiéramos pedirte con igual afán que seamos todos fieles al Espíritu del evangelio, más allá de supuestas fidelidades a la letra de unas determinadas enseñanzas de la Iglesia.

Hablamos de supuesta fidelidad no para juzgar la intención de quienes te escribieron sino porque, en realidad, la enseñanza de la Iglesia no es que esos divorciados vueltos a casar “no puedan recibir la sagrada comunión” sino que, según el Concilio de Trento, “la Iglesia no yerra cuando les niega la comunión”. Esa formulación, cuidadosamente elegida en aquel concilio, dejaba abierta la posibilidad de que tampoco haya error ni infidelidad en la postura contraria, y que se trate más de una cuestión pastoral que de una cuestión dogmática.

En nuestra opinión, la prudencia pastoral no sólo permite sino que hoy más bien reclama un cambio de postura. Por estas razones.

1.- En la Palestina del siglo I, las palabras de Jesús afectaban directamente al marido que traiciona y abandona a su mujer porque otra le gusta más, o por motivos de este tipo: son primariamente una defensa de la mujer. Ahí sí que resulta inapelable la frase del Maestro: “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”.

No se conocía en tiempo de Jesús la situación de un matrimonio que (quizá por culpa de los dos o por una incompatibilidad de caracteres, antes no descubierta), fracasa en su proyecto de pareja. Dada la situación de la mujer respecto al marido, en la Palestina del s. I, esa hipótesis era impensable. Y aplicar las palabras de Jesús a otra situación desconocida en su época, donde lo que hay no es el abandono de una parte sino un fracaso de los dos, podría equivaler a desfigurar esas palabras. Estaríamos así manipulando a Jesús en aras de la propia seguridad dogmática, y poniendo la letra que mata por delante del espíritu que da vida, en contra del consejo paulino.

El evangelio debe ser inculturado y, cuando no se le incultura, se le traiciona. Los ejemplos que siguen pueden aclarar esto un poco más.

2.- El evangelista Mateo, que es quizás el que cuenta más transgresiones de la Ley por parte de Jesús, es curiosamente el único que pone en sus labios la frase “no penséis que he venido a derogar la Ley… He venido a cumplirla hasta la última tilde”. Se nos da a entender así que, en aquellas transgresiones de la letra, Jesús estaba cumpliendo la Ley hasta el fondo, porque estaba custodiando su espíritu.

Y el espíritu fundamental de toda la ley evangélica es la misericordia: no una misericordia blandengue, por supuesto, sino una misericordia exigente. Pero de ningún modo una exigencia inmisericorde. Quizá, pues, tengan algo que decirnos aquí aquellas palabras con las que Jesús responde a los escándalos que causa su conducta misericordiosa: “a ver si aprendéis lo que significa ‘quiero misericordia y no sacrificio’… ” (Mt 9,13 y 12,7).

3.- La iglesia primera ofrece otro ejemplo palmario de esa fidelidad al espíritu por encima de la letra, con el abandono de la circuncisión. La circuncisión tenía algo de sagrado como símbolo expresivo de la unión entre Dios y su pueblo; podría haber valido también de ella la citada palabra de Jesús: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Sin embargo, la Iglesia abandonó esa práctica tras fuertes discusiones y contra la opinión de algunos que creían ser más fieles a Dios y, en realidad, buscaban su propia seguridad. Gracias a aquella decisión tan discutida, la Iglesia no sólo fue fiel a Dios sino que abrió las puertas a la evangelización del mundo entero. Y hoy aquella decisión nos puede parecer evidente pero entonces les resultó a muchos escandalosa.

El mismo Pedro, en su discurso en defensa de aquella decisión, que hoy nos parece tan fiel al Espíritu de Jesús, habló de “no imponer un yugo que ni nuestros padres ni nosotros somos capaces de soportar” (Hchs 15,10). Este es uno de los mayores pecados que puede cometer la Iglesia. Y es muy discutible que personas célibes puedan comprender lo que significa convivir cada día íntima y pacíficamente con otra persona con la que no hay la más mínima sintonía. Como es discutible que personas célibes pudieran abstenerse de mantener relaciones sexuales con una persona con la que se convive día y noche y a la que se ama.

4.- Tememos que los defensores del rigor piensen que instalar en la Iglesia una “disciplina de misericordia” equivaldría a abrir las puertas a una relajación moral, o a que la Iglesia acepta los mismos criterios sobre el divorcio que nuestra sociedad pagana. En realidad no es así: no se cuestiona en absoluto la indisolubilidad del matrimonio; y la disciplina de misericordia sigue siendo una disciplina a la que no todos podrán acogerse: porque reclama arrepentimiento, reconocimiento de culpa y propósito firme de enmienda. De lo que se trata es de no dejar solos y sin ayuda a quienes han fracasado. Como Jesús: que comía con pecadores no porque fuesen buenos, sino para que pudieran serlo.

Teresa de Ávila, cuyo centenario estamos celebrando, recuerda en su autobiografía, que cuando se sentía pecadora o infiel recurrió algunas veces a abstenerse de la oración porque no se sentía digna de ella. Hasta que descubrió que aquel remedio era peor que su mal. La misma Iglesia ha enseñado siempre (y la práctica lo confirma) que la participación en la Eucaristía puede ser una gran ayuda y una fuerza para vivir evangélicamente. Nos tememos que privar de esa fuerza a quienes fracasaron en su primer proyecto matrimonial y han hecho ya penitencia por ese fracaso, podría acabar apartándolos de la fe.

5.- Finalmente queda la pregunta de si ha de tener la Iglesia una doble medida para las infidelidades al evangelio que afectan al campo sexual y para las que afectan a otros campos de la moral.

Por ejemplo: la iglesia ha enseñado siempre que el único propietario de los bienes de la tierra es Dios y que los hombres somos sólo administradores de aquello que creemos poseer. Esa condición de administrador pide al hombre poner todos los bienes que tiene de más, al servicio de los que tienen menos: de los pobres y de los carentes de medios.

Precisamente por eso, la Iglesia no reconoce un derecho absoluto a la propiedad privada, sino sólo en la medida en que éste sea un medio para satisfacer el derecho primario y absoluto de todos los hombres a los bienes de la tierra. Esa enseñanza del destino primario de los bienes de la tierra, tantas veces recordada por los últimos papas, la incumple una mayoría de católicos sin mostrar además el más mínimo arrepentimiento ni voluntad de enmienda por ello.

Porque esa enseñanza de la Iglesia es también muy contraria a la mentalidad de este mundo pagano. Pero ¿no es una palmaria injusticia que ésos católicos sean admitidos a recibir unos sacramentos que se niegan a los otros casos de pareja fracasada, cuando en éstos haya un arrepentimiento y voluntad de enmienda que no se dan en aquellos?

Dios no tiene dos pesos y dos medidas, o mejor aún: su parcialidad es siempre a favor de los más pobres y de las víctimas. En las parábolas que cuenta el evangelio del fariseo y el publicano o del hermano mayor del pródigo, Jesús estuvo sorprendentemente de parte de los transgresores: porque a quienes los acusaban, todas sus obras buenas no les habían servido para tener un corazón bueno, sino para tener un corazón duro.

Nada más, hermano Pedro. Sólo hemos querido exponer una opinión. Pero agradecemos mucho tus esfuerzos, en medio de tan crueles resistencias, por dar a la Iglesia un rostro más conforme con el Evangelio y con lo que Jesús se merece.

Xavier Alegre Santamaría
José I. Calleja Saenz de Navarrete
Joan Carrera i Carrera
Nicolás Castellanos Franco
Maria Teresa Davila
Antonio Duato
Ximo García Roca
José Ignacio González Faus
Luis González-Carvajal Santabárbara
Mª. Teresa Iribarren Echarri
Jesús Martínez Gordo
José Antonio Pagola
Joaquín Perea
Bernardo Pérez Andreo
Josep Mª Rambla Blanch
Lucía Ramón Carbonell
Andrés Torres Queiruga
José Manuel Vidal
Javier Vitoria Cormenzana
Josep Vives i Solé

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Evangelio y familia en el mundo de hoy

Evangelio y familia en el mundo de hoy

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Este número 262 de Iglesia Viva no trata del Sínodo de los obispos 2014-2015. Sino de la cuestión tema que vienen tratando las comunidades católicas de todo el mundo en relación esa doble sesión sinodal que culminará el próximo octubre: cómo aplicar el evangelio a la familia en las peculiares circunstancias en que se encuentra hoy. Este es el artículo editorial con se presenta el número. 

Conversión ecológica y nuevo comienzo

Conversión ecológica y nuevo comienzo

XIMO2

Joaquín García Roca es miembro Consejo de Dirección Iglesia Viva, profesor en la Facultad de Sociología de Valencia y profesor invitado en varias Universidades de Latino América. Ha escrito esta presentación de la Laudato si’  en el número 262 de Iglesia Viva, que acaba de aparecer.

El papa Francisco en la encíclica Laudato, si’. Sobre el cuidado de la casa común, ha colocado a la Iglesia ante los dos mayores retos de la humanidad hoy: la destrucción de la tierra y la liberación de los pobres. Y de este modo, hace suyo el llamado de la nueva conciencia ecológica a buscar un nuevo comienzo, “nuestro tiempo será recordado, –dice la Carta de la Tierra– por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida”. Sin embargo, advierte Francisco, para dejar atrás una etapa de autodestrucción, “no hemos desarrollado una conciencia universal que lo haga posible” (207). Desarrollar la capacidad de salir de sí, reconocer el valor de las criaturas, cuidar algo para los demás y evitar el sufrimiento de los pobres o el deterioro de los que nos rodean es el propósito declarado de la nueva encíclica.

Un inmenso concierto de voces se ha convertido en testigos de estas mutaciones desde la investigación científica hasta los movimientos ecologistas, desde las declaraciones mundiales hasta las pequeñas prácticas alternativas. Gracias a esta nueva conciencia ecológica, la tierra se ha convertido en la herencia y casa común de todos sus habitantes. Es un proceso que causa en nosotros un doble sentimiento, el asombro ante la nueva cosmología y la biología evolucionista y el lamento angustiado ante la nueva vulnerabilidad de la naturaleza. Ante este escenario, las personas de fe no han encontrado apropiadas motivaciones en la teología tradicional, aunque se han mantenido en un primer plano en la espiritualidad franciscana, en la sensibilidad de las iglesias ortodoxas, y en algunas teologías contextuales atentas a las revoluciones científicas que abren nuevos territorios a la experiencia humana y religiosa.

El actual sistema económico ha modificado la relación de los seres humanos con la naturaleza, el predominio de la técnica puso la tierra a la disposición arbitraria de los seres humanos; la política se sometió a la economía y se mostró incapaz de gobernar los procesos de la naturaleza mientras la ética se mostraba incapaz de poner límites a las decisiones humanas.

La conversión ecológica

Al observar la situación actual, el papa constata que junto a las extraordinarias posibilidades actuales para crear mejores condiciones de vida, se alza amenazante el alto nivel de contaminación con el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, la pérdida de la biodiversidad y el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social. La exhaustiva descripción de la situación actual de la tierra le sirve al papa para denunciar los mecanismos económicos, políticos y religiosos que han llevado a este deterioro, y hacer una “invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta” (14) en orden a proteger nuestra casa común y “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”. (13). La encíclica nunca abandona la doble destinación “a los cristianos y a la humanidad” hasta la incorporación de las valiosas reflexiones de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales dentro y fuera de las Iglesias (7).

No se trata de emular los conocimientos ecológicos de la comunidad científica, ni de competir con los movimientos sociales en su empeño por defender la tierra, ni siquiera de advertir de los riesgos autodestructivos desde fuera como ha sido habitual en algunas declaraciones magisteriales; se trata de abrirse a una revolución ecológica que desborda las estructuras mentales anteriores, sitúe a la humanidad ante la necesidad perentoria de evitar la catástrofe ecológica, ofrezca nuevas motivaciones y estilos de vida saludables e ilumine con una nueva luz el universo cristiano en un momento de profunda regeneración interna y externa. Pervierten la intención de la encíclica quienes reducen su aportación a un simple apéndice de la Doctrina social de la Iglesia.

Elevar la ecología a paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la naturaleza significa abrir un nuevo régimen que preste atención prioritaria a algo que había sido periférico y colaborar con todas las instancias científicas, sociales, religiosas y humanitarias en la dignificación de la casa común. Para dirigirse a la humanidad invoca los consensos mayoritarios alcanzados en la ciencia, en las plataformas cívicas y en las principales declaraciones mundiales; con ellos la encíclica actúa de simple notario de las voces acreditadas social y científicamente. Para abrir este espacio en el interior de la Iglesia cuenta ante todo con la voz de la tradición franciscana, con la aportación del P. Teilhard de Chardin (83. nota 53, cuya rehabilitación ha sorprendido a algunos sectores), con las declaraciones de conferencias episcopales que habían sido postergadas en las declaraciones magisteriales; con ellos ejerce la tarea del pastor que amplifica el clamor de sus periferias.

La pasión por el cuidado

Al utilizar el método de la Constitución conciliar Gaudium et spes basado en la observación de la realidad (ver), en el discernimiento de los signos del tiempo (juzgar), se orienta toda ella a promover la conversión personal y colectiva (actuar). La encíclica no pretende ser una reflexión académica, aunque recoja sus mejores aportaciones, sino un llamado a crear nuevos estilos de vida, renovadas motivaciones y prácticas liberadoras. “Quiero evitar un mensaje abstracto” (17), para favorecer la acción trasformadora, urgente y necesaria. Al comienzo de su ministerio, el papa Francisco había advertido su voluntad de ir a lo esencial y perentorio ”¡qué dirían de un médico que ante un accidente mortal se preocupara por el colesterol!”. Algunos comentaristas andan preocupados por los colesteroles. Si son de izquierdas, en negarle novedad a la encíclica: “no aporta nada, más bien se apropia de algo que no es suyo como ejercicio eclesiástico de maquillaje que distrae la atención de los graves problemas internos de la Iglesia”. Si son de derechas en cuestionar su legitimidad magisterial, ya que según ellos “la materia de la encíclica excede sus competencias”: “Un papa enseñando geografía no puede ser magisterio, es una simple opinión particular, que siembra las bases de un nuevo conflicto de Galileo”. En ningún lugar de la encíclica, el papa reclama originalidad más bien se sabe deudor de la conciencia colectiva de la que recibe también legitimidad. Por otra parte los conservadores nos tienen habituados a reconocer como magisterio aquello que coincide con sus posicionamientos ideológicos. Ante los unos y los otros, el papa se propone ofrecer “la gran riqueza de la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias personales y comunitarias, a fin de renovar la humanidad… y las consecuencia que el Evangelio tiene en nuestra forma de pensar, sentir y vivir” (216).

No están en condiciones de afrontar la necesaria conversión ecológica los instalados en el optimismo del progreso que ven innecesarios “cambios de fondo” (60), porque creen en un “crecimiento material sin límites” (78), y tampoco los domiciliados en el pesimismo que ven inevitable la catástrofe planetaria porque consideran que el ser humano es inevitablemente una amenaza para el ecosistema mundial. Ninguna de las dos ideologías deja espacio a la acción responsable, preventiva y trasformadora.

Ni la espiritualidad que abandona la densidad de la materia, ni la teología que habla de una mundanidad sin mundo real ni el pensamiento ilustrado que en nombre de la complejidad desprecia la acción necesaria están en condiciones de afrontar la situación de la tierra. Sobre ellas pesa la ideología de la abstracción que convierte la espiritualidad en fuga del mundo, la teología del mundo en un ejercicio fantasma que nunca se pone en situación de mundo, y el pensamiento en un ejercicio retórico. La espiritualidad y la teología que intentan introducir a Dios en el escenario olvidándose de la escena, pierden tanto a Dios como a la escena. De la abstracción tampoco se libran ciertos intelectuales que separaron el pensamiento y la acción y olvidan que el incendio ecológico empieza en el comedor de la propia casa. Cuando preocupa más el pensamiento que la acción nos quedamos sin uno y el otro. Con meridiana claridad la encíclica descalifica estas posiciones ya que “no se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de alimentar la pasión por el cuidado del mundo” (216).

El camino hacia la tecnocracia

La pregunta que, en la tragedia de Esquilo, el coro hace a Prometeo sobre “quién es más potente la técnica o la naturaleza” ha planeado sobre la historia de la humanidad. El propio Zeus temía con razón que los hombres podrían ser más potentes que los propios dioses gracias a la técnica. La respuesta de Prometeo es inequívoca: la técnica es de largo más débil que la naturaleza, ya que ésta era inmutable y necesaria y se impone tanto al individuo como a la ciudad. La cultura judeo-cristiana introdujo un elemento decisivo al considerar la naturaleza producto de la voluntad de Dios y en consecuencia moldeable por la libertad humana; se tambaleaba su estabilidad ya que al ser un acto libre de la creación podía haber sido de otro modo. En el relato del Génesis, naturaleza y técnica son compatibles ya que la libertad humana puede conjugar el dominio de la naturaleza con el cuidado de la misma. Esta compatibilidad se rompió históricamente al concederle a los humanos poderes absolutos sobre la naturaleza, lo que se consideró la interpretación mayoritaria del mandato de creced y multiplicaos. La encíclica se sitúa abiertamente en contra de esta interpretación del relato bíblico que ha justiciado el dominio y destrucción de la naturaleza.

En la era moderna, la técnica dio un salto cualitativo al convertir la naturaleza en objeto de experimentación, posesión y dominio. La naturaleza se pone al servicio de las demandas de los seres humanos y estos se convierten en “maestros y poseedores”. La encíclica denuncia cumplidamente lo que llama “antropocentrismo desviado” (115, 119). La tecnología adquirió tal poder autonómico que se independizó de la voluntad humana, hizo imprevisible los resultados de su uso y dejó de ser un medio para convertirse en un fin en sí mismo. Los daños infligidos a nuestro planeta aumentan a ritmo acelerado, alentados por una economía que ha de crecer exponencialmente para ser viable y por un consumo exagerado que explota los recursos con desigual suerte entre los países ricos y los pobres. Del museo de horrores da cumplida noticia la encíclica, denunciando la profunda conexión entre la injusticia social y la devastación ecológica; son los pobres los que mayormente sufren la destrucción de la tierra de la que dependen. “La pobreza y su remedio tienen rostro ecológico”.

La tecnocracia es el paradigma que ejerce su dominio sobre la economía y la política con tanto poder que es “muy difícil prescindir de sus recursos o utilizarlos sin ser dominados por su lógica” (108). La encíclica habla de paradigma tecnocrático para significar que “nada queda fuera de su propia lógica sino que incide decididamente en todos los aspectos de la realidad, orienta las preguntas y los silencios culturales, establece los fines de la acción y el sentido de la búsqueda (109). Se necesita pues un enfoque totalmente nuevo sobre la forma de pensar y sentir, sobre la antropología y la relación de los humanos con la tierra, sobre el origen y destino del mundo. La encíclica construye esta nueva visión a través de la confrontación con el viejo paradigma tecnocrático que está en el origen de la degradación ecológica y se sostiene sobre una mirada parcial y fragmentada, sobre una antropología “que enfrenta al sujeto a lo informe totalmente disponible para su manipulación” sobre una gestión política a merced de los técnicos y una ética basada en el interés incapaz de poner límites a la eficacia de la técnica. En consecuencia, la encíclica se propone “conformar una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático con una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad” (112), y de este modo “volver a ampliar la mirada, limitar, orientar y colocar la técnica al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral “El paradigma ecológico que “viene a liberar del paradigma tecnocrático reinante” entraña una nueva racionalidad, una nueva antropología, una nueva cosmología llamados a transformar la conciencia humana y abrir el universo cristiano a nuevas fronteras y horizontes. La propuesta de una ecología integral va más allá de la preocupación ambientalista e incorpora el valor del trabajo, el sentido de la economía y los estilos de vida. El conflicto entre ambos paradigmas puede verse en el siguiente cuadro.

Paradigma tecnocrático Paradigma ecológico
Mirada parcial y fragmentada (110) Global e integrada
Naturaleza sometida al dominio e interés … al cuidado y colaboración (82)
Fortalece individualidades Fortalece lazos sociales (116)
Enfatiza el crecimiento económico (82) … el desarrollo humano y social
Interesado en los medios Interesado en los fines (61)
Poder humano sin límites Conciencia de los límites
Ser humano señor de la naturaleza (116) … administrador responsable
El valor es el rédito y el provecho El valor real de las cosas
Al servicio de unos pocos(190) Al servicio de las mayorías empobrecidas

El paradigma ecológico

El nacimiento de un nuevo paradigma se acompaña de auténticas mutaciones requeridas por una revolución científica, por un cambio colectivo de mentalidad y por nuevas experiencias que ya están en acto rompiendo la geopolítica de la impotencia. Señalaremos dónde están las principales transiciones.

Frente a la racionalidad instrumental, la lógica ecológica se basa en la conectividad, la interacción y el proceso. La expresión más repetida en la encíclica es “todo está conectado” (91,117, 240), “nada puede analizarse ni explicarse de forma aislada” (61). “En el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente” (240) ¿Cuáles son las vinculaciones más significativas que conforman la visión ecológica? Las conexiones espaciales muestran la íntima vinculación entre lo local y lo global, entre lo regional y lo nacional, entre lo nacional e internacional, entre el cielo y la tierra; las conexiones temporales establecen vínculos entre el pasado y el presente, entre la generaciones actuales y las generaciones futuras. Las conexiones sociales han vinculado la pobreza y el ambiente, la suerte del Sur con el destino del Norte, los países hegemónicos con los países periféricos. Desde esta conectividad se establece la tesis principal de la encíclica que vincula la “opción por los pobres y la defensa de la naturaleza” “los pobres crucificados y las criaturas arrasadas por el poder humano” (241). Ignorar esta racionalidad sistémica lleva a buscar inútilmente el foco central o el “pasaje cumbre de la encíclica”, que el obispo de San Sebastián ve en el sentido trascendente de la vida, y el obispo de Valencia lo encuentra en la condena del aborto. Es justo lo que la encíclica ha querido evitar al trascender la lógica binaria que siempre suma cero “o trascendente o inmanente”, “o muerte o vida” Pasamos de largo por encima de la racionalidad sistémica que permite afirmar ambas cosas sin necesidad de elegir una de ellas, Más todavía en la lógica sistémica (ecológica) no hay centro ya que todos los elementos son inseparables.

El paradigma ecológico produce, igualmente, una mutación antropológica; el ser humano es un ser relacional (118), estrechamente conectado con Dios, con el prójimo, con la tierra (66). “La persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas” (240). El papa denuncia una “concepción equivocada de la antropología cristiana” que ha tenido funestas consecuencias. Al afirmar que el ser humano es el señor del universo en lugar de un “simple administrador responsable” ha trasmitido el sueño prometeico de dominio sobre el mundo. Y justificó la propiedad privada de los bienes de la tierra cuando en realidad la fe en Dios creador “niega toda pretensión de propiedad absoluta”. En la antropología ecológica, la naturaleza no es algo “separado de nosotros” sino que “somos parte de la misma e íntimamente compenetrados”, “Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (2).

El paradigma ecológico comporta asimismo una ética de los límites que es esencial para entender el alcance de la propuesta de Francisco. Ignorar los límites puede destruir el propio sistema. Una economía que no esté sometida a la política es autodestructiva, y una política que no esté sometida a la ética es inhumana. La ausencia de estos límites está en el origen de la degradación que se manifiesta en catástrofes naturales, en crisis sociales y financieras. La conciencia del límite es proporcional al cuidado de la fragilidad que comporta una ética de la responsabilidad que invita a proteger y custodiar la fragilidad en cualquier supuesto incluso en la fragilidad del embrión humano, como afirma la encíclica “proteger a todos los seres débiles, que a veces son molestos e inoportunos y no proteger a un embrión humano aunque a veces causa disgusto y dificultad” Es la experiencia del límite quien permite “recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios. Es aquí donde la ética ecológica da el salto al Misterio y adquiere su sentido más hondo” (210). A la ética que se necesita para resolver una situación tan compleja no le basta sólo que uno sea mejor; se necesitan ambientes colectivos “ya que los individuos aislados pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales” (219).

Nuevas fronteras

La revolución ecológica sitúa al cristianismo ante nuevos retos y oportunidades que necesitan ser incorporadas a la vida cristiana, a la teología y a la espiritualidad. El cristianismo no se ha construido nunca sobre un vacío socio-cultural sino sobre convicciones, mentalidades y prácticas de cada tiempo que han ido desvelando aspectos olvidados y recreando la misma representación de Dios, el sentido de la fe, la relación de los seres humanos con el mundo. La emergencia de una nueva conciencia ecológica sin fronteras nacionales ni confesionales es un signo del tiempo para la maduración del universo de la fe cristiana; sus expectativas, convicciones, preguntas y dudas están llamados a fecundar la experiencia humana y cristiana, aunque ello suponga, de pronto, una profunda convulsión de visiones caducas. Si el cristianismo pierde el tono de su época y se refugia en fundamentalismos, seguridades e identidades atemporales perderá la fecundidad evangélica ya que no hay destino más duro que sentir que uno no pertenece a su tiempo. La encíclica es el intento más serio por parte del magisterio de conectar el cristianismo a las entrañas de nuestro tiempo y recuperar de este modo su condición de Buena Noticia.

La polifonía de la creación

Hace unos años le oí decir a un teólogo de raza que la entrada del método conocido como ver-juzgar-actuar en las comunidades cristianas había originado la devaluación del Evangelio y su conversión en mera sociología, cuyo resultado era el sometimiento de la Palabra de Dios a los condicionamientos socio-culturales, que sólo habían traído serias turbulencias. Aquel teólogo deseaba una fe y una teología resguardada de las inclemencias del espacio y del tiempo, de espaldas a las preguntas y a las dudas; se situaba en contra de la gran tradición teológica que siempre hizo la reflexión sobre la fe con los ojos abiertos.Uno de los más grandes del siglo XX, el teólogo suizo, Karl Barth, afirmaba que para su trabajo necesitaba el concurso de dos elementos: la Biblia y el periódico “lo máximamente fijado y canonizado y lo máximamente efímero y mutable” Una supuesta centralidad de la Palabra hizo que se abandonara la aportación conciliar del Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium et spes, la observación atenta de los signos del tiempo como revelación. Desde el comienzo de su ministerio, el Papa Francisco advirtió de los efectos contraproducentes que comportaba distanciarse de la realidad para convertir a la Iglesia en un “museo de antigüedades” y en una realidad auto-referencial, que no se deja afectar por los gemidos de la gente y del mundo. Llamó a salir a su encuentro y hacer que el Evangelio asuma el cuerpo real de la historia. La encíclica recuperado el aire conciliar y se ha acercado de lleno a las grandes preocupaciones de una tierra hostil a causa de la actividad humana, ha buceado en la profundidad del misterio del mal que se manifiesta en el interés de los grandes poderes que destruyen las condiciones de vida de los más pobres, ha roto el silencio cómplice que impide llegar a acuerdos responsables en las convenciones internacionales y ha practicado su idea de Iglesia como hospital de campaña.

Esta apuesta por el método experiencial y contextual, que impregna la encíclica, está llamada a fecundar la fe y la teología, la vida cristiana y la institución eclesial a la escucha de la conciencia colectiva y el apremio de una sociedad más digna y justa que convierta la tierra en la casa común. La fe y la teología se fecundaron por las filosofías de cada tiempo, hasta construir admirables síntesis filosóficas-teológicas; posteriormente se abrió a las ciencias sociales y a la antropología cultural y se generó toda la gama de teologías de la liberación, y en nuestros días asistimos al encuentro con las ciencias desde la nueva cosmología a la biopolítica, desde la física cuántica a la nueva biología. En la encíclica, el papa invita e inaugura el diálogo con “las ciencias que están construyendo el futuro del planeta”. Aquello que científicamente está probado, se asume y se convierte en práctica acreditada como ha proclamado siempre la fe de la Iglesia. Y aquello que no lo está, como es el caso de los transgénicos, invita a “asegurar un debate científico y social que sea responsable y amplio”, “la ciencia y la religión que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas”. El mismo diálogo que muchos hubiéramos deseado sobre las políticas de control de la natalidad que merecen una posición más matizadas. La encíclica afirma demasiado rotundamente que “el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario”. Por supuesto hay que denunciar y combatir, en primer lugar, el consumismo extremo y selectivo de algunos. Pero no se puede ignorar la gravedad de la rápida multiplicación de la población humana y la imposibilidad de que este crecimiento demográfico continúe indefinidamente.

Las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y transformar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad” (62). Al servicio de esta voluntad, la encíclica recupera todos los códigos expresivos y comunicativos que proceden de la filosofía, de la ciencia, de la literatura, de la poesía. Junto a un concepto científico aparece una poesía, junto a una denuncia se invoca una oración, la exegesis bíblica se completa con la intuición mística, lo que resulta novedoso en la tradición del magisterio de la Iglesia; como reconoce Leonardo Boff, el papa Francisco ha innovado y colocado a la Iglesia en la vanguardia del pensamiento ecológico.

“Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje.” (63). Para algunos críticos, esta polifonía del lenguaje desmerece como magisterio; son aquellos que están más interesados por la ortodoxia que por la ortopraxis, más preocupados en defender certezas que en promover buenas prácticas, más por las ideas claras y distintas que por su capacidad trasformadora. Se olvida que la tradición cristiana, desde sus orígenes, era fundamentalmente simbólica, narrativa, alusiva, poética. Sólo se necesitó del concepto univoco cuando se hizo excluyente y precisó trazar fronteras, establecer dogmas e imponer la ortodoxia que siempre es fruto del poder.

La encíclica arremete contra todo lo que se sabe asimismo único y apuesta por la polifonía del lenguaje. Con la misma convicción, se opone al imperialismo económico, que se ha convertido actualmente en la referencia decisiva y casi única y muestra su nudo poder en el neoliberalismo, que ha trasformado la naturaleza en mero depósito de materiales a disposición de los seres humanos, y a éstos en productores y consumidores.

Un huésped incómodo

Cuando el paradigma economicista se trasmuta en la única y obligada referencia ideológica y expresiva, tanto los humanos como la naturaleza se convierten en monolingües, sin fisonomía propia, “sin atributos”. Al convertir a la naturaleza en objeto, también el ser humano acaba siendo objeto de manipulación y simple valor de cambio. Entones se pierde la individualidad de lo vivo y de lo inerte, lo que se traduce en monstruosas desigualdades económicas entre individuos y sociedades”. No siempre las religiones históricas han sido lo suficientemente lúcidas ante los gravísimos atentados contra lo humano y contra la naturaleza que ha perpetrado el economicismo de raíz occidental, porque, con las excepciones de rigor, ellas también se han integrado en el sistema, descuidando entonces la función crítica y profética” (Duch, L. La religión en el siglo XXI. Madrid, 2012, p.117). Es aquí donde se sitúa el diálogo de la encíclica con las ciencias actuales: mostrar que por decisivo e importante que sean hoy las ciencias físicas, químicas, biológicas, económicas y políticas no pueden capturar y malograr la pluralidad de lenguajes de lo humano. “Si bien esta encíclica, dice el papa, se abre a un diálogo con todos, para buscar juntos caminos de liberación, quiero mostrar cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles” (64)

El cristianismo es entonces un huésped incómodo por varias razones. En primer lugar por su inequívoca voluntad de generar cambio social, conversión personal y compromisos prácticos que se distancian del ejercicio meramente intelectual. Como escribía el gran teólogo Dietrich Bonhoeffer desde el campo de concentración “llegará una generación que sólo pensará aquello de lo que se pueda responsabilizar” La conciencia ecológica actual o genera compromisos éticos, políticos y espirituales o será sólo un discurso efímero: lo que lleva a denunciar a las “conferencias internacionales que se quedan en el reino de la idea, en buenas propuestas y proyectos”. Como decía en la exhortación La alegría del evangelio: “La ideas desconectadas de la realidad originan idealismos y nominalismo ineficaces… purismos angélicos, proyectos más formales que reales… (EG 231). La encíclica está orientada toda ella a generar procesos, comportamientos y buenas prácticas, que se despliegan en acciones cívicas que trascurren en la vida cotidiana, en estilos de vida que conforman personalidades y en trasformaciones política que crean condiciones colectivas. Una ecología integral será siempre un proceso personal, social y política. Lo que crea incomodidad ya que la acción ecológica vive la tensión entre el ideal soñado e imaginado y la realidad del límite, que se sustancia en resultados concretos y limitados. Las acciones ecológicas son sencillas e insignificantes pero se convierten en eslabones de una cadena. Para el papa Francisco importa más generar procesos sostenidos en el tiempo que obtener resultados puntuales e inmediatos ya que “el tiempo es superior al espacio” (EG 222-224).

La encíclica es consciente de la actual falsificación de la acción cuando se le priva de ética y conciencia de fines. Es la acción que escenifican los pilotos de los bombardeos cuando afirman que desconocían los resultados de su acción, o que se representa en la literatura del holocausto al afirmar que en el exterminio ellos sólo ejecutaban pero no conocían el producto final (Anders, G. La absolescencia del hombre. Vol. II. Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial. Pre-Textos, 2011; Boff, L. El cuidado esencial, 2007).

Esta falsificación de la actividad que va más allá de nuestra propia persona, está en el origen de la destrucción del planeta y de la ceguera colectiva. Si la era tecnocrática nos convierte a todos en ejecutores más allá de la conciencia, la encíclica propone un compromiso con la educación y con la responsabilidad política. Una de las vertientes de la profecía se sustancia en la política a fin de liberar el deterioro de la tierra y reestructurar la sociedad. En este tema no hay una tercera vía entre el sistema y la lucha, ni es posible un camino intermedio. Se han situado contra la encíclica aquellos a los que el papa denuncia como los principales causantes del desastre ecológico, son los que “detentan los mayores recursos y poder económico o político ya que enmascaran los problemas y esconden los síntomas” Sus estrategias van desde la negación del problema a la indiferencia, desde la resignación a la confianza ciega en la resoluciones técnicas.

Finalmente el compromiso cristiano con la ecología incluye “una crítica de los «mitos» de la modernidad basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas)” (210). La imaginación profética cuestiona el mito de “un crecimiento infinito e ilimitado que tanto entusiasma a los economistas y teóricos de las finanzas y de la tecnología” y desenmascara el “engaño sobre la disponibilidad infinita de los bienes del planeta que conduce a “exprimirlo al límite y más allá del límite”. Este crecimiento no se “ha acompañado de un desarrollo en los valores y de la conciencia moral”. Incorpora de este modo la posición de quienes defienden que ha llegado la hora de “ralentizar un poco el paso, poner algunos limites racionales e incluso volver atrás antes de que sea tarde”. No se trata de negar la energía creadora sino de utilizarla de otro modo. Es significativo que la encíclica introduzca el decrecimiento: “aceptar un cierto decrecimiento en alguna parte del mundo procurando recursos para que se pueda crecer de modo sano en otra parte del mundo”. En contra de esta posición se alinean quienes han convertido el crecimiento en imperativo, en un estado de ánimo, en un remedio a la angustia, en una garantía para el futuro de uno mismo y de sus familias. Se ocultan tres preguntas decisivas: ¿qué tipo de crecimiento?, ¿hasta dónde? y ¿a costa de quién y de qué?

La radicalidad profética le lleva al papa a desestimar la vía intermedia conocida como “crecimiento sostenible” que pretende conciliar el rendimiento financiero y la conservación del medio ambiente, lo que sólo consigue retrasar la catástrofe ya que no cuestiona la lógica financiera ni la tecnocracia, ni el progreso. Sin embargo es una posición muy frecuente en los comentarios oficiales sobre la encíclica el empeño en conciliar el crecimiento económico y la sostenibilidad ecológica sin cuestionar la lógica del crecimiento.

La acción divina

La representación de Dios en la historia ha sido la cuestión teológica por excelencia en todos los tiempos y el origen de las distintas espiritualidades ¿Cómo actúa Dios en un universo evolutivo y emergente, y a la vez sometido a la máxima autodestrucción? La teología mantiene hoy posiciones muy variadas y en muchas ocasiones opuestas. Unos consideran que Dios ha actuado una sola vez, al comienzo, desde entonces sustenta al mundo. Se ve a Dios como la Causa primaria del mundo, la Fuente insondable de la existencia del mundo mientras que las fuerzas naturales y las criaturas son causas secundarias que reciben de Dios la facultad de actuar con independencia. Otros le atribuyen una presencia mayor valiéndose del poder persuasivo para atraer el mundo en la dirección deseada. Hay quienes consideran que Dios actúa en el mundo del mismo modo como actúa el alma en el cuerpo, o como una de las condiciones iniciales de un acontecimiento que influye en el resultado final (Johnson, E. A. La búsqueda de Dios vivo. Trazar las fronteras de la teología de Dios, 2008, pag 246-248; Iglesia Viva 254, Repensar la providencia, 2013). En cualquier caso, la imagen de una intervención de Dios con independencia de los procesos naturales no resulta válida para la imagen científica del universo. Incluso la aparición de la vida, y posteriormente de la inteligencia, pueden explicarse sin necesidad de una especial intervención sobrenatural.

La encíclica no entra en el debate teológico sino que “quiere proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de la fe… una mística que anime, impulse, motive, aliente y dé sentido a la acción personal y comunitaria“(216). Motiva y anima el Dios que está en activo y dinamiza la tierra desde dentro, en, con y bajo los procesos cósmicos en forma “kenotica” y a través del funcionamiento libre de sus sistemas. Impulsa y alienta el Dios trinitario “que genera una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la trinidad” (240). Este modo de presencia se distancia de las representaciones de Dios como entidad metafísica, inmutable y apática, que sirvieron en otros contextos culturales, para experimentarle como dinamismo y energía del Espíritu que crea y sostiene por el amor y empuja al amor. No merece ser encontrado el Motor inmóvil ni el Jefe del universo que vigila y controla, sino Aquel que promueve la libertad creadora de los seres humanos y se hace presente en el presumible estallido (Big Bang), que produjo el mundo tal como lo conocemos. Sea por creación directa o por evolución azarosa o inteligente ¡la ciencia dirá!, la fe cristiana confiesa que el Espíritu es fuente y origen de todo, del espacio y del tiempo, de la naturaleza y de la historia, de lo inerme y de lo vivo. En la fe de Jesús, el Padre lo ocupa todo y no hay espacios desatendidos. No le importaban las cuestiones sobre la composición de la materia ni sobre la forma de la creación, le bastaba saber que procura por todo, nada se le resiste, nada se le escapa porque todo procede de Él. Dios todo en todos, exhalando vida, provocándola, sosteniéndola.

La encíclica profundiza en esta espiritualidad y recuerda que Jesús no estuvo interesado en conocer la identidad de su Padre ni descifrar el misterio de su presencia sino en captarle activo y contemporáneo “derribando los tronos a los poderosos, enalteciendo a los humildes, colmando de bienes a los hambrientos y despidiendo vacíos a los ricos” (Lc.1, 50). La forma lingüística del gerundio ha sido utilizada por el papa Francisco para expresar el dinamismo de la presencia divina frente a los sustantivos que la fijan y la limitan en acciones puntuales. Así lo entendió Ignacio de Loyola al ver en el gerundio la forma apropiada de representarse la presencia amorosa de Dios que “habita en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres entendiendo”. Así lo entiende hoy el papa Francisco que se sirve del neologismo “misericordiando” para indicar el modo de presencia y la forma de la acción de Dios. Con razón Antonio Machado invitaba a sus alumnos a gozar de las estrofas de San Juan de la Cruz: “Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura/ y, yéndolos mirando/ con sólo su figura/ vestidos los dejó de su hermosura”. Cuando Dios se ha convertido en un Ente se han contrapuesto la humanidad y la naturaleza, lo sagrado y lo profano, la creación y la evolución. Según esta visión dualista o se es creacionista o se es evolucionista, en lugar de pensar que es posible crear evolucionando. Dios y la humanidad no suman dos ni la creación y la evolución son formas contrapuestas. La mística cristiana que encontró en San Francisco de Asís su expresión más sublime, experimenta a Dios como creación, restauración y sanación.